domingo, 21 de enero de 2024

Párate un momento: El Evangelio del dia 23 DE ENERO – MARTES – 3 – SEMANA T O - B – San Idelfonso, obispo

 

 


23 DE ENERO – MARTES –

3 – SEMANA T O - B

San Idelfonso, obispo

 

      Lectura del segundo libro de Samuel (6,12b-15.17-19):

 

En aquellos días, fue David y llevó el arca de Dios desde la casa de Obededom a la Ciudad de David, haciendo fiesta. Cuando los portadores del arca del Señor avanzaron seis pasos, sacrificó un toro y un ternero cebado. E iba danzando ante el Señor con todo entusiasmo, vestido sólo con un roquete de lino.

Así iban llevando David y los israelitas el arca del Señor entre vítores y al sonido de las trompetas. Metieron el arca del Señor y la instalaron en su sitio, en el centro de la tienda que David le había preparado.

David ofreció holocaustos y sacrificios de comunión al Señor y, cuando terminó de ofrecerlos, bendijo al pueblo en el nombre del Señor de los ejércitos; luego repartió a todos, hombres y mujeres de la multitud israelita, un bollo de pan, una tajada de carne y un pastel de uvas pasas a cada uno. Después se marcharon todos, cada cual a su casa.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 23,7.8.9.10

 

      R/. ¿Quién es ese Rey de la gloria?

       Es el Señor en persona

 

¡Portones!, alzad los dinteles,

que se alcen las antiguas compuertas:

va a entrar el Rey de la gloria. R/.

 

¿Quién es ese Rey de la gloria?

El Señor, héroe valeroso;

el Señor, héroe de la guerra. R/.

 

¡Portones!, alzad los dinteles,

que se alcen las antiguas compuertas:

va a entrar el Rey de la gloria. R/.

 

¿Quién es ese Rey de la gloria?

El Señor, Dios de los ejércitos.

Él es el Rey de la gloria. R/.

 

      Lectura del santo evangelio según san Marcos (3,31-35):

 

En aquel tiempo, llegaron la madre y los hermanos de Jesús y desde fuera lo mandaron llamar.

La gente que tenía sentada alrededor le dijo:

     «Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan.»

Les contestó:

«¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?»

Y, paseando la mirada por el corro, dijo:

«Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.»

 

Palabra del Señor

 

      1.- El tema de las relaciones de Jesús con su familia interesó vivamente a los evangelios. Es un hecho que Jesús abandonó su pueblo, su casa y su familia cuando se fue, de Nazaret al río Jordán, para escuchar la predicación de Juan Bautista. Se sabe que volvió, de paso, a Nazaret (Lc 4, 16; Mc 6, 1-6; Mt 13, 53-58). Pero en ninguna parte se habla de que volviera a su casa y a convivir con su familia.

Todos sabemos que tener una familia, una casa, una propiedad, todo eso da seguridad y estabilidad a una persona. El que no tiene nada eso (o su equivalente, en el caso del convento o de la residencia clerical), termina siendo un vagabundo, un "sin techo", un desclasado o incluso un apátrida.

En definitiva, un desgraciado y desamparado en la vida.

 

2. No tiene nada de extraño, por tanto, que las relaciones de Jesús con su familia fueran tensas, difíciles y, en todo caso, complicadas. Sus parientes lo tomaron por loco (Mc 3, 21), lo despreciaron (Mc 5, 1-6 par), no llegaron nunca a fiarse de él (Jn 7, 5), y sus vecinos del pueblo quisieron despeñarlo por un tajo (Lc 4, 28-29).

Y es que la familia siempre da seguridad, pero eso se hace siempre a costa de limitar la libertad.

La limitación que imponen las leyes y que brota de las relaciones emocionales y sociales, especialmente en cuanto se refiere a la relación con la autoridad paterna, que sigue siendo determinante y lo será mientras haya relaciones paternofiliales.

