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DE DICIEMBRE VIERNES
FERIAS DE ADVIENTO
Santa
Adela
Evangelio según san Juan 5, 33-36
En aquel tiempo, dijo Jesús
a los judíos: "Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él
ha dado testimonio a la verdad. No es
que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros
os salvéis.
Juan era la lámpara que
ardía y brillaba y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz. Pero el
testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha
concedido realizar; esas obras que hago dan este testimonio de mí: que el Padre
me ha enviado".
1. En la teología del evangelio de Juan, se
habla con frecuencia de las obras
que realizaba Jesús. Y se
habla de sus "obras" de tal forma que tales obras son el argumento
determinante y definitivo que demuestra que Jesús es testigo de Dios y revela a
Dios.
El
término castellano "obra" traduce el griego "ergon", que
significa "tarea" o "trabajo". Y lo importante es que
existe una coordinación o armonía entre el "ergon" (lo que se hace) y
el "logos" (lo que se dice).
Así
aparece ya en Jenofonte y Epicteto; más tarde en Josefo (cf. R. Heiligenthal).
Entonces,
cuando en la persona se da esta armonía, eso entraña la unidad del comportamiento
verdaderamente humano. De ahí, su fuerza
para demostrar lo que es una persona y lo que dice esa persona.
2. Las "obras" de Jesús son el
argumento que vino a demostrar la autoridad, que tenía Jesús, para decir lo que
dijo y hacer lo que hizo. Así se demostró su humanidad, su unidad, su autenticidad
(Jn 5, 20. 36; 9, 3 s; 10, 25. 32. 37 s; 14, 3-12).
Esto
es enteramente capital para poder entender lo que el IV evangelio nos quiere
decir. Si no hay armonía entre nuestras palabras y nuestra conducta, no
podremos demostrar nada en la vida. Aquí, y en esto, está la fuerza del Evangelio.
Y esto es lo que ante todo tienen que asumir y cumplir los testigos del
Evangelio.
3. Esto es lo que no comprendieron nunca los
sumos sacerdotes y dirigentes religiosos de Israel. Por eso no creyeron en Juan
Bautista. Ni se fiaron jamás de Jesús. De ahí la falta de fe de aquellos hombres
tan religiosos. Pero también incapacitados para creer en Juan, ante todo, y
después en Jesús, en su mensaje y su Evangelio.
Santa
Adela
Nace en el año 931 en la península Itálica, y
el destino le lleva a convertirse en emperatriz, casada con el rey Lotario. Ya
madre, queda viuda con dieciocho años. En su segundo matrimonio, también regio,
sufre la cárcel y el destierro. Regente emperatriz, retoma funciones de mando
en tiempos de Otón III. Ahora muestra con sus obras lo muerta que estaba para
sí misma y que la anterior piedad, la de toda su vida, fue un asunto sincero.
La emperatriz se dedica a hacer el bien. Protege, socorre y consuela a los
necesitados. Considera el poder como una carga para ella y un servicio para el
bien del pueblo. No es injusta, ni vengativa con quienes le injuriaron en
tiempo pretérito. Muestra esmero infatigable en las tareas de gobierno. Reza,
se mortifica y expía por los pecados de su pueblo. Muere a las puertas del
segundo milenio, en el año 999.
Vida de Santa Adela
Adela o Adelaida, es un nombre alemán que significa: "de noble
familia". A esta santa le decían también Alicia.
Santa Adelaida fue la esposa del Emperador Otón el Grande.
Era hija del rey Rodolfo de Borgoña, el cual murió cuando ella tenía
6 años. Muy joven contrajo matrimonio con Lotario, rey de Italia. Su hija Emma
llegó a ser reina de Francia.
Su primer esposo, Lotario, murió también muy joven, parece que
envenenado por los que deseaban quitarle su reino, quedando Adelaida viuda de
sólo 19 años, con su hijita Emma todavía muy pequeñita. El usurpador Berengario
la encerró en una prisión y le quitó todos sus poderes y títulos, porque ella
no quiso casarse con el hijo del tal Berengario. Su capellán se quedaba
admirado porque Adelaida no se quejaba ni protestaba y seguía tratando a todos
los carceleros con exquisita amabilidad y dulzura. Todo lo que sucedía lo
aceptaba como venido de las manos de Dios y para su bien. Le robaron sus
vestidos de reina y todas sus alhajas y joyas y le dieron unos harapos como de
pordiosera. En su oscura prisión pasó varios meses dedicada a la oración. Los
carceleros exclamaban: "Cuánto heroísmo tiene esta reina. ¡No grita, no se
desespera, no insulta! ¡Sólo reza y sonríe en medio de sus lágrimas!".
