24 DE ENERO – VIERNES –
2ª – SEMANA DEL T. O. – A –
Lectura
del primer libro de Samuel (24,3-21):
En aquellos días, Saúl, con tres mil soldados de todo Israel,
marchó en busca de David y su gente hacia las Peñas de los Rebecos; llegó a
unos apriscos de ovejas junto al camino, donde había una cueva, y entró a hacer
sus necesidades.
David
y los suyos estaban en lo más hondo de la cueva, y le dijeron a David sus
hombres:
«Este
es el día del que te dijo el Señor: "Yo te entrego tu enemigo." Haz
con él lo que quieras.»
Pero
él les respondió:
«¡Dios
me libre de hacer eso a mi Señor, el ungido del Señor, extender la mano contra
él!»
Y
les prohibió enérgicamente echarse contra Saúl, pero él se levantó sin meter
ruido y le cortó a Saúl el borde del manto, aunque más tarde le remordió la
conciencia por haberle cortado a Saúl el borde del manto.
Cuando
Saúl salió de la cueva y siguió su camino, David se levantó, salió de la cueva
detrás de Saúl y le gritó:
«¡Majestad!»
Saúl
se volvió a ver, y David se postró rostro en tierra rindiéndole vasallaje.
Le
dijo:
«¿Por
qué haces caso a lo que dice la gente, que David anda buscando tu ruina?
Mira,
lo estás viendo hoy con tus propios ojos: el Señor te había puesto en mi poder
dentro de la cueva; me dijeron que te matara, pero te respeté y dije que no
extendería la mano contra mi señor, porque eres el Ungido del Señor.
Padre
mío, mira en mi mano el borde de tu manto; si te corté el borde del manto y no
te maté, ya ves que mis manos no están manchadas de maldad, ni de traición, ni
de ofensa contra ti, mientras que tú me acechas para matarme.
Que
el Señor sea nuestro juez. Y que él me vengue de ti; que mi mano no se alzará
contra ti.
Como
dice el viejo refrán:
"La
maldad sale de los malos...", mi mano no se alzará contra ti.
¿Tras
de quién ha salido el rey de Israel?
¿A
quién vas persiguiendo?
¡A
un perro muerto, a una pulga!
El
Señor sea juez y sentencie nuestro pleito, vea y defienda mi causa, librándome
de tu mano.»
Cuando
David terminó de decir esto a Saúl, Saúl exclamó:
«Pero,
¿es ésta tu voz, David, hijo mío?»
Luego
levantó la voz, llorando, mientras decía a David:
«¡Tú
eres inocente, y no yo! Porque tú me has pagado con bienes, y yo te he pagado
con males; y hoy me has hecho el favor más grande, pues el Señor me entregó a
ti y tú no me mataste.
Porque
si uno encuentra a su enemigo, ¿lo deja marchar por las buenas? ¡El Señor te
pague lo que hoy has hecho conmigo!
Ahora,
mira, sé que tú serás rey y que el reino de Israel se consolidará en tu mano.»
Palabra
de Dios
Salmo:
56,2.3-4.6.11
R/.
Misericordia, Dios mío, misericordia
Misericordia, Dios mío, misericordia,
que mi alma se refugia
en ti;
me refugio a la sombra
de tus alas,
mientras pasa la
calamidad. R/.
Invoco al Dios altísimo,
al Dios que hace tanto
por mí.
Desde el cielo me
enviará la salvación,
confundirá a los que
ansían matarme,
enviará su gracia y su
lealtad. R/.
Elévate sobre el cielo, Dios mío,
y llene la tierra tu
gloria.
Por tu bondad que es más
grande que los cielos,
por tu fidelidad que
alcanza las nubes. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Marcos (3,13-19):
En aquel tiempo, Jesús, mientras subía a la montaña, fue llamando
a los que él quiso, y se fueron con él. A doce los hizo sus compañeros, para
enviarlos a predicar, con poder para expulsar demonios.
Así
constituyó el grupo de los Doce: Simón, a quien dio el sobrenombre de Pedro,
Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, a quienes dio el sobrenombre de
Boanerges –Los Truenos–, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el
de Alfeo, Tadeo, Simón el Celotes y Judas Iscariote, que lo entregó.
Palabra
del Señor
1.
La teología cristiana ha enseñado, desde el s. III, que los doce
apóstoles tuvieron como misión y tarea en la Iglesia ser testigos oficiales de
la Resurrección de Cristo. Ya lo dijo el apóstol Pablo (1 Cor 15, 5). Pero es
una cuestión capital, para la teología cristiana y para la Iglesia entera,
comprender que la misión de los apóstoles no se podía reducir y limitar a ser
testigos de la Resurrección. Eso, por supuesto, es decisivo. Pero no es lo
único. Ni es lo más importante.
Lo que a todos más nos interesa es la
Cristología en su totalidad. Es decir, lo más importante es conocer a Jesús. Y
también conocer el mensaje de Jesús. Es decir, conocer lo que Jesús nos dejó
como "proyecto de vida".
Los cristianos podemos ser
verdaderamente cristianos cuando conocemos el proyecto de vida de Jesús y nos
ponemos a vivirlo. Después de esto, vendrá la Resurrección. Esto es la
"Cristología total", que responde a estas preguntas:
-
¿Qué Dios se nos reveló en Jesús?
