24ª – SEMANA DEL T. O. – A –
Lectura de la carta a los Hebreos:5,
7-9
Cristo dirigió durante su vida terrena
súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a aquel que podía salvarlo
de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión. Y, aunque era Hijo de
Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer. De
este modo, él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna
para todos los que le obedecen.
Palabra de Dios.
SALMO: 30, 2-3a. 3b-4. 5-6. 15-16. 20
(R.: 17b)
R. Sálvame, Señor, por tu
misericordia.
Yo me refugio en ti, Señor,
¡que nunca me vea defraudado!
Líbrame, por tu justicia;
inclina tu oído hacia mí
y ven pronto a socorrerme. R.
Sé para mí una roca protectora,
un baluarte donde me encuentre a salvo,
porque tú eres mi Roca y mi baluarte:
por tu Nombre, guíame y condúceme. R.
Sácame de la red que me han tendido,
porque tú eres mi refugio.
Yo pongo mi vida en tus manos:
tú me rescatarás, Señor, Dios fiel. R.
Pero yo confío en ti, Señor,
y te digo: «Tú eres mi Dios,
mi destino está en tus manos.»
Líbrame del poder de mis enemigos
y de aquellos que me persiguen. R.
¡Qué grande es tu bondad, Señor!
Tú la reservas para tus fieles;
y la brindas a los que se refugian en ti,
en la presencia de todos. R.
SECUENCIA (Esta Secuencia es optativa.)
Se encontraba la Madre dolorosa
junto a la cruz, llorando,
en que el Hijo moría,
suspendido.
Con el alma dolida y suspirando,
sumida en la tristeza,
que traspasa el acero
de una espada.
Qué afligida y qué triste se encontraba,
de pie aquella bendita
Madre del Hijo único
de Dios.
Cuánto se dolía y padecía
esa piadosa Madre,
contemplando las penas
de su Hijo.
¿A qué hombre no va a hacer llorar,
el mirar a la Madre de Cristo
en un suplicio tan tremendo?
¿Quién es el que podrá no entristecerse
de contemplar tan sólo a esta Madre
que sufre con su Hijo?
Ella vio a Jesús en los tormentos,
sometido al flagelo,
por cargar los pecados
de su pueblo.
Y vio cómo muriendo abandonado,
aquél, su dulce Hijo,
entregaba su espíritu
a los hombres.
Madre, fuente de amor,
que yo sienta tu dolor,
para que llore contigo.
Que arda mi corazón
en el amor de Cristo, mi Dios,
para que pueda agradarle.
Madre santa,
imprime fuertemente en mi corazón
las llagas de Jesús crucificado.
Que yo pueda compartir
las penas de tu Hijo,
que tanto padeció por mí.
Que pueda llorar contigo,
condoliéndome de Cristo
todo el tiempo de mi vida.
Quiero estar a tu lado
y asociarme a ti en el llanto,
junto a la cruz de tu Hijo.
Virgen, la más santa de las vírgenes,
no seas dura conmigo:
que siempre llore contigo.
Que pueda morir con Cristo
y participar de su pasión,
reviviendo sus dolores.
Hiéreme con sus heridas,
embriágame con la sangre
por él derramada en la cruz.
Para que no arda eternamente
defiéndeme, Virgen,
en el día del Juicio.
Jesús, en la hora final,
concédeme, por tu madre,
la palma de la victoria.
Cuando llegue mi muerte, yo te pido,
oh Cristo, por tu madre,
alcanzar la victoria eterna.
Lectura del santo evangelio según san
Juan, 19, 25-27
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre
y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a la madre y cerca de ella al
discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo:
«Mujer, aquí tienes a tu hijo.»
Luego dijo al discípulo:
«Aquí tienes a tu madre.» Y desde aquel
momento, el discípulo la recibió en su casa.
Palabra del Señor.
1,- La fiesta, o «memoria»
de Nuestra Señora de los Dolores se celebra en la Iglesia católica el día 15 de
septiembre, el día siguiente a la celebración de la «Exaltación de la Santa
Cruz». La razón de esta celebración y su ubicación en el calendario litúrgico
obedece a un mismo postulado: la relación especialísima que la Virgen María
tiene con la cruz, en que murió su Hijo, clavado en sus brazos, y el contenido
teológico, espiritual y simbólico que tiene la escena del Calvario. Establecida
así su celebración, esta fiesta mantiene y continúa esa relación mística,
formando casi una unidad también simbólica con la exaltación de la santa Cruz.
Los criterios que orientaron la
reforma de la liturgia de la Iglesia en la época postconciliar —la era del papa
Pablo VI— tuvieron en cuenta esa relación de María con el Cristo doliente. En
el fondo, esta relación en sentido universal es una enseñanza del Concilio
Vaticano II, y de la mariología del post-concilio. Pablo VI se hizo eco de esto
en la exhortación apostólica Marialis cultus (2, 2, 1974). La liturgia renovada
debía poner de relieve la celebración de la historia, o de la obra de la
Salvación, conmemorando los tiempos especialmente significativos, como
Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua..., las solemnidades del Señor y de la
Virgen María, y también las celebraciones que conmemoran acontecimientos
salvíficos, entre los cuales, después de las fiestas del ciclo de Navidad y la
fiesta de la Visitación, Pablo VI recuerda la «memoria de la Virgen Dolorosa»:
«ocasión propicia —dice el papa— para revivir un momento decisivo de la
historia de la salvación, y para venerar, junto con el Hijo exaltado en la
Cruz, a la madre que comparte su dolor (Marialis cultos, MC, 7).
