20 DE ENERO
– SÁBADO –
2 – SEMANA T O - B –
SAN SEBASTIAN
Lectura del segundo libro de Samuel (1,1-4.11-12.19.23-27):
En aquellos días, al volver de su victoria sobre los amalecitas, David se
detuvo dos días en Sicelag.
Al
tercer día de la muerte de Saúl, llegó uno del ejército con la ropa hecha
jirones y polvo en la cabeza; cuando llegó, cayó en tierra, postrándose ante
David.
David
le preguntó:
«¿De
dónde vienes?»
Respondió:
«Me
he escapado del campamento israelita.»
David
dijo:
«¿Qué
ha ocurrido? Cuéntame.»
Él
respondió:
«Pues
que la tropa ha huido de la batalla, y ha habido muchas bajas entre la tropa y
muchos muertos, y hasta han muerto Saúl y su hijo Jonatán.»
Entonces
David agarró sus vestiduras y las rasgó, y sus acompañantes hicieron lo mismo.
Hicieron duelo, lloraron y ayunaron hasta el atardecer por Saúl y por su hijo
Jonatán, por el pueblo del Señor, por la casa de Israel, porque habían muerto a
espada.
Y
dijo David:
«¡Ay,
la flor de Israel, herida en tus alturas!
¡Cómo
cayeron los valientes! Saúl y Jonatán, mis amigos queridos, ni vida ni
muerte los pudo separar; más ágiles que águilas, más bravos que leones.
Muchachas de Israel, llorad por Saúl, que os vestía de púrpura y de joyas, que
enjoyaba con oro vuestros vestidos.
¡Cómo
cayeron los valientes en medio del combate!
¡Jonatán,
herido en tus alturas! ¡Cómo sufro por ti, Jonatán, hermano mío!
¡Ay,
cómo te quería! Tu amor era para mí más maravilloso que el amor de mujeres.
¡Cómo
cayeron los valientes, los rayos de la guerra perecieron!»
Palabra de Dios
Salmo:
79,2-3.5-7
R/. Que brille tu rostro, Señor, y nos salve
Pastor de Israel, escucha,
tú que guías
a José como a un rebaño;
tú que te
sientas sobre querubines, resplandece
ante Efraín,
Benjamín y Manasés;
despierta tu
poder y ven a salvarnos. R/.
Señor Dios de los ejércitos,
¿hasta cuándo
estarás airado
mientras tu
pueblo te suplica? R/.
Les diste a comer llanto,
a beber
lágrimas a tragos;
nos
entregaste a las contiendas de nuestros vecinos
nuestros
enemigos se burlan de nosotros. R/.
Lectura del santo evangelio según san Marcos
(3,20-21):
EN aquel tiempo, Jesús llegó a casa con sus discípulos y de nuevo se juntó
tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a
llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí.
Palabra del Señor
1. La
popularidad de Jesús iba en aumento de día en día. De forma que él y los
que le acompañaban habitualmente se veían literalmente invadidos en su casa y
en su tiempo, de la mañana a la noche. La gente no les dejaba ni tiempo para
comer. Los que acudían en busca de Jesús eran los que se denominaban el óchlos,
grupo al que pertenecían los últimos, los ignorantes, los de más baja condición
social, económica y cultural. Por lo demás, una cantidad tan enorme de gente no
podían ser los ricos y los potentados, ya que de esa alta condición había muy
pocas en Galilea.
2. La
"gente bien", los que tienen de todo, no suelen necesitar a Jesús
nada más que cuando quieren tranquilizar sus conciencias; o si tienen
problemas de salud, de dinero, de familia... Personas generosas hay en todas partes.
Pero los últimos conectan espontáneamente con la mentalidad evangélica.
3. La
familia de Jesús, no solo no estaba de acuerdo con lo que él hacía y con la
vida que llevaba, sino que además lo tenía por un loco. Seguramente se avergonzaban de él. Era una familia
religiosa de toda la vida y bien considerada en el pueblo. Nadie en
aquella familia había dado que hablar. Y Jesús se portaba de manera que los "hombres
de orden" (fariseos) andaban diciendo que había que acabar con él.
Es lógico que
los parientes pensaran que Jesús no estaba en sus cabales. Y sabemos que la
expresión que usa aquí el relato de Marcos (hoi par'auton, "aquellos
de al lado de él") indica claramente sus parientes (Prov 31, 21; Dan 13,
33; Josefo, Ant.1, 193).
Es duro para
cualquiera darse cuenta de que la familia piensa así de uno. Jesús pasó por
esta experiencia, como se relata cuando fue a su pueblo, Nazaret (Mc 6, 1-6) o
cuando se dirigía a Jerusalén (Jn 7, 1-5).
SAN SEBASTIAN
San Sebastián, mártir de la Iglesia, nació en Narbona en el año 256, si bien
su educación transcurrió en Milán. Se decantó por la carrera de las armas y
llegó a ser tribuno de la primera cohorte de la guardia pretoriana del Emperador
Maximiano, que le tenía aprecio. Soldado disciplinado, San Sebastián cumplía
las órdenes castrenses a rajatabla. Pero, cristiano convencido, rehusaba
participar en los sacrificios paganos, por considerarlos idolatría. Es más:
ejercitaba el apostolado entre sus compañeros y visitaba a los cristianos
encarcelados.
Ante este escenario, el choque entre su profesión y su conciencia, como
ocurre hoy muy a menudo, resultó inevitable. Cuando llegó el momento fatídico,
San Sebastián optó por su conciencia, es decir, por su fe. Y lo pagó con el
martirio: el principio del fin empezó con motivo del encarcelamiento de dos
cristianos, Marco y Marceliano. A partir del martirio de estos últimos, San
Sebastián empezó a ser reconocido como cristiano.
Cuando se enteró el Emperador, ordenó su detención y dispuso que muriera
atravesado por las saetas lanzadas por sus verdugos. El plan se empezó a
cumplir. Sin embargo, cuando fue dado por muerto, unos amigos descubrieron que
estaba vivo. Le llevaron a un lugar seguro y le aconsejaron huir de Roma. San
Sebastián se negó en redondo y, deseando correr la misma suerte que sus
correligionarios, acudió ante un desconcertado Emperador -ya era Diocleciano-
que está vez ordenó su muerte a azotes. Esta vez, los soldados no fallaron. Era
el año 288.
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