-
¿Qué nos dijo Jesús sobre Dios?
-
¿Qué nos enseñó sobre el hecho religioso y su
forma de vivirlo?
-
¿Jesús quiso una Iglesia?
Y si la quiso, ¿qué Iglesia quiso?
2.
La finalidad de este grupo fue doble: Durante la vida terrena de Jesús:
fueron designados, como dice Marcos, "para estar con Jesús" y "para enviarlos a predicar" (Mc
3, 13).
Es decir, su primera razón de ser
consistía en "estar con" Jesús; y en "anunciar" a Jesús.
Lo que importa es comprender que las
preguntas planteadas son nuestras preguntas de ahora. Lo que los apóstoles nos
transmitieron fue una Cristología que aquellos hombres aprendieron no porque la
estudiaron en libros, lecciones...), sino porque la vivieron.
¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Dónde?
Estando con Jesús, viviendo con Jesús,
viviendo como vivió Jesús. En este
sentido, se puede y se debe decir que el "seguimiento" de Jesús es
constitutivo de la Cristología.
O sea: a Jesús solamente se le puede
conocer viviendo con él y como él. Esto es esencial para la Cristología (J. B.
Metz, D. Bonhoeffer).
3.
La Iglesia primitiva no tuvo idea de perpetuar este grupo para siempre.
Cuando se suicidó Judas, se reunieron para completar el número de
"doce" (Hech 1, 15-26). Pero después, cuando fueron muriendo los
demás, a nadie se le ocurrió designar o elegir el suplente. La idea de la "sucesión
apostólica" y del episcopado surgió mucho más tarde, a finales del s. II y
cuajó en el s. III (J. A. Estrada).
Menos aún se puede afirmar que Jesús
"ordenó" como sacerdotes a estos doce. Las ideas de
"orden", "ordenación" y "ordenados", provienen de
la cultura romana y se introdujeron en la Iglesia a partir del s. III. Por eso
no tiene sentido decir que Jesús no escogió mujeres para el sacerdocio o cosas
parecidas. Lo importante que nos dejaron los apóstoles fue su experiencia tal
como nos la dejaron descrita en los relatos de los evangelios. Para que los
vivamos en nuestro proyecto de vida.
San francisco de sales, obispo y doctor
San Francisco nació en el castillo de Sales,
en Saboya, el 21 de agosto de 1567. Fue bautizado al día siguiente en la
Iglesia parroquial de Thorens, con el nombre de Francisco Buenaventura. Durante
toda su vida sería su patrono San Francisco de Asís. El cuarto donde él nació
se llamaba "el cuarto de San Francisco", porque había en él una
imagen del "Poverello" predicando a los pájaros y a los peces.
De niño Francisco fue muy delicado de salud
ya que nació prematuro; pero gracias al cuidado que recibió, se pudo recuperar
y fortalecerse con los años. Si bien no era robusto, su salud le permitió
desplegar una enérgica actividad durante su vida.
La Madre de
Francisco:
La Señora Francisca de Boisy era una mujer sumamente amable y
trabajadora y profundamente piadosa. Santa Juana de Chantal dice que la gente
la admiraba como a una de las damas más respetables de esa época.
Tenía que mandar y dirigirlo todo en un
amplísimo castillo donde laboran cuarenta trabajadores, sirvientas, mensajeros,
labradores, y encargados del ganado.
Es muy importante tener en cuenta las
cualidades de la mamá de Francisco, porque éste, por el valle nublado frío y
oscuro donde estaba su casa, podría haber sido un hombre retraído y más bien
inclinado a la tristeza y el pesimismo. Y en cambio, por la maravillosa
formación que Doña Francisca le va proporcionando y por la educación que le
hace dar su padre, obtiene las bases para llegar a ser más tarde con la gracia
de Dios y por sus grandes esfuerzos, un portento de amabilidad y del más
exquisito trato social.
Infancia:
Era un niño lindo, rubio, rosado que se
divertía jugando en el Castillo. Le gustaba ir al Templo y rezar mirando hacia
el altar y también era muy dado a ayudar a los pobres. Sin duda había recibido
del Espíritu Santo el don de la Magnificencia, que consiste en un gusto
especial por dar, y dar con gran generosidad. Como niño vivo e inquieto, que le
gustaba curiosear por aquel inmenso Castillo donde vivía; parecía que tenía
cien pulgas debajo de la ropa que no le dejaban estar quieto, por lo que su
madre y la nodriza tenían que estar constantemente viendo que estaba haciendo.
Su madre le enseñaba el catecismo y le
narraba bellos ejemplos religiosos. Y cuando el pequeño Francisco se encontraba
con otros niños por el camino o en el prado, les repetía las enseñanzas y
narraciones que había escuchado de labios de su mamá. Se estaba entrenando para
lo que sería su más preciado trabajo: enseñar catecismo, pero enseñarlo
bellamente a base de amenos ejemplos.
