17 DE ENERO
– MIERCOLES –
2 – SEMANA T O - B –
SAN
ANTONIO ABAD
Lectura
del primer libro de Samuel (17,32-33.37.40-51):
En aquellos días, Saúl mandó llamar a David, y éste le dijo:
«Majestad, no
os desaniméis. Este servidor tuyo irá a luchar con ese filisteo.»
Pero Saúl le
contestó:
«No podrás
acercarte a ese filisteo para luchar con él, porque eres un muchacho, y él es
un guerrero desde mozo.»
David le
replicó:
«El Señor,
que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, me librará de
las manos de ese filisteo.»
Entonces Saúl
le dijo:
«Anda con
Dios.»
Agarró el
cayado, escogió cinco cantos del arroyo, se los echó al zurrón, empuñó la honda
y se acercó al filisteo. Éste, precedido de su escudero, iba avanzando,
acercándose a David; lo miró de arriba abajo y lo despreció, porque era un
muchacho de buen color y guapo, y le gritó:
«¿Soy yo un
perro, para que vengas a mí con un palo?»
Luego maldijo
a David, invocando a sus dioses, y le dijo:
«Ven acá, y
echaré tu carne a las aves del cielo y a las fieras del campo.»
Pero David le
contestó:
«Tú vienes
hacia mí armado de espada, lanza y jabalina; yo voy hacia ti en nombre del
Señor de los ejércitos, Dios de las huestes de Israel, a las que has desafiado.
Hoy te entregará el Señor en mis manos, te venceré, te arrancaré la cabeza de
los hombros y echaré tu cadáver y los del campamento filisteo a las aves del
cielo y a las fieras de la tierra; y todo el mundo reconocerá que hay un Dios
en Israel; y todos los aquí reunidos reconocerán que el Señor da la victoria
sin necesidad de espadas ni lanzas, porque ésta es una guerra del Señor, y él
os entregará en nuestro poder.»
Cuando el
filisteo se puso en marcha y se acercaba en dirección de David, éste salió de
la formación y corrió velozmente en dirección del filisteo; echó mano al
zurrón, sacó una piedra, disparó la honda y le pegó al filisteo en la frente:
la piedra se le clavó en la frente, y cayó de bruces en tierra.
Así venció
David al filisteo, con la honda y una piedra; lo mató de un golpe, sin empuñar
espada.
David corrió
y se paró junto al filisteo, le agarró la espada, la desenvainó y lo remató,
cortándole la cabeza.
Los
filisteos, al ver que había muerto su campeón, huyeron.
Palabra de Dios
Salmo:
143,1.2.9-10
R/. Bendito el
Señor, mi Alcazar.
Bendito el Señor, mi Roca,
que adiestra mis manos para el combate,
mis dedos para la pelea. R/.
Mi bienhechor, mi alcázar,
baluarte donde me pongo a salvo,
mi escudo y mi refugio,
que me somete los pueblos. R/.
Dios mio, te cantaré un cántico nuevo,
tocaré para ti el arpa de diez cuerdas:
para ti que das la victoria a los reyes,
y salvas a David, tu siervo. R/.
Lectura del santo
evangelio según san Marcos (3,1-6):
En aquel
tiempo, entró Jesús otra vez en la sinagoga, y había allí un hombre con
parálisis en un brazo. Estaban al acecho, para ver si curaba en sábado y
acusarlo.
Jesús le dijo al que tenía la parálisis:
«Levántate y ponte ahí en medio.»
Y a ellos les preguntó:
«¿Qué está
permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre
o dejarlo morir?»
Se quedaron
callados. Echando en torno una mirada de ira, y dolido de su obstinación, le
dijo al hombre:
«Extiende el
brazo.»
Lo extendió y
quedó restablecido.
En cuanto
salieron de la sinagoga, los fariseos se pusieron a planear con los herodianos
el modo de acabar con él.
