16 DE SEPTIEMBRE – MIÉRCOLES
– 24ª – SEMANA DEL T. O. – A –
SAN CORNELIO, papa y
SAN CIPRIANO, obispo
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (12,31–13,13):
Ambicionad
los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional.
Ya
podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor,
no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden.
Ya
podría tener el don de profecía y conocer todos los secretos y todo el saber,
podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada.
Podría
repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo
amor, de nada me sirve.
El
amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal
educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la
injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin
límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca.
¿El
don de profecía?, se acabará. ¿El don de lenguas?, enmudecerá. ¿El saber?, se
acabará. Porque limitado es nuestro saber y limitada es nuestra profecía; pero,
cuando venga lo perfecto, lo limitado se acabará.
Cuando
yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño.
Cuando
me hice un hombre acabé con las cosas de niño. Ahora vemos confusamente en un
espejo; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es por ahora limitado;
entonces podré conocer como Dios me conoce. En una palabra: quedan la fe, la esperanza,
el amor: estas tres. La más grande es el amor.
Palabra
de Dios
Salmo:
32
R/.
Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad
Dad
gracias al Señor con la cítara,
tocad
en su honor el arpa de diez cuerdas;
cantadle
un cántico nuevo,
acompañando
los vítores con bordones. R/.
Que
la palabra del Señor es sincera,
y
todas sus acciones son leales;
él
ama la justicia y el derecho,
y
su misericordia llena la tierra. R/.
Dichosa
la nación cuyo Dios es el Señor,
el
pueblo que él se escogió como heredad.
Que
tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como
lo esperamos de ti. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (7,31-35):
En
aquel tiempo, dijo el Señor:
«¿A
quién se parecen los hombres de esta generación?
¿A quién los
compararemos?
Se parecen a unos niños,
sentados en la plaza, que gritan a otros: "Tocamos la flauta y no bailáis,
cantamos lamentaciones y no lloráis."
Vino
Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que tenía un demonio;
viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: "Mirad qué comilón y
qué borracho, amigo de publicanos y pecadores." Sin embargo, los
discípulos de la sabiduría le han dado la razón.»
Palabra
del Señor
1. Esta parábola
de los niños, que juegan en la plaza de un pueblo, es la última parte del
testimonio que, según Lucas, Jesús da sobre Juan Bautista (Lc 7, 18-35).
Primero, Jesús recuerda a
los mensajeros que el Bautista manda a preguntar a Jesús si él era "el que
tenía que venir" (Lc 7, 18-23).
Segundo, presenta su propio
elogio sobre Juan Bautista (Lc 7, 24-28). Tercero, la parábola de los
niños en la plaza del pueblo, que es el relato del evangelio de
hoy. La parábola hay que entenderla correctamente: no en el sentido de que
un grupo de niños se enfrenta al otro, sino en el sentido de que los niños
(todos) no hacen caso a los músicos, ni cuando estos invitan a jugar a boda
(tocar la flauta), ni cuando
invitan a jugar a entierro (cantar lamentaciones).
¿Qué quiere decir Jesús con
este contraste entre la boda y el entierro?
2. Hay dos
formas de entender la vida, según dos formas de entender la religión:
1) La de Juan Bautista, que
vivía en el desierto (Mt 3, 1 par), vestía de forma estrafalaria (Mt 3, 4 par)
y comía como los pobres en épocas de hambre (Mt 3, 4) (J. R Meier).
2) La de Jesús, que vivía
entre la gente, vestía una túnica valiosa que se la rifaron los soldados cuando
lo mataron (Jn 19, 23-24) y asistía a bodas y banquetes sin reparo alguno.
Es evidente que, en la
historia del cristianismo, el recuerdo y el ejemplo de Jesús han sido
interpretados y vividos más de acuerdo con la religiosidad y la espiritualidad
de Juan Bautista que con la forma de vida que llevó el propio Jesús.
Las vidas de santos, las
reglas y costumbres de los monasterios y las ideas de muchos creyentes devotos
pretenden parecerse más a Juan en el desierto que a Jesús en un
banquete.
3. No se puede,
en este breve comentario, analizar por qué ha ocurrido esto. Lo que se puede y
se debe decir es que la forma de vida del Bautista produce gente rara y con la
que no es fácil convivir. La forma de vida de Jesús es más humana y, sobre
todo, genera una forma de convivencia que espontáneamente une a las personas.
Está claro: Jesús nos
vino a enseñar que el centro del Evangelio no es la propia santificación
mediante sacrificios y renuncias, sino contagiar vida y felicidad a los demás
en la gozosa convivencia con todos.
Y es de suma importancia
caer en la cuenta de que es mucho más difícil y costoso contagiar siempre
felicidad que ir por la vida dando ejemplo de santo raro y de vida extraña.
Lo más duro en la vida es
ser siempre fundamentalmente humano.