 

3. Aquí interesa también recordar que las llamadas de Jesús al "seguimiento" pusieron siempre como condición el abandono de la propia familia (Mc 1, 16-20; Mt 4, 12-17; Lc 4, 14-15), incluso ni el entierro del propio padre (Mt 8, 18-21), ni despedirse de la familia (Lc 9, 57-62).

En este contexto de hechos y realidades tan fuertes, se comprende la respuesta de Jesús en el relato que hoy recordamos. Las relaciones de familia crean intereses a costa de limitar la libertad. Para Jesús, lo primero en la vida es la disponibilidad, la honradez, la bondad, el servicio sin condiciones a quienes más lo necesitan.

 

San Idelfonso, obispo

 


Ildefonso, nacido en Toledo de noble familia hacia el año 606, profesó muy joven en el monasterio de Agalí, en las afueras de su ciudad natal, uno de los más insignes de la España visigoda. Durante el reinado de Reces­vinto, en el año 657, sucedió a san Eugenio en la sede metropolitana de Toledo.

Desarrolló una gran labor catequética defendiendo la virginidad de María y exponiendo la verdadera doctrina sobre el bautismo.

Murió el 23 de enero del año 667. Su cuerpo fue trasladado a Zamora.

 

Nació en Toledo el año 606 o el 607, hijo de Esteban y Lucía, nobles visigodos, parientes del Rey Atanagildo; educado desde niño al lado de su tío san Eugenio III, pasó, ya entrado en la pubertad, a Sevilla, confiado a san Isidoro, en cuya Escuela cursó, con gran aprovechamiento, la Filosofía y las Humanidades, llegando a tanto el amor que su maestro le profesaba, que cuando quiso volver a Toledo, aquél se lo impidió por algún tiempo, llegando hasta encerrarle para obligarle a desistir.

      Llegó por fin a Toledo, y la fama que entonces tenía el monasterio Agaliense le arrastró a aquel retiro, impulsado además por su fuerte vocación. Sabedor su padre de esta resolución, reúne algunos amigos e invade en su compañía el convento, teniendo san Ildefonso que ocultarse para escapar a una violencia. La intercesión de su madre y de san Eugenio hicieron por fin al padre consentir, y san Ildefonso, monje, pudo dedicarse a la oración y al estudio, recibiendo las sagradas ordenanzas mayores de manos de san Eladio, y san Eugenio le nombró después arcediano de su iglesia.

      Los monjes del monasterio de san Cosme y san Damián le nombraron su abad, dignidad que también obtuvo a la muerte de Deusdedit en el monasterio donde había profesado, haciéndose admirar por el celo que desplegó en la reforma de su Orden, por su fe y su inagotable caridad. Muertos sus padres fundó con su pingüe herencia un convento de monjas en cierto heredamiento que le pertenecía en el pago llamado Deibia o Deisla, no conociéndose hoy en qué parte del término de Toledo estaba situado.

      A la muerte de su tío, san Eugenio III, fue nombrado Arzobispo de Toledo, cuya silla ocupó el 1 de diciembre del año 659, no sin haberla con insistencia rehusado. Compuso, apenas elevado a la nueva dignidad, un libro que tituló "De virginitate perpetua Sanctae Mariae adversus tres infidelis", para combatir los errores de la secta joviniana. La tradición asegura que la Virgen María se le apareció y le impuso una casulla.

     Su cuerpo fue sepultado en la iglesia de Santa Leocadia, por haber nacido en santo en unas casas pertenecientes a aquella colación, no lejos de la parroquia de san Román, en lo que fue luego casa de los jesuitas. Cuando la invasión de los árabes, los toledanos, que con las reliquias de sus santos y los sagrados vasos huyeron hacia las montañas de Asturias trasladaron el cuerpo del santo a Zamora.

       Dejó escritos, además del tratado "De virginitate", antes mencionado, otro con el título "De cognitione baptismi, De itinere vel progresso espirituali diserti quo pergitur post baptismum", la continuación de libro de los "Ilustres varones", de san Isidoro, y dos cartas, respuestas a otras que le dirigió Quirico, Obispo de Barcelona.

 

 

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