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DE DICIEMBRE - MARTES
SAN JUAN, APÓSTOL Y EVANGELISTA
Evangelio según san Juan 20, 2-8
El primer día de la semana,
María Magdalena echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro
discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo:
"Se han llevado del sepulcro al Señor
y no sabemos dónde lo han puesto".
Salieron Pedro y el otro
discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo
corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose,
vio las vendas en el suelo; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro
detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y
el sudario con que le habían cubierto la
cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el
otro discípulo, el
que había llegado primero al sepulcro;
vio y creyó.
1. San Juan, el Apóstol, no fue el autor del IV
evangelio. Tampoco lo fue el denominado
"discípulo amado", que era gran amigo del sumo sacerdote (Jn
18, 15-16), lo que hace impensable que tal personaje pudiera ser un modesto pescador de Galilea. Se desconoce quién escribió el
llamado "Evangelio de Juan".
Este
evangelio fue uno de los últimos escritos del Nuevo Testamento, ya que se
redactó al final del siglo primero. El autor de este evangelio insiste en
destacar los "signos" o "hechos extraordinarios y
simbólicos" que Jesús realizó
(Jn 2, 11; 20, 30), para
que los cristianos tengamos fe en él. (Jn 20, 31).
2.
¿Qué quiere decir esto?
Según
el evangelio de Juan, la vida de Jesús se
caracteriza por una serie
de "signos" (semeia) o señales, que son hechos extraordinarios,
siempre realizados en beneficio de quienes
necesitaban
ayuda en sus carencias
humanas, de tal forma que así es como Jesús enseña que se propaga, se difunde y
se contagia la fe.
Estos
"signos" fueron: convertir el agua de
las purificaciones rituales en vino de fiesta (Jn 2, 1 12); curar al
hijo de un funcionario romano (Jn 4, 4);
devolver la salud a un paralítico (Jn 5); dar de comer a miles de pobres (Jn
6); abrir los ojos a un ciego de nacimiento (Jn 9); devolver la vida a Lázaro,
el amigo difunto (Jn 11).
3. En todos estos "signos", Jesús
antepone el bien "humano" de las personas a la observancia
"religiosa" que imponían los dirigentes judíos. Por eso, el IV
evangelio es el que más destaca los incesantes conflictos, que tuvo y mantuvo
Jesús con la religión, con el Templo, con los sumos sacerdotes, con los
rituales y tradiciones que imponía aquel sistema religioso-político. Y esto fue
lo que provocó una situación límite,
que terminó en la condena a muerte (Jn 11, 46-53). Y en la insistente
intervención de los sumos sacerdotes para que Jesús fuera ejecutado en una
cruz.
Ya,
desde la Navidad, la liturgia y el Evangelio
presentan, con toda fuerza
y con toda claridad, que el "proyecto de Jesús" y la "observancia
de las normas y rituales religiosos" son incompatibles.
Jesús
vio que el "proyecto de la fe" no es el "proyecto de la
observancia religiosa", sino el "proyecto de la plenitud
humana".
SAN JUAN, APÓSTOL Y EVANGELISTA
SAN JUAN el Evangelista, a quien se distingue como "el
discípulo amado de Jesús" y a quien a menudo le llaman "el
divino" (es decir, el "Teólogo") sobre todo entre los griegos y
en Inglaterra, era un judío de Galilea, hijo de Zebedeo y hermano de Santiago
el Mayor, con quien desempeñaba el oficio de pescador.
Junto con su hermano Santiago, se hallaba Juan remendando las
redes a la orilla del lago de Galilea, cuando Jesús, que acababa de llamar a su
servicio a Pedro y