10 DE ENERO
– MIERCOLES –
1 – SEMANA T O - B –
Beata María Dolores
Rodríguez Sopeña
Lectura del primer libro de Samuel
(3,1-10.19-20):
En aquellos días, el niño Samuel oficiaba ante el Señor con Elí. La palabra
del Señor era rara en aquel tiempo, y no abundaban las visiones.
Un día Elí
estaba acostado en su habitación. Sus ojos empezaban a apagarse, y no podía
ver. Aún ardía la lámpara de Dios, y Samuel estaba acostado en el templo del
Señor, donde estaba el arca de Dios.
El Señor
llamó a Samuel, y él respondió:
«Aquí estoy.»
Fue corriendo
a donde estaba Elí y le dijo:
«Aquí estoy;
vengo porque me has llamado.»
Respondió
Elí:
«No te he
llamado; vuelve a acostarte.»
Samuel volvió
a acostarse.
Volvió a
llamar el Señor a Samuel. Él se levantó y fue a donde estaba Elí y le dijo:
«Aqui estoy;
vengo porque me has llamado.»
Respondió
Elí:
«No te he
llamado, hijo mío; vuelve a acostarte.»
Aún no
conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor.
Por tercera
vez llamó el Señor a Samuel, y él se fue a donde estaba Elí y le dijo:
«Aquí estoy;
vengo porque me has llamado.»
Elí
comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho, y dijo a Samuel:
«Anda,
acuéstate; y si te llama alguien, responde: "Habla, Señor, que tu siervo
te escucha."»
Samuel fue y
se acostó en su sitio. El Señor se presentó y le llamó como antes:
«¡Samuel,
Samuel!»
Él respondió:
«Habla, que
tu siervo te escucha.»
Samuel
crecía, y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cumplirse; y
todo Israel, desde Dan hasta Berseba, supo que Samuel era profeta acreditado
ante el Señor.
Palabra de Dios
Salmo:
39,2.5.7-8a.8b-9.10
R/. Aquí estoy,
Señor, para hacer tu voluntad
Yo esperaba con ansia al Señor;
él se inclinó y escuchó mi grito.
Dichoso el hombre que ha puesto
su confianza en el Señor,
y no acude a los idólatras,
que se extravían con engaños. R/.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: «Aquí estoy.» R/.
«Como está escrito en mi libro:
para hacer tu voluntad.»
Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en las entrañas. R/.
He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes. R/.
Lectura del santo
evangelio según san Marcos (1,29-39):
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a
casa de Simón y Andrés.
La suegra de
Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de
la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
Al anochecer,
cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La
población entera se agolpaba a la puerta.
Curó a muchos
enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo
conocían, no les permitía hablar.
Se levantó de
madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar.
Simón y sus compañeros fueron y, al
encontrarlo, le dijeron: «Todo el mundo te busca.»
Él les
respondió:
«Vámonos a
otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he
salido.»
Así recorrió
toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.
Palabra del Señor
1. Marcos
presenta, en este relato, el resumen de un día "normal" en la vida de
Jesús durante su ministerio apostólico en Galilea. Se levantaba de madrugada.
Lo primero
que hacía era retirarse a un sitio solitario, para orar al Padre del Cielo.
En segundo
lugar, visitaba a alguna familia o grupo de personas con quienes convivía. Y,
sobre todo, dedicaba la mayor parte de su tiempo a recibir, acoger y curar
enfermos. Estas curaciones se expresan claramente, en muchos casos. Y en otras
ocasiones se viene a decir lo mismo utilizando la expresión de "expulsar
demonios". Lo que equivale a decir que liberaba a la gente de las
"causas" que provocaban los males, las desgracias, lo más duro de la
vida.
2. Como
es lógico, un hombre entregado a esta forma de vida tenía que irradiar una
fuerza de atracción enorme. La gente -la de entonces y la de ahora- sufre más
de lo que imaginamos. Los momentos de felicidad son eso, momentos". Que
se nos van, son fugaces. Lo que sigue presente es la dureza de la
vida.
Sobre todo,
en tres cosas:
1)
La salud.
2)
La comida.
3)
La convivencia con los demás.