Palabra del Señor
1.- En
la Iglesia no se ha reflexionado lo suficiente en un hecho fundamental: el
Evangelio es la historia de un conflicto mortal: el conflicto de Jesús con la
religión. Esto queda patente ya en este relato, que termina dando cuenta de la
decisión firme de los fariseos (religión) y los herodianos (política), el poder
religioso aliado al poder político, ambos unidos para matar a Jesús.
¿Por qué?
Porque había sanado a un enfermo en sábado. La vida (curación del manco)
enfrentada a la religión (observancia del sábado).
Jesús se puso
de parte de la vida. La religión estaba de parte de la muerte.
2.- Hay
gente piadosa que no comprende esto. Y que hasta se siente molesta (incluso
ofendida) cuando se habla de esto. Y es que, en el fondo, todos los hombres
hemos nacido, nos hemos criado y hemos sido integrados en una cultura
religiosa, tenemos (sin darnos cuenta de ello) una dificultad casi insuperable
la de comprender el conflicto de Jesús con la religión.
¿Cómo es
posible que, en nombre de la religión, seamos capaces de comprender a un hombre
que fue asesinado por la religión?
Esto es lo
que ocurre con Jesús.
Estamos más
incapacitados de lo que sospechamos para comprender al Crucificado.
¿Por qué nos
ocurre esto?
La
Iglesia naciente puso su fe en el Dios de Jesús, Padre de Misericordia del que
nos hablan los evangelios. Pero, treinta años antes que los evangelios, Pablo
empezó a organizar las primeras "iglesias", y ponía su fe en el Dios
de Abrahán, el "Dios de los Padres" (Gal 3, 16-21; Rom 2-20), que
quedó vinculado con la Religión de la Ley, del Templo y de los sacerdotes. Así,
la fe de la Iglesia está vinculada al Dios Padre de la bondad y al Dios que le
pidió a Abrahán la sangre y la muerte de su hijo. Y así nos hemos metido en el
gran lío teológico, del que no salimos.
¿Estamos con
el Dios de Jesús?
¿Estamos con
el Dios de Abrahán?
3.- El
hecho es que, cuestionar la Ley, el templo o los Sacerdotes, es lo mismo que
cuestionar a Cristo. Y eso no es verdad. No nos cabe en la cabeza que la
religión se puede entender y se puede vivir de otra manera.
Jesús fue
profundamente religioso. Pero su religión no se acomodó al modelo establecido.
La religiosidad de Jesús tuvo tres elementos muy claros:
1) La fe en el Padre (Jesús fue el "jefe
de fila de los creyentes": Heb 1, 2).
2) La oración frecuente, prolongada, oculta,
solitaria.
3) La ética del respeto, de la libertad, de la
tolerancia, de la igualdad y, sobre todo, del amor a todos.
Con
frecuencia nos ponemos de parte de la religión que mató a Jesús y así, ponemos
en peligro nuestra fe, nuestra oración y nuestra ética.
SAN
ANTONIO ABAD
251 - 356
San Antón o San Antonio Abad (Heracleópolis Magna, Egipto, 251; – †Monte
Colzim, Egipto, 17 de enero del año 356), fue un monje cristiano fundador del
movimiento eremítico. El relato de su vida, transmitido principalmente por la
obra de San Atanasio, presenta la figura de un hombre que crece en santidad y
lo convierte en modelo de cristianos. Tiene elementos históricos y otros de
carácter legendario; se sabe que abandonó sus bienes para llevar una existencia
de ermitaño y que atendía varias comunidades monacales en Egipto, permaneciendo
eremita. Se dice que alcanzó los 105 años.
El nombre de Antonio puede significar: "Fluoresciente" (de
"Antos", flor) o "Invencible" (de "Anteos", el
que se enfrenta victorioso a los enemigos). La vida de este santo la escribió
San Atanasio, su gran amigo. Se le llama "Abad" que significaba
"padre", porque él fue el padre o fundador de los monasterios de
monjes.
