martes, 16 de enero de 2024

Párate un momento: El Evangelio del dia 18 DE ENERO – JUEVES – 2 – SEMANA T O - B – SANTA MARGARITA DE HUNGRIA

 

 


18 DE ENERO – JUEVES –

2 – SEMANA T O - B

SANTA MARGARITA DE HUNGRIA

 

      Lectura del primer libro de Samuel (18,6-9;19,1-7):

 

Cuando volvieron de la guerra, después de haber matado David al filisteo, las mujeres de todas las poblaciones de Israel salieron a cantar y recibir con bailes al rey Saúl, al son alegre de panderos y sonajas.

Y cantaban a coro esta copla:

«Saúl mató a mil, David a diez mil.»

A Saúl le sentó mal aquella copla, y comentó enfurecido:

«¡Diez mil a David, y a mí mil!

¡Ya sólo le falta ser rey!»

Y, a partir de aquel día, Saúl le tomó ojeriza a David.

Delante de su hijo Jonatán y de sus ministros, Saúl habló de matar a David.

Jonatán, hijo de Saúl, quería mucho a David y le avisó:

«Mi padre Saúl te busca para matarte. Estate atento mañana y escóndete en sitio seguro; yo saldré e iré al lado de mi padre, al campo donde tú estés; le hablaré de ti y, si saco algo en limpio, te lo comunicaré.»

Así, pues, Jonatán habló a su padre Saúl en favor de David:

«¡Que el rey no ofenda a su siervo David! Él no te ha ofendido. y lo que él hace es en tu provecho: se jugó la vida cuando mató al filisteo, y el Señor dio a Israel una gran victoria; bien que te alegraste al verlo.

¡No vayas a pecar derramando sangre inocente, matando a David sin motivo!»

Saúl hizo caso a Jonatán y juró:

«¡Vive Dios, no morirá!»

Jonatán llamó a David y le contó la conversación; luego lo llevó adonde Saul, y David siguió en palacio como antes.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 55,2-3.9-10.11-12.13

 

R/. En Dios confío y no temo

 

Misericordia, Dios mío, que me hostigan,

me atacan y me acosan todo el día;

todo el día me hostigan mis enemigos,

me atacan en masa. R/.

 

Anota en tu libro mi vida errante,

recoge mis lágrimas en tu odre, Dios mío.

Que retrocedan mis enemigos cuando te invoco,

y así sabré que eres mi Dios. R/.

 

En Dios, cuya promesa alabo,

en el Señor, cuya promesa alabo,

en Dios confío y no temo;

¿qué podrá hacerme un hombre? R/.

 

Te debo, Dios mío, los votos que hice,

los cumpliré con acción de gracias. R/.

 

       Lectura del santo evangelio según san Marcos (3,7-12):

 

  En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del lago, y lo siguió una muchedumbre de Galilea. Al enterarse de las cosas que hacía, acudía mucha gente de Judea, de Jerusalén y de Idumea, de la Transjordania, de las cercanías de Tiro y Sidón.

Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una lancha, no lo fuera a estrujar el gentío. Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo.

Cuando lo veían, hasta los espíritus inmundos se postraban ante él, gritando:

«Tú eres el Hijo de Dios.»

Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer.

 

Palabra del Señor

 

1.  En este relato, lo que queda más patente es la enorme atracción que ejerció Jesús sobre el pueblo y la gente en general.

A Jesús acudía gente de la capital central y de la importante Judea, que viajaban hasta la lejana (tenían que atravesar toda Samaria) Galilea, una región pobre y despreciada por quienes tenían el privilegio de vivir en el centro. Además, venían gentes incluso del extranjero, como era el caso de los que acudían desde Idumea, la Transjordania, etc.

Sin duda, la seducción de Jesús traspasó fronteras, grupos sociales, diferencias religiosas y culturales.

Jesús los atraía a todos. ¿Por qué?

 

2.  Porque las gentes más diversas se enteraban "de las cosas que hacía".

En principio, no se habla de que se sintieran atraídos por una "doctrina". Eran los "hechos" los que impresionaba a todo el mundo y seducían a la gente. Pero aquí es importante caer en la cuenta de que Marcos organizó sus relatos de forma que, hasta esta mención del entusiasmo popular, lo que ha contado es toda una serie de "hechos" a favor de la salud de los enfermos, de la acogida para con los pecadores y excluidos, de la liberación de cargas, de preceptos y normas.

Todo lo cual le causó a Jesús un conflicto tras otro. Hasta ser visto como un sujeto sospechoso al que había que vigilar e incluso denunciar (Mc 3, 2). De forma que las cosas llegaron a ponerse de tal modo que ya hasta se hablaba de "acabar con él" (Mc 3, 6).

