17 DE ENERO – VIERNES –
1ª – SEMANA DEL T.O. – A –
SAN ANTONIO ABAD
Lectura
del primer libro de Samuel (8,4-7.10-22a):
En aquellos días, los ancianos de Israel se reunieron y
fueron a entrevistarse con Samuel en Ramá.
Le dijeron:
«Mira, tú eres ya viejo, y tus hijos no se comportan como tú. Nómbranos un
rey que nos gobierne, como se hace en todas las naciones.»
A Samuel le disgustó que le pidieran ser gobernados por un rey, y se puso a
orar al Señor.
El Señor le respondió:
«Haz caso al pueblo en todo lo que te pidan. No te rechazan a ti, sino a
mí; no me quieren por rey.»
Samuel comunicó la palabra del Señor a la gente que le pedía un rey:
«Éstos son los derechos del rey que os regirá: a vuestros hijos los llevará
para enrolarlos en sus destacamentos de carros y caballería, y para que vayan
delante de su carroza; los empleará como jefes y oficiales en su ejército, como
aradores de sus campos y segadores de su cosecha, como fabricantes de armamento
y de pertrechos para sus carros. A vuestras hijas se las llevará como
perfumistas, cocineras y reposteras.
Vuestros campos, viñas y los mejores olivares os los quitará para dárselos
a sus ministros. De vuestro grano y vuestras viñas os exigirá diezmos, para
dárselos a sus funcionarios y ministros. A vuestros criados y criadas, vuestros
mejores burros y bueyes, se los llevará para usarlos en su hacienda. De
vuestros rebaños os exigirá diezmos. Y vosotros mismos seréis sus esclavos.
Entonces gritaréis contra el rey que os elegisteis, pero Dios no os
responderá.»
El pueblo no quiso hacer caso a Samuel, e insistió:
«No importa. ¡Queremos un rey! Así seremos nosotros como los demás pueblos.
Que nuestro rey nos gobierne y salga al frente de nosotros a luchar en la
guerra.»
Samuel oyó lo que pedía el pueblo y se lo comunicó al Señor.
El Señor le respondió:
«Hazles caso y nómbrales un rey.»
Palabra de Dios
Salmo:
88,16-17.18-19
R/.
Cantaré eternamente tus misericordias, Señor
Dichoso el pueblo que sabe aclamarte:
caminará, oh Señor, a la luz de tu
rostro;
tu nombre es su gozo cada día,
tu justicia es su orgullo. R/.
Porque tú eres su honor y su fuerza,
y con tu favor realzas nuestro poder.
Porque el Señor es nuestro escudo
y el Santo de Israel nuestro rey. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Marcos (2,1-12):
Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se
supo que estaba en casa. Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta.
Él les proponía la palabra. Llegaron cuatro llevando un paralítico y, como no
podían meterlo por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba
Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico.
Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico:
«Hijo, tus pecados quedan perdonados.»
Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros:
«Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, fuera de
Dios?»
Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo:
«¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico "tus
pecados quedan perdonados" o decirle "levántate, coge la camilla y
echa a andar"?
Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra
para perdonar pecados...»
Entonces le dijo al paralítico:
«Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa.»
Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos.
Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo:
«Nunca hemos visto una cosa igual.»
Palabra del Señor
1.
Se sabe con seguridad que, desde tiempos muy remotos, los seres humanos
establecieron extrañas relaciones entre las desgracias y los pecados.
Es decir, se establecieron relaciones
misteriosas entre el sufrimiento y la conducta humana. De forma que se llegó a la conclusión de que
el mal físico es consecuencia del mal ético. Relacionando el mal ético, no con
la conducta humana, sino más bien con los rituales de la religión. Ya Tito
Livio lo recuerda: "El desastre hizo recordar la religión": adversae
res admonuerunt religionum (5, 51, 8).
Así, la "simbólica del mal"
(Paul Ricoeur) se relacionó con la "culpa", la "mancha" o
la "ofensa". Todo ello vinculado, no tanto a conductas
"humanas", sino "rituales". Así, el "pecado" y el
"miedo" al castigo divino estaba asegurado (Jean Delumeau).
2.
En el fondo, la causa de estas extrañas relaciones tiene mucho que ver
con el poder religioso de los dirigentes religiosos. Así, ellos mantienen su
control
y la fuerza para perpetuar la "mentalidad
sumisa", que se traduce en obediencia, alimentada por el miedo al castigo
de los dioses. Sin saberlo, los letrados mal pensantes, ante la bondad de Jesús
con el paralítico, eran portadores de estas ideas míticas y de tiempos
desconocidos, mediante las que tales letrados mantenían su poder sobre las
conciencias de la pobre gente, que, además de sufrir enfermedades, carencias y
desgracias, tenía que someterse a los "hombres de lo sagrado".