Su padre, Don Francisco, tenía temor de que
su hijo fuera a crecer flojo de voluntad porque la mamá lo quería muchísimo y
podía hacerlo crecer algo consentido y mimado. Entonces le consiguió de
profesor a un sacerdote muy rígido y muy exigente, el Padre Deage. Este será su
preceptor durante toda su vida de estudiante. Era un hombre super exacto en
todo, pero muy frecuentemente demasiado perfeccionista en sus exigencias. Este
preceptor lo ayudará mucho en su formación pero le hará pasar muchos ratos
amargos, por exigirle demasiado. Francisco no protestará nunca y en cambio le
sabrá agradecer siempre, pero para su comportamiento futuro tomará la
resolución de exigir menos detalles importunos y hacer más amables a quienes él
tenga que dirigir.
A los 8 años entró en el Colegio de
Annecy, y a los 10 años hizo su Primera Comunión junto con la Confirmación.
Desde ese día se propuso no dejar pasar un día sin visitar a Jesús Sacramentado
en el Templo o en la Capilla del colegio. El que más tarde será el gran
promotor del culto solemne a la Eucaristía, fue preparado muy cuidadosamente
por la madre y por su Sacerdote preceptor para recibir por primera vez a Jesús
Sacramentado. Guiado por su madre se trazó unos buenos propósitos como recuerdo
de su Primera Comunión:
1) Cada mañana y cada noche rezaré algunas
oraciones.
2) Cuando pase por frente de una Iglesia
entraré a visitar a Jesús Sacramentado, si no hay una razón grave que me lo
impida.
3) Siempre y en toda ocasión que me sea
posible ayudaré a las gentes más pobres y necesitadas.
4) Leeré libros buenos, especialmente Vidas
de Santos.
Durante toda su vida procuró ser enteramente
fiel a estos propósitos.
Un año más tarde en la misma Iglesia de
Santo Domingo (actualmente San Mauricio), recibió la tonsura.
Francisco,
estudiante:
Un gran deseo de consagrarse a Dios consumía
al joven, que había cifrado en ello la realización de su ideal; pero su padre
(que al casarse había tomado el nombre de Boisy) tenía destinado a su
primogénito a una carrera secular, sin preocuparse de sus inclinaciones. A los
14 años, Francisco fue a estudiar a la Universidad de París que, con sus 54
colegios, era uno de los más grandes centros de enseñanza de la época.
Su padre le había enviado al colegio de
Navarra, a donde iban los hijos de las familias de Saboya; pero Francisco, que
temía por su vocación, consiguió que consintiera en dejarle ir al Colegio de
Clermont, dirigido por los jesuitas y conocido por la piedad y el amor a la
ciencia que reinaban en él. Acompañado por el Padre Déage, Francisco se instaló
en el hotel de la Rosa Blanca de la calle St. Jacques, a unos pasos del Colegio
de Clermont. Francisco se propuso un Plan de Vida durante su estadía en el
colegio. Se propuso dedicarse a hacer lo que tenía que hacer: prepararse bien
para el futuro.
Desde el principio, guiado, por su director,
el Padre Déage, se trazó un programa de acción: Cada semana confesarse y
comulgar. Cada día atender muy bien a las clases y preparar las tareas y
lecciones para el día siguiente. Dos horas diarias de ejercicios de equitación,
de esgrima, de baile .
La debida mezcla entre los ejercicios de
piedad y las artes gimnásticas le fueron consiguiendo un aire de elegancia y
respetabilidad. Era alto, gallardo y bien presentado. Enemigo de los lujos,
pero siempre decorosamente presentado. En las reuniones de gente de refinada
elegancia era el invitado preferido, porque a la vez de ser muy sencillo y sin
rebuscamientos inútiles, era "la cultura personificada".
Más tarde, cuando sea Obispo, la gente
exclamará: "en las reuniones sociales se porta con la santidad de un digno
ministro de Dios, y en las ceremonias religiosas se porta con la elegancia del
más exquisito de los caballeros". Y al preguntarle alguien el por que,
respondió: "Cuando estoy en la alegría de una fiesta social me imagino
estar revestido de ornamentos de Obispo, y me comporto con la dignidad que esto
exige. Y cuando estoy celebrando una ceremonia religiosa me imagino estar en la
más exquisita y refinada reunión, y trato de comportarme con la educación y
urbanidad que en estos casos se exige".
Pronto se distinguió en retórica y en filosofía; después se
entregó apasionadamente al estudio de la teología. Cada día estaba más decidido
a consagrarse a Dios y acabó por hacer voto de castidad perpetua, poniéndose
bajo la protección de la Santísima Virgen. Pero no por ello faltaron las
pruebas.
La más terrible
tentación de su juventud:
Vivir en gracia de Dios en aquellos ambientes no era nada
fácil. Sin embargo, Francisco supo alejarse de toda ocasión peligrosa y de toda
amistad que pudiera llevarle a ofender a Dios y logró conservar así el alma
incontaminada y admirablemente pura. Francisco tenía 18 años.
Su carácter era muy inclinado a la ira, y muchas veces la
sangre se le subía a la cara ante ciertas burlas y humillaciones, pero lograba
contenerse de tal manera que muchos llegaban hasta imaginarse que a Francisco
nunca le daba mal genio por nada. Pero entonces el enemigo del alma, al ver que
con las pasiones más comunes no lograba derrotarlo, dispuso atacarlo por un
nuevo medio más peligroso y desconocido.
