17 DE SEPTIEMBRE – JUEVES –
24ª – SEMANA DEL T. O. –
A –
San Roberto Belarmino
Lectura de la primera carta
del apóstol san Pablo a los Corintios (15,1-11):
Os
recuerdo, hermanos, el Evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y
en el que estáis fundados, y que os está salvando, si es que conserváis el
Evangelio que os proclamé; de lo contrario, se ha malogrado vuestra adhesión a
la fe. Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue
esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue
sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le
apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de
quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han
muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos los apóstoles; por
último, se me apareció también a mí.
Porque yo soy el menor de
los apóstoles y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la
Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se
ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he
sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien; tanto ellos como yo esto es
lo que predicamos; esto es lo que habéis creído.
Palabra de Dios
Salmo: 117,1-2.16ab-17.28
R/. Dad gracias al Señor
porque es bueno
Dad
gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia. R/.
«La
diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa.»
No he de morir, viviré para contar
las hazañas del Señor. R/.
Tú
eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo. R/.
Lectura del santo evangelio
según san Lucas (7,36-50):
En
aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús,
entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad,
una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con
un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso
a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los
cubría de besos y se los ungía con el perfume.
Al ver esto, el fariseo
que lo había invitado se dijo:
«Si éste fuera profeta,
sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora.»
Jesús tomó la palabra y
le dijo:
«Simón, tengo algo
que decirte.»
Él respondió:
«Dímelo, maestro.»
Jesús le dijo:
«Un prestamista tenía dos
deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían
con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?»
Simón contestó:
«Supongo que aquel
a quien le perdonó más.»
Jesús le dijo:
«Has juzgado rectamente.»
Y, volviéndose a la
mujer, dijo a Simón:
«¿Ves a esta mujer?
Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio,
me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no
me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies.
Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies
con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene
mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.»
Y a ella le dijo:
«Tus pecados están
perdonados.»
Los demás convidados empezaron a decir entre sí: «¿Quién es
éste, que hasta perdona pecados?»
Pero Jesús dijo a la
mujer:
«Tu fe te ha
salvado, vete en paz.»
Palabra del Señor
1. Este relato
es de los más provocativos que hay en el Evangelio. Jesús es
invitado a un simposio, un banquete. Hay que saber que el
"simposio" era una de las costumbres más determinantes de la sociedad
y de la cultura antigua greco-romana. Baste recordar el
Banquete de Jenofonte o el de Platón.
Advirtiendo que Jesús hizo
saltar por los aires las tradiciones más intocables de aquella cultura. Al
comer y al admitir en los banquetes a pecadores y personas de mala fama,
Jesús trastornó el "orden social"
más radicalmente que con todos sus sermones y
discursos (Dennis E. Smith, J. D. Crossan).
2. En este
relato, el hecho fue mucho más provocativo. Porque el que invitó fue
un fariseo (modelo de observante). El invitado fue Jesús (modelo de
inobservante: Mc 2, 1-12; Mt 9, 1-8; Lc 5, 21; Jn 10, 33; Mt 27, 63;
Lc 23, 2. 14).
Y el personaje central, una
mujer, que tenía tan mala fama, que resultaba escandaloso admitirla en
aquella casa y dejar que se acercase a aquella mesa.
Pero el episodio se
desarrolla de forma que, al final, fue la mala mujer la que Jesús propone como
ejemplo de amor a imitar, mientras que el observante y piadoso anfitrión queda
por los suelos, como ejemplo de lo que jamás se debe hacer.
3. Jesús es el
hombre de la bondad, la libertad y la sinceridad. Acepta las
manifestaciones de afecto de aquella mujer. Le dice al fariseo, con delicadeza
y firmeza, lo que le tiene que decir, delante de todos. No esperó a decírselo
en privado. Y, sobre todo, afirmó que quien se siente justo y ejemplar,
ese es el que no tiene capacidad de amor y de bondad. O sea: en la
medida en que uno se considera mejor que los demás, en esa misma medida se
incapacita para amar.
Por eso, aquella mujer, que
se veía como la peor de todos, es la que tuvo más amor que nadie. Para Jesús,
la condición, para ser buena persona, no es la autoestima y confianza en sí
mismo, sino la necesidad de cariño de quienes se ven usados, abusados y
despreciados.
San Roberto Belarmino
(1542-1621)
Nació en 1542 en Montepulciano, ciudad de
la región toscana. Ingresó en la Compañía de Jesús, en Roma, y fue ordenado
sacerdote. Sostuvo célebres disputas en defensa de la fe católica y enseñó
teología en el Colegio Romano.
Fue elegido cardenal y nombrado obispo de Capua.
Trabajó también en las Congregaciones romanas, contribuyendo con su ayuda a la
solución de muchas cuestiones.