3.
El relato de este evangelio es la indicación más clara de que Jesús
quiso acabar con estas complicaciones para la conciencia de la gente. Para lo
que era necesario dejar patente que, por supuesto, Dios es quien perdona los
pecados. Pero el medio para conseguir ese perdón no está en el sometimiento a
los "hombres de lo sagrado".
El perdón de los pecados se explica y
se demuestra por la fuerza de la bondad con el que sufre, la misericordia con
el que se ve incapacitado. Y la lucha contra todo lo que es desgracia y causa
de dolor en los seres humanos.
A Jesús le llevaron un hombre
destrozado. Por su parálisis total. Y por su mala conciencia. Jesús lo sanó por
completo. Por tanto, en la medida en que vamos por la vida dando felicidad, paz
y esperanza, en esa misma medida queda perdonado todo posible pecado.
251
- 356
Este
ilustre padre del monaquismo nació en Egipto hacia el año 250. Al morir sus
padres, obediente a la palabra de Cristo «si quieres llegar hasta el final,
vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y luego vente conmigo»,
distribuyó sus bienes entre los pobres y se retiró al desierto, donde comenzó a
llevar una vida de penitencia. Tuvo muchos discípulos y se convirtió en abad de
una comunidad; trabajó en favor de la Iglesia, confortando a los confesores de
la fe durante la persecución de Diocleciano y apoyando a san Atanasio en sus
luchas contra los arrianos. Murió en el año 356.
San
Antón o San Antonio Abad (Heracleópolis Magna, Egipto, 251; – †Monte Colzim,
Egipto, 17 de enero del año 356), fue un monje cristiano fundador del
movimiento eremítico. El relato de su vida, transmitido principalmente por la
obra de San Atanasio, presenta la figura de un hombre que crece en santidad y
lo convierte en modelo de cristianos. Tiene elementos históricos y otros de
carácter legendario; se sabe que abandonó sus bienes para llevar una existencia
de ermitaño y que atendía varias comunidades monacales en Egipto, permaneciendo
eremita. Se dice que alcanzó los 105 años.
El
nombre de Antonio puede significar: "Fluoresciente" (de
"Antos", flor) o "Invencible" (de "Anteos", el
que se enfrenta victorioso a los enemigos). La vida de este santo la escribió
San Atanasio, su gran amigo. Se le llama "Abad" que significaba
"padre", porque él fue el padre o fundador de los monasterios de
monjes.
De
pequeño no le enseñaron a leer ni escribir, pero sí lo supieron educar
cristianamente. A los veinte años quedó huérfano de padre y madre, y al entrar
a una iglesia oyó leer aquellas palabras de Jesús: "Si quieres ser
perfecto, vende lo que tienes, y dalo a los pobres". Se fue entonces y vendió
las 300 fanegas de buenas tierras que sus padres le habían dejado en herencia,
y repartió el dinero a los necesitados. Lo mismo hizo con sus casas y
mobiliario. Sólo dejó una pequeña cantidad para vivir él y su hermana.
Pero
luego oyó leer en un templo aquella frase de Cristo: "No os preocupéis por
el día de mañana", y vendió el resto de los bienes que le quedaban, y
asegurando en un convento de monjas la educación y el futuro de su hermana,
repartió todo lo demás entre la gente más pobre, y él se quedó en absoluta
pobreza, confiado sólo en Dios. Se retiró a las afueras de la ciudad a vivir en
soledad y oración. Vivía cerca de algunos monjes que habitaban por allí, y de
ellos fue aprendiendo a orar y a meditar. Le enseñaron a leer y su memoria era
tal que lo que leía lo aprendía de memoria. Esto le va a servir mucho para el
futuro, cuando no tendrá libros para leer, pero sí recordará maravillosamente
lo leído anteriormente.
Recordando
la frase de San Pablo: "El que no trabaja que no coma" aprendió a
tejer canastos, y con el trabajo de sus manos conseguía su sustento y aún le
quedaba para ayudar a los pobres.
Su
fervor era tan grande que de pronto oía hablar de algún monje o ermitaño muy
santo, y se iba hacia donde él a escuchar sus consejos y tratar de aprender
cómo se llega a la santidad. Y así pronto fue también él un ermitaño
admirablemente santo. Pero el demonio empezó a traerle temibles tentaciones. Le
presentaba en la mente todo el gran bien que él podría haber hecho si en vez de
repartir sus riquezas a los pobres las hubiera conservado para extender la
religión. Y le mostraba lo antipática y fea que sería su futura vida de monje
ermitaño. Trataba de que se sintiera descontento de la vocación a la cual Dios
lo había llamado. Como no lograba desanimarlo, entonces el demonio le trajo las
más desesperantes tentaciones contra la pureza. Le presentaba en la imaginación
toda clase de imágenes impuras. Pero él recordando aquella frase de Jesús:
"Vigilad y orad para no caer en la tentación", "Ciertos malos
espíritus no se alejan sino con ayuno y oración", se puso a vigilar sus
sentidos: ojos, oídos, etc., para que ninguna mala imagen o atracción lo
sedujeran. Y luego empezó a orar mucho y a ayunar fuertemente.
