16 DE ENERO – JUEVES –
1ª – SEMANA DEL T.O. – A -
Lectura
del primer libro de Samuel (4,1-11):
En aquellos días, se reunieron los filisteos para
atacar a Israel. Los israelitas salieron a enfrentarse con ellos y acamparon
junto a Piedrayuda, mientras que los filisteos acampaban en El Cerco. Los
filisteos formaron en orden de batalla frente a Israel.
Entablada la lucha, Israel fue derrotado por los filisteos; de sus filas
murieron en el campo unos cuatro mil hombres.
La tropa volvió al campamento, y los ancianos de Israel deliberaron:
«¿Por qué el Señor nos ha hecho sufrir hoy una derrota a manos de los
filisteos? Vamos a Siló, a traer el arca de la alianza del Señor, para que esté
entre nosotros y nos salve del poder enemigo.»
Mandaron gente a Siló, a por el arca de la alianza del Señor de los
ejércitos, entronizado sobre querubines. Los dos hijos de Elí, Jofní y Fineés,
fueron con el arca de la alianza de Dios. Cuando el arca de la alianza del
Señor llegó al campamento, todo Israel lanzó a pleno pulmón el alarido de
guerra, y la tierra retembló.
Al oír los filisteos el estruendo del alarido, se preguntaron:
«¿Qué significa ese alarido que retumba en el campamento hebreo?»
Entonces se enteraron de que el arca del Señor había llegado al campamento
y, muertos de miedo, decían:
«¡Ha llegado su Dios al campamento! ¡Ay de nosotros! Es la primera vez que
nos pasa esto. ¡Ay de nosotros! ¿Quién nos librará de la mano de esos dioses
poderosos, los dioses que hirieron a Egipto con toda clase de calamidades y
epidemias?
¡Valor, filisteos! Sed hombres, y no seréis esclavos de los hebreos, como
lo han sido ellos de nosotros. ¡Sed hombres, y al ataque!»
Los filisteos se lanzaron a la lucha y derrotaron a los israelitas, que
huyeron a la desbandada. Fue una derrota tremenda: cayeron treinta mil de la
infantería israelita. El arca de Dios fue capturada, y los dos hijos de Elí,
Jofní y Fineés, murieron.
Palabra de Dios
Salmo:
43,10-11.14-15.24-25
R/.
Redímenos, Señor, por tu misericordia
Ahora nos rechazas y nos avergúenzas,
y ya no sales, Señor, con nuestras
tropas:
nos haces retroceder ante el enemigo,
y nuestro adversario nos saquea. R/.
Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,
irrisión y burla de los que nos rodean;
nos has hecho el refrán de los gentiles,
nos hacen muecas las naciones. R/.
Despierta, Señor, ¿por qué duermes?
Levántate, no nos rechaces más.
¿Por qué nos escondes tu rostro
y olvidas nuestra desgracia y opresión? R/.
Lectura
del santo evangelio según san Marcos (1,40-45):
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso,
suplicándole de rodillas:
«Si quieres, puedes limpiarme.»
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo:
«Quiero: queda limpio.»
La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio.
Él lo despidió, encargándole severamente:
«No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al
sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.»
Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones,
de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba
fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.
Palabra del Señor
1.
Literalmente, lo que el texto de Marcos dice es que la enfermedad, que
padecía el hombre del que aquí se habla, era la "enfermedad de las
escamas" (lepros) (J. Milgrom, Joel Marcus).
En realidad, era una enfermedad de la
piel, que, en algunos casos, era muy contagiosa. De esta enfermedad se tienen
noticias desde unos 600 años antes de Cristo. En la Biblia, se le concede
especial importancia, de forma que el libro del Levítico le dedica íntegramente
dos capítulos, el 13 y el 14.
Lo más llamativo es que, en las
religiones antiguas, se hacía un trasvase de la "enfermedad" a la
"culpa". Y, de ahí, a la "impureza".
2.
El problema de fondo, que se esconde debajo de estos hechos, estos
procesos y estos fenómenos, es el
fenómeno que consiste en la relación, establecida ya en la antigua
Grecia, cuando se relacionó la "Cultura de la
Vergüenza" con la "Cultura de la
Culpa".
