domingo, 28 de enero de 2024

Párate un momento: El Evangelio del dia 30 DE ENERO –MARTES – 4 – SEMANA T O - B – Santa Martina de Roma

 

 


30 DE ENERO –MARTES –

4 – SEMANA T O - B

Santa Martina de Roma

 

Lectura del segundo libro de Samuel (18,9-10.14b.24-25a.30–19,3):

 

En aquellos días, Absalón fue a dar en un destacamento de David. Iba montado en un mulo, y, al meterse el mulo bajo el ramaje de una encina copuda, se le enganchó a Absalón la cabeza en la encina y quedó colgando entre el cielo y la tierra, mientras el mulo que cabalgaba se le escapó.

Lo vio uno y avisó a Joab:

«¡Acabo de ver a Absalón colgado de una encina!»

Agarró Joab tres venablos y se los clavó en el corazón a Absalón. David estaba sentado entre las dos puertas. El centinela subió al mirador, encima de la puerta, sobre la muralla, levantó la vista y miró: un hombre venía corriendo solo.

El centinela gritó y avisó al rey.

El rey dijo:

«Retírate y espera ahí.»

Se retiró y esperó allí.

Y en aquel momento llegó el etíope y dijo:

«¡Albricias, majestad! ¡El Señor te ha hecho hoy justicia de los que se habían rebelado contra ti!»

El rey le preguntó:

«¿Está bien mi hijo Absalón?»

Respondió el etíope:

«¡Acaben como él los enemigos de vuestra majestad y cuantos se rebelen contra ti!»

Entonces el rey se estremeció, subió al mirador de encima de la puerta y se echó a llorar, diciendo mientras subía:

«¡Hijo mío, Absalón, hijo mío! ¡Hijo mío, Absalón! ¡Ojalá hubiera muerto yo en vez de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío!»

A Joab le avisaron:

«El rey está llorando y lamentándose por Absalón.»

Así la victoria de aquel día fue duelo para el ejército, porque los soldados oyeron decir que el rey estaba afligido a causa de su hijo. Y el ejército entró aquel día en la ciudad a escondidas, como se esconden los soldados abochornados cuando han huido del combate.

 

Palabra de Dios

 

      Salmo 85

     R/ Inclina tu oído, Señor, escúchame.

    Inclina tu oído, Señor, escúchame,

que soy un pobre desamparado;

protege mi vida, que soy un fiel tuyo;

salva, Dios mío, a tu siervo, que confía en ti. R/

     Piedad de mí, Señor,

que a ti te estoy llamando todo el día;

alegra el alma de tu siervo,

pues levanto mi alma hacia ti, Señor. R/

     Porque tú, Señor, eres bueno y clemente,

rico en misericordia con los que te invocan.

Señor, escucha mi oración,

atiende a la voz de mi súplica. R/

 

Lectura del santo evangelio según san Marcos (5,21-43):

 

En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia:

«Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.»

Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba.

Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos, y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido curaría.

Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado.

Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la gente, preguntando:

«¿Quién me ha tocado el manto?»

Los discípulos le contestaron:

«Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: "¿Quién me ha tocado?"»

Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido.

La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo.

Él le dijo:

«Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.»

Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:

«Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?»

Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:

«No temas; basta que tengas fe.»

No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.   Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos.

Entró y les dijo:

«¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida.»

Se reían de él.

Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le djo:

«Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»).

La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y se quedaron viendo visiones.

Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

 

Palabra del Señor

 

1. Lo primero que queda patente, en este relato, es que Jesús era reconocido por la gente como una persona a la que se podía acudir cuando alguien tenía una situación de sufrimiento, de enfermedad, de injusticia, de humillación. Porque todo el mundo sabía que en Jesús se encontraba solución al sufrimiento humano.

Además, a Jesús acudía toda clase de gente, fuera cual fuera su religiosidad, su mentalidad, su categoría social, su nacionalidad… Jesús acogía a todos, escuchaba a todos, se interesaba por todos, ayudaba a todos.

