1 DE OCTUBRE –JUEVES – 26ª – SEMANA DEL T. O. – A
–
Santa Teresita del Niño Jesús
Lectura del libro de Job (19,21-27):
Job dijo:
«¡Piedad, piedad de mí, amigos
míos, que me ha herido la mano de Dios! ¿Por qué me perseguís como Dios y no os
hartáis de escarnecerme?
¡Ojalá se escribieran mis palabras,
ojalá se grabaran en cobre; con cincel de hierro y en plomo se escribieran para
siempre en la roca!
Yo sé que está vivo mi Vengador y que
al final se alzará sobre el polvo: después que me arranquen la piel, ya sin
carne, veré a Dios; yo mismo lo veré y no otro, mis propios ojos lo verán.
¡Desfallezco de ansias en mi pecho!»
Palabra de Dios
Salmo: 27,7-9,13-14
R/. Espero gozar de la dicha del Señor en
el país de la vida
Escúchame, Señor, que te llamo,
ten piedad, respóndeme.
Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro.» R/.
Tu rostro buscaré, Señor,
no me escondas tu rostro.
No rechaces con ira a tu siervo,
que tú eres mi auxilio;
no me deseches. R/.
Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor. R/.
Lectura del santo evangelio según san
Lucas (10, 1-12):
En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los
mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba
ir él.
Y les decía:
«La mies es abundante y los obreros
pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en
camino!
Mirad que os mando como corderos en
medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis
a saludar a nadie por el camino.
Cuando entréis en una casa, decid
primero: "Paz a esta casa." Y si allí hay gente de paz, descansará
sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa,
comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario.
No andéis cambiando de casa. Si
entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los
enfermos que haya, y decid: "Está cerca de vosotros el reino de
Dios."
Cuando entréis en un pueblo y no os
reciban, salid a la plaza y decid: "Hasta el polvo de vuestro pueblo, que
se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos,
sabed que está cerca el reino de Dios." Os digo que aquel día será más
llevadero para Sodoma que para ese pueblo.»
Palabra del Señor
1. Jesús, estando en
Galilea, ya había elegido y enviado a los Doce en misión para anunciar el Reino
(Lc 9, 1-6). Ahora, una vez emprendido el camino a Jerusalén,
Lucas menciona un segundo envío (esta vez más numeroso) de discípulos que han
de ir de pueblo en pueblo anunciando el mensaje del Reino.
El número de setenta y dos
corresponde -ya fueran setenta o setenta y dos- al número de las naciones
fijado por el pensamiento judío (F. Bovon). Pero lo
importante de este relato está en que, de acuerdo con lo
que aquí se dice, es evidente que Jesús consideró que con los apóstoles nada
más no había bastante. Ni los Doce eran suficientes para extender el
mensaje del Reino a todas las naciones de la tierra. La visión de Jesús era más
amplia que la visión de la Iglesia, que, con el paso de los siglos, ha ido
concentrando más y más la autoridad y el poder misional, hasta centrarlo en un
solo hombre, el obispo de Roma, el Papa.
2. Por estos materiales,
que aparecen en los sinópticos, está claro que el cristianismo nació,
sociológicamente, como un movimiento de "carismáticos itinerantes".
Lo que es tanto como decir que nació como un movimiento de
"automarginados" (G. Theissen).
De hecho, Jesús fue un carismático.
Teniendo en cuenta que el carisma se entiende como el don de ejercer autoridad,
sin basarse en instituciones y funciones previas.
Jesús, al igual que los discípulos
que escogió, no tuvieron ni estudios, ni títulos, ni formación previa, ni
pertenecieron a ninguna institución que les diera autoridad o credibilidad ante
la sociedad en que vivieron.
3. ¿Cómo se explica que aquel
movimiento de personas incultas y sin titulación alguna llegaran a ejercer una
influencia tan fuerte?
Jesús y sus seguidores adoptaron
conscientemente una forma de "conducta desviada". Y lo hicieron
dentro de la integridad y la coherencia que exigía el mensaje que anunciaban.
Eso precisamente fue una fuerza de
cambio de valores. La comunidad de personas resultó ser el sustitutivo del
templo. El templo (naos) de los cristianos, en el N. T., es la comunidad de
personas (1 Cor 3, 16. 17; 6, 19; 2 Cor 6, 16; Ef 2, 21).
La comunidad es la casa de Dios (1
Tim 3, 15).
Con ello la religión cambió
radicalmente: las relaciones humanas, en las que el centro era el amor mutuo,
sustituyeron a los rituales sagrados, en los que el centro era la observancia.
El centro del cristianismo no es la
religión, es la Bondad.