Empezó a sentir en su cerebro el pensamiento constante y
fastidioso de que se iba a condenar, que se tenía que ir al infierno para
siempre. La herejía de la Predestinación, que predicaba Calvino y que él había
leído, se le clavaba cada vez más en su mente y no lograba apartarla de allí.
Perdió el apetito y ya no dormía. Estaba tan impresionantemente flaco y temía
hasta enloquecer. Lo que más le atemorizaba no eran los demás sufrimientos del
infierno, sino que allá no podría amar a Dios.
El Señor permitiéndole la tentación le da la
salida. El primer remedio que encontró fue decirle al Señor: "Oh mi Dios,
por tu infinita Justicia tengo que irme al infierno para siempre, concédeme que
allá yo pueda seguirte amando. No me interesa que me mandes todos los suplicios
que quieras, con tal de que me permitas seguirte amando siempre"; esta
oración le devolvió gran parte de paz a su alma.
Pero el remedio definitivo, que le consiguió que esta
tentación jamás volviese a molestarle fue al entrar a la Iglesia de San Esteban
en París, y arrodillarse ante una imagen de la Santísima Virgen y rezarle la
famosa oración de San Bernardo:
"Acuérdate Oh piadosísima Virgen María, que
jamás oyó decir que hayas abandonado a ninguno de cuantos han acudido a tu
amparo, implorando tu protección y reclamando tu auxilio. Animado con esta
confianza, también yo acudo a ti, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el
peso de mis pecados , me atrevo a comparecer ante tu soberana presencia. No
desprecies mis súplicas, Madre del Verbo Divino, antes bien, óyelas y acógelas
benignamente. Amén"
Al terminar de rezar esta oración, se le fueron como por
milagro todos sus pensamientos de tristeza y de desesperación y en vez de los
amargos convencimientos de que se iba a condenar, le vino la seguridad de que
"Dios envió al mundo a su Hijo no para condenarlo, sino para que los
pecadores se salven por medio de Él. Y el que cree no será condenado"
(Juan 3:17).
Esta prueba le sirvió mucho para curarse de su orgullo y
también para saber comprender a las personas en crisis y tratarlas con bondad.
Estudiante de
universidad:
En el 1588, partió para la ciudad italiana de Padua; su padre
le había dado la orden de estudiar abogacía, doctorarse en derecho. Francisco
fue obedeciendo a su padre. Estudiaba derecho durante cuatro horas
diarias para poder llegar a ser abogado. Otras cuatro horas estudiaba Teología,
la ciencia de Dios, porque tenía un gran deseo: llegar a ser sacerdote.
Durante su estadía en Padua, dice el mismo Francisco, que lo
que más le ayudó fue la amistad y dirección espiritual de ciertos sacerdotes
jesuitas muy sabios y muy santos. Le ayudó mucho la lectura de un libro,
que le acompañará durante su vida por 17 años, escrito por el Padre Scupoli
llamado: "El Combate Espiritual". Lo leía todos los días y sacaba
gran provecho de su lectura.
San Francisco hizo un detallado plan de vida para preservarse
durante su estadía en Padua, y se propuso hacer lo siguiente:
1) Cada mañana hacer el Examen de previsión
: que consistía en ver que trabajos, que personas o actividades iba a realizar
en ese día, y planear como iba a comportarse ante ellos.
2) A mediodía visitar el Santísimo
Sacramento y hacer el Examen Particular: examinando su defecto dominante y
viendo si había actuado con la virtud contraria a él, (durante 19 años su
examen particular será acerca del mal genio, de aquel defecto tan fuerte que
era su inclinación a encolerizarse).
3) Ningún día sin Meditación: Aunque fuese
por media hora, dedicarse a pensar en los favores recibidos por el Señor, en
las grandezas de Dios , en las verdades de la Biblia o en los ejemplos de los
santos.
4) Cada día rezar el Santo Rosario: no
dejarlo de rezar ningún día de su vida, promesa que siempre cumplió.
5) En su trato con los demás ser amable pero
moderado.
6) Durante el día pensar en la Presencia de
Dios.
7) Cada noche antes de acostarse hacer el
Examen del día: decía, "recordaré si empecé mi jornada encomendándome a
Dios. Si durante mis ocupaciones me acordé muchas veces de Dios para ofrecerle
mis acciones, pensamientos, palabras y sufrimientos. Si todo lo que hoy hice
fue por amor al buen Dios. Si traté bien a las personas. Si no busqué en mis
labores y palabras darle gusto a mi amor propio y a mi orgullo, sino agradar a
Dios y hacer bien a mi prójimo. ¿Si supe hacer algún pequeño sacrificio?, ¿Si
me esforcé por estar fervoroso en la oración? y pediré perdón al Señor por las
ofensas de este día, haré propósito de portarme mejor en adelante; y suplicaré
al cielo que me conceda fortaleza para ser siempre fiel a Dios; y rezando mis
tres Avemarías me entregaré pacíficamente al sueño. Firmado: Francisco de
Sales, Padua 1589.
