23 DE ENERO – JUEVES –
2ª – SEMANA DEL T. O. – A –
Lectura
del primer libro de Samuel (18,6-9;19,1-7):
Cuando volvieron de la guerra, después de haber matado
David al filisteo, las mujeres de todas las poblaciones de Israel salieron a
cantar y recibir con bailes al rey Saúl, al son alegre de panderos y sonajas.
Y cantaban a coro esta copla:
«Saúl mató a mil, David a diez mil.»
A Saúl le sentó mal aquella copla, y comentó enfurecido:
«¡Diez mil a David, y a mí mil!
¡Ya sólo le falta ser rey!»
Y, a partir de aquel día, Saúl le tomó ojeriza a David.
Delante de su hijo Jonatán y de sus ministros, Saúl habló de matar a David.
Jonatán, hijo de Saúl, quería mucho a David y le avisó:
«Mi padre Saúl te busca para matarte. Estate atento mañana y escóndete en
sitio seguro; yo saldré e iré al lado de mi padre, al campo donde tú estés; le
hablaré de ti y, si saco algo en limpio, te lo comunicaré.»
Así, pues, Jonatán habló a su padre Saúl en favor de David:
«¡Que el rey no ofenda a su siervo David! Él no te ha ofendido. y lo que él
hace es en tu provecho: se jugó la vida cuando mató al filisteo, y el Señor dio
a Israel una gran victoria; bien que te alegraste al verlo.
¡No vayas a pecar derramando sangre inocente, matando a David sin motivo!»
Saúl hizo caso a Jonatán y juró:
«¡Víve Dios, no morirá!»
Jonatán llamó a David y le contó la conversación; luego lo llevó adonde
Saul, y David siguió en palacio como antes.
Palabra de Dios
Salmo:
55,2-3.9-10.11-12.13
R/.
En Dios confío y no temo
Misericordia, Dios mío, que me hostigan,
me atacan y me acosan todo el día;
todo el día me hostigan mis enemigos,
me atacan en masa. R/.
Anota en tu libro mi vida errante,
recoge mis lágrimas en tu odre, Dios
mío.
Que retrocedan mis enemigos cuando te
invoco,
y así sabré que eres mi Dios. R/.
En Dios, cuya promesa alabo,
en el Señor, cuya promesa alabo,
en Dios confío y no temo;
¿qué podrá hacerme un hombre? R/.
Te debo, Dios mío, los votos que hice,
los cumpliré con acción de gracias. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Marcos (3,7-12):
En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a
la orilla del lago, y lo siguió una muchedumbre de Galilea. Al enterarse de las
cosas que hacía, acudía mucha gente de Judea, de Jerusalén y de Idumea, de la
Transjordania, de las cercanías de Tiro y Sidón.
Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una lancha, no lo fuera
a estrujar el gentío. Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo
se le echaban encima para tocarlo.
Cuando lo veían, hasta los espíritus inmundos se postraban ante él,
gritando:
«Tú eres el Hijo de Dios.»
Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer.
Palabra del Señor
1.
En este relato, lo que queda más patente es la enorme atracción que
ejerció Jesús sobre el pueblo y la gente en general.
A Jesús acudía gente de la capital
central y de la importante Judea, que viajaban hasta la lejana (tenían que
atravesar toda Samaria) Galilea, una región pobre y despreciada por quienes
tenían el privilegio de vivir en el centro. Además, venían gentes incluso del
extranjero, como era el caso de los que acudían desde Idumea, la Transjordania,
etc.
Sin duda, la seducción de Jesús
traspasó fronteras, grupos sociales, diferencias religiosas y culturales.
Jesús los atraía a todos. ¿Por qué?
2.
Porque las gentes más diversas se enteraban "de las cosas que
hacía".
En principio, no se habla de que se
sintieran atraídos por una "doctrina". Eran los "hechos"
los que impresionaba a todo el mundo y seducían a la gente. Pero aquí es
importante caer en la cuenta de que Marcos organizó sus relatos de forma que,
hasta esta mención del entusiasmo popular, lo que ha contado es toda una serie
de "hechos" a favor de la salud de los enfermos, de la acogida para
con los pecadores y excluidos, de la liberación de cargas, de preceptos y
normas.
Todo lo cual le causó a Jesús un
conflicto tras otro. Hasta ser visto como un sujeto sospechoso al que había que
vigilar e incluso denunciar (Mc 3, 2). De forma que las cosas llegaron a
ponerse de tal modo que ya hasta se hablaba de "acabar con él" (Mc 3,
6).