Murió en Roma en el año 1621.
Roberto significa: "el que brilla por su buena fama". (Ro:
buena fama. Bert: brillar).
Belarmino quiere
decir: "guerrero bien armado". (Bel: guerrero. Armin: armado).
Este
santo ha sido uno de los más valientes defensores de la Iglesia Católica contra
los errores de los protestantes. Sus libros son tan sabios y llenos de
argumentos convencedores, que uno de los más famosos jefes protestantes exclamó
al leer uno de ellos: "Con escritores como éste, estamos perdidos. No hay
cómo responderle".
San
Roberto nació en Monteluciano, Toscana (Italia), en 1542. Su madre era hermana
del Papa Marcelo II. Desde niño dio muestras de poseer una inteligencia
superior a la de sus compañeros y una memoria prodigiosa. Recitaba de memoria
muchas páginas en latín, del poeta Virgilio, como si las estuviera leyendo. En
las academias y discusiones públicas dejaba admirados a todos los que lo
escuchaban. El rector del colegio de los jesuitas en Montepulciano dejó
escrito: "Es el más inteligente de todos nuestros alumnos. Da esperanza de
grandes éxitos para el futuro".
Por
ser sobrino de un Pontífice podía esperar obtener muy altos puestos y a ello
aspiraba, pero su santa madre lo fue convenciendo de que el orgullo y la
vanidad son defectos sumamente peligrosos y cuenta él en sus memorias: "De
pronto, cuando más deseoso estaba de conseguir cargos honoríficos, me vino de
repente a la memoria lo muy rápidamente que se pasan los honores de este mundo
y la cuenta que todos vamos a tener que darle a Dios, y me propuse entrar de
religioso, pero en una comunidad donde no fuera posible ser elegido obispo ni
cardenal. Y esa comunidad era la de los padres jesuitas". Y así lo hizo.
Fue recibido de jesuita en Roma en 1560, y detalles de los misterios de Dios:
él entraba a esa comunidad para no ser elegido ni obispo ni cardenal (porque
los reglamentos de los jesuitas les prohibían aceptar esos cargos) y fue el
único obispo y cardenal de los Jesuitas en ese tiempo.
Uno de
los peores sufrimientos de San Roberto durante toda la vida fue su mala salud.
En él se cumplía lo que deseaba San Bernardo cuando decía: "Ojalá que los
superiores tengan una salud muy deficiente, para que logren comprender a los
débiles y enfermos". Cada par de meses tenían que enviar a Roberto a las
montañas a descansar, porque sus condiciones de salud eran muy defectuosas.
Pero no por eso dejaba de estudiar y de prepararse.
Ya de
joven seminarista y profesor, y luego como sacerdote, Roberto Belarmino atraía
multitudes con sus conferencias, por su pasmosa sabiduría y por la facilidad de
palabra que tenía y sus cualidades para convencer a los oyentes. Sus sermones
fueron extraordinariamente populares desde el primer día. Los oyentes decían
que su rostro brillaba mientras predicaba y que sus palabras parecían
inspiradas desde lo alto.
Belarmino
era un verdadero ídolo para sus numerosos oyentes. Un superior enviado desde
Roma para que le oyera los sermones que predicaba en Lovaina, escribía luego:
"Nunca en mi vida había oído hablar a un hombre tan extraordinariamente
bien, como habla el padre Roberto".
Era el predicador preferido por los universitarios en Lovaina, París y Roma.
Profesores y estudiantes se apretujaban con horas de anticipación junto al
sitio donde él iba a predicar. Los templos se llenaban totalmente cuando se
anunciaba que era el Padre Belarmino el que iba a predicar. Hasta se subían a
las columnas para lograr verlo y escucharlo.
Al
principio los sermones de Roberto estaban llenos de frases de autores famosos,
y de adornos literarios, para aparecer como muy sabio y literato. Pero de
pronto un día lo enviaron a hacer un sermón, sin haberle anunciado con
anticipación, y él sin tiempo para prepararse ni leer, se propuso hacer esa
predicación únicamente con frases de la S. Biblia (la cual prácticamente se
sabía de memoria) y el éxito fue fulminante. Aquel día consiguió más
conversiones con su sencillo sermoncito bíblico, que las que había obtenido
antes con todos sus sermones literarios. Desde ese día cambió totalmente su
modo de predicar: de ahora en adelante solamente predicará con argumentos
tomados de la S. Biblia, no buscando aparecer como sabio, sino transformar a los
oyentes. Y su éxito fue asombroso.
Después
de haber sido profesor de la Universidad de Lovaina y en varias ciudades más,
fue llamado a Roma, para enseñar allá y para ser rector del colegio mayor que
los Padres Jesuitas tenían en esa capital. Y el Sumo Pontífice le pidió que
escribiera un pequeño catecismo, para hacerlo aprender a la gente sencilla.