Así Francisco, mantuvo protegido su corazón todo el tiempo en
el que estuvo estudiando en Padua y a los 24 años obtuvo el doctorado en leyes,
y fue a reunirse con su familia en el castillo de Thuille, a orillas del lago
de Annecy. Ahí llevó durante 18 meses, por lo menos en apariencia, la vida
ordinaria de un joven de la nobleza. El padre de Francisco tenía gran deseo de
que su hijo se casara cuanto antes y había escogido para él a una encantadora
muchacha, heredera de una de las familias del lugar. Sin embargo, el trato
cortés, pero distante, de Francisco hicieron pronto comprender a la joven que
este no estaba dispuesto a secundar los deseos de su padre.
El santo declinó, por la misma razón, la dignidad de miembro
del senado que le había sido propuesta, a pesar de su juventud.
Hasta entonces Francisco sólo había confiado a su madre y a su primo
Luis de Sales y a algunos amigos íntimos, su deseo de consagrarse al servicio
de Dios. Pero había llegado el momento de hablar de ello con su padre. El Señor
de Boisy lamentaba que su hijo se negara a aceptar el puesto en el senado y que
no hubiese querido casarse, pero ello no le había hecho sospechar, ni por un
momento, que Francisco pensara en hacerse sacerdote.
La muerte del deán del capítulo de Ginebra hizo pensar al
canónigo Luis de Sales en la posibilidad de nombrar a Francisco para
sustituirle, lo cual haría menos duro el golpe para el padre del santo. Con la
ayuda de Claudio de Granier, obispo de Ginebra, pero sin consultar a ningún
miembro de la familia, el canónigo explicó el asunto al Papa, quien debía hacer
el nombramiento y, a vuelta de correo, llegó la respuesta del Sumo Pontífice
que daba a Francisco el puesto. Este quedó muy sorprendido ante la dignidad con
que le distinguía el Papa, pero se resignó a aceptar ese honor que no había
buscado, con la esperanza de que su padre accedería así más fácilmente a su
ordenación.
Pero el Señor de Boisy era un hombre muy
decidido y pensaba que sus hijos le debían una obediencia absoluta. Francisco
tuvo que recurrir a toda su respetuosa paciencia y su poder de persuasión para
convencerle de que debía ceder.
Por fin vistió la sotana el día mismo en que obtuvo el
consentimiento de su padre, y fue ordenado sacerdote 6 meses después, el 18 de
diciembre de 1593. A partir de ese momento, se entregó al cumplimiento de sus
nuevos deberes con un celo que nunca decayó. Ejercitaba los ministerios
sacerdotales entre los pobres, con especial cariño; sus penitentes predilectos
eran los de cuna humilde.
Su predicación no se limitó a Annecy únicamente, sino a otras
muchas ciudades. Hablaba con palabras sencillas, que los oyentes le escuchaban
encantados, pues no había en sus sermones todo ese ornato de citas griegas y
latinas tan común en aquellos tiempos, a pesar de que Francisco era doctor.
Pero Dios tenía destinado al santo emprender, en breve, un trabajo mucho más
difícil.
A la
conquista de los Calvinistas; La Misión de Chablais.
Las condiciones religiosas de los habitantes del Chablais, en
la costa sur del lago de Ginebra, eran deplorables debido a los constantes
ataques de los ejércitos protestantes, y el duque de Saboya rogó al Obispo
Claudio de Granier que mandase algunos misioneros a evangelizar de nuevo la
región. El Obispo envió a un sacerdote de Thonon, capital del Chablais; pero
sus intentos fracasaron. El enviado tuvo que retirarse muy pronto. Entonces el
Obispo presentó el asunto a la consideración de su capítulo, sin ocultar sus
dificultades y peligros. De todos los presentes, Francisco fue quien mejor
comprendió la gravedad del problema, y se ofreció a desempeñar ese duro
trabajo, diciendo sencillamente: "Señor, si creéis que yo pueda ser útil
en esa misión, dadme la orden de ir, que yo estoy pronto a obedecer y me
consideraré dichoso de haber sido elegido para ella". El Obispo aceptó al
punto, con gran alegría para Francisco.
Pero el Señor de Boisy veía las cosas de distinta manera y se
dirigió a Annecy para impedir lo que él llamaba "una especie de
locura". Según él, la misión equivalía a enviar a su hijo a la muerte.
Arrodillándose, a los pies del Obispo le dijo: "Señor, yo permití que mi
primogénito, la esperanza de mi casa, de mi avanzada edad y de mi vida, se
consagrara al servicio de la Iglesia; pero yo quiero que sea un confesor y no
un mártir". Cuando el Obispo, impresionado por el dolor y las súplicas de
su amigo, se disponía a ceder, el mismo Francisco le rogó que se mantuviese
firme: "¿Vais a hacerme indigno del Reino de los Cielos? -preguntó- Yo he
puesto la mano en el arado, no me hagáis volver atrás".
El Obispo empleó todos los argumentos posibles para disuadir
al Sr. de Boisy, pero éste se despidió con las siguientes palabras: "No
quiero oponerme a la voluntad de Dios, pero tampoco quiero ser el asesino de mi
hijo permitiendo su participación en esta empresa descabellada. ...yo jamás
autorizaré esta misión".
Francisco tuvo que emprender el viaje, sin la
bendición de su padre, el 14 de Septiembre de 1594, día de La Santa Cruz.
