domingo, 13 de septiembre de 2020

Párate un momento: El Evangelio del dia 15 DE SEPTIEMBRE – MARTES – 24ª – SEMANA DEL T. O. – A – Nuestra Señora de los Dolores

 

15 DE SEPTIEMBRE – MARTES –

 24ª – SEMANA DEL T. O. – A –

Nuestra Señora de los Dolores

 

Lectura de la carta a los Hebreos:5, 7-9

Cristo dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión. Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer. De este modo, él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen.

 

Palabra de Dios.

 

SALMO: 30, 2-3a. 3b-4. 5-6. 15-16. 20 (R.: 17b)

R. Sálvame, Señor, por tu misericordia.

Yo me refugio en ti, Señor,

¡que nunca me vea defraudado!

Líbrame, por tu justicia;

inclina tu oído hacia mí

y ven pronto a socorrerme. R.

Sé para mí una roca protectora,

un baluarte donde me encuentre a salvo,

porque tú eres mi Roca y mi baluarte:

por tu Nombre, guíame y condúceme. R.

Sácame de la red que me han tendido,

porque tú eres mi refugio.

Yo pongo mi vida en tus manos:

tú me rescatarás, Señor, Dios fiel. R.

Pero yo confío en ti, Señor,

y te digo: «Tú eres mi Dios,

mi destino está en tus manos.»

Líbrame del poder de mis enemigos

y de aquellos que me persiguen. R.

¡Qué grande es tu bondad, Señor!

Tú la reservas para tus fieles;

y la brindas a los que se refugian en ti,

en la presencia de todos. R.

 

SECUENCIA (Esta Secuencia es optativa.)

 

Se encontraba la Madre dolorosa

junto a la cruz, llorando,

en que el Hijo moría,

suspendido.

Con el alma dolida y suspirando,

sumida en la tristeza,

que traspasa el acero

de una espada.

Qué afligida y qué triste se encontraba,

de pie aquella bendita

Madre del Hijo único

de Dios.

Cuánto se dolía y padecía

esa piadosa Madre,

contemplando las penas

de su Hijo.

¿A qué hombre no va a hacer llorar,

el mirar a la Madre de Cristo

en un suplicio tan tremendo?

¿Quién es el que podrá no entristecerse

de contemplar tan sólo a esta Madre

que sufre con su Hijo?

Ella vio a Jesús en los tormentos,

sometido al flagelo,

por cargar los pecados

de su pueblo.

Y vio cómo muriendo abandonado,

aquél, su dulce Hijo,

entregaba su espíritu

a los hombres.

Madre, fuente de amor,

que yo sienta tu dolor,

para que llore contigo.

Que arda mi corazón

en el amor de Cristo, mi Dios,

para que pueda agradarle.

Madre santa,

imprime fuertemente en mi corazón

las llagas de Jesús crucificado.

Que yo pueda compartir

las penas de tu Hijo,

que tanto padeció por mí.

Que pueda llorar contigo,

condoliéndome de Cristo

todo el tiempo de mi vida.

Quiero estar a tu lado

y asociarme a ti en el llanto,

junto a la cruz de tu Hijo.

Virgen, la más santa de las vírgenes,

no seas dura conmigo:

que siempre llore contigo.

Que pueda morir con Cristo

y participar de su pasión,

reviviendo sus dolores.

Hiéreme con sus heridas,

embriágame con la sangre

por él derramada en la cruz.

Para que no arda eternamente

defiéndeme, Virgen,

en el día del Juicio.

Jesús, en la hora final,

concédeme, por tu madre,

la palma de la victoria.

Cuando llegue mi muerte, yo te pido,

oh Cristo, por tu madre,

alcanzar la victoria eterna.

 

Lectura del santo evangelio según san Juan, 19, 25-27

Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.

Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo:

«Mujer, aquí tienes a tu hijo.»

Luego dijo al discípulo:

«Aquí tienes a tu madre.» Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.

Palabra del Señor.

 

1,-  La fiesta, o «memoria» de Nuestra Señora de los Dolores se celebra en la Iglesia católica el día 15 de septiembre, el día siguiente a la celebración de la «Exaltación de la Santa Cruz». La razón de esta celebración y su ubicación en el calendario litúrgico obedece a un mismo postulado: la relación especialísima que la Virgen María tiene con la cruz, en que murió su Hijo, clavado en sus brazos, y el contenido teológico, espiritual y simbólico que tiene la escena del Calvario. Establecida así su celebración, esta fiesta mantiene y continúa esa relación mística, formando casi una unidad también simbólica con la exaltación de la santa Cruz.

Los criterios que orientaron la reforma de la liturgia de la Iglesia en la época postconciliar —la era del papa Pablo VI— tuvieron en cuenta esa relación de María con el Cristo doliente. En el fondo, esta relación en sentido universal es una enseñanza del Concilio Vaticano II, y de la mariología del post-concilio. Pablo VI se hizo eco de esto en la exhortación apostólica Marialis cultus (2, 2, 1974). La liturgia renovada debía poner de relieve la celebración de la historia, o de la obra de la Salvación, conmemorando los tiempos especialmente significativos, como Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua..., las solemnidades del Señor y de la Virgen María, y también las celebraciones que conmemoran acontecimientos salvíficos, entre los cuales, después de las fiestas del ciclo de Navidad y la fiesta de la Visitación, Pablo VI recuerda la «memoria de la Virgen Dolorosa»: «ocasión propicia —dice el papa— para revivir un momento decisivo de la historia de la salvación, y para venerar, junto con el Hijo exaltado en la Cruz, a la madre que comparte su dolor (Marialis cultos, MC, 7).