Escribió entonces el Catecismo Resumido, el cual ha sido traducido a 55
idiomas, y ha tenido 300 ediciones en 300 años (una por año) éxito únicamente
superado por la S. Biblia y por la Imitación de Cristo. Luego redactó el
Catecismo Explicado, y pronto este su nuevo catecismo estuvo en las manos de
sacerdotes y catequistas en todos los países del mundo. Durante su vida logró
ver veinte ediciones seguidas de sus preciosos catecismos.
Se
llama controversia a una discusión larga y repetida, en la cual
cada contenedor va presentando los argumentos que tiene contra el
otro y los argumentos que defienden lo que él dice.
Los
protestantes (evangélicos, luteranos, anglicanos, etc.) habían sacado una serie
de libros contra los católicos y estos no hallaban cómo defenderse. Entonces el
Sumo Pontífice encomendó a San Roberto que se encargara en Roma de preparar a
los sacerdotes para saber enfrentarse a los enemigos de la religión. El fundó
una clase que se llamaba "Las controversias", para enseñar a sus
alumnos a discutir con los adversarios. Y pronto publicó su primer tomo
titulado así: "Controversias". En ese libro con admirable sabiduría,
pulverizaba lo que decían los evangélicos y calvinistas. El éxito fue rotundo.
Enseguida aparecieron el segundo y tercer tomo, hasta el octavo, y los
sacerdotes y catequistas de todas las naciones encontraban en ellos los
argumentos que necesitaban para convencer a los protestantes de lo equivocados
que están los que atacan nuestra religión. San Francisco de Sales cuando iba a
discutir con un protestante llevaba siempre dos libros: La S. Biblia y un tomo
de las Controversias de Belarmino. En 30 años tuvieron 20 ediciones estos sus
famosos libros. Un librero de Londres exclamaba: "Este libro me sacó de
pobre. Son tantos los que he vendido, que ya se me arregló mi situación
económica".
Los
protestantes, admirados de encontrar tanta sabiduría en esas publicaciones,
decían que eso no lo había escrito Belarmino solo, sino que era obra de un
equipo de muchos sabios que le ayudaban. Pero cada libro lo redactaba él
únicamente, de su propio cerebro.
El Santo Padre, el Papa, lo nombró obispo y cardenal y puso como razón para
ello lo siguiente: "Este es el sacerdote más sabio de la actualidad".
Belarmino
se negaba a aceptar tan alto cargo, diciendo que los reglamentos de la Compañía
de Jesús prohíben aceptar títulos elevados en la Iglesia. El Papa le
respondió que él tenía poder para dispensarlo de ese reglamento, y al fin le
mandó, bajo pena de pecado mortal, aceptar el cardenalato. Tuvo que aceptarlo,
pero siguió viviendo tan sencillamente y sin ostentación como lo había venido
haciendo cuando era un simple sacerdote.
Al
llegar a las habitaciones de Cardenal en el Vaticano, quitó las cortinas
lujosas que había en las paredes y las mandó repartir entre las gentes pobres,
diciendo: "Las paredes no sufren de frío".
Los
superiores Jesuitas le encomendaron que se encargara de la dirección espiritual
de los jóvenes seminaristas, y San Roberto tuvo la suerte de contar entre sus
dirigidos, a San Luis Gonzaga. Después cuando Belarmino se muera dejará como
petición que lo entierren junto a la tumba de San Luis, diciendo: "Es que
fue mi discípulo".
En los
últimos años pedía permiso al Sumo Pontífice y se iba a pasar semanas y semanas
al noviciado de los Jesuitas, y allá se dedicaba a rezar y a obedecer tan
humildemente como si fuera un sencillo novicio.
En la
elección del nuevo Sumo Pontífice, el cardenal Belarmino tuvo 14 votos, la
mitad de los votantes. Quizá no le eligieron por ser Jesuita (pues estos padres
tenían muchos enemigos). El rezaba y fervorosamente a Dios para que lo librara
de semejante cargo tan difícil, y fue escuchado.
Poco
antes de morir escribió en su testamento que lo poco que tenía se repartiera
entre los pobres (lo que dejó no alcanzó sino para costear los gastos de su
entierro). Que sus funerales fueran de noche (para que no hubiera tanta gente)
y se hicieran sin solemnidad. Pero a pesar de que se le obedeció haciéndole los
funerales de noche, el gentío fue inmenso y todos estaban convencidos de que
estaban asistiendo al entierro de un santo.
Murió
el 17 de septiembre de 1621. Su canonización se demoró mucho porque había una
escuela teológica contraria a él, que no lo dejaba canonizar. Pero el Sumo
Pontífice Pío XI lo declaró santo en 1930, y Doctor de la Iglesia en 1931.
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