Estos tres
grandes problemas de la vida son muy distintos, según los distintos países y
culturas. Pero en todas partes, en torno a esos tres pilares de la vida gira la
felicidad o la desgracia de los mortales.
3. Pues
bien, al vivir y actuar, como aquí nos resume el evangelio de Marcos, Jesús
llevó a cabo una obra tan portentosa, que aún no nos hemos dado cuenta plenamente de lo que esto representa.
Jesús
reorientó la religión de otra manera. A Jesús no le interesaron los templos,
los sacerdotes, los rituales, los sacrificios, las leyes y las normas. A Jesús
le interesó la vida. Y, sobre todo, lo que más le preocupó es la dura vida que
tienen que soportar los que más sufren.
Jesús nos
dijo así que, con la fuerza de la oración y la lucha contra el sufrimiento, así
es como podemos buscar a Dios y encontrar el camino que nos lleva derechos a
Dios.
Beata María Dolores
Rodríguez Sopeña
En Madrid, España,
beata María Dolores Rodríguez Sopeña, virgen, la cual dio muestras de su gran
caridad cristiana al dedicarse a los más abandonados de la sociedad de su
tiempo, acercándose especialmente a los suburbios de las mayores ciudades, y
para anunciar el Evangelio y atender a los pobres y a los obreros en cuestiones
sociales, fundó el Instituto de la Damas Catequistas y la Obra de la Doctrina.
Dolores Rodríguez Sopeña nace en Vélez Rubio
(Almería), el 30 de diciembre de 1848, cuarta entre siete hermanos. Sus padres,
Tomás Rodríguez Sopeña y Nicolasa Ortega Salomón, castellanos, se habían
trasladado desde Madrid a esa localidad por motivos de trabajo. Don Tomás había
terminado su carrera judicial demasiado joven, por lo que no podía ejercer y
consigue un empleo como administrador de las fincas de los marqueses de Vélez.
Su infancia y adolescencia transcurren en
distintos pueblos de las Alpujarras pues, cuando su padre empieza a ejercer
como magistrado sufre a lo largo de su carrera diversos traslados. Con todo,
ella define esta etapa de su vida como un «lago de tranquilidad». En 1866, su
padre es nombrado Fiscal de la Audiencia de Almería. Dolores tiene 17 años.
Allí empieza a frecuentar la sociedad, pero a ella no le llamaban la atención
las fiestas ni la vida social; su interés es hacer bien a los demás. En Almería
tiene sus primeras experiencias apostólicas: atiende, material y
espiritualmente, a dos hermanas enfermas de tifus y a un leproso, todo ello a
escondidas por miedo a que se lo prohibiesen sus padres. También visita a los
pobres de las Conferencia de San Vicente de Paúl con su madre. Tres años más
tarde, su padre es trasladado a la Audiencia de Puerto Rico, donde viaja con
uno de sus hijos mientras el resto de la familia se instala en Madrid. En la
capital Dolores ordena mejor su vida: elige un director espiritual y colabora
enseñando la doctrina en la cárcel de mujeres, en el hospital de la Princesa y
en las Escuelas Dominicales.
En 1872, la familia se reúne en Puerto Rico.
Dolores tiene 23 años y permanecerá en América hasta los 28. Empieza su
contacto con los jesuitas. El P. Goicoechea fue su primer director espiritual.
Allí funda la Asociación de Hijas de María y Escuelas para las personas de
color donde se alfabetiza y enseña el catecismo.
En 1873, su padre es nombrado Fiscal de la
Audiencia de Santiago de Cuba. Son tiempos difíciles, pues estalla un cisma
religioso en la isla. Por este motivo, su acción se reduce a visitar a los
enfermos del hospital militar. Pide la admisión en las Hermanas de la Caridad,
pero no lo consigue por su falta de vista. A la edad de 8 años había sido
operada de los ojos y esta dolencia la acompañará toda la vida.
Al terminar el cisma empieza a trabajar en
los barrios marginales y funda lo que ella denomina «Centros de Instrucción»,
pues en ellos no sólo se enseñaba el catecismo sino cultura general e incluso
se prestaba asistencia médica. Para esta obra consigue muchas colaboradoras y
la establece en tres barrios distintos.