Pasaba
muchas horas del día y de la noche orando. No comía ni bebía nada jamás antes
de que se ocultara el sol. Y su alimento era un poco de pan o de dátiles, un
poco de sal, y agua de una cisterna.
Un día
el demonio enfurecido porque no lograba vencerlo le dio un golpe tan violento
que el santo quedó como muerto. Vino un amigo y creyéndolo ya cadáver se lo
llevó a enterrar, pero cuando ya estaban disponiendo los funerales, él recobró
el sentido y se volvió a su choza a orar y meditar. Allí le dijo a Nuestro
Señor: ¿Adónde te habías ido mi buen Dios cuando el enemigo me atacaba tan
duramente? Y una voz del cielo le respondió: "Yo estaba presenciando tus
combates y concediéndote fuerzas para resistir. Yo te protegeré siempre y en
todas partes".
Se
cuenta también que en una ocasión se le acercó una jabalina con sus jabatos
(que estaban ciegos), en actitud de súplica. Antonio curó la ceguera de los
animales y desde entonces la madre no se separó de él y le defendió de
cualquier alimaña que se acercara. Pero con el tiempo y por la idea de que el
cerdo era un animal impuro se hizo costumbre de representarlo dominando la
impureza y por esto le colocaban un cerdo domado a los pies, porque era
vencedor de la impureza. Además, en la Edad Media para mantener los hospitales
soltaban los animales y para que la gente no se los apropiara los pusieron bajo
el patrocinio del famoso San Antonio, por lo que corría su fama. En la teología
el colocar los animales junto a la figura de un cristiano era decir que esa
persona había entrado en la vida bienaventurada, esto es, en el cielo, puesto
que dominaba la creación.
A los
35 años siente una voz interior que lo invita a dedicarse a la soledad
absoluta. Hasta entonces había vivido en una celda, no muy lejos de la ciudad y
cerca de otros ascetas. La palabra "asceta" significa "el que
lucha por dominarse a sí mismo". La gente llamaba ascetas a los cristianos
fervorosos que se dedicaban con la oración, el sacrificio y la meditación a
conseguir la santidad. Cerca de un grupo de ellos había vivido ya varios años
Antonio y había aprendido cuanto ellos podían enseñarle para ser santo. Ahora
se sentía capaz de alejarse a tratar de entenderse a solas con Dios.
Se fue
lejos al otro lado del río Nilo. Encontró un cementerio abandonado y allí se
quedó a vivir. Las gentes antiguas creían que las almas en penas venían a
espantar en los cementerios. Para convencerse de que tal creencia era cuento y
mentiras, se quedó a vivir en aquel cementerio y ningún alma de difunto vino a
espantarlo. Aquel terreno estaba infectado de serpientes venenosas. Les dio una
bendición y ellas se alejaron. Solamente un amigo suyo venía muy de vez en
cuando a traerle un poco de pan. Levantó un muro para hacer el sacrificio de no
ver a nadie, y hasta el que le traía el pan tenía que lanzárselo por encima del
muro. Muchas gentes venían a consultarlo y les hablaba a través del muro.
Pero
la fama de que sus consejos hacían mucho bien se extendió tanto que al fin los
peregrinos no pudieron contenerse y derribaron aquella pared. Allí estaba
Antonio que desde hacía 20 años no veía rostro humano alguno, y no comía carne,
y sólo se alimentaba de un poco de pan y un poco de agua cada día. Pero en su
rostro no se notaba ningún mal efecto de estos sacrificios, sino que aparecía
amable y lleno de alegría.
A los
55 años, para satisfacer la petición de muchos hombres que le pedían les
ayudara a vivir vida de ermitaños como él, organizó una serie de chozas
individuales, donde se practicaba una pobreza heroica. En cada una de estas
chozas vivía un ermitaño dedicado a orar, a trabajar y a hacer sacrificios.
Constantemente se oían cantar por allí las alabanzas de Dios.
