martes, 22 de septiembre de 2020

Párate un momento: El Evangelio del dia 24 DE SEPTIEMBRE –JUEVES– 25ª – SEMANA DEL T. O. – A – Nuestra Señora de la Merced

 


24 DE SEPTIEMBRE –JUEVES–

25ª – SEMANA DEL T. O. – A –

Nuestra Señora de la Merced

 

Lectura del libro del Eclesiastés (1,2-11):

¡Vanidad de vanidades, dice Qohelet; vanidad de vanidades, ¡todo es vanidad! ¿Qué saca el hombre de todas las fatigas que lo fatigan bajo el sol?

Una generación se va, otra generación viene, mientras la tierra siempre está quieta. Sale el sol, se pone el sol, jadea por llegar a su puesto y de allí vuelve a salir. Camina al sur, gira al norte, gira y gira y camina el viento. Todos los ríos caminan al mar, y el mar no se llena; llegados al sitio adonde caminan, desde allí vuelven a caminar. Todas las cosas cansan y nadie es capaz de explicarlas. No se sacian los ojos de ver ni se hartan los oídos de oír. Lo que pasó, eso pasará; lo que sucedió, eso sucederá: nada hay nuevo bajo el sol.

Si de algo se dice: «Mira, esto es nuevo», ya sucedió en otros tiempos mucho antes de nosotros. Nadie se acuerda de los antiguos y lo mismo pasará con los que vengan: no se acordarán de ellos sus sucesores.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 89,3-4.5-6.12-13.14.17

 

R/. Señor, tú has sido nuestro refugio

de generación en generación

 

Tú reduces el hombre a polvo,

diciendo: «Retornad, hijos de Adán.»

Mil años en tu presencia son un ayer que pasó;

una vela nocturna. R/.

Los siembras año por año,

como hierba que se renueva:

que florece y se renueva por la mañana,

y por la tarde la siegan y se seca. R/.

Enséñanos a calcular nuestros años,

para que adquiramos un corazón sensato.

Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?

Ten compasión de tus siervos. R/.

Por la mañana sácianos de tu misericordia,

y toda nuestra vida será alegría y júbilo.

Baje a nosotros la bondad del Señor

y haga prósperas las obras de nuestras manos. R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,7-9):

En aquel tiempo, el virrey Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado, otros que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.

Herodes se decía:

«A Juan lo mandé decapitar yo.

- ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?»

Y tenía ganas de ver a Jesús.

 

Palabra del Señor

 

1.  Estamos acostumbrados a pensar y hablar mal de Herodes el Grande y de su hijo, Herodes Antipas. Y es verdad que ambos, sobre todo el padre, tuvieron asuntos muy negros y repugnantes en su historia. Pero no es frecuente que caigamos en la cuenta de que el Herodes, que mandaba en Galilea cuando Jesús predicaba y curaba enfermos, fue un hombre del que también tenemos que aprender.  Herodes se preguntaba, y preguntaba.   

Ahora bien, el que pregunta es que no sabe y lo reconoce. El que pregunta, además, espera que otro le enseñe, y quiere que se le enseñe lo que él no alcanza a saber. Todo esto es importante en este momento.

- ¿Alguien ha visto una tertulia de políticos que,

ante las cámaras de televisión, den muestras de no saber y, sobre todo, digan que quieren aprender?

- ¿Por qué los hombres del poder son tan autosuficientes?

- ¿No se dan cuenta del ridículo que hacen al presentarse así?

 

2.  El comportamiento, tan profundamente humano de Jesús, curando males y aliviando penas, suscita la curiosidad de todos, incluso de un hombre como Herodes.

Es verdad que, poco después, este político andaba buscando a Jesús para matarlo (Lc 13, 31). Cuando Jesús se enteró de eso, se limitó a decir: "Id a decirle a ese zorro: yo, hoy y mañana, seguiré curando y echando demonios” (Lc 13, 32).

Los "hombres del poder" suelen ser "hombres de la mentira".

 

3.   La amenaza del poder no desvió a Jesús ni un ápice de su lucha contra el sufrimiento.  Y cuando llegó la hora de la verdad, y Jesús se vio atado de pies y manos ante el tribunal de Herodes, que le hizo muchas   preguntas, Jesús "no le contestó palabra" (Lc 23, 9).

Lo que le importaba a Jesús era el dolor de enfermos y pobres.   Para eso nunca necesitó privilegios del poder. Por eso, ni le asustaron sus amenazas, ni le sedujeron sus promesas.  De esto, tendrían que aprender   mucho nuestros obispos. Y todos los que buscamos o nos recreamos en el favor de los que tienen poder y mando.

Nuestra Señora de la Merced


La Santísima Virgen es venerada con el título «de la Merced» en España, sobre todo en Aragón y Cataluña, y en Hispanoamérica.

El formulario –teniendo en cuenta la finalidad para la que san Pedro Nolasco instituyó la Orden mercedaria en el año 1218, la redención de los cautivos cristianos–, invoca a Cristo, «Redentor de los hombres», que «nos mereció con su sacrificio» «la verdadera libertad de hijos» (Oración colecta)

 

Alfonso el Sabio, en plena Edad Media, ya empleaba el término merced relacionándolo con la redención de los cautivos: «sacar a los omes de captivo es cosa que place mucho a Dios, porque es obra de merced». Así empleaba el término para expresar misericordia, gracia, caridad o limosna. Indudablemente, para él, los cautivos son «aquellos que caen en prisión de omes de otra religión».