En Cuba muere su madre, su padre pide el
retiro y vuelven a Madrid en 1877. En Madrid organiza su vida en tres frentes:
el cuidado de la casa y de su padre, el apostolado, el mismo que hacía antes de
dejar la Península, y su vida espiritual: elige director espiritual y empieza a
hacer anualmente los Ejercicios Espirituales de san Ignacio. En 1883 muere su
padre y se reavivan sus luchas vocacionales.
Por indicación de su director, el P. López
Soldado sj, ingresa en el convento de las Salesas, pese a que nunca se había
planteado una vida enteramente contemplativa. A los diez días deja el convento
pues comprobó no ser su vocación. Al salir se dedica con más intensidad al
apostolado.
Abre una «Casa Social» donde se tramitan los
diversos asuntos que salen en sus visitas al hospital y a la cárcel. En una de
sus visitas a una de las presas que acababa de quedar en libertad, conoce el
Barrio de las Injurias. Corre el año 1885. Dolores tiene 36 años.
Al ver la situación moral, material y
espiritual de la gente, empieza a visitar el barrio todas las semanas e invita
a muchas de sus amigas. Ahí empezará la que luego se denominará «Obra de las
Doctrinas», antecedente de sus «Centros Obreros».
A sugerencia del obispo de Madrid, D.
Ciríaco Sancha, en 1892 funda una Asociación de Apostolado Seglar hoy
denominado «Movimiento de Laicos Sopeña». Al año siguiente recibe la aprobación
civil. La Obra se extiende en 8 barrios de la capital.
En 1896 empieza su actividad fuera de Madrid.
Pese a la oposición de la Asociación, acepta fundar la Obra en Sevilla. Fruto
de muchos malos entendidos, dimite como Presidenta en Madrid al año siguiente y
se establece en Sevilla. En sólo cuatro años realiza 199 viajes por toda España
para establecer y consolidar la Obra de las Doctrinas. A su vez, acompaña al P.
Tarín, sj, en algunas misiones por Andalucía.
En el año 1900 participa en una peregrinación
a Roma por el Año Santo. Hace un día de retiro en el sepulcro de San Pedro y
allí recibe la confirmación de fundar un Instituto Religioso que diera
continuidad a la Obra de las Doctrinas y que ayudara a sostener espiritualmente
a la Asociación laical. El Cardenal Sancha, entonces ya arzobispo de Toledo, le
propone fundar allí.
El 24 de septiembre de 1901, en Loyola,
después de unos Ejercicios Espirituales realizados junto con 8 compañeras, se
levanta acta de fundación del «Instituto de Damas Catequistas» (hoy «Instituto
Catequista Dolores Sopeña»), aunque la fundación oficial fue el 31 de octubre
en Toledo.
Una de sus grandes intuiciones fue fundar, al
mismo tiempo, una Asociación civil, hoy llamada «Obra Social y Cultural Sopeña
- OSCUS», que, en 1902, consigue el reconocimiento del gobierno. En 1905 recibe
de la Santa Sede el Decretum laudis y, dos años más tarde, el 21 de noviembre
de 1907, la aprobación de las Constituciones concedida directamente por S.S.
Pío X.
Durante estos años, sus «Doctrinas» se fueron
transformando en «Centros Obreros de Instrucción», pues a ellos asistían
obreros fuertemente influenciados por el anticlericalismo y no podía
pretenderse la enseñanza de la religión directamente. Esto también determina
que las religiosas de este Instituto no lleven hábito y ni siquiera un signo
religioso externo. Cambia sus medios y sus métodos para poder conseguir el fin:
acercarse a los obreros «alejados de la Iglesia», que no habían podido recibir
instrucción cultural, moral ni religiosa y unir a los «distanciados
socialmente», entonces, «la clase obrera y del pueblo» con la «alta y
acomodada». Esto lo resume en dos líneas de acción: dignificar al trabajador y
crear fraternidad.
Detrás de su entrega al servicio de los demás
está una fe profunda y auténtica, una rica espiritualidad. Su compromiso por la
dignidad de la persona brota de su experiencia de un Dios Padre de todos, que
nos ama con una ternura infinita y desea que vivamos como hijos y hermanos. De
allí su gran deseo de «Hacer de todos una sola familia en Cristo Jesús.» Su
gran unión con Dios le permite descubrirlo presente en todo y en todos,
especialmente en los más necesitados de dignidad y afecto.
