jueves, 18 de enero de 2024

Párate un momento: El Evangelio del dia 20 DE ENERO – SÁBADO – 2 – SEMANA T O - B – SAN SEBASTIAN

 


 

20 DE ENERO – SÁBADO –

2 – SEMANA T O - B

SAN SEBASTIAN

 

      Lectura del segundo libro de Samuel (1,1-4.11-12.19.23-27):

 

      En aquellos días, al volver de su victoria sobre los amalecitas, David se detuvo dos días en Sicelag.

    Al tercer día de la muerte de Saúl, llegó uno del ejército con la ropa hecha jirones y polvo en la cabeza; cuando llegó, cayó en tierra, postrándose ante David.

    David le preguntó:

    «¿De dónde vienes?»

    Respondió:

    «Me he escapado del campamento israelita.»

    David dijo:

    «¿Qué ha ocurrido? Cuéntame.»

    Él respondió:

    «Pues que la tropa ha huido de la batalla, y ha habido muchas bajas entre la tropa y muchos muertos, y hasta han muerto Saúl y su hijo Jonatán.»

    Entonces David agarró sus vestiduras y las rasgó, y sus acompañantes hicieron lo mismo. Hicieron duelo, lloraron y ayunaron hasta el atardecer por Saúl y por su hijo Jonatán, por el pueblo del Señor, por la casa de Israel, porque habían muerto a espada.

    Y dijo David:

    «¡Ay, la flor de Israel, herida en tus alturas!

    ¡Cómo cayeron los valientes! Saúl y Jonatán, mis amigos queridos, ni vida ni muerte los pudo separar; más ágiles que águilas, más bravos que leones. Muchachas de Israel, llorad por Saúl, que os vestía de púrpura y de joyas, que enjoyaba con oro vuestros vestidos.

    ¡Cómo cayeron los valientes en medio del combate!

    ¡Jonatán, herido en tus alturas! ¡Cómo sufro por ti, Jonatán, hermano mío!

    ¡Ay, cómo te quería! Tu amor era para mí más maravilloso que el amor de mujeres.

     ¡Cómo cayeron los valientes, los rayos de la guerra perecieron!»

 

Palabra de Dios

 

    Salmo: 79,2-3.5-7

    R/. Que brille tu rostro, Señor, y nos salve

 

    Pastor de Israel, escucha,

tú que guías a José como a un rebaño;

tú que te sientas sobre querubines, resplandece

ante Efraín, Benjamín y Manasés;

despierta tu poder y ven a salvarnos. R/.

 

   Señor Dios de los ejércitos,

¿hasta cuándo estarás airado

mientras tu pueblo te suplica? R/.

 

   Les diste a comer llanto,

a beber lágrimas a tragos;

nos entregaste a las contiendas de nuestros vecinos

nuestros enemigos se burlan de nosotros. R/.

 

    Lectura del santo evangelio según san Marcos (3,20-21):

EN aquel tiempo, Jesús llegó a casa con sus discípulos y de nuevo se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí.

Palabra del Señor

 

1.  La popularidad de Jesús iba en aumento de día en día.  De forma que él y los que le acompañaban habitualmente se veían literalmente invadidos en su casa y en su tiempo, de la mañana a la noche. La gente no les dejaba ni tiempo para comer. Los que acudían en busca de Jesús eran los que se denominaban el óchlos, grupo al que pertenecían los últimos, los ignorantes, los de más baja condición social, económica y cultural. Por lo demás, una cantidad tan enorme de gente no podían ser los ricos y los potentados, ya que de esa alta condición había muy pocas en Galilea.

 

2.  La "gente bien", los que tienen de todo, no suelen necesitar a Jesús nada más que cuando quieren tranquilizar sus conciencias; o si tienen problemas de salud, de dinero, de familia... Personas generosas hay en todas partes. Pero los últimos conectan espontáneamente con la mentalidad evangélica.

 

3.  La familia de Jesús, no solo no estaba de acuerdo con lo que él hacía y con la vida que llevaba, sino que además lo tenía por un loco. Seguramente se avergonzaban de él. Era una familia religiosa de toda la vida y bien considerada en el pueblo.  Nadie en aquella familia había dado que hablar. Y Jesús se portaba de manera que los "hombres de orden" (fariseos) andaban diciendo que había que acabar con él.

Es lógico que los parientes pensaran que Jesús no estaba en sus cabales. Y sabemos que la expresión que usa aquí el relato de Marcos (hoi par'auton, "aquellos de al lado de él") indica claramente sus parientes (Prov 31, 21; Dan 13, 33; Josefo, Ant.1, 193).

Es duro para cualquiera darse cuenta de que la familia piensa así de uno. Jesús pasó por esta experiencia, como se relata cuando fue a su pueblo, Nazaret (Mc 6, 1-6) o cuando se dirigía a Jerusalén (Jn 7, 1-5).

 

SAN SEBASTIAN

 

 

San Sebastián, mártir de la Iglesia, nació en Narbona en el año 256, si bien su educación transcurrió en Milán. Se decantó por la carrera de las armas y llegó a ser tribuno de la primera cohorte de la guardia pretoriana del Emperador Maximiano, que le tenía aprecio. Soldado disciplinado, San Sebastián cumplía las órdenes castrenses a rajatabla. Pero, cristiano convencido, rehusaba participar en los sacrificios paganos, por considerarlos idolatría. Es más: ejercitaba el apostolado entre sus compañeros y visitaba a los cristianos encarcelados.

Ante este escenario, el choque entre su profesión y su conciencia, como ocurre hoy muy a menudo, resultó inevitable. Cuando llegó el momento fatídico, San Sebastián optó por su conciencia, es decir, por su fe. Y lo pagó con el martirio: el principio del fin empezó con motivo del encarcelamiento de dos cristianos, Marco y Marceliano. A partir del martirio de estos últimos, San Sebastián empezó a ser reconocido como cristiano.

Cuando se enteró el Emperador, ordenó su detención y dispuso que muriera atravesado por las saetas lanzadas por sus verdugos. El plan se empezó a cumplir. Sin embargo, cuando fue dado por muerto, unos amigos descubrieron que estaba vivo. Le llevaron a un lugar seguro y le aconsejaron huir de Roma. San Sebastián se negó en redondo y, deseando correr la misma suerte que sus correligionarios, acudió ante un desconcertado Emperador -ya era Diocleciano- que está vez ordenó su muerte a azotes. Esta vez, los soldados no fallaron. Era el año 288.

 

 

 

 

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