Partió a pie, acompañado solamente por su primo, el canónigo Luis de Sales, a
la reconquista del Chablais.
El gobernador de la provincia se había hecho fuerte con un
piquete de soldados en el castillo de Allinges, donde los dos misioneros se las
ingeniaron para pasar las noches a fin de evitar sorpresas desagradables. En
Thonon quedaban apenas unos 20 católicos, a quienes el miedo impedía profesar
abiertamente sus creencias. Francisco entró en contacto con ellos y los exhortó
a perseverar valientemente. Los misioneros predicaban todos los días en Thonon,
y poco a poco, fueron extendiendo sus fuerzas a las regiones circundantes.
El camino al castillo de Allinges, que estaban obligados a
recorrer, ofrecía muchas dificultades y, particularmente en invierno, resultaba
peligroso. Una noche, Francisco fue atacado por los lobos y tuvo que trepar a
un árbol y permanecer ahí en vela para escapar con vida. A la mañana siguiente,
unos campesinos le encontraron en tan lastimoso estado que, de no haberle
transportado a su casa para darle de comer y hacerle entrar en calor, el santo
habría muerto seguramente. Los buenos campesinos eran calvinistas. Francisco
les dio las gracias en términos tan llenos de caridad, que se hizo amigo de
ellos y muy pronto los convirtió al catolicismo.
En el 1595, un grupo de asesinos se puso al asecho de
Francisco en dos ocasiones, pero el cielo preservó la vida del santo en forma
milagrosa.
El tiempo pasaba y el fruto del trabajo de los misioneros era
muy escaso. Por otra parte, el Sr. de Boisy enviaba constantemente cartas a su
hijo, rogándole y ordenándole que abandonase aquella misión desesperada.
Francisco respondía siempre que si su Obispo no le daba una orden formal de
volver, no abandonaría su puesto. El santo escribía a un amigo de Envían en
estos términos: "Estamos apenas en los comienzos. Estoy decidido a seguir
adelante con valor, y mi esperanza contra toda esperanza está puesta en Dios".
San Francisco hacía todos los intentos para tocar los
corazones y las mentes del pueblo. Con ese objeto, empezó a escribir una serie
de panfletos en los que exponía la doctrina de la Iglesia y refutaba la de los
calvinistas. Aquellos escritos, redactados en plena batalla, que el santo hacía
copiar a mano por los fieles, para distribuirlos, formarían más tarde el
volumen de las "controversias". Los originales se conservan todavía
en el convento de la Visitación de Annecy. Aquí empezó la carrera de escritor
de San Francisco de Sales, que a este trabajo añadía el cuidado espiritual de
los soldados de la guarnición del castillo de Allinges, que eran católicos de
nombre y formaban una tropa ignorante y disoluta.
En el verano de 1595, cuando San Francisco se dirigía al monte
Voiron a restaurar un oratorio a Nuestra Señora, destruido por los habitantes
de Berna, una multitud se echó sobre él, después de insultarle, y le maltrató.
Poco a poco el auditorio de sus sermones en Thonon fue más
numeroso, al tiempo que los panfletos hacían efecto en el pueblo. Por otra
parte, aquellas gentes sencillas admiraban la paciencia del santo en las
dificultades y persecuciones, y le otorgaban sus simpatías. El número de
conversiones empezó a aumentar y llegó a formarse una corriente continua de
apostatas que volvían a reconciliarse con la Iglesia.
Cuando el Obispo Granier fue a visitar la misión, 3 o 4 años
más tarde, los frutos de la abnegación y celo de San Francisco de Sales eran
visibles. Muchos católicos salieron a recibir al Obispo, quien pudo administrar
una buena cantidad de confirmaciones, y aún presidir la adoración de las 40
horas, lo que había sido inconcebible unos años antes, en Thonon. San Francisco
había restablecido la fe Católica en la provincia y merecía, en justicia, el
título de "Apóstol del Chablais".
Mario Besson, un posterior obispo de Ginebra ha resumido la
obra apostólica de su predecesor en una frase del mismo San Francisco de Sales
a Santa Juana de Chantal: "Yo he repetido con frecuencia que la mejor
manera de predicar contra los herejes es el amor, aun sin decir una sola
palabra de refutación contra sus doctrinas". El mismo Obispo Mons. Besson,
cita al Cardenal Du Perron: "Estoy convencido de que, con la ayuda divina,
la ciencia que Dios me ha dado es suficiente para demostrar que los herejes
están en el error; pero si lo que queréis es convertirles, llevadles al Obispo
de Ginebra, porque Dios le ha dado la gracia de convertir a cuantos se le
acercan".
San Francisco de Sales, Obispo:
Monseñor de Granier, quien siempre había visto en Francisco un
posible coadjutor y sucesor, pensó que había llegado el momento de poner en
obra sus proyectos. El santo se negó a aceptar, al principio, pero finalmente
se rindió a las súplicas de su Obispo, sometiéndose a lo que consideraba como
una manifestación de la voluntad de Dios. Al poco tiempo, le atacó una grave enfermedad
que lo puso entre la vida y la muerte. Al restablecerse fue a Roma, donde el
Papa Clemente VIII, que había oído muchas alabanzas sobre la virtud y las
cualidades del joven sacerdote decano, pidió que se sometiese a un examen en su
presencia. El día señalado se reunieron muchos teólogos y sabios.
