3 DE SEPTIEMBRE – JUEVES –
22ª – SEMANA DEL T. O. – A –
San Gregorio I Magno papa
Lectura de la primera carta
del apóstol san Pablo a los Corintios (3,18-23):
Que
nadie se engañe. Si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que se haga
necio para llegar a ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es necedad
ante Dios, como está escrito:
«Él caza a los sabios en
su astucia.»
Y también:
«El Señor penetra los
pensamientos de los sabios y conoce que son vanos.»
Así, pues, que nadie se
gloríe en los hombres, pues todo es vuestro: Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la
vida, la muerte, lo presente, lo futuro. Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y
Cristo de Dios.
Palabra de Dios
Salmo: 23,1-2.3-4ab.5-6
R/. Del Señor es la tierra y
cuanto la llena
Del
Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos. R/.
¿Quién
puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos. R/.
Ése
recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob. R/.
Lectura del santo evangelio
según san Lucas (5,1-11):
En
aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de
Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban
junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las
redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un
poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar,
dijo a Simón:
«Rema mar adentro, y
echad las redes para pescar.»
Simón contestó:
«Maestro, nos hemos
pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré
las redes.»
Y, puestos a la obra,
hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a
lo socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron
ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro
se arrojó a los pies de Jesús diciendo:
«Apártate de mí,
Señor, que soy un pecador.»
Y es que el asombro se
había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces
que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo,
que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón:
«No temas; desde ahora
serás pescador de hombres.»
Ellos sacaron las barcas
a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Palabra del Señor
1. Lo que menos
interesa, al pensar en este relato de pesca milagrosa, es si se trata del mismo
que cuenta el IV evangelio (Jn 21, 1-14) (así piensa J. P. Meier).
Lo que importa aquí es la
enseñanza evangélica que nos da el relato. Y esa enseñanza consiste en que,
hablando de la pesca, de la comida o la bebida y de la salud, los evangelios
relacionan siempre a Jesús con la abundancia.
Ante la presencia de Jesús,
las redes revientan por la cantidad de peces, los hambrientos se sacian por la
cantidad de panes hasta sobrar en exceso (Mc 8, 8; Mt 15, 39), los enfermos se
curan todos solo con tocarlo (Mc 6, 56; Mt 14, 34-36; Lc 6, 17-19). Y hasta en
la boda de Caná, de pronto, se encontraron con seiscientos litros del mejor
vino imaginable (Jn 2, 6-10).
2. En
tiempos de crisis y escasez, como los que vivimos, ¿no será que no hacemos
presente a Jesús en nuestras vidas y en nuestra sociedad?
No se trata de que hagan
falta milagros. De lo que se trata es que nos gastemos menos dinero en
armamentos militares, en lujos y formas de vida escandalosa, en palacios y
diversiones, en vanidades y caprichos... Y se trata, sobre todo, de que tomemos
en serio la lucha por la justicia, por la mayor igualdad posible entre todos
los ciudadanos del mundo y todos los pueblos.
3. Los
discípulos vieron en Jesús un ser humano que trascendía lo humano.
En lo humano de Jesús
sintieron el estremecimiento de lo divino. Pero lo sintieron como algo
completamente nuevo: no era ya el miedo ante lo sagrado que exige respeto
(Ex 3; Is 1), sino ante la abundancia que satisface la necesidad (Lc 5) o que
libera del mal y de la enfermedad (Mc 1, 27 par; Hech 3, 10 s).
En el hombre Jesús, lo
divino se revela rebosante de humanidad. En Jesús, la idea y la experiencia de
Dios cambia radicalmente. Dios se ha humanizado.
San
Gregorio I Magno papa
(Roma,
c. 540 - id., 604) Papa (590-604).
Nació en Roma hacia el
año 540. Desempeñó primero diversos cargos públicos, y llegó luego a ser
prefecto de la Urbe. Más tarde, se dedicó a la vida monástica, fue ordenado
diácono y nombrado legado pontificio en Constantinopla.
El día 3 de septiembre
del año 590 fue elegido papa, cargo que ejerció como verdadero pastor en su
modo de gobernar, en la ayuda que brindó a los pobres y en la propagación y
consolidación de la fe. Tiene escritas muchas obras sobre teología moral y
dogmática.
Murió el día 12 de marzo
del año 604.
Miembro
de una familia de patricios romanos, fue praefectus urbis de Justino II
(572-574). Convirtió su palacio del monte Celio en el monasterio de San Andrés
y abrazó la regla de San Benito. Nuncio en Constantinopla (579-586), fue nombrado
papa a la muerte de Pelayo II (590). Negoció una tregua con los lombardos
(592), afirmó la primacía de la iglesia de Roma y envió al monje Agustín a
evangelizar Inglaterra. Autorizó el culto de los hebreos y superó el cisma del
norte de Italia originado por la supresión de los Tres Capítulos. Adoptó el
título Servus servorum Dei (servidor de los siervos de Dios), que se convirtió
en oficial de los futuros pontífices. Soberano temporal de la ciudad de Roma,
hizo de ella la capital espiritual del mundo latino y puso las bases del poder
territorial del papado.
De
noble familia senatorial, estaba destinado a la carrera política, y todavía
joven (en 573) desempeñó el cargo de praefectus urbis (prefecto de Roma); pero,
conmovido por el espectáculo de las miserias de Roma y de Italia entera, que
agudizaron en él el sentimiento de la inanidad de las cosas terrenas, entregó,
a la muerte de su padre, su inmenso patrimonio a los pobres y a la Iglesia,
fundando seis monasterios en sus tierras de Sicilia y otro en su palacio del
Celio, que dedicó a San Andrés y donde él mismo vistió el hábito benedictino.