 

2,-  En estas palabras del papa se insinúa una de las razones determinantes de la celebración de este misterio en la liturgia actual, y de su inclusión en el calendario litúrgico, aparte de su valor histórico. La celebración de Nuestra Señora de los Dolores es un complemento de la celebración de la «Exaltación de la Santa Cruz». Sin ella quedaría incompleta para el pueblo cristiano la contemplación amorosa y devota de la Cruz de Cristo y la visión de su muerte en la Cruz, y de su misma exaltación victoriosa. Porque la Virgen María estuvo íntimamente asociada a su hijo en la obra de la salvación desde su predestinación eterna antes de la creación del mundo, en el mismo decreto de la Encarnación. Desde su predestinación María formó una unidad de salvación en los designios salvíficos de Dios, juntamente con su Hijo. En la realización en el tiempo de la redención del género humano, ella colaboró con su Hijo y bajo él, en frase del Vaticano II (LG, 56), en la redención de los hombres, en una unión indisoluble con él. Por esto es nuestra Madre en el orden de la gracia.

Uno de los momentos más importantes de la asociación de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación fue aquel en que la Madre padeció el dolor y los sufrimientos de su amado Hijo, en primer lugar en la circuncisión y en su presentación en el templo, y sobre todo en los días de la pasión y de su muerte en la Cruz.

 

Nuestra Señora de los Dolores

 


 

«Hay celebraciones que conmemoran acontecimientos salvíficos en los que la Virgen estuvo estrechamente vinculada al Hijo, como la memoria de la Virgen Dolorosa, ocasión propicia para revivir un momento decisivo de la historia de la salvación y para venerar, junto con el Hijo exaltado en la cruz, a la Madre que comparte su dolor» (Pablo VI, Marialis cultus).

La fiesta litúrgica

La fe de la Iglesia ha reconocido siempre esta asociación de la Madre con el Hijo en la historia de la salvación, y en particular en los momentos de dolor y en los misterios de carácter y de valor propiamente sacrificial. Por eso, la Iglesia, desde la época de los Santos Padres, ha recordado con devota veneración los dolores de Nuestra Señora, interpretando la profecía de Simeón, y contemplando teológicamente el misterio de la Cruz. Orígenes y los escritores orientales principalmente vieron en la «espada de dolor» el símbolo de los dolores de la Madre del Mesías.

A partir del siglo VIII, los escritores eclesiásticos hablan de la «compasión» de la Virgen, es decir: de su participación en los dolores del crucificado, o de su «compadecimiento». Desde el siglo XII se dio culto a los cinco dolores de María, que más tarde pasaron a ser siete, La multiplicación de himnos de carácter religioso, composiciones poéticas en forma de «lamentaciones» o llanto de María», que dan lugar a un género de literatura muy peculiar, de carácter cultual: los planctus Mariae, que en parte pasan a las liturgias locales en la Edad Media, son un testimonio la devoción que el pueblo fiel profesaba a la Virgen Dolorosa.

La fiesta litúrgica propiamente dicha de la Virgen de los Dolores comenzó a celebrarse en Occidente en la Edad Media. Primero se celebraba como una conmemoración que se hacía después de la celebración de la Pascua, ya que no había habido lugar en otros días, por su asociación con Cristo en la pasión. No se sabe cuándo ni dónde se introdujo esta conmemoración de la «Commendatio Beatae Mariae Virginis, que era un recuerdo de la Virgen en el Calvario, y de la encomienda que Jesús había hecho de ella a su discípulo Amado desde la Cruz.

En el siglo XIII los servitas, o siervos de María, celebraban ya la «commendation, o recuerdo de María bajo la Cruz, con oficio especial y misa. En el siglo XIV consta que se celebraba una fiesta litúrgica en Alemania el viernes después del tercer domingo de Pascua. Más adelante a esta celebración se le dio el título de Transfixio, seu de Martyrio Cordis Beatae Mariae o De Lamentatione Beatae Mariae Vírginis o De Planctu Beatae Mariae Virginis o, finalmente, De Doloribus Beatae Mariae Virginis.

En algunas iglesias se conmemoraban solamente los cinco dolores de la Virgen. En el siglo XV, y más a partir del siglo XVII, se celebraba la fiesta de la Dolorosa, principalmente entre los servitas, en forma parecida a la actual. En ese siglo celebraban dos fiestas conmemorativas de los siete dolores de María. Una en el viernes después del domingo de Pasión, conocido como el «Viernes de Dolores»: y otra en el tercer domingo de septiembre, con rito doble de II clase. El papa Benedicto XIII extendió a toda la Iglesia la fiesta del «Viernes de Dolores» en 1472; y lo mismo hizo el papa Pío VII en 1814 con la segunda fiesta, fijando su celebración en el día 15 de septiembre.

 

Enrique Llamas, O.C.D.

 

 

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