El mismo Sumo Pontífice, así como Baronio, Bernardino, el
cardenal Federico Borromeo (primo del santo) y otros, interrogaron al santo
sobre 35 puntos difíciles de teología. San Francisco respondió con sencillez y
modestia, pero sin ocultar su ciencia. El Papa confirmó su nombramiento de
coadjutor de Ginebra, y Francisco volvió a su diócesis, a trabajar con mayor
ahínco y energía que nunca.
En 1602 fue a París donde le invitaron a predicar en la
capilla real, que pronto resultó pequeña para la tal multitud que acudía a oír
la palabra del santo, tan sencilla, tan conmovedora y tan valiente. Enrique IV
concibió una gran estima por el coadjutor de Ginebra y trató en vano de
retenerle en Francia.
Años más tarde, cuando San Francisco de Sales fue de nuevo a
París, el rey redobló sus instancias; pero el joven obispo se rehusó a cambiar
su diócesis de la montaña, su "pobre esposa", como él la llamaba, por
la importante diócesis -"la esposa rica"- que el rey le ofrecía.
Enrique IV exclamó: "El Obispo de Ginebra tiene todas las virtudes, sin un
solo defecto".
A la muerte de Claudio de Granier, acaecida en el otoño de
1602, Francisco le sucedió en el gobierno de la diócesis. Fijó su residencia en
Annecy, donde organizó su casa con la más estricta economía, y se consagró a
sus deberes pastorales con enorme generosidad y devoción. Además del trabajo
administrativo, que llevaba hasta en los menores detalles del gobierno de su
diócesis, el santo encontraba todavía tiempo para predicar y confesar con
infatigable celo. Organizó la enseñanza del catecismo; él mismo se encargaba de
la instrucción de Annecy, y lo hacía en forma tan interesante y fervorosa, que
las gentes del lugar recordaban todavía, muchos años después de su muerte,
"el catecismo del obispo".
La generosidad y caridad, la humildad y clemencia del santo
eran inagotable. En su trato con las almas fue siempre bondadoso, sin caer en
la debilidad; pero sabía emplear la firmeza cuando no bastaba la bondad.
San Francisco en su escritorio. En su maravilloso "Tratado
del Amor de Dios" escribió: "La medida del amor es amar sin
medida". Supo vivir lo que predicaba.
Con su abundante correspondencia alentó y guió a innumerables
personas que necesitaban de su ayuda. Entre los que dirigía espiritualmente,
Santa Juana de Chantal ocupa un lugar especial. San Francisco la conoció en
1604, cuando predicaba un sermón de cuaresma en Dijón. La fundación de la
Congregación de la Visitación, en 1610, fue el resultado del encuentro de los
dos santos.
El libro "Introducción a la Vida Devota" nació de
las notas que el santo conservaba de las instrucciones y consejos enviados a su
prima política, la Sra. de Chamoisy, que se había confiado a su dirección. San
Francisco se decidió, en 1608, a publicar dichas notas, con algunas adiciones.
El libro fue recibido como una de las obras maestras de la ascética, y pronto
se tradujo en muchos idiomas.
En 1610, Francisco de Sales tuvo la pena de perder a su madre
(su padre había muerto años antes). El santo escribió más tarde a Santa Juana
de Chantal: "Mi corazón estaba desgarrado y lloré por mi buena madre como
nunca había llorado desde que soy sacerdote". San Francisco habría de
sobrevivir por nueve años a su madre, nueve años de inagotable trabajo.
Últimos meses y muerte del Santo:
En 1622, el duque de Saboya, que iba a ver a Luis XIII en
Aviñón, invitó al santo a reunirse con el en aquella ciudad. Movido por el
deseo de abogar por la parte francesa de su diócesis, el obispo aceptó al punto
la invitación, aunque arriesgaba su débil salud un viaje tan largo, en pleno
invierno.
Parece que el santo presentía que su fin se acercaba. Antes de
partir de Annecy puso en orden todos sus asuntos y emprendió el viaje como si
no tuviera esperanza de volver a ver a su grey. En Aviñón hizo todo lo posible
por llevar su acostumbrada vida de austeridad; pero las multitudes se apiñaban
para verle y todas las comunidades religiosas querían que el santo obispo les
predicara.
En el viaje de regreso, San Francisco se detuvo en Lyon,
hospedándose en la casita del jardinero del convento de la Visitación. Aunque
estaba muy fatigado, pasó un mes entero atendiendo a las religiosas. Una de
ellas le rogó que le dijese qué virtud debía practicar especialmente; el santo
escribió en una hoja de papel, con grandes letras: "Humildad".
Durante el Adviento y la Navidad, bajo los rigores de un crudo
invierno, prosiguió su viaje, predicando y administrando los sacramentos a todo
el que se lo pidiera. El día de San Juan le sobrevino una parálisis; pero
recuperó la palabra y el pleno conocimiento. Con admirable paciencia, soportó
las penosas curaciones que se le administraron con la intención de prolongarle
la vida, pero que no hicieron más que acortársela.