De pequeño no le enseñaron a leer ni escribir, pero sí lo supieron educar
cristianamente. A los veinte años quedó huérfano de padre y madre, y al entrar
a una iglesia oyó leer aquellas palabras de Jesús: "Si quieres ser
perfecto, vende lo que tienes, y dalo a los pobres". Se fue entonces y
vendió las 300 fanegas de buenas tierras que sus padres le habían dejado en
herencia, y repartió el dinero a los necesitados. Lo mismo hizo con sus casas y
mobiliario. Sólo dejó una pequeña cantidad para vivir él y su hermana.
Pero luego oyó leer en un templo aquella frase de Cristo: "No os
preocupéis por el día de mañana", y vendió el resto de los bienes que le
quedaban, y asegurando en un convento de monjas la educación y el futuro de su
hermana, repartió todo lo demás entre la gente más pobre, y él se quedó en
absoluta pobreza, confiado sólo en Dios. Se retiró a las afueras de la ciudad a
vivir en soledad y oración. Vivía cerca de algunos monjes que habitaban por
allí, y de ellos fue aprendiendo a orar y a meditar. Le enseñaron a leer y su
memoria era tal que lo que leía lo aprendía de memoria. Esto le va a servir
mucho para el futuro, cuando no tendrá libros para leer, pero sí recordará
maravillosamente lo leído anteriormente.
Recordando la frase de San Pablo: "El que no trabaja que no coma"
aprendió a tejer canastos, y con el trabajo de sus manos conseguía su sustento
y aún le quedaba para ayudar a los pobres.
Su fervor era tan grande que de pronto oía hablar de algún monje o ermitaño
muy santo, y se iba hacia donde él a escuchar sus consejos y tratar de aprender
cómo se llega a la santidad. Y así pronto fue también él un ermitaño
admirablemente santo. Pero el demonio empezó a traerle temibles tentaciones. Le
presentaba en la mente todo el gran bien que él podría haber hecho si en vez de
repartir sus riquezas a los pobres las hubiera conservado para extender la
religión. Y le mostraba lo antipática y fea que sería su futura vida de monje
ermitaño. Trataba de que se sintiera descontento de la vocación a la cual Dios
lo había llamado. Como no lograba desanimarlo, entonces el demonio le trajo las
más desesperantes tentaciones contra la pureza. Le presentaba en la imaginación
toda clase de imágenes impuras. Pero él recordando aquella frase de Jesús:
"Vigilad y orad para no caer en la tentación", "Ciertos malos
espíritus no se alejan sino con ayuno y oración", se puso a vigilar sus
sentidos: ojos, oídos, etc., para que ninguna mala imagen o atracción lo
sedujeran. Y luego empezó a orar mucho y a ayunar fuertemente.
Pasaba muchas horas del día y de la noche orando. No comía ni bebía nada
jamás antes de que se ocultara el sol. Y su alimento era un poco de pan o de
dátiles, un poco de sal, y agua de una cisterna.
Un día el demonio enfurecido porque no lograba vencerlo le dio un golpe tan
violento que el santo quedó como muerto. Vino un amigo y creyéndolo ya cadáver
se lo llevó a enterrar, pero cuando ya estaban disponiendo los funerales, él
recobró el sentido y se volvió a su choza a orar y meditar. Allí le dijo a
Nuestro Señor: ¿Adónde te habías ido mi buen Dios cuando el enemigo me atacaba
tan duramente? Y una voz del cielo le respondió: "Yo estaba presenciando
tus combates y concediéndote fuerzas para resistir. Yo te protegeré siempre y
en todas partes".