SAN CORNELIO, papa y
SAN CIPRIANO, obispo
Cornelio fue ordenado obispo de la
Iglesia de Roma en el año 251; se opuso al cisma de los novacianos y, con la
ayuda de Cipriano, pudo reafirmar su autoridad. Fue desterrado por el emperador
Galo, y murió en Civitavecchia en 253. Su cuerpo fue trasladado a Roma y
sepultado en el cementerio de Calixto.
Cipriano nació en Cartago hacia el año
210, de familia pagana. Se convirtió a la fe, fue ordenado presbítero y, en el
año 249, fue elegido obispo de su ciudad. En tiempos muy difíciles gobernó
sabiamente su Iglesia con sus obras y sus escritos. En la persecución de
Valeriano, primero fue desterrado y más tarde sufrió el martirio, el día 14 de
septiembre del año 258.
San Cornelio. Papa. Año 253.
Cornelio
significa: "fuerte como un cuerno".
Este
Pontífice fue martirizado en la persecución del emperador Decio en el año 253.
Su
Pontificado se vio amargado por la rebelión de un hereje llamado Novaciano que
proclamaba que la Iglesia Católica no tenía poder para perdonar pecados y que
por lo tanto el que alguna vez hubiera renegado de su fe, nunca más podía ser
admitido en la Santa Iglesia.
El
hereje afirmaba también que ciertos pecados como la fornicación e impureza y el
adulterio no podían ser perdonados jamás. El Papa Cornelio se le opuso y declaró
que, si un pecador se arrepiente en verdad y quiere empezar una vida nueva de
conversión, la Santa Iglesia puede y debe perdonarle sus antiguas faltas y
admitirlo otra vez entre los fieles. A San Cornelio lo apoyaron San Cipriano
desde África y todos los demás obispos de occidente.
El
gobierno del perseguidor Decio lo desterró de Roma y a causa de los
sufrimientos y malos tratos que recibió, murió en el destierro, como un mártir.
San Cipriano. Obispo de Cartago y
mártir. Año 258.
San
Cipriano. Este fue el Santo más importante del África y el más brillante de los
obispos de este continente, antes de que apareciera San Agustín.
Había
nacido en el año 200 en Cartago (norte de África) y se dedicó a la labor de
educador, conferencista y orador público. Tenía una inteligencia privilegiada,
una gran habilidad para hablar en público, y una personalidad brillante y
simpática que le conseguía un impresionante ascendiente sobre los demás.
Llegado
a la mayoría de edad se convirtió al cristianismo por el ejemplo y las palabras
de un santo sacerdote llamado Cecilio. Se hizo bautizar y una vez bautizado
hizo el juramento de permanecer siempre casto, y de no contraer matrimonio
(celibato se llama a este modo de vivir). A las gentes les llenó de admiración
el tal voto o juramento, porque esto no se acostumbraba en aquellos tiempos.
Desde
su conversión, descubrió Cipriano que la S. Biblia contiene tesoros
maravillosos de buenas enseñanzas y se dedicó con toda su brillante
inteligencia a estudiar este Libro Santo y a leer los comentarios que los
antiguos santos habían escrito, respecto de la Sagrada Escritura. Hizo el
sacrificio de renunciar a sus literatos mundanos que tanto le agradaban antes,
y en adelante ya nunca citará ni siquiera una frase de un autor que no sea
cristiano católico. Escribió un comentario acerca del Padrenuestro, tan bello,
que hasta ahora no ha sido superado por otro autor.
Fue
ordenado sacerdote, y en el año 248 al morir el obispo de Cartago, el pueblo y
los sacerdotes aclamaron a Cipriano como el más digno para ser el nuevo obispo
de la ciudad.
Él se
resistía y quería huir o esconderse, pero al fin se dio cuenta de que era inútil
oponerse al querer popular y aceptó tan importante cargo, diciendo: "Me
parece que Dios ha expresado su voluntad por medio del clamor del pueblo y de
la aclamación de los sacerdotes". Y llegó a ser el más importante de todos
los obispos que tuvo Cartago.
Un
escritor de ese tiempo dejó este retrato de la bondad y venerabilidad de
Cipriano: "Era majestuoso y venerable, inspiraba confianza a primera vista
y nadie podía mirarle sin sentir veneración hacia él. Tenía una agradable
mezcla de alegría y venerabilidad, de manera que los que lo trataban no sabían
qué hacer más: si quererlo o venerarlo, porque merecía el más grande respeto y
el mayor amor".
En el
año 251 el emperador Decio decreta una terrible persecución contra los
cristianos. Le interesaba sobre todo acabar con los obispos y destruir los
libros sagrados. Y para que el mal a la religión sea mayor invita a todos los
que quieren renegar de la religión cristiana a que quemen incienso ante los
dioses y ya con eso quedan perdonados. Muchísimos caen en esta trampa, y con
tal de no perder sus bienes, su libertad y su vida misma, queman incienso ante
las imágenes de los ídolos paganos, y reniegan de la santa religión. El mal es
inmenso.