Santa Teresita del Niño Jesús
Memoria de santa Teresa del Niño Jesús, virgen doctora
de la Iglesia, que entró aún muy joven en el monasterio de las Carmelitas
Descalzas de Lisieux, llegando a ser maestra de santidad en Cristo por su
inocencia y simplicidad. Enseñó el camino de la perfección cristiana por medio
de la infancia espiritual, demostrando una mística solicitud en bien de las
almas y del incremento de la Iglesia, y terminó su vida a los veinticinco años,
el día treinta de septiembre.
Vida de Santa Teresita del Niño Jesús
Santa Teresa del Niño Jesús nació en la
ciudad francesa de Alençon, el 2 de enero de 1873, sus padres ejemplares eran
Luis Martin y Acelia María Guerin, ambos venerables. Murió en 1897, y en 1925
el Papa Pío XI la canonizó, y la proclamaría después patrona universal de las
misiones. La llamó «la estrella de mi pontificado», y definió como «un huracán
de gloria» el movimiento universal de afecto y devoción que acompañó a esta
joven carmelita. Proclamada "Doctora de la Iglesia" por el Papa Juan
Pablo II el 19 de Octubre de 1997 (Día de las misiones).
«Siempre he deseado, afirmó en su
autobiografía Teresa de Lisieux, ser una santa, pero, por desgracia, siempre he
constatado, cuando me he parangonado a los santos, que entre ellos y yo hay la
misma diferencia que hay entre una montaña, cuya cima se pierde en el cielo, y
el grano de arena pisoteado por los pies de los que pasan. En vez de
desanimarme, me he dicho: el buen Dios no puede inspirar deseos irrealizables,
por eso puedo, a pesar de mi pequeñez, aspirar a la santidad; llegar a ser más
grande me es imposible, he de soportarme tal y como soy, con todas mis
imperfecciones; sin embargo, quiero buscar el medio de ir al Cielo por un
camino bien derecho, muy breve, un pequeño camino completamente nuevo. Quisiera
yo también encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, porque soy
demasiado pequeña para subir la dura escalera de la perfección».
Teresa era la última de cinco hermanas -
había tenido dos hermanos más, pero ambos habían fallecido - Tuvo una infancia
muy feliz. Sentía gran admiración por sus padres: «No podría explicar lo mucho
que amaba a papá, decía Teresa, todo en él me suscitaba admiración».
Cuando sólo tenía cinco años, su madre
murió, y se truncó bruscamente su felicidad de la infancia. Desde entonces,
pesaría sobre ella una continua sombra de tristeza, a pesar de que la vida
familiar siguió transcurriendo con mucho amor. Es educada por sus hermanas,
especialmente por la segunda; y por su gran padre, quien supo inculcar una
ternura materna y paterna a la vez.
Con él aprendió a amar la naturaleza, a
rezar y a amar y socorrer a los pobres. Cuando tenía nueve años, su hermana,
que era para ella «su segunda mamá», entró como carmelita en el monasterio de
la ciudad. Nuevamente Teresa sufrió mucho, pero, en su sufrimiento, adquirió la
certeza de que ella también estaba llamada al Carmelo.
Durante su infancia siempre destacó por su
gran capacidad para ser «especialmente» consecuente entre las cosas que creía o
afirmaba y las decisiones que tomaba en la vida, en cualquier campo. Por
ejemplo, si su padre desde lo alto de una escalera le decía: «Apártate, porque
si me caigo te aplasto», ella se arrimaba a la escalera porque así, «si mi papá
muere no tendré el dolor de verlo morir, sino que moriré con él»; o cuando se
preparaba para la confesión, se preguntaba si «debía decir al sacerdote que lo
amaba con todo el corazón, puesto que iba a hablar con el Señor, en la persona
de él».
Cuando sólo tenía quince años, estaba
convencida de su vocación: quería ir al Carmelo. Pero al ser menor de edad no
se lo permitían. Entonces decidió peregrinar a Roma y pedírselo allí al Papa.
Le rogó que le diera permiso para entrar en el Carmelo; él le dijo: «Entraréis,
si Dios lo quiere. Tenía ‹dice Teresa‹ una expresión tan penetrante y
convincente que se me grabó en el corazón».
En el Carmelo vivió dos misterios: la
infancia de Jesús y su pasión. Por ello, solicitó llamarse sor Teresa del Niño
Jesús y de la Santa Faz. Se ofreció a Dios como su instrumento. Trataba de
renunciar a imaginar y pretender que la vida cristiana consistiera en una serie
de grandes empresas, y de recorrer de buena gana y con buen ánimo «el camino
del niño que se duerme sin miedo en los brazos de su padre».
A los 23 años enfermó de
tuberculosis; murió un año más tarde en brazos de sus hermanas del Carmelo. En
los últimos tiempos, mantuvo correspondencia con dos padres misioneros, uno de
ellos enviado a Canadá, y el otro a China, y les acompañó constantemente con
sus oraciones. Por eso, Pío XII quiso asociarla, en 1927, a san Francisco
Javier como patrona de las misiones.
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