Se cuenta también que en una ocasión se le acercó una jabalina con sus
jabatos (que estaban ciegos), en actitud de súplica. Antonio curó la ceguera de
los animales y desde entonces la madre no se separó de él y le defendió de
cualquier alimaña que se acercara. Pero con el tiempo y por la idea de que el
cerdo era un animal impuro se hizo costumbre de representarlo dominando la
impureza y por esto le colocaban un cerdo domado a los pies, porque era
vencedor de la impureza. Además, en la Edad Media para mantener los hospitales
soltaban los animales y para que la gente no se los apropiara los pusieron bajo
el patrocinio del famoso San Antonio, por lo que corría su fama. En la teología
el colocar los animales junto a la figura de un cristiano era decir que esa persona
había entrado en la vida bienaventurada, esto es, en el cielo, puesto que
dominaba la creación.
A los 35 años siente una voz interior que lo invita a dedicarse a la
soledad absoluta. Hasta entonces había vivido en una celda, no muy lejos de la
ciudad y cerca de otros ascetas. La palabra "asceta" significa
"el que lucha por dominarse a sí mismo". La gente llamaba ascetas a
los cristianos fervorosos que se dedicaban con la oración, el sacrificio y la
meditación a conseguir la santidad. Cerca de un grupo de ellos había vivido ya
varios años Antonio y había aprendido cuanto ellos podían enseñarle para ser santo.
Ahora se sentía capaz de alejarse a tratar de entenderse a solas con Dios.
Se fue lejos al otro lado del río Nilo. Encontró un cementerio abandonado y
allí se quedó a vivir. Las gentes antiguas creían que las almas en penas venían
a espantar en los cementerios. Para convencerse de que tal creencia era cuento
y mentiras, se quedó a vivir en aquel cementerio y ningún alma de difunto vino
a espantarlo. Aquel terreno estaba infectado de serpientes venenosas. Les dio
una bendición y ellas se alejaron. Solamente un amigo suyo venía muy de vez en
cuando a traerle un poco de pan. Levantó un muro para hacer el sacrificio de no
ver a nadie, y hasta el que le traía el pan tenía que lanzárselo por encima del
muro. Muchas gentes venían a consultarlo y les hablaba a través del muro.
Pero la fama de que sus consejos hacían mucho bien se extendió tanto que al
fin los peregrinos no pudieron contenerse y derribaron aquella pared. Allí
estaba Antonio que desde hacía 20 años no veía rostro humano alguno, y no comía
carne, y sólo se alimentaba de un poco de pan y un poco de agua cada día. Pero
en su rostro no se notaba ningún mal efecto de estos sacrificios, sino que
aparecía amable y lleno de alegría.
A los 55 años, para satisfacer la petición de muchos hombres que le
pedían les ayudara a vivir vida de ermitaños como él, organizó una serie de
chozas individuales, donde se practicaba una pobreza heroica. En cada una de
estas chozas vivía un ermitaño dedicado a orar, a trabajar y a hacer
sacrificios. Constantemente se oían cantar por allí las alabanzas de Dios.
Antonio los fue formando en la santidad con sus sabios consejos. San
Atanasio narra que les aconsejaba lo siguiente: "No vivir tan preocupados
por el cuerpo sino por la salvación del alma. Cada mañana pensad que éste puede
ser el último día de nuestra vida, y vivid tan santamente como si en verdad lo
fuera. Ejecutad cada acción como si fuera la última de la vida. Recordad que
los enemigos del alma son vencidos con la oración, la mortificación, la
humildad y las buenas obras y se alejan cuando hacemos bien la señal de la
cruz.” Les contaba que muchas veces había hecho salir huyendo al demonio con
sólo pronunciar con toda fe el santo nombre de Jesús. Les decía que para
combatir la impureza hay que pensar frecuentemente en lo que nos espera al
final de la vida: Muerte, Juicio, Infierno o Gloria. Les insistía que se
esforzaran por llegar a ser mansos y amables; que no buscaran ser alabados o
muy estimados; que lo que obtuvieran con el trabajo de sus manos (se dedicaban
a tejer esteras y canastos) lo dedicaran a los pobres y que su preocupación
fuera siempre ir apreciando y amando cada día más a Jesucristo. Así con San
Antonio nació en la Iglesia la primera comunidad de religiosos.
