18 DE SEPTIEMBRE – VIERNES –
24ª – SEMANA
DEL T. O. – A –
San José de Cupertino
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (15,12-20):
Si anunciamos que Cristo resucitó de entre los muertos,
¿cómo es que dice alguno de vosotros que lo muertos no resucitan? Si los
muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y, si Cristo no ha resucitado,
nuestra predicación carece de sentido y vuestra fe lo mismo.
Además, como testigos de Dios, resultamos unos embusteros, porque en
nuestro testimonio le atribuimos falsamente haber resucitado a Cristo, cosa que
no ha hecho, si es verdad que los muertos no resucitan. Porque, si los muertos
no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe
no tiene sentido, seguís con vuestros pecados; y los que murieron con Cristo se
han perdido.
Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más
desgraciados. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de
todos.
Palabra de Dios
Salmo:
16,1.6-7.8.15
R/.
Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor
Señor, escucha mi apelación,
atiende a mis clamores,
presta oído a mi súplica,
que en mis labios no hay engaño. R/.
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío;
inclina el oído y escucha mis palabras.
Muestra las maravillas de tu
misericordia,
tú que salvas de los adversarios
a quien se refugia a tu derecha. R/.
Guárdame como a las niñas de tus ojos,
a la sombra de tus alas escóndeme.
Pero yo con mi apelación vengo a tu
presencia,
y al despertar me saciaré de tu
semblante. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas 8, 1-3
En aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en
pueblo predicando la Buena Noticia del Reino de Dios; lo acompañaban los Doce y
algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades.
María Magdalena de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de
Cusa, intendente de Herodes y Susana y otras muchas que le ayudaban con sus
bienes.
1. Filón (judío del s. 1) decía: “Mercados,
consejos, tribunales, procesiones festivas y reuniones de grandes multitudes de
hombres, en una palabra: toda la vida pública está hecha para los hombres. A
las mujeres les conviene quedarse en casa y vivir retiradas” (Spec. leg. III,
169) (J. Jeremias).
Esta era la
mentalidad de aquel tiempo con respecto a la mujer.
Jesús, con su conducta, rompió los esquemas
culturales y las costumbres de aquel tiempo en el trato con las mujeres. Porque
es un hecho que Jesús tuvo, entre sus discípulos y acompañantes habituales, no
solo hombres, si no también mujeres. Y, en algunos casos, bastantes mujeres.
Los
relatos de la pasión lo indican claramente (Mc 15, 40-41; Mt 27, 55-56; Lc 23,
49). Y la misma impresión tiene leyendo los relatos de las apariciones del
Resucitado. A quien primero se apareció Jesús fue precisamente a las mujeres. Y
en este evangelio, lo que se destaca es numerosa presencia de “seguidoras” que
tuvo Jesús. Precisamente el deseo de Lucas es de presentar el cristianismo como
una religión “respetable”, que no amenazaba al orden romano (en el que todo el
orden se concentraba en el “paterfamilias”) (R Stein), es la señal más clara de
que estas “discípulas” de Jesús existieron (J. P. Meier).
2. ¿Ejercieron las mujeres tareas ministeriales
en el grupo de Jesús?;
¿las ejercieron los discípulos?
Si
entendemos esas tareas tal y como hoy las entendemos, no es imaginable tal
cosa. En todo caso, en las cartas de Pablo, unos quince o veinte años antes de
la redacción definitiva de los evangelios, ya se habla de mujeres que, en Iglesia
naciente, ejercían ministerios en las comunidades (Elisa Estévez López). Por
tanto, es seguro que Jesús rompió con las normas que marginaban a la mujer y
reducían al aislamiento en casa.
3. Por todo esto resulta admirable la libertad
de Jesús y su humanidad, que se pone en evidencia en el trato con las mujeres.
Jesús, al
proceder así, defendió de hecho la igualdad del hombre y la mujer. Y devolvió a
la mujer la dignidad que se le había quitado.
Una tarea
urgente y apremiante para los cristianos y para la Iglesia de este mundo de
tantas desigualdades e injusticias.
La
Iglesia no puede seguir defendiendo que más de la mitad de la población mundial
no tiene los mismos derechos que la otra mitad.
San José de Cupertino
1603 -1663
José nació en 1603
en el pequeño pueblo italiano llamado Cupertino. Sus padres eran sumamente
pobres. El niño vino al mundo en un pobre cobertizo pegado a la casa, porque el
papá, un humilde carpintero, no había podido pagar las cuotas que debía de su
casa y se la habían embargado.
