lunes, 6 de enero de 2020

Párate un momento: El Evangelio del dia 8 DE ENERO – MIÉRCOLES – FERIA DE NAVIDAD – A San Apolinar de Hierápolis



8  DE   ENERO –  MIÉRCOLES –
FERIA DE NAVIDAD – A

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (4,7-10):
Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación para nuestros pecados.

Palabra de Dios

Salmo: 71,1-2.3-4ab.7-8

R/. Que todos los pueblos de la tierra
se postren ante ti, Señor.
Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud. R/.
Que los montes traigan paz,
y los collados justicia;
que él defienda a los humildes del pueblo,
socorra a los hijos del pobre. R/.
Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
que domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra. R/.


Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,34-44):

En aquel tiempo, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.
Cuando se hizo tarde se acercaron sus discípulos a decirle:
«Estamos en despoblado, y ya es muy tarde. Despídelos, que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor y se compren de comer.»
Él les replicó:
«Dadles vosotros de comer.»
Ellos le preguntaron:
 «¿Vamos a ir a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?»
Él les dijo:
 «¿Cuántos panes tenéis? Id a ver.»
Cuando lo averiguaron le dijeron: «Cinco, y dos peces.»
Él les mandó que hicieran recostarse a la gente sobre la hierba en grupos. Ellos se acomodaron por grupos de ciento y de cincuenta. Y tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran. Y repartió entre todos los dos peces.
Comieron todos y se saciaron, y recogieron las sobras: doce cestos de pan y de peces. Los que comieron eran cinco mil hombres.

Palabra del Señor

1.  No es lo mismo "multiplicar" los panes que "compartir" lo que se tiene con
quien no tiene. O con quien tiene menos   que yo. Lo que Jesús hizo en esta ocasión, según este relato, no fue simplemente   hacer un milagro, para que, de cinco panes, surgieran miles de panes.
El Evangelio no es tan simple. Ni se reduce a contar simplezas, que son difíciles de aceptar. Y que, a fin de cuentas, no nos enseñan nada que resulte útil para quien lo lee o lo enseña ahora.

2.  Jesús no va ahora por el mundo    multiplicando panes, para que se quiten
el hambre y la escasez tantos seres humanos, necesitados, marginados y
excluidos. Ni el Papa, por muy santo que sea, puede hacer semejante cosa.
Entonces, -¿qué nos enseña este relato, tantas veces leído, explicado y meditado a ciencia y conciencia?
 Si por algo nos tenemos que distinguir los cristianos, es por lo mismo que tanto impresionó a la Iglesia primitiva.
 A saber:
1) La cantidad de gente abandonada, desamparada, descarriada...
2) El sufrimiento de estas gentes.
3) Que son gentes abandonadas por sus "pastores" (obispos, sacerdotes, frailes, gobernantes "muy religiosos", empresarios creyentes que pueden ser personas piadosas "de comunión diaria").
4) Que esto no se resuelve con "milagros", sino con "solidaridad".

3.  Solidaridad no es simplemente caridad y beneficencia. La actualidad del
compartir es, ante todo, la "igualdad en   derechos y dignidad".
Este relato de los panes y los peces es el anticipo evangélico de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.   Una Declaración, que tuvo su anticipo en la primera constitución de los Estados Unidos.  Que se planteó en serio y a fondo   en la "Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano", en la Asamblea Francesa (1789-1791), y quedó ratificada en
la Declaración Universal de los Derechos Humanos (10-XII-1948).
Los cristianos viviremos la multiplicación de los panes si luchamos por la aplicación, al Derecho de cada país, de este famoso documento. 
Multiplica hoy los panes quien pone en práctica los DD.HH.

San Apolinar de Hierápolis 


En la ciudad de Hierápolis, en Frigia, san Apolinar, obispo, varón eximio por su doctrina y santidad, que vivió en tiempo del emperador Marco Aurelio. († c.175)