¿No tendríamos que ser así todos?

¿No debería ser así la Iglesia?

 

2. Jesús cura a una mujer que padecía hemorragias menstruales, una enfermedad que, según la religión de Israel, causaba impureza legal (Lev 17, 10-14; Deut 12, 23). Incluso había quien pensaba que acercarse a una mujer así, eso era causa de muerte (b. Pesah 111) (M. Joel), además de sufrimiento y ruina económica (los gastos en médico). Y a continuación, Jesús devuelve la vida a la hija del jefe de la sinagoga.

Por tanto, Jesús es, siempre y para todos, fuente de vida. Lo es igualmente para una mujer "impura" religiosamente que para el representante oficial de la religión en una aldea. Jesús, pues, estaba por encima de las diferencias religiosas. Remedia el sufrimiento de todos por igual.

 

3. Lo único que Jesús les pide, lo mismo a la mujer que al jefe religioso, es que tengan fe.

Para tener esa fe, Jesús no pide que se conviertan, que recobren la pureza religiosa, que cambien de religión.

¿Cómo entendía Jesús la fe?

Como confianza de que él era fuerza y fuente de vida, en "esta" vida y para "esta vida", sin excluir la "otra" (por supuesto). Pero a la "otra" iremos, si tenemos una fe en Jesús fundido con esta vida, superando todas las diferencias y divisiones.

 

Santa Martina de Roma

 


 

Martirologio Romano: En Roma, conmemoración de santa Martina, a quien el papa Dono dedicó una basílica a su nombre en el foro romano (677).

Etimología: Martina = femenino de Martín = martillo, es de origen latino.

 

Breve Biografía

La historia de esta joven santa comienza por su tumba, 1400 años después de su martirio; es decir, cuando en 1634 el activísimo Urbano VIII, empeñado en lo espiritual en la contrareforma católica, y en lo material en la restauración de famosas iglesias romanas, descubrió las reliquias de la mártir, les propuso a los romanos la devoción a Santa Martina y fijó la celebración para el 30 de enero. El mismo compuso el elogio con el himno: “Martinae celebri plaudite nomini, Cives Romulei, plandite gloriae”, que era una invitación a honrar a la santa en la vida inmaculada, en la caridad ejemplar y en el valiente testimonio que demostró a Cristo con su martirio.

Son pocas las noticias históricas. La más antigua es del siglo VI, cuando el Papa Onorio le dedicó una iglesia en Roma. Quinientos años después, al hacer excavaciones en esta iglesia, se encontraron efectivamente las tumbas de tres mártires. En el siglo VIII ya se celebraba la fiesta de la santa. No se sabe nada más, y por eso es necesario buscar noticias en una Passio legendaria. Según esta narración, Santa Martina era una diaconisa, hija de un noble romano. Debido a su abierta profesión de fe, la arrestaron y la llevaron al tribunal del emperador Alejandro Severo (222-235). Este príncipe semioriental, abierto a todas las curiosidades, hasta el punto de incluir a Cristo entre los dioses venerados en la familia imperial, fue muy tolerante con los cristianos y su gobierno marcó un fructuoso paréntesis de calma respecto de la Iglesia, que en ese tiempo logró una gran expansión misionera.

El autor de la Passio ignora todo esto, y hace más bien una lista de las atroces tortures con que el emperador martirizó a la santa. Cuenta que cuando Martina fue llevada ante la estatua de Apolo, la convirtió en pedazos y ocasionó un terremoto que destruyó el temple y mató a los sacerdotes del dios.

El prodigio se repitió con la estatua y el templo de Artemidas. Todo esto hubiera debido hacer pensar a sus perseguidores; pero no, se obstinaron más y sometieron a la jovencita a crueles tormentos, de los que salió siempre ilesa. Entonces resolvieron cortarle la cabeza con una espada, y su sangre corrió a fertilizar el terreno de la Iglesia romana.

 

 

 

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