Santa María de la Merced fue el nombre mediterráneo de la Virgen en el siglo XIII. Siglos de lucha y de fe. Son aguas infectadas de turcos y sarracenos que abordan barcos en el mar; cuando pisan las costas dejan a su paso ruina y destrucción. El viejo abuso de la sociedad que se llama esclavitud era el pan de cada día. Fruto de luchas religiosas. Pedro Nolasco no podía sufrir este mal social. Pedía a la Virgen el remedio corporal y espiritual para los pobres desgraciados cautivos. Más, vendió sus bienes y, como mercader, se propuso tratar la compra y rescate de los cautivos.

La fundación de la Merced es uno de los acontecimientos religiosos más notables acaecidos durante el reinado de Jaime I rey de Aragón, protagonista de la incorporación a sus dominios de Mallorca y del reino de Valencia. La fecha de fundación fue objeto de largas controversias; pero hay que situarla alrededor de 1212. Según la tradición, en la noche del 2 de agosto de 1218, la Virgen se apareció a Pedro Nolasco, nativo del sur de Francia, a Ramón (Raimundo) de Penyafort y al rey Jaime I para manifestarle su voluntad consistente en fundar una orden religiosa que tuviera como fin la imitación de Jesús con la redención de los cristianos cautivos de los infieles, dándose si fuera necesario a cambio. Fue el 10 de agosto de 1218, en Barcelona, en la catedral y en el altar de santa Eulalia, cuando el obispo Berenguer vistió el hábito blanco, con las armas reales bajo la cruz en el pecho, a Pedro Nolasco y a otros jóvenes fundándose la orden de la Merced. El rey la protegió largamente, ha sido venerado siempre como patrono y fundador, le concedió privilegios y en los últimos años de su vida se los confirmó.

Su organización era muy parecida a la de las órdenes militares y, hasta 1312, sus maestros generales eran caballeros laicos. En 1235, el Papa Gregorio IX, a instancias de Ramón de Penyafort, les autorizó a constituirse en orden religiosa. Adoptaron la regla de san Agustín. Pronto se le une una caterva de jóvenes llenos de fe dispuestos a secundarle.

Rápidamente se fundaron conventos en Barcelona, Mallorca, Santa María del Puig, Valencia, etc. La orden tuvo amplia difusión en la Cristiandad por su función religiosa, humanitaria y social.

En torno a la redención de los cautivos, hay en el mercedario primacía de lo espiritual y una intensa predicación de Cristo entre los infieles.

Es preciso recabar fondos para conseguir la libertad. Y eso se hace con una intensa predicación de la caridad en nombre de la Virgen de la Merced. Se habla a nobles y sencillos; hay un pulular de mercedarios por los templos, los castillos, las calles y los campos pidiendo limosna para ayudar a otros. Es preciso motivar a la gente con el fin de que, por Dios, piensen en los demás. Lo que hace creíble a la Iglesia de todos los tiempos es la caridad.

Luego viene la oferta y la demanda en tierra de moros para liberar cautivos. Fez, Argel, Tetuán y otros puntos son el terreno propio de la transacción. Se busca a los cautivos principalmente en las cárceles y desde allí se tocan las almas de los que se tienen a sí mismos como perdidos para la fe, otros están flacos, en muchos casos se previene la apostasía y se combate el error del Corán, manteniendo una presencia de la Iglesia allí donde hay tanto sufrimiento.

Y, si llega el triste momento de que peligrara la fe, el mercedario sustituye al cautivo como lo atestigua el número de los mártires mercedarios. Y entre tanto, la Virgen, la oración, la esperanza, el consuelo y la ilusión hasta que se rompan los grilletes de la esclavitud.

La vuelta, el regreso a los puertos españoles, franceses e italianos es triunfal y rayana en lo apoteósico. Esperan las novias o esposas, las madres y los hijos de los cautivos. Se escuchan cantos de libertad con estandarte de redención. No puede faltar la acción de gracias al Señor que lo ha hecho posible y la Procesión con la Virgen de la Merced.

Después, hace falta prestar atención médica, alimentos, descanso y disponer las cosas para que los centenares de cautivos puedan reintegrarse a su hogar. Así va corriendo de boca en boca el nombre de la Virgen de la Merced por los caminos y posadas, y se le nombra en los puertos y ciudades y se celebra su mediación en las iglesias y en las casas. Lo cantan los poetas. Gratitud y alabanza.

Venerada públicamente la Virgen de la Merced ya desde el 1230.

La Cofradía de la Merced colabora con los misioneros mercedarios.

Y las primeras mercedarias aparecen en 1265 con María de Cervellón.

Conocer, amar y servir a Santa María está en la médula de vivir mercedario. ¡Qué bien nos vendría hoy una actividad apostólica mercedaria intensa que ayudara a librar tanto cautivo de las nuevas esclavitudes!

 

Archimadrid.org

 

 


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