Murió el papá, y
entonces la mamá, ante la situación de extrema pobreza en que se hallaba,
trataba muy ásperamente al pobre niño y este creció debilucho y distraído. Se
le olvidaba hasta comer. A veces pasaba por las calles con la boca abierta
mirando tristemente a la gente, y los vecinos le pusieron por sobrenombre el
"boquiabierta". Las gentes lo despreciaban y lo creían una poca cosa.
Pero lo que no sabían era que en sus deberes de piedad era extraordinariamente
agradable a Dios, el cual le iba a responder luego de maneras maravillosas.
A los 17 años pidió ser admitido de franciscano pero no fue admitido. Pidió
que lo recibieran en los capuchinos y fue aceptado como hermano lego, pero
después de ocho meses fue expulsado porque era en extremo distraído. Dejaba
caer los platos cuando los llevaba para el comedor. Se le olvidaban los oficios
que le habían puesto. Parecía que estaba siempre pensando en otras cosas. Por
inútil lo mandaron para afuera.
Al verse
desechado, José buscó refugio en casa de un familiar suyo que era rico, pero él
declaró que este joven "no era bueno para nada", y lo echó a la
calle. Se vio entonces obligado a volver a la miseria y al desprecio de su
casa. La mamá no sintió ni el menor placer al ver regresar a semejante
"inútil", y para deshacerse de él le rogó insistentemente a un
pariente que era franciscano, para que lo recibieran al muchacho como mandadero
en el convento de los padres franciscanos.
Sucedió entonces
que en José se obró un cambio que nadie había imaginado. Lo recibieron los
padres como obrero y lo pusieron a trabajar en el establo y empezó a
desempeñarse con notable destreza en todos los oficios que le encomendaban.
Pronto con su humildad y su amabilidad, con su espíritu de penitencia y su amor
por la oración, se fue ganando la estimación y el aprecio de los religiosos, y
en 1625, por votación unánime de todos los frailes de esa comunidad, fue
admitido como religioso franciscano.
Lo pusieron a
estudiar para presentarse al sacerdocio, pero le sucedía que cuando iba a
presentar exámenes se trababa todo y no era capaz de responder. Llegó uno de
los exámenes finales y el pobre Fray José la única frase del evangelio que era
capaz de explicar completamente bien era aquella que dice: "Bendito el fruto
de tu vientre Jesús". Estaba asustadísimo, pero al empezar el examen, el
jefe de los examinadores dijo: "Voy a abrir el evangelio, y la primera
frase que salga, será la que tiene que explicar". Y salió precisamente la
única frase que el Cupertino se sabía perfectamente: "Bendito sea el fruto
de tu vientre".
Llegó al fin el
examen definitivo en el cual se decidía quiénes sí serían ordenados. Y los
primeros diez que examinó el obispo respondieron tan maravillosamente bien
todas las preguntas, que el obispo suspendió el examen diciendo: ¿Para qué
seguir examinando a los demás si todos se encuentran tan formidablemente
preparados?" y por ahí estaba haciendo turno para que lo examinaran, el
José de Cupertino, temblando de miedo por si lo iban a descalificar. Y se libró
de semejante catástrofe por casualidad.
Ordenado sacerdote
en 1628, se dedicó a tratar de ganar almas por medio de la oración y de la
penitencia. Sabía que no tenía cualidades especiales para predicar ni para
enseñar, pero entonces suplía estas deficiencias ofreciendo grandes penitencias
y muchas oraciones por los pecadores. Jamás comía carne ni bebía ninguna clase
de licor. Ayunaba a pan y agua muchos días. Se dedicaba con gran esfuerzo y
consagración a los trabajos manuales del convento (que era para lo único que se
sentía capacitado).
Desde el día de su
ordenación sacerdotal su vida fue una serie no interrumpida de éxtasis,
curaciones milagrosas y sucesos sobrenaturales en un grado tal que no se
conocen en cantidad semejante con ningún otro santo. Bastaba que le hablaran de
Dios o del cielo para que se volviera insensible a lo que sucedía a su
alrededor. Ahora se explicaban por qué de niño andaba tan distraído y con la
boca abierta. Un domingo, fiesta del Buen Pastor, se encontró un corderito, se
lo echó al hombro y al pensar en Jesús, Buen Pastor, se fue elevando por los
aires con cordero y todo.
Los animales
sentían por él un especial cariño. Pasando por el campo, se ponía a rezar y las
ovejas se iban reuniendo a su alrededor y escuchaban muy atentas sus oraciones.
Las golondrinas en grandes bandadas volaban alrededor de su cabeza y lo
acompañaban por cuadras y cuadras.
