12 DE SEPTIEMBRE – SÁBADO –
23ª – SEMANA
DEL T. O. – A –
SANTÍSIMO NOMBRE DE
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (10,14-22):
Amigos míos, no tengáis que ver con la idolatría. Os
hablo como a gente sensata, formaos vuestro juicio sobre lo que digo. El cáliz
de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el
pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así
nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos
del mismo pan.
Considerad a Israel según la carne: los que comen de las víctimas se unen
al altar. ¿Qué quiero decir? ¿Que las víctimas son algo o que los ídolos son
algo? No, sino que los gentiles ofrecen sus sacrificios a los demonios, no a
Dios, y no quiero que os unáis a los demonios. No podéis beber de los dos
cálices, del del Señor y del de los demonios. No podéis participar de las dos
mesas, de la del Señor y de la de los demonios. ¿Vamos a provocar al Señor? ¿Es
que somos más fuertes que él?
Palabra de Dios
Salmo:
115,12-13.17-18
R/.
Te ofreceré, Señor, un sacrificio de alabanza
¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre. R/.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (6,43-49):
En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos:
«No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano.
Cada árbol se conoce por su fruto; porque no se cosechan higos de las zarzas,
ni se vendimian racimos de los espinos.
El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el
que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo
habla la boca.
¿Por qué me llamáis "Señor, Señor" y no hacéis lo que digo?
El que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra, os voy a
decir a quién se parece: se parece a uno que edificaba una casa: cavó, ahondó y
puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra
aquella casa, y no pudo tambalearla, porque estaba sólidamente construida.
El que escucha y no pone por obra se parece a uno que edificó una casa
sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y en seguida se
derrumbó desplomándose.»
Palabra del Señor
1. Estas palabras de
Jesús, tal como han quedado aquí recogidas por el evangelio de
Lucas, tienen una importancia extraordinaria, y son de una
actualidad
palpable, para fijar los criterios del comportamiento humano,
es decir, los criterios de la ética. Porque, si algo necesitamos todos los
humanos, en este momento, es precisamente encontrar y aceptar unos principios
éticos en los que todos podamos coincidir.
En un mundo
globalizado, necesitamos con urgencia
una ética también globalizada. Está demostrado que las ideas (políticas,
económicas, filosóficas, religiosas) y las convicciones (sobre todo si se ven
reforzadas por lo absoluto de la religión) son más fuertes que los ejércitos y
sus armamentos.
2. Así las cosas, nos
urge encontrar una ética que supere el criterio del bien y del mal. Porque han
sido los poderosos y los dominadores quienes, en todos los tiempos, han
determinado lo que está bien y lo que está mal.
Lo que ha desembocado en el
más insoportable relativismo y escepticismo (1. Habermas, K. O. Apel) que es
apremiante superar mediante una concepción
nueva de la ética, en la que todos podamos coincidir.
Mientras no coincidamos,
siquiera mínimamente, en una ética que marque los comportamientos de
todos, estamos abocados a una violencia creciente, cada día más peligrosa.
3. El criterio ético,
que aquí propone el Evangelio, es muy claro: el comportamiento ético se mide y
se enjuicia por los resultados que produce. No vale tener principios excelsos,
normas a las que nos sometemos, verdades absolutas...
Lo decisivo es ver qué
resultados se siguen de nuestro comportamiento. Para ello, como bien ha
indicado R. Rorty, es determinante fomentar una "educación
sentimental", haciendo viable la mayor sensibilidad de los humanos ante el
dolor y el sufrimiento de los demás, por más extraños que nos sean o resulten.
Nunca podrán ser "buenos frutos", para nadie, la humillación, el desprecio, la soledad, la inseguridad, el miedo, el atropello de los propios derechos y del propio bienestar.
SANTÍSIMO NOMBRE DE
Esta festividad fue instituida con el
objeto de que los fieles encomienden a Dios, a través de la intercesión de la
Santa Madre, las necesidades de la Iglesia.
Por
primera vez, se autorizó la celebración de esta fiesta en 1513 en la ciudad
española de Cuenca. Desde ahí se extendió por toda España, y en 1683 el papa
Inocencio XI la admitió en la Iglesia de occidente como una acción de gracias
por el levantamiento del sitio a Viena y la derrota de los turcos.
La
gran devoción al Santo Nombre de Jesús, que se debe en parte a las
predicaciones de san Bernardino de Siena, abrió naturalmente el camino para una
conmemoración similar del Santo Nombre de María.
Ha
sido Lucas en su evangelio quien nos ha dicho el nombre de la doncella que va a
ser la Madre de Dios: "Y su nombre era María". El nombre de María,
traducido del hebreo "Miriam", significa, Doncella, Señora, Princesa.
Estrella
del Mar, feliz Puerta del cielo, como canta el himno Ave maris stella. El
nombre de María está relacionado con el mar pues las tres letras de mar guardan
semejanza fonética con María. También tiene relación con "mirra", que
proviene de un idioma semita. La mirra es una hierba de África que produce
incienso y perfume.
En
el Cantar de los Cantares, el esposo visita a la esposa, que le espera con las
manos humedecidas por la mirra. "Yo vengo a mi jardín, hermana y novia
mía, a recoger el bálsamo y la mirra". "He mezclado la mirra con mis
aromas. Me levanté para abrir a mi amado: mis manos gotean perfume de mirra, y
mis dedos mirra que fluye por la manilla de la cerradura". Los Magos
regalan mirra a María como ofrenda de adoración. "Y entrando a la casa,
encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, lo adoraron y abriendo
sus cofres, le ofrecieron oro, incienso y mirra". La mirra, como María, es
el símbolo de la unión de los hombres con Dios, que se hace en el seno de
María. Maria es pues, el centro de unión de Dios con los hombres. Los
lingüistas y los biblistas desentrañan las raíces de un nombre tan hermoso como
María, que ya llevaba la hermana de Moisés, y muy común en Israel. Y que para
los filólogos significa hermosa, señora, princesa, excelsa, calificativos todos
bellos y sugerentes.
EL NOMBRE Y LA MISION
En
la Historia de la Salvación es Dios quien impone o cambia el nombre a los
personajes a quienes destina a una misión importante. A Simón, Jesús le dice:
"Tú te llamas Simón. En adelante te llamarás Kefá, Pedro, piedra, roca,
porque sobre esta roca edificaré mi Iglesia". María venía al mundo con la
misión más alta, ser Madre de Dios, y, sin embargo, no le cambia el nombre. Se
llamará, simplemente, MARIA, el nombre que tenía, y cumple todos esos
significados, pues como Reina y Señora la llamarán todas las generaciones.
María, joven, mujer, virgen, ciudadana de su pueblo, esposa y madre, esclava
del Señor. Dulce mujer que recibe a su niño en las condiciones más pobres, pero
que con su calor lo envuelve en pañales y lo acuna. María valiente que no teme
huir a Egipto para salvar a su hijo. Compañera del camino, firme en interceder
ante su hijo cuando ve el apuro de los novios en Caná, mujer fuerte con el
corazón traspasado por la espada del dolor de la Cruz de su Hijo y recibiendo
en sus brazos su Cuerpo muerto. Sostén de la Iglesia en sus primeros pasos con
su maternidad abierta a toda la humanidad. María, humana. María, decidida y
generosa. María, fiel y amiga. María fuerte y confiada. María, Inmaculada,
Madre, Estrella de la Evangelización.
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