Y mientras tanto su capellán, el Padre Martín, consiguió un plano del
castillo donde ella estaba prisionera, abrió un túnel y llegando hasta su celda
la sacó hacia el lago cercano donde la esperaba una barca, en la cual se la
llevó hacia le libertad haciéndola llegar hasta el Castillo de Canossa, donde
se refugió. Pero Berengario atacó aquel castillo y Adelaida envió unos
embajadores a Otón de Alemania pidiéndole su ayuda. Otón llegó con su ejército,
derrotó e hizo prisionero a Berengario y concedió la libertad a la santa reina.
Otón se enamoró de Adelaida y le pidió que fuera su esposa. Ella
aconsejada por el Padre Martín, acepto este matrimonio y así llegó a ser la
mujer del más importante mandatario de su tiempo. Los dos se fueron a Roma y
allá el Sumo Pontífice Juan XII coronó a Otón como emperador y a Adelaida como
emperatriz.
Otón el grande reinó durante 36 años. Mientras tanto su santa esposa
se dedicaba a socorrer a los pobres, a edificar templos y a ayudar a
misioneros, religiosos y predicadores.
Al morir su esposo Otón I, le sucedió en el trono el hijo de Adelaida,
Otón II, pero este se casó con una princesa de Constantinopla, la cual era
dominante y orgullosa y le exigió que tenía que alejar del palacio a Adelaida.
Otón aceptó semejante infamia y echó de su casa a su propia madre. Ella se fue
a un castillo, pero pidió la ayuda de San Mayolo, abad de Cluny, el cual habló
de tal manera a Otón que lo convenció que nadie mejor lo podía aconsejar y
acompañar que su santa madre. Y así el emperador llamó otra vez a Adelaida y le
pidió perdón y la recibió de nuevo en el palacio imperial.
Otón II murió en una guerra y su viuda la princesa de Constantinopla
se apoderó del mando y trató duramente a Adelaida. Ella decía: "Solo en la
religión puedo encontrar consuelo para tantas pérdidas y desventuras". En
medio de sus penas encontraba fuerzas y paz en la oración. A quienes le
trataban mal les correspondía tratándoles con bondad y mansedumbre.
Una extraña enfermedad acabó con la vida de la princesa de
Constantinopla y Adelaida quedó como regente, encargada del gobierno de la
nación, mientras su nieto Otón III llegaba a la mayoría de edad. Fue para sus
súbditos una madre bondadosa. Ignoraba el odio y no guardaba resentimientos con
nadie. Supo dirigir el gobierno del país alemán con bondad y mucha compresión,
ganándose el cariño de las gentes.
Fundó varios monasterios de religiosos y se preocupó por la
evangelización de los que todavía no conocían la religión católica. Se
esforzaba mucho por reconciliar a los que estaban peleados.
Su director espiritual en ese tiempo fue San Odilón, el cual dejó
escrito: "La vida de esta reina es una maravilla de gracia y de
bondad". Santa Adelaida tuvo una gran suerte, y fue que durante toda su
vida se encontró con formidables directores espirituales que la guiaron
sabiamente hacia la santidad: el Padre Martín, San Adalberto, San Mayolo y San
Odilón. En la vida de nuestra santa sí que se cumplió lo que dice la S. Biblia:
"Encontrar un buen amigo es mejor que encontrarse un buen tesoro. Quien
pide un consejo a los que son verdaderamente sabios, llegan con mucha mayor
facilidad al éxito".
Cuando su hijo Otón III se posesionó como emperador, ella se retiró a
un monasterio, y allí pasó sus últimos días dedicada a la oración y a mue el
Espíritu Santo siga enviando sabios directores espirituales que aconsejen a los
gobernadores de las naciones y los lleven hacia la verdadera sabiduría y hacia
la santidad. ¡Que hermoso fuera que esto se hiciera realidad!
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