Sabemos que la
Iglesia Católica llama éxtasis a un estado de elevación del alma hacia lo
sobrenatural, durante lo cual la persona se libra momentáneamente del influjo
de los sentidos, para contemplar lo que pertenece a la divinidad. San José de
Cupertino quedaba en éxtasis con mucha frecuencia durante la Santa Misa, cuando
estaba rezando los salmos de la S. Biblia. Durante los 17 años que estuvo en el
convento de Grotella sus compañeros de comunidad presenciaron 70 éxtasis de
este santo. El más famoso sucedió cuando 10 obreros deseaban llevar una pesada
cruz a una montaña y no lo lograban. Entonces Fray José se elevó por los aires
con cruz y todo y la llevó hasta la cima del monte.
Como estos sucesos
tan raros podían producir movimientos de exagerado fervor entre el pueblo, los
superiores le prohibieron celebrar misa en público, ir a rezar en comunidad con
los demás religiosos, asistir al comedor cuando estaban los otros ahí, y
concurrir a otras sesiones públicas de devoción.
Cuando estaba en
éxtasis lo pinchaban con agujas, le daban golpes con palos y hasta le acercaban
a sus dedos velas encendidas y no sentía nada. Lo único que lo hacía volver en
sí era oír la voz de su superior que lo llamaba a que fuera a cumplir con sus
deberes. Cuando regresaba de sus éxtasis pedía perdón a sus compañeros
diciéndoles: "Excúsenme por estos ‘ataques de mareo’ que me dan".
En la Iglesia han
sucedido levitaciones a más de 200 santos. Consisten en elevar el cuerpo humano
desde el suelo, sin ninguna fuerza física que lo esté levantando. Se ha
considerado como un regalo que Dios hace a ciertas almas muy espirituales. San
José de Cupertino tuvo numerosísimas levitaciones.
Un día llegó el
embajador de España con su esposa y mandaron llamar a Fray José para hacerle
una consulta espiritual. Este llegó corriendo. Pero cuando ya iba a empezar a
hablar con ellos, vio un cuadro de la Virgen que estaba en lo más alto del
edificio, y dando su típico pequeño grito se fue elevando por el aire hasta
quedar frente al rostro de la sagrada imagen. El embajador y su esposa
contemplaban emocionados semejante suceso que jamás habían visto. El santo rezó
unos momentos, y luego descendió suavemente al suelo, y como avergonzado, subió
corriendo a su habitación y ya no bajó más ese día.
En Osimo, donde el
santo pasó sus últimos seis años, un día los demás religiosos lo vieron
elevarse hasta una estatua de la Virgen María que estaba a tres metros y medio
de altura, y darle un beso al Niño Jesús, y ahí junto a la Madre y al Niño se
quedó un rato rezando con intensa emoción, suspendido por los aires.
El día de la
Asunción de la Virgen en el año 1663, un mes antes de su muerte, celebró su
última misa. Y estando celebrando quedó suspendido por los aires como si
estuviera con el mismo Dios en el cielo. Muchos testigos presenciaron este
suceso.
Muchos enemigos
empezaron a decir que todo eso eran meros inventos y lo acusaban de engañador.
Fue enviado al Superior General de los Franciscanos en Roma y este al darse
cuenta de que era tan piadoso y tan humilde, reconoció que no estaba fingiendo
nada. Lo llevaron luego donde el Sumo Pontífice Urbano VIII, el cual deseaba
saber si era cierto o no lo que le contaban de los éxtasis y las levitaciones
del frailecito. Y estando hablando con el Papa, quedó José en éxtasis y se fue
elevando por el aire. El Duque de Hannover, que era protestante, al ver a José
en éxtasis se convirtió al catolicismo.
El Papa Benedicto
XIV que era rigurosísimo en no aceptar como milagro nada que no fuera en verdad
milagro, estudió cuidadosamente la vida de José de Cupertino y declaró:
"Todos estos hechos no se puede explicar sin una intervención muy especial
de Dios".
Los últimos años
de su vida, José fue enviado por sus superiores a conventos muy alejados donde
nadie pudiera hablar con él. La gente descubría donde estaba y corrían hacia
allá. Entonces lo enviaban a otro convento más apartado aún. El sufrió meses de
aridez y sequedad espiritual (como Jesús en Getsemaní) pero después a base de
mucha oración y de continua meditación, retornaba otra vez a la paz de su alma.
A los que le consultaban problemas espirituales les daba siempre un remedio:
"Rezar, no cansarse nunca de rezar. Que Dios no es sordo ni el cielo es de
bronce. Todo el que pide, recibe".
Murió el 18 de
septiembre de 1663 a la edad de 60 años.
Que Dios nos
enseñe con estos hechos tan maravillosos, que Él siempre enaltece a los que son
humildes y los llena de gracias y bendiciones.
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