2,- En estas palabras del
papa se insinúa una de las razones determinantes de la celebración de este
misterio en la liturgia actual, y de su inclusión en el calendario litúrgico,
aparte de su valor histórico. La celebración de Nuestra Señora de los Dolores
es un complemento de la celebración de la «Exaltación de la Santa Cruz». Sin
ella quedaría incompleta para el pueblo cristiano la contemplación amorosa y
devota de la Cruz de Cristo y la visión de su muerte en la Cruz, y de su misma
exaltación victoriosa. Porque la Virgen María estuvo íntimamente asociada a su
hijo en la obra de la salvación desde su predestinación eterna antes de la
creación del mundo, en el mismo decreto de la Encarnación. Desde su predestinación
María formó una unidad de salvación en los designios salvíficos de Dios,
juntamente con su Hijo. En la realización en el tiempo de la redención del
género humano, ella colaboró con su Hijo y bajo él, en frase del Vaticano II
(LG, 56), en la redención de los hombres, en una unión indisoluble con él. Por
esto es nuestra Madre en el orden de la gracia.
Uno de los momentos más importantes
de la asociación de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación fue aquel
en que la Madre padeció el dolor y los sufrimientos de su amado Hijo, en primer
lugar en la circuncisión y en su presentación en el templo, y sobre todo en los
días de la pasión y de su muerte en la Cruz.
Nuestra Señora de los Dolores
«Hay celebraciones que conmemoran acontecimientos salvíficos
en los que la Virgen estuvo estrechamente vinculada al Hijo, como la memoria de
la Virgen Dolorosa, ocasión propicia para revivir un momento decisivo de la
historia de la salvación y para venerar, junto con el Hijo exaltado en la cruz,
a la Madre que comparte su dolor» (Pablo VI, Marialis cultus).
La fiesta litúrgica
La fe de la Iglesia ha reconocido siempre
esta asociación de la Madre con el Hijo en la historia de la salvación, y en
particular en los momentos de dolor y en los misterios de carácter y de valor
propiamente sacrificial. Por eso, la Iglesia, desde la época de los Santos
Padres, ha recordado con devota veneración los dolores de Nuestra Señora,
interpretando la profecía de Simeón, y contemplando teológicamente el misterio
de la Cruz. Orígenes y los escritores orientales principalmente vieron en la
«espada de dolor» el símbolo de los dolores de la Madre del Mesías.
A partir del siglo VIII, los
escritores eclesiásticos hablan de la «compasión» de la Virgen, es decir: de su
participación en los dolores del crucificado, o de su «compadecimiento». Desde
el siglo XII se dio culto a los cinco dolores de María, que más tarde pasaron a
ser siete, La multiplicación de himnos de carácter religioso, composiciones
poéticas en forma de «lamentaciones» o llanto de María», que dan lugar a un
género de literatura muy peculiar, de carácter cultual: los planctus Mariae,
que en parte pasan a las liturgias locales en la Edad Media, son un testimonio
la devoción que el pueblo fiel profesaba a la Virgen Dolorosa.
La fiesta litúrgica propiamente dicha de
la Virgen de los Dolores comenzó a celebrarse en Occidente en la Edad Media.
Primero se celebraba como una conmemoración que se hacía después de la
celebración de la Pascua, ya que no había habido lugar en otros días, por su
asociación con Cristo en la pasión. No se sabe cuándo ni dónde se introdujo
esta conmemoración de la «Commendatio Beatae Mariae Virginis, que era un
recuerdo de la Virgen en el Calvario, y de la encomienda que Jesús había hecho
de ella a su discípulo Amado desde la Cruz.
En el siglo XIII los servitas, o siervos
de María, celebraban ya la «commendation, o recuerdo de María bajo la Cruz, con
oficio especial y misa. En el siglo XIV consta que se celebraba una fiesta
litúrgica en Alemania el viernes después del tercer domingo de Pascua. Más
adelante a esta celebración se le dio el título de Transfixio, seu de Martyrio
Cordis Beatae Mariae o De Lamentatione Beatae Mariae Vírginis o De Planctu
Beatae Mariae Virginis o, finalmente, De Doloribus Beatae Mariae Virginis.
En algunas iglesias se conmemoraban
solamente los cinco dolores de la Virgen. En el siglo XV, y más a partir del
siglo XVII, se celebraba la fiesta de la Dolorosa, principalmente entre los
servitas, en forma parecida a la actual. En ese siglo celebraban dos fiestas
conmemorativas de los siete dolores de María. Una en el viernes después del
domingo de Pasión, conocido como el «Viernes de Dolores»: y otra en el tercer
domingo de septiembre, con rito doble de II clase. El papa Benedicto XIII
extendió a toda la Iglesia la fiesta del «Viernes de Dolores» en 1472; y lo mismo
hizo el papa Pío VII en 1814 con la segunda fiesta, fijando su celebración en
el día 15 de septiembre.
Enrique Llamas, O.C.D.
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