Cuando estalló la persecución contra los cristianos, el santo se fue con
algunos de sus monjes a la ciudad de Alejandría a animar a los cristianos para
que prefirieran perder todos sus bienes y hasta la misma vida con tal de no
renegar de Cristo y de su santa religión. Los paganos no se atrevieron a
hacerle daño porque la gente lo veneraba como un hombre de Dios. "Ahí va
el santo", exclamaban hasta los paganos al verlo pasar.
Luego se fue a vivir más lejos todavía y estuvo 18 años sin ver a nadie,
sólo meditando, haciendo penitencias y hablando con Dios. En los terribilísimos
calores del desierto (44 grados) hizo el sacrificio de no bañarse ni una vez,
ni cambiarse de ropa. Era un sacrificio tremendo para esos calores sofocantes.
No bebía ni una gota de agua antes de que se ocultara el sol.
Pero apareció luego una terrible herejía que decía que Cristo no era Dios.
La propagaba un tal Arrio. San Antonio contempló en una visión que el mundo se
llenaba de serpientes venenosas, y oyó una voz que decía: "Son los que
niegan que Jesucristo es Dios". Inmediatamente hizo expulsar de sus
monasterios a todos los arrianos que negaban la Divinidad de Jesucristo y se
fue otra vez a Alejandría a apoyar a San Atanasio que era el gran orador que
atacaba a los arrianos. Allá San Antonio hizo milagros portentosos para probar
que Cristo sí es Dios. Al famoso sabio Dídimo el ciego le dijo que no
entristeciera por ser ciego, sino que se alegrara porque con la fe podía ver a
Dios en su alma.
En los últimos años de su vida era muy visitado por peregrinos que iban a
pedirle consejos. El hacía que sus monjes más santos y más sabios los
aconsejaran y luego reuniendo al atardecer a todos los peregrinos les hacía
algún pequeño sermón. Murió con más de cien años, pero conservaba buena la
vista y el cerebro. Y aparecía siempre tan alegre y amable, que cuando llegaba
un peregrino y preguntaba por él, le decían: "Busque entre los monjes, y
el más alegre de todos, ese es Antonio". Y aunque el peregrino jamás lo
había visto antes en su vida, pasaba por entre los monjes y al ver a uno más
amable y risueño y alegre que los demás, preguntaba: ¿Es este Antonio? Y le
respondían que si era él.
Antes de morir hizo jurar a sus discípulos que no contarían dónde estaba
enterrado, para que las gentes no tuvieran el peligro de dedicarse a rendirle
cultos desproporcionados. Sin embargo, alrededor de 561 sus reliquias fueron
llevadas a Alejandría, donde fueron veneradas hasta alrededor del siglo XII,
cuando fueron trasladadas a Constantinopla. La Orden de los Caballeros del
Hospital de San Antonio, conocidos como Hospitalarios, fundada por esas fechas,
se puso bajo su advocación. La iconografía lo refleja, representando con
frecuencia a Antonio con el hábito negro de los Hospitalarios y la tau o la
cruz egipcia que vino a ser el emblema como era conocido.
Tras la caída de Constantinopla, las reliquias de Antonio fueron llevadas a
la provincia francesa del Delfinado, a una abadía que años después se hizo
célebre bajo el nombre de Saint Antoine en Viennois. La devoción por este santo
llegó también a tierras valencianas, difundida por el obispo de Tortosa a
principios del siglo XIV.
Los antiguos le tenían mucha fe para que alejara de sus campos las pestes
que atacan a los animales. Por ese lo pintan con un cerdo, un perro y un gallo.
Había también la costumbre de que varios campesinos engordaban entre todos cada
año un cerdo y el día de San Antonio, el 17 de enero, lo mataban y lo repartían
entre los pobres.
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