7
de Diciembre MIÉRCOLES
2ª
SEMANA DE ADVIENTO
San
Ambrosio de Milán
Evangelio
según san Juan. 21-30
En aquel tiempo, exclamó Jesús y dijo:
"Venid
a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.
Cargad con mi yugo y
aprended de mí, que
soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque
mi yugo es llevadero y mi carga ligera”.
1. Este texto es tan sublime, que ha sido
utilizado en la Iglesia para cosas muy
diversas.
Con
este texto, se ha elogiado el misterio de la Trinidad, cosa que se hizo hasta
finales del s. XIX. Luego, se utilizó para insistir en la importancia de la
conducta ética de los cristianos. Y en la actualidad, se le da un significado
más humano, más próximo a las carencias
y necesidades que tenemos que soportar los mortales. Así las cosas, debemos preguntarnos:
-
¿qué nos viene a decir hoy este texto tan profundamente humano de Jesús y sobre
Jesús?
2. Lo primero, que se preguntan los estudiosos
de los evangelios, es a quién dirige Jesús estas palabras.
-
¿Las dirige a los discípulos (a quienes le siguen a él) o a los oyentes en
general, sean o no sean creyentes?
Si
Jesús solamente puso limitaciones a los que causan sufrimiento, nunca a quienes
lo padecen, no se ve por qué, en este caso, debemos pensar que Jesús limita su
llamada de alivio a quienes se sienten "cansados y agobiados".
Jesús
se presenta aquí como acogida, como refugio de paz y descanso, como fuente de
seguridad y sosiego y sobre todo como encuentro con todo lo que para nosotros
puede representar
carencia, vacío, ausencia,
soledad. No tenemos derecho a poner límites a esta llamada de Jesús. Es para
todos. Y para todo lo que representa sufrimiento o carencia.
3. La metáfora del "yugo" (dsygos) es
frecuente en la tradición de Israel. Designaba
la esclavitud (Lev 26, 13; Jer 27-28) o la servidumbre bajo un tirano (1
Re 12,4. 9-11. 14). Y, a veces, se refiere a la relación entre el esclavo y su dueño
(Jer 2, 20; 5, 5; Os 5, 5).
En
las ideas del Nuevo Testamento, se insiste
en que la Ley de la
Religión había convertido la religiosidad en una carga pesada (Hech 15, 10; Gal
5, 1; Mt 23, 4). Y esto precisamente es lo que Jesús convierte en una carga
suave, ligera y llevadera. Por eso, cuando la Iglesia, la diócesis, la
parroquia o la Vida Religiosa se convierten en una carga insoportable, es que
esa carga no se basa en el Evangelio. Ni eso nos lleva al Dios de Jesús.
San
Ambrosio de Milán
Memoria de san Ambrosio, obispo de Milán y doctor de la Iglesia, que
descansó en el Señor el día cuatro de abril, que en aquel año coincidía con la
vigilia pascual, pero al que se venera en la fecha de hoy, en la que siendo aún
catecúmeno fue escogido para gobernar aquella célebre sede, mientras ejercía el
oficio de Prefecto de la ciudad. Verdadero pastor y doctor de los fieles,
ejerció preferentemente la caridad para con todos, defendió valerosamente la
libertad de la Iglesia y la recta doctrina de la fe en contra de los arrianos,
y catequizó el pueblo con los comentarios y la composición de himnos.
Vida de San Ambrosio de Milán
San Ambrosio, (Tréveris, c. 340 - Milán,
397) fue un destacado arzobispo de Milán, y un importante teólogo y orador. Es
uno de los Padres de la Iglesia y uno de los 33 doctores de la Iglesia
Católica.
Hijo de un prefecto romano (Simmaco) de las
Galias, Ambrosio estudió letras y jurisprudencia en Roma y fue después
secretario del prefecto de la ciudad, Petronio Probo. A los 31 años de edad era
ya él, a su vez, prefecto de las provincias de Emilia y Liguria, con residencia
en Milán. A inicios de su carrera política fue elegido obispo de la diócesis
milanesa, que rigió hasta su muerte, acaecida en el año 397.