Salir al encuentro de cada persona en su
situación, introducirse en los barrios marginales de la época, era inconcebible
para una mujer a finales del siglo XIX. El secreto de su audacia es su fe, esa
confianza sin límites, que ella reconoce como su mayor tesoro y que la hace
sentirse instrumento en manos de Dios, instrumento al servicio de la
fraternidad, del amor, de la misericordia, de la igualdad, de la dignidad, de
la justicia, de la paz...
En pocos años, establece comunidades y
Centros en las ciudades más industrializadas de entonces. En 1910 se celebra el
primer Capítulo General y es reelegida Superiora General. En 1914 funda en Roma
y en 1917 viajan las primeras Catequistas para abrir la primera casa en
América, concretamente en Chile.
Al año siguiente, el 10 de enero de 1918,
Dolores Sopeña muere en Madrid con fama de santidad.
El día 11 de julio de 1992, Juan Pablo II
declara heroicas sus virtudes y el 23 de abril de 2002 se promulgó el Decreto
de Aprobación del milagro que ha dado paso a su Beatificación.
Actualmente la Familia Sopeña, formada por
las tres instituciones que dejó fundadas, es decir, el Instituto Catequistas
Dolores Sopeña, el Movimiento de la Laicos Sopeña y la Obra Social y Cultural
Sopeña, está presente en España, Italia, Argentina, Colombia, Cuba, Chile,
Ecuador, México y República Dominicana.
Rasgos de su
espiritualidad
La espiritualidad de Dolores Sopeña tiene
cuatro rasgos especialmente relevantes: es una espiritualidad cristocéntrica,
eucarística, mariana e ignaciana.
Su experiencia cristológica destaca en Jesús
dos rasgos fundamentales: Jesús como Dios encarnado y Jesús redentor. Dios ha
asumido la condición humana y sale al encuentro de cada persona en sus penas y
alegrías, necesidades y búsquedas, ofreciéndole de manera gratuita su amor
incondicional y su propia vida. Él es el centro de su vida y de su corazón.
Dialoga con Jesús a lo largo de toda la
jornada, pero reconoce una presencia especial en la forma consagrada. Entre sus
prácticas habituales sobresalen: las visitas al Santísimo, la Hora Santa, el
Manifiesto diario. Llama al Jueves Santo el día del Instituto, porque ese día
es la fiesta del Amor y en él se instituyó la Eucaristía. Ante el sagrario toma
las grandes decisiones; ante él cada mañana al levantarse «arregla los asuntos
del día», recibe consuelo, fortaleza, inspiración.
Su relación con Dios se expresa en una
actitud filial llena de confianza.
Reconoce la presencia de la Virgen en su
camino, en su corazón, en los grandes acontecimientos personales y del
Instituto.
El contacto con la espiritualidad ignaciana
desde muy joven sea a través de sus directores espirituales como por la
práctica anual de los Ejercicios Espirituales, dan a toda su espiritualidad y a
la de la Familia Sopeña una impronta claramente ignaciana, en la que destaca:
Una fuerte espiritualidad apostólica. Toda su
vida está animada por el deseo de recorrer el mundo entero para dar a conocer a
Dios.
Una síntesis dialéctica entre acción y
contemplación, alcanzando la gracia de ver a Dios presente en todo y en todos,
especialmente en el rostro del hombre y la mujer del trabajo, necesitados de
promoción y a quienes nadie les había hecho descubrir el rostro amable de Dios
que los ama con infinita ternura.
Una búsqueda continua de la voluntad de Dios.
Y, una vez que la conocía, tenía un gran tesón, voluntad y capacidad de entrega
y sacrificio para cumplirla, costase lo que costase.
Su vida es un «hacer constante», pero es un
hacer de quien tiene viva la conciencia de ser un instrumento en manos de Dios.
Esta experiencia desarrolla en ella una confianza tal que la hace ser muy
audaz, capaz de allanar obstáculos y desarrollar un apostolado sumamente
arriesgado para una mujer de su tiempo.
FUENTE: www.vatican.va
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