Antonio
los fue formando en la santidad con sus sabios consejos. San Atanasio narra que
les aconsejaba lo siguiente: "No vivir tan preocupados por el cuerpo sino
por la salvación del alma. Cada mañana pensad que éste puede ser el último día
de nuestra vida, y vivid tan santamente como si en verdad lo fuera. Ejecutad
cada acción como si fuera la última de la vida. Recordad que los enemigos del
alma son vencidos con la oración, la mortificación, la humildad y las buenas
obras y se alejan cuando hacemos bien la señal de la cruz.” Les contaba que
muchas veces había hecho salir huyendo al demonio con sólo pronunciar con toda
fe el santo nombre de Jesús. Les decía que para combatir la impureza hay que
pensar frecuentemente en lo que nos espera al final de la vida: Muerte, Juicio,
Infierno o Gloria. Les insistía que se esforzaran por llegar a ser mansos y
amables; que no buscaran ser alabados o muy estimados; que lo que obtuvieran
con el trabajo de sus manos (se dedicaban a tejer esteras y canastos) lo
dedicaran a los pobres y que su preocupación fuera siempre ir apreciando y
amando cada día más a Jesucristo. Así con San Antonio nació en la Iglesia la
primera comunidad de religiosos.
Cuando
estalló la persecución contra los cristianos, el santo se fue con algunos de
sus monjes a la ciudad de Alejandría a animar a los cristianos para que
prefirieran perder todos sus bienes y hasta la misma vida con tal de no renegar
de Cristo y de su santa religión. Los paganos no se atrevieron a hacerle daño
porque la gente lo veneraba como un hombre de Dios. "Ahí va el
santo", exclamaban hasta los paganos al verlo pasar.
Luego
se fue a vivir más lejos todavía y estuvo 18 años sin ver a nadie, sólo
meditando, haciendo penitencias y hablando con Dios. En los terribilísimos
calores del desierto (44 grados) hizo el sacrificio de no bañarse ni una vez,
ni cambiarse de ropa. Era un sacrificio tremendo para esos calores sofocantes.
No bebía ni una gota de agua antes de que se ocultara el sol.
Pero
apareció luego una terrible herejía que decía que Cristo no era Dios. La
propagaba un tal Arrio. San Antonio contempló en una visión que el mundo se
llenaba de serpientes venenosas, y oyó una voz que decía: "Son los que
niegan que Jesucristo es Dios". Inmediatamente hizo expulsar de sus
monasterios a todos los arrianos que negaban la Divinidad de Jesucristo y se
fue otra vez a Alejandría a apoyar a San Atanasio que era el gran orador que
atacaba a los arrianos. Allá San Antonio hizo milagros portentosos para probar
que Cristo sí es Dios. Al famoso sabio Dídimo el ciego le dijo que no
entristeciera por ser ciego, sino que se alegrara porque con la fe podía ver a
Dios en su alma.
En los
últimos años de su vida era muy visitado por peregrinos que iban a pedirle
consejos. El hacía que sus monjes más santos y más sabios los aconsejaran y
luego reuniendo al atardecer a todos los peregrinos les hacía algún pequeño
sermón. Murió con más de cien años, pero conservaba buena la vista y el
cerebro. Y aparecía siempre tan alegre y amable, que cuando llegaba un
peregrino y preguntaba por él, le decían: "Busque entre los monjes, y el
más alegre de todos, ese es Antonio". Y aunque el peregrino jamás lo había
visto antes en su vida, pasaba por entre los monjes y al ver a uno más amable y
risueño y alegre que los demás, preguntaba: ¿Es este Antonio? Y le respondían
que si era él.
Antes
de morir hizo jurar a sus discípulos que no contarían dónde estaba enterrado,
para que las gentes no tuvieran el peligro de dedicarse a rendirle cultos
desproporcionados. Sin embargo, alrededor de 561 sus reliquias fueron llevadas
a Alejandría, donde fueron veneradas hasta alrededor del siglo XII, cuando
fueron trasladadas a Constantinopla. La Orden de los Caballeros del Hospital de
San Antonio, conocidos como Hospitalarios, fundada por esas fechas, se puso
bajo su advocación. La iconografía lo refleja, representando con frecuencia a
Antonio con el hábito negro de los Hospitalarios y la tau o la cruz egipcia que
vino a ser el emblema como era conocido.
Tras
la caída de Constantinopla, las reliquias de Antonio fueron llevadas a la
provincia francesa del Delfinado, a una abadía que años después se hizo célebre
bajo el nombre de Saint Antoine en Viennois. La devoción por este santo llegó
también a tierras valencianas, difundida por el obispo de Tortosa a principios
del siglo XIV.
Los
antiguos le tenían mucha fe para que alejara de sus campos las pestes que
atacan a los animales. Por ese lo pintan con un cerdo, un perro y un gallo.
Había también la costumbre de que varios campesinos engordaban entre todos cada
año un cerdo y el día de San Antonio, el 17 de enero, lo mataban y lo repartían
entre los pobres.
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