Pues bien, todo esto es lo que sedujo a las masas de gentes que acudían a Jesús de todas partes.

 

3.  Y todavía, una cosa importante: la "gente" o "gentío", que acudía a Jesús, era lo que en griego se denomina "óchlos" (Mc 3, 10), y que, en aquel tiempo, designaba a los estratos más humildes, los que eran calificados como los "ignorantes" y "malditos" (Jn 7, 49) ante la sociedad y ante Dios.

Era el pueblo oprimido por los impuestos, sobrecargado de trabajo y necesidades, abrumado por una religión que les agobiaba. Por todo esto se entiende enseguida que Jesús fue visto como la luz y la esperanza que se necesitaba.

Entonces y ahora. Quizá ahora más que entonces.

 

SANTA MARGARITA DE HUNGRIA

 



 

Los reyes Bela IV y su mujer María de Lascaris, padres de Margarita, antes de nacer su hija en 1242, la habían ofrecido a Dios por la liberación de Hungría de los tártaros, prometiendo dedicar a su divino servicio en un monasterio a la primera hija que les naciera. El rey Bela, confiando en el Señor, juntó el mayor ejercito que le fue posible y, al frente de él, salió contra aquellos enemigos, muy superiores en número y envalentonados con anteriores victorias. Al primer encuentro, los dejó vencidos y huyendo a su tierra. La calma volvió a sus dominios.

Poco tiempo después nació una niña a la que pusieron el nombre de Margarita. Con dolor, pero movidos por el amor de Dios, sus padres cumplen la promesa y confían su hija de cuatro años a las dominicas del monasterio de Veszprem, recientemente fundado. La niña, a medida que crece, va adquiriendo los hábitos de la contemplación.

En 1254, a sus doce años, Santa Margarita de Hungría hace profesión solemne en manos de Fray Humberto de Romanis, Maestro de la Orden, que volvía del capítulo general celebrado en Buda, ciudad principal de aquel reino.

Los reyes, sus padres, contentos de ver a su hija tan feliz en el monasterio, edificaron para ella otro convento en una isla formada por el gran río Danubio y lo dotaron como convenía. Veinte años tenía Margarita cuando, con otras insignes religiosas que la acompañaron, se trasladó al nuevo convento, implantando una vida de rígida observancia.

Al rey su padre, que la amaba tiernamente, le suplicaba que favoreciese a las iglesias, que amparase a viudas y a huérfanos, que hiciese limosnas a los pobres y los defendiese. Y así lo hacía el buen rey.

Como esta caridad, asimismo era grande su pureza. Por costumbres cortesanas, la pretendieron por esposa el Duque de Polonia, y los reyes de Bohemia y de Sicilia, haciéndole ver que obtendría la dispensa de los votos y que su enlace con dichos príncipes sería como un pacto de paz y de alianza entre los reinos. De negarse, sobrevendrían discordias y guerras. Ella se negó rotundamente: Se había consagrado al Señor como esposa y con nueva consagración y bendición se había velado en manos del arzobispo de Estrogenia un día de Pascua del Espíritu Santo.

Santa Margarita de Hungría murió el 18 de enero de 1270 estando presentes muchos religiosos de la Orden. Recibió los sacramentos y rezando el salmo In te, Domine, speravi, al llegar al versículo In manus tuas, su alma voló al cielo a la edad de 30 años.

Pío XII la invocaba en su canonización el 19 de noviembre de 1943 como mediadora de la tranquilidad y de la paz fundadas en la justicia y la caridad de Cristo, no sólo para su patria, sino para el mundo entero.

 

Semblanza espiritual

Tomando conciencia de su extraordinaria misión, la joven princesa Margarita de Hungría se dedicó con fervor a recorrer el camino de la perfección. La ascesis conventual del silencio, soledad, oración y penitencia se armonizaron con un celo ardoroso por la paz, con un gran valor para denunciar las injusticias y con una gran cordialidad con sus compañeras a las que servía con gozo en los más humildes quehaceres. Su vida de piedad se cualificaba por la devoción al Espíritu Santo, a Jesús crucificado, a la Eucaristía y a María.

Amar a Dios, no despreciar ni juzgar a nadie, estas razones se fijaron en el corazón de la santa princesa. Salió de esta doctrina tan gran maestra, que cuanto trataba y pensaba era amar a Dios y estimar a los otros; sobre este fundamento levantó el edificio de la virtud y perfección. De la virtud de humildad hizo provisión; en el monasterio no había persona más humilde y sencilla que Margarita. Vivió sujeta a la voluntad de sus prelados, la voluntad ajena era la suya.

 

 

 

 

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