Pues bien, todo esto es lo que sedujo
a las masas de gentes que acudían a Jesús de todas partes.
3.
Y todavía, una cosa importante: la "gente" o
"gentío", que acudía a Jesús, era lo que en griego se denomina
"óchlos" (Mc 3, 10), y que, en aquel tiempo, designaba a los estratos
más humildes, los que eran calificados como los "ignorantes" y
"malditos" (Jn 7, 49) ante la sociedad y ante Dios.
Era el pueblo oprimido por los
impuestos, sobrecargado de trabajo y necesidades, abrumado por una religión que
les agobiaba. Por todo esto se entiende enseguida que Jesús fue visto como la
luz y la esperanza que se necesitaba.
Entonces y ahora. Quizá ahora más que
entonces.
San Idelfonso, obispo
Ildefonso, nacido en Toledo de
noble familia hacia el año 606, profesó muy joven en el monasterio de Agalí, en
las afueras de su ciudad natal, uno de los más insignes de la España visigoda.
Durante el reinado de Recesvinto, en el año 657, sucedió a san Eugenio en la
sede metropolitana de Toledo.
Desarrolló una gran labor
catequética defendiendo la virginidad de María y exponiendo la verdadera
doctrina sobre el bautismo.
Murió el 23 de enero del año 667. Su
cuerpo fue trasladado a Zamora.
Nació en Toledo
el año 606 o el 607, hijo de Esteban y Lucía, nobles visigodos, parientes del
Rey Atanagildo; educado desde niño al lado de su tío san Eugenio III, pasó, ya
entrado en la pubertad, a Sevilla, confiado a san Isidoro, en cuya Escuela
cursó, con gran aprovechamiento, la Filosofía y las Humanidades, llegando a
tanto el amor que su maestro le profesaba, que cuando quiso volver a Toledo,
aquél se lo impidió por algún tiempo, llegando hasta encerrarle para obligarle
a desistir.
Llegó por fin a
Toledo, y la fama que entonces tenía el monasterio Agaliense le arrastró a
aquel retiro, impulsado además por su fuerte vocación. Sabedor su padre de esta
resolución, reúne algunos amigos e invade en su compañía el convento, teniendo
san Ildefonso que ocultarse para escapar a una violencia. La intercesión de su
madre y de san Eugenio hicieron por fin al padre consentir, y san Ildefonso,
monje, pudo dedicarse a la oración y al estudio, recibiendo las sagradas
ordenanzas mayores de manos de san Eladio, y san Eugenio le nombró después
arcediano de su iglesia.
Los monjes del
monasterio de san Cosme y san Damián le nombraron su abad, dignidad que también
obtuvo a la muerte de Deusdedit en el monasterio donde había profesado,
haciéndose admirar por el celo que desplegó en la reforma de su Orden, por su
fe y su inagotable caridad. Muertos sus padres fundó con su pingüe herencia un
convento de monjas en cierto heredamiento que le pertenecía en el pago llamado
Deibia o Deisla, no conociéndose hoy en qué parte del término de Toledo estaba
situado.
A la muerte de su tío, san Eugenio III, fue nombrado Arzobispo de
Toledo, cuya silla ocupó el 1 de diciembre del año 659, no sin haberla con
insistencia rehusado. Compuso, apenas elevado a la nueva dignidad, un libro que
tituló "De virginitate perpetua Sanctae Mariae adversus tres
infidelis", para combatir los errores de la secta joviniana. La tradición
asegura que la Virgen María se le apareció y le impuso una casulla.
Su cuerpo fue
sepultado en la iglesia de Santa Leocadia, por haber nacido en santo en unas
casas pertenecientes a aquella colación, no lejos de la parroquia de san Román,
en lo que fue luego casa de los jesuitas. Cuando la invasión de los árabes, los
toledanos, que con las reliquias de sus santos y los sagrados vasos huyeron
hacia las montañas de Asturias trasladaron el cuerpo del santo a Zamora.
Dejó escritos,
además del tratado "De virginitate", antes mencionado, otro con el
título "De cognitione baptismi, De itinere vel progresso espirituali diserti
quo pergitur post baptismum", la continuación de libro de los
"Ilustres varones", de san Isidoro, y dos cartas, respuestas a otras
que le dirigió Quirico, Obispo de Barcelona.
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