Los chamanes, los escritores y los
dirigentes religiosos establecieron una conexión, muy peligrosa para el
equilibrio emocional de la persona, que asocia lo que nos avergüenza con hechos
de los que nos sentimos culpables. Lo
que motivó, tanto en las "culturas primitivas", como en la "alta
cultura", a dar el paso decisivo: relacionar determinadas conductas humanas con un "diagnóstico trascendente". Y entonces, cuando nos sentimos así, nos
sentimos "avergonzados",
"culpables", "leprosos" y, por tanto, "impuros".
3. ¿Remedio? Los hombres de la
religión dicen: "el ritual sagrado". Jesús afirma: la solución es ser
profundamente humano, en la honradez, la bondad, la
misericordia, el buen corazón. Hasta llegar,
si es preciso, a reproducir la suerte y el destino de Jesús, que se quedó como
"un excluido", fuera del pueblo, de la ciudad, de la convivencia.
Cuando estamos dispuestos a correr la
misma suerte de los excluidos, asociando nuestra vida a la de ellos, entonces
es cuando de verdad empezamos a limpiar este mundo y esta repugnante cultura de
todas las marginaciones, muros de separación y
de exclusión.
En la
serie de los Pontífices (que hasta 1994 ya eran 265) el Papa Marcelo ocupa el
puesto número 30. Fue Pontífice por un año: del 308 al 309. El nombre
"Marcelo" significa: "Guerrero".
Era
uno de los más valientes sacerdotes de Roma en la terrible persecución de
Diocleciano en los años 303 al 305. Animaba a todos a permanecer fieles al
cristianismo, aunque los martirizaran.
Elegido
Sumo Pontífice se dedicó a reorganizar la Iglesia que estaba muy desorganizada
porque ya hacía 4 años que había muerto el último Pontífice, San Marcelino. Era
un hombre de carácter enérgico, aunque moderado, y se dedicó a volver a
edificar los templos destruidos en la anterior persecución. Dividió Roma en 25
sectores y al frente de cada uno nombró a un Presbítero (o párroco). Construyó
un nuevo cementerio que llegó a ser muy famoso y se llamó "Cementerio del
Papa Marcelo".
Muchos
cristianos habían renegado de la fe, por miedo en la última persecución, pero
deseaban volver otra vez a pertenecer a la Iglesia. Unos (los rigoristas)
decían que nunca más se les debía volver a aceptar. Otros (los manguianchos)
decían que había que admitirlos sin más ni más otra vez a la religión. Pero el
Papa Marcelo, apoyado por los mejores sabios de la Iglesia, decretó que había
que seguir un término medio: sí aceptarlos otra vez en la religión si pedían
ser aceptados, pero no admitirlos sin más ni más, sino exigirles antes que
hicieran algunas penitencias por haber renegado de la fe, por miedo, en la
persecución.
Muchos
aceptaron la decisión del Pontífice, pero algunos, los más perezosos para hacer
penitencias, promovieron tumultos contra él. Y uno de ellos, apóstata y
renegado, lo acusó ante el emperador Majencio, el cual, abusando de su poder
que no le permitía inmiscuirse en los asuntos internos de la religión, decretó
que Marcelo quedaba expulsado de Roma. Era una expulsión injusta porque él no
estaba siendo demasiado riguroso, sino que estaba manteniendo en la Iglesia la
necesaria disciplina, porque si al que a la primera persecución ya reniega de
la fe se le admite sin más ni más, se llega a convertir la religión en un juego
de niños.
El
Papa San Dámaso escribió medio siglo después el epitafio del Papa Marcelo y
dice allí que fue expulsado por haber sido acusado injustamente por un
renegado.
El
"Libro Pontifical", un libro sumamente antiguo, afirma que, en vez de
irse al destierro, Marcelo se escondió en la casa de una señora muy noble,
llamada Lucina, y que desde allí siguió dirigiendo a los cristianos y que así
aquella casa se convirtió en un verdadero templo, porque allí celebraba el
Pontífice cada día.
Un
Martirologio (o libro que narra historias de mártires) redactado en el siglo
quinto, dice que el emperador descubrió dónde estaba escondido Marcelo e hizo
trasladar allá sus mulas y caballos y lo obligó a dedicarse a asear esa enorme
pesebrera, y que agotado de tan duros trabajos falleció el Pontífice en el año
209.
La
casa de Lucina fue convertida después en "Templo de San Marcelo" y es
uno de los templos de Roma que tiene por titular a un Cardenal.
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