Claudio Apolinar, obispo de Hierápolis de Frigia, llamado «el Apologeta», fue un famoso profesor cristiano del siglo II. A pesar de las alabanzas que le prodigan Eusebio, san Jerónimo, Teodoreto y otros, poco sabemos de su vida. Por otra parte, sus escritos, que eran muy estimados, se han perdido. Focio, que los había leído y era buen juez en la materia, los recomienda por su tema y estilo.
Claudio Apolinar escribió contra los encratitas y otros herejes, y puso en claro los orígenes filosóficos de los errores de cada secta, según testifica san Jerónimo. Su última obra fue un ataque contra los montanistas y sus pretendidos profetas, que habían comenzado a aparecer en Frigia hacia el año 171. Pero la obra que le hizo famoso fue su apología de la religión cristiana, que dedicó al emperador Marco Aurelio, poco después de que dicho príncipe había triunfado sobre la tribu de los cuados, gracias a las oraciones de los cristianos, como lo mencionaba el santo.
Como las tropas de Marco Aurelio habían luchado en vano durante largo tiempo por subyugar a los germanos, el emperador resolvió el año 174 ponerse al frente de las operaciones. Había cruzado ya el Danubio, cuando los cuados, un pueblo que habitaba el territorio que más tarde se llamaría Moravia, le rodearon en una posición muy peligrosa para él. Las tropas del emperador no tenían ninguna posibilidad de escapar de las manos de sus enemigos, ni tampoco podían resistir largo tiempo, por falta de agua.
La duodécima legión estaba compuesta principalmente de cristianos. Cuando el ejército se hallaba a punto de perecer de sed, los cristianos se arrodillaron, "como acostumbraban a hacerlo para orar" -nos dice Eusebio-, y pidieron a Dios su ayuda. Súbitamente, el cielo se cubrió de nubes y una espesa lluvia se desató, en el momento en que los bárbaros se lanzaban al ataque. Los romanos luchaban y, al mismo tiempo, bebían el agua de la lluvia que recogían en sus cascos, apurándola enrojecida por la sangre del enemigo. Los bárbaros eran más poderosos que los romanos; pero un fuerte viento, acompañado de truenos y relámpagos, hizo que la lluvia les azotara el rostro y les cegara, lo que les obligó a huir aterrorizados. Tanto los autores paganos como los cristianos relatan esta victoria. Los autores paganos la atribuyen a un poder mágico o a la intervención de sus dioses, pero los cristianos lo cuentan como un milagro obtenido por las oraciones de los legionarios.
Parece que san Apolinar hizo alusión al hecho en la apología que dedicó al emperador, informando que Marco Aurelio había dado a esa legión el nombre de «la legión del trueno» en recuerdo de la famosa batalla. Eusebio, Tertuliano, san Jerónimo y san Gregorio de Nisa repiten el dato, tomándolo de san Apolinar.
Los cuados devolvieron todos los prisioneros y se rindieron incondicionalmente al emperador. En agradecimiento a sus legionarios cristianos, Marco Aurelio publicó un edicto en el que reconocía que debía la victoria «a la tempestad que se había desatado, tal vez, gracias a las oraciones de los cristianos». En dicho edicto, prohibía bajo pena de muerte condenar a los cristianos a causa de su religión. Sin embargo, muchos cristianos fueron todavía condenados a muerte después de la publicación de tal edicto, aunque se dice que sus acusadores recibieron la misma pena.
La "Columna Antoniniana", que se halla en Roma, representa esta victoria del emperador, bajo el símbolo de Júpiter Pluvio; es decir, bajo la figura de un hombre que vuela con los brazos abiertos y una larga barba que parece perderse en la lluvia. Los soldados parecen contentos bajo la tempestad; unos beben ávidamente, mientras otros se baten con el enemigo; los bárbaros se hallan tendidos en el suelo con sus caballos, y la tempestad se descarga furiosamente sobre ellos. En la actualidad, la certeza de esta leyenda, que Eusebio parece haber tomado de la Apología de san Apolinar, es todavía materia de discusión. Por una parte, es seguro que no fue Marco Aurelio quien dio a la «Legión de trueno» el nombre de «Legio fulminata», que proviene de la época de Augusto; pero, por otra parte, los hechos no tienen en sí mismos nada de inverosímil. Es muy natural que los cristianos de la época hayan atribuido tan sorprendente victoria a las oraciones de sus correligionarios. No existe documento pagano que confirme la existencia del famoso edicto del emperador en favor de los cristianos. Aun los historiadores que defienden la exactitud de los hechos narrados admiten que el texto del edicto está interpolado.
Es posible que san Apolinar haya compuesto su apología dedicada al emperador, hacia el año 175, a fin de recordarle la gracia que Dios le había hecho por las oraciones de los cristianos, e implorar al mismo tiempo su protección. No poseemos datos exactos sobre la muerte de san Apolinar, que aconteció probablemente antes de la de Marco Aurelio

Fuente: Vida de los Santos



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