Cipriano,
con gran prudencia, viendo que lo que primero buscan es acabar con todos los
jefes de la Iglesia, huye y se esconde, pero desde su escondite envía continuas
cartas a los creyentes invitándolos a no abandonar la religión por nada en la
vida. Los paganos recorren las calles de Cartago gritando: "Pedimos que Cipriano
sea echado a los leones". Pero no lo lograron encontrar para echarlo a las
fieras.
Hubo
un corto período de paz y Cipriano volvió a su cargo de obispo. Pero encontró
que algunos aceptaban sin más en la Iglesia a los que habían apostatado de la
religión, sin exigirles hacer penitencia de ninguna clase. Se opuso a esta
relajación y en adelante a todo renegado que quiso volver a la Iglesia le
exigió que hiciera antes cierto tiempo de penitencia. Así preparaba a los
creyentes para que en las próximas persecuciones no se dejaran dominar por el
miedo y no renegaran tan fácilmente de sus creencias. Muchos se oponían a esta
severidad, pero era necesaria para prevenir el peligro de apostatas en la
próxima persecución que ya se avecinaba. Y sucedió que cuando vinieron después
las más espantables persecuciones, los cristianos prefirieron morir antes que
quemar incienso a los dioses de los paganos. Y fueron mártires gloriosos.
El
año 252, llega la peste de tifo negro a Cartago y empiezan a morir cristianos
por centenares y quedan miles de huérfanos. El obispo Cipriano se dedica a
repartir ayudas a los que han quedado en la miseria. Vende todo lo más valioso
que hay en su casa episcopal, y pronuncia unos de los sermones más bellos que
se han compuesto en la Iglesia Católica acerca de la limosna. Todavía hoy al
leer tan emocionantes sermones, siente uno un deseo inmenso de dedicarse a
ayudar a los necesitados. Sus oyentes se conmovieron al escucharle tan
impresionantes enseñanzas y fueron generosísimos en auxiliar a las víctimas de
la epidemia.
El
año 257 el emperador Valeriano decretó una violentísima persecución contra los
cristianos. Pena de destierro para todo creyente que asistiera a un acto de
culto cristiano, y pena de muerte para cualquier obispo o sacerdote que se atreviera
a celebrar una ceremonia religiosa. A Cipriano le decretan en el año 157 pena
de destierro, pero como donde quiera que vaya sigue celebrando ceremonias
religiosas, en el año 258 le decretan pena de muerte. Se conservan las actas de
la última audiencia que los jueces le hicieron para condenarlo al martirio. Son
muy interesantes. Dicen así:
El
juez: El emperador Valeriano ha dado órdenes de que no se permite celebrar
ningún otro culto, sino el de nuestros dioses. Ud. ¿Qué responde?
Cipriano:
Yo soy cristiano y soy obispo. No reconozco a ningún otro Dios, sino al único y
verdadero Dios que hizo el cielo y la tierra. A El rezamos cada día los
cristianos.
El 14
de septiembre una gran multitud de cristianos se reunió frente a la casa del
juez. Este le preguntó al mártir: "¿Es usted el responsable de toda esta
gente?
Cipriano:
Si, lo soy.
El
juez: El emperador le ordena que ofrezca sacrificios a los dioses.
Cipriano:
No lo haré nunca.
El
juez: Píenselo bien.
Cipriano:
Lo que le han ordenado hacer, hágalo pronto. Que en estas cosas tan importantes
mi decisión es irrevocable, y no va a cambiar.
El
juez Valerio consultó a sus consejeros y luego de mala gana dictó esta
sentencia: "Ya que se niega a obedecer las órdenes del emperador Valeriano
y no quiere adorar a nuestros dioses, y es responsable de que todo este gentío
siga sus creencias religiosas, Cipriano: queda condenado a muerte. Le cortarán
la cabeza con una espada".
Al
oír la sentencia, Cipriano exclamó: ¡Gracias sean dadas a Dios!
Toda
la inmensa multitud gritaba: "Que nos maten también a nosotros, junto con
él", y lo siguieron en gran tumulto hacia el sitio del martirio.
Al
llegar al lugar donde lo iban a matar Cipriano mandó regalarle 25 monedas de
oro al verdugo que le iba a cortar la cabeza. Los fieles colocaron sábanas
blancas en el suelo para recoger su sangre y llevarla como reliquias.
El
santo obispo se vendó él mismo los ojos y se arrodilló. El verdugo le cortó la
cabeza con un golpe de espada. Esa noche los fieles llevaron en solemne
procesión, con antorchas y cantos, el cuerpo del glorioso mártir para darle
honrosa sepultura.
A los
pocos días murió de repente el juez Valerio. Pocas semanas después, el
emperador Valeriano fue hecho prisionero por sus enemigos en una guerra en
Persia y esclavo prisionero estuvo hasta su muerte.
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