En su lecho repetía: "Puse toda mi esperanza en el Señor,
y me oyó y escuchó mis súplicas y me sacó del foso de la miseria y del pantano
de la iniquidad".
En el último momento, apretando la mano de uno de los que le
asistían solícitamente murmuró: "Empieza a anochecer y el día se va
alejando".
Su última palabra fue el nombre de "Jesús". Y
mientras los circundantes recitaban de rodillas las Letanías de los
agonizantes, San Francisco de Sales expiró dulcemente, a los 56 años de edad,
el 28 de Diciembre de 1622, fiesta de los Santos Inocentes. Había sido obispo
por 21 años.
Después de su muerte:
A la misma hora en que falleció San Francisco de Sales, en la
ciudad de Grenoble estaba Santa Juana de Chantal orando por él, cuando oyó una
voz que decía: " Ya no vive sobre la tierra", pero era poca inclinada
a creer en favores extraordinarios, no creyó que fuese un aviso de la muerte
del santo. Cuando le llegaron con la noticia, comprendió que aquella voz era
cierta y durante todo el día y la noche no podía parar de llorar la muerte del
Santo.
El día 29 de Diciembre la ciudad entera de Lyon fue desfilando
por la humilde casita donde había muerto el querido santo. Y era tanto el deseo
de la gente de besarle las manos y los pies, que los médicos no lograban
llevarse el cadáver para hacerle la autopsia.
-La hiel: Dice monseñor Camus que al sacarle la hiel la
encontraron convertida en 33 piedrecitas, señal de los esfuerzos tan heroicos
que había tenido que hacer para vencer su temperamento tan inclinado a la
cólera y al mal genio y llegar a ser el santo de la amabilidad.
-Reliquias: Todos en Lyon querían un recuerdo del santo: sus
ropas fueron partidas en miles de pedacitos para darle a cada cual alguna
reliquia.
-El corazón: dentro de un estuche de plata fue llevado el
corazón del gran Obispo al convento de las Hermanas de la Visitación en Lyon, y
guardado allí como un tesoro.
-Expuesto al público: Una vez embalsamado, el cuerpo de
Monseñor Francisco de Sales fue vestido con sus ornamentos episcopales y
trasladado en un ataúd para sus funerales en la iglesia de la Visitación.
Estuvo expuesto para veneración de los fieles por dos días.
Cuando la noticia llegó a Annecy, tomó a todos por sorpresa y
después de un silencio general, todos lloraban a su querido obispo.
Inmediatamente que llegó su cadáver a Annecy y fue sepultado,
empezaron a ocurrir milagros por la intercesión del santo, lo que llevó a La
Santa Sede a abrir su causa de Beatificación en 1626.
¿Que
sucedió el día que abrieron su tumba?:
En 1632 se hizo la exhumación del cadáver de Francisco de Sales
para saber cómo estaba. Abrieron su tumba los comisionados de la Santa Sede
acompañados de las monjas de la Visitación. Cuando levantaron la lápida,
apareció el santo igual que cuando vivía. Su hermoso rostro conservaba la
expresión de un apacible sueño. Le tomaron la mano y el brazo estaba elástico
(llevaba 10 años de enterrado). Del ataúd salía una extraordinaria y agradable
fragancia.
Toda la ciudad desfiló ante su santo Obispo que apenas parecía
dormido. Por la noche cuando todos los demás se hubieron ido, la Madre de
Chantal volvió con sus religiosas a contemplar más de cerca y con más
tranquilidad y detenimiento el cadáver de su venerado fundador. Más a causa de
la prohibición de las autoridades no se atrevió a tocarle ni a besar sus
hermosas manos pálidas.
Pero al día siguiente los enviados de la Santa Sede le dijeron
que la prohibición para tocarlo no era para ella, y entonces se arrodilló junto
al ataúd, se inclinó hacia el santo, le tomó la mano y se la puso sobre la
cabeza como para pedirle una bendición. Todas las hermanas vieron como
aquella mano parecía recobrar vida y moviendo los dedos, suavemente oprimió y
acarició la humilde cabeza inclinada de su discípula preferida y santa.
Todavía hoy, en Annecy, las hermanas de la Visitación conservan
el velo que aquel día llevaba en la cabeza la Madre Juana Francisca.
San Francisco fue beatificado por el Papa Alejandro VII en el
1661, y el mismo Papa lo canonizó en el 1665, a los 43 años de su muerte.
En el 1878 el Papa Pío IX, considerando que los tres libros
famosos del santo: "Las controversias"(contra los protestantes); La
Introducción a la Vida Devota" (o Filotea) y El Tratado del Amor de Dios
(o Teótimo), tanto como la colección de sus sermones, son verdaderos tesoros de
sabiduría, declaró a San Francisco de Sales "Doctor de la Iglesia" ,
siendo llamado "El Doctor de la amabilidad".
La tentación más frecuente
"La tentación más frecuente en las personas
preocupadas por su progreso espiritual es que, bajo el pretexto de una
influencia apostólica mas grande, el demonio les hace desear una ocupación
distinta de la suya".
-San Francisco de Sales
Decía que las Visitantinas eran verdaderamente
"La obra de los Corazones de Jesús y María"
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