La leyenda cuenta que un día, cuando aún no
sabía hablar, estando en el jardín de la residencia de su padre en Tréveris,
acudió un enjambre de abejas a revolotear por su rostro, y que varias de ellas
se deslizaron, sin picarle, en el interior de su boca. Al verlo, exclamó el
prefecto: "Este niño va a ser algo grande". Con algo más de edad, el
niño veía que todos besaban cuando del obispo cuando éste visitaba su casa y él
presentaba también la suya a los criados y a su hermana, para que se la
besaran, diciendo: "¿No sabéis que también yo voy a ser obispo?". Y
cuando Petronio Probo le despedía al partir para tomar posesión de su cargo de
prefecto en Milán —nombramiento para el cual le había propuesto al emperador—,
le dijo: "Ve, hijo mío, y pórtate, no como juez, sino como obispo".
A los dos años de su prefectura en Milán,
cuando apenas había empezado a desarrollar su programa de gobierno, falleció el
obispo y se planteó el problema de la elección de sucesor, la cual, según la
costumbre establecida, debían hacer el clero y el pueblo. Hubo disputas y un
día, mientras el clero deliberaba en la parte superior de la basílica catedral,
y el pueblo aguardaba abajo la decisión con una actitud que fácilmente podían
degenerar en motín, el gobernador creyó deber suyo presentarse en medio de los
fieles para hablarles y tranquilizarles.
Apenas había terminado su exhortación,
cuando se oyó una voz infantil, que decía: "Ambrosio, obispo".
"¡Ambrosio, obispo!", empezó a gritar la muchedumbre. Y el clero se
unió a la aclamación general. El único que protestaba era el elegido y podía
alegar una razón magnífica. El Concilio de Nicea, en 325, había prohibido que
los no bautizados fuesen escogidos para el episcopado, y Ambrosio no estaba
bautizado todavía.
Los electores no cedieron. Se consultó al
Papa, quien aprobó la elección, suspendiendo la disposición de Nicea. Pero
cuando los obispos designados fueron en busca de Ambrosio, con el propósito de
disponerlo y consagrarlo, no lo encontraron en la ciudad; se había evadido al
campo y sólo por la traición de un amigo pudieron dar con su paradero.
Recibió el bautismo, la ordenación y la
consagración en 374 y seguidamente tomó posesión de su Sede.
El nuevo prelado demostró muy pronto que
estaba a la altura de su dignidad. Su vida, ya siempre sobria, se hizo ahora
austera y penitente. Distribuyó a los pobres todo su dinero y se trazó un
programa pastoral vastísimo, al cual se adaptó con gran actividad durante todo
su pontificado. Uno de los rasgos más característicos de su actuación fue
siempre la caridad para con los pobres, enfermos, moribundos, cautivos, viudas
y huérfanos. Fundó hospitales y albergues.
Más guerrero que intelectual fue el primer
cristiano en conseguir que se reconociera el poder de la iglesia por encima de
la del estado. Y desterró definitivamente en sucesivas confrontaciones a los
paganos de la vida política romana.
En el orden espiritual, lo primero que hizo
fue perfeccionar su cultura teológica y bíblica, bajo la guía personal o los
escritos de maestros como San Basilio, San Cirilo de Alejandría, San Gregorio
Nacianceno, y otros eclesiásticos de su tiempo, vivientes o ya difuntos, aparte
del famoso sacerdote Simpliciano, que le aleccionaba directamente y que había
de ser su sucesor como Prelado de Milán.
Desde su juventud había sido Ambrosio
hombre de relaciones escogidas. Con San Basilio tuvo una especial comunicación
y amistad. Ya en sus tiempos de Roma frecuentó seguramente con San Jerónimo,
con San Paulino de Nola, con Santa Paula y sus hijas.
Como escritor, su obra más voluminosa es el
comentario al evangelio de San Lucas; otras obras son tratados sobre los
sacramentos y sobre la virginidad. Dejó también escritos contra los arrianos.