Su
fuerte personalidad y su práctica en la política, preciosa en aquellos tiempos
de adversidades excepcionales, movieron, sin embargo, a Benedicto I a sacarlo
de su soledad nombrándolo diaconus regionarius en 577, y a Pelagio II, el año
siguiente, a servirse de él como legado en Constantinopla, donde tuvo ocasión
en su larga estancia (579-585) de formarse una rica experiencia política y
humana.
Abad
de San Andrés, fue elegido papa a la muerte de Pelagio con el asentimiento general
y consagrado el 3 de septiembre de 590. Le esperaban la peste, la expansión
lombarda y el sitio de Roma (593), el empeoramiento del cisma de los Tres
Capítulos y los pleitos con Bizancio. En los catorce años de su pontificado
hubo de medirse con estos problemas objetivos y con otros que él mismo se
planteó libremente: pacificación de la península, unificación católica de
Occidente mediante una vasta obra de evangelización y una vasta toma de
contactos más operantes con los pueblos convertidos.
Así, mientras
socorría con ayudas materiales y con su alto magisterio a las poblaciones más
próximas, organizaba, reemplazando la impotente autoridad imperial, la defensa
de Italia central, de Roma y del mismo Nápoles; favoreció la instauración de
mejores relaciones con los invasores; apoyó la conversión de Teodolinda;
promovió la misión de Agustín en Inglaterra (596); organizó una más estrecha
colaboración con el episcopado y con los reyes francos y animó en España la
acción del neófito Recaredo.
Obras de San Gregorio Magno
Dotado
de viva sensibilidad y de excepcional equilibrio para conllevar las exigencias
místicas del monje con el respeto y la simpatía hacia la humanidad doliente, su
obra literaria, de estilo sencillo, a veces humilde, a menudo elocuente, constituye
el más luminoso comentario a su obra de pontífice que no vacila en enfrentarse
con los desidiosos y con los potentados, como puede apreciarse en sus
Epístolas. Dirigidas a los más diversos destinatarios, las cartas de San
Gregorio tratan de variadas cuestiones y son un testimonio fundamental para el
conocimiento de su actividad y de su personalidad. Sobresalen las epístolas
dirigidas contra los herejes y los cismáticos, como los maniqueos de Sicilia o
los donatistas en África, y las que se refieren a los judíos, a los que San
Gregorio concedió libertad de culto y tratamiento benévolo (I, 1, 47), porque
"sólo con la mansedumbre, la bondad, las sabias y persuasivas
admoniciones, se puede obtener la unidad de la fe".
Gregorio
Magno mostró su preocupación por la formación de los pastores de almas en obras
como Regla pastoral (591), en que expuso los objetivos y reglas de la vida
sacerdotal. Dedicada a Juan de Constantinopla, con quien se justifica de haber
dudado en asumir el cargo de obispo de Roma, San Gregorio muestra en este libro
lo arduo que es el oficio de pastor y las reglas de vida que debe seguir;
describe el tipo ideal del obispo, que ha de ser siempre un médico de las almas
y encontrar el tono justo para dirigirse a los hombres de las diversas clases
sociales, ejerciendo sobre sus almas el máximo ascendente posible y teniendo
siempre presente su propia debilidad para no caer en una excesiva confianza en
sí mismo. Esta breve obra ejerció gran influencia y fue durante largo tiempo
considerada como el texto de las reglas episcopales.
De su
tarea de consolador y maestro de espiritualidad hallamos una excelente
ilustración en las Homilías sobre el Evangelio o sobre Ezequiel, pronunciadas
en Roma en 590-593, cuando todo parecía derrumbarse. En Moralia llevó a cabo
una exégesis del libro bíblico de Job. Presenta a Job como figura del Redentor;
en su mujer ve simbolizada la vida carnal, y en sus amigos, a los herejes,
orientando siempre la interpretación hacia las lecciones morales y teológicas.
Los
Diálogos, escritos entre los años 593 y 594, fueron probablemente su obra más
difundida. Habiéndose retirado por algún tiempo, cansado de las preocupaciones
y responsabilidades de su cargo, a un lugar apartado, Gregorio expresa al
diácono Pedro su disgusto por no haber podido dedicarse a la vida ascética, con
la que tantos hombres pudieron alcanzar la perfección. Accediendo a los ruegos
de Pedro, pasa luego a mostrar con ejemplos concretos la verdad de tal aserto,
describiendo la vida y enumerando los milagros de santos italianos, tal como
los aprendió de testimonios seguros o de su personal experiencia. La forma
dialogada, usada ya desde antiguo en obras de este género, por ejemplo por
Sulpicio Severo, constituye para el autor un simple medio para dar vivacidad a
la narración y facilitar las transiciones; la forma intencionadamente simple y
clara favoreció la grandísima difusión de la obra, pronto traducida a diversas
lenguas y celebrada por escritores contemporáneos y posteriores.
Si la
actividad política del papa Gregorio Magno tuvo una importancia excepcional
para el equilibrio político-religioso de la Europa medieval, su obra literaria
constituyó hasta el siglo XII una incomparable fuente de meditación y de luz
espiritual para todo el Occidente. A él se le atribuye también la compilación
del Antifonario gregoriano, gran colección de cantos de la Iglesia romana.
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