Finalmente, compuso para el rezo una serie de himnos solemnes, que se utilizan
todavía en la liturgia actual.
La situación de Ambrosio en Milán, su
conocimiento de los asuntos políticos y su autoridad de jurista, hacían de él
un consejero técnico para los emperadores en materia religiosa, en la cual
éstos necesariamente debían intervenir, pues desde que Constantino se había
hecho protector de la Iglesia, -y, con tal pretexto, una especie de obispo
externo a la Jerarquía- no podían desinteresarse de los conflictos que
incesantemente se provocaban entre cristianos y paganos, entre ortodoxos y
arrianos.
Fallecido Valentiniano I en 375, quedaba
heredero del Imperio su hijo Graciano, de veinte años de edad. El otro hijo era
un niño de cuatro, que fue educado en Sirmio por su madre Justina. Ambrosio fue
para ambos más que un consejero político, un tutor, un confidente, un padre.
Graciano se formó a su lado, y favoreció la caída del paganismo como religión
del Estado.
Al principio el reparto de poder entre
cristianos y paganos estaba más o menos en equilibrio con Graciano, emperador
romano y cristiano católico. A la muerte de Graciano (383), víctima de una
sedición cantonal en las Galias capitaneada por un usurpador llamado Máximo,
Ambrosio, a súplicas de Justina, se encaminó a Tréveris para parlamentar con él
y calmar sus iras. Así ganaba tiempo en favor del pequeño Valentiniano II cuyo
trono se veía amenazado. Gracias a la habilidad del Prelado obtuvo una especie
de tregua que podría resultar muy provechosa.
Al regresar de la embajada suponía que la
emperatriz le estaría agradecida. Pero ella sentía verdadera simpatía por los
arrianos, y pidió al obispo una basílica de la ciudad para ellos. La actitud de
Ambrosio y su creciente popularidad la hicieron desistir. Él se había encerrado
con el pueblo católico en la basílica, y contestó a los emisarios de Justina: "Mis
bienes son de la patria, pero lo que es de Dios no tengo derecho a
entregarlo".
El pueblo se apiñó en torno a Ambrosio y le
defendió. Y Justina tuvo que doblegarse. No mucho tiempo más tarde la
emperatriz falleció, pero la lucha entre paganos, herejes y católicos se
acentuó definitivamente.
La llamada guerra de las estatuas
enfrentaba desde Constantino a las diversas religiones con representación en el
senado. En el 384, el partido pagano aprovechó la debilidad de Valentiniano II
para devolver la Estatua de la Victoria al senado, lo que provocó la ira de
Ambrosio.
Finalmente Ambrosio hizo declarar a
Valentino II que los emperadores tenían que estar a las órdenes de Dios al
igual que los ciudadanos tenían que estar a las órdenes del emperador como
soldados.
A partir de aquí, Ambrosio consigue hacer
efectiva una demanda por la que la Iglesia ostenta un poder superior no solo al
Estado Romano sino a todos los estados. Estas ideas de la Iglesia como
institución universal e internacional por una parte y de control sobre los
estados por otra permitiría a la iglesia sobrevivir a la caída del Imperio.
Durante el reinado de Teodosio, éste habría
ordenado a un obispo local que sufragara los daños de la destrucción de una
sinagoga a manos de los cristianos. El emperador estaba dispuesto a acabar con
esas prácticas intimidatorias.
Ambrosio se opuso de nuevo, y consiguió del
emperador que declarara libre a la iglesia de tener que responder por tales
cuestiones. Algo que resulto muy pernicioso ya que dio vía libre para la persecución
cristiana de miles de paganos.
En el 393 el emperador Teodosio I prohibió
los Juegos Olímpicos por influencia de San Ambrosio, al considerarlos paganos.
Convirtió y bautizó a san Agustín. Creó
nuevas formas litúrgicas y promovió el culto a las reliquias en Occidente.
Su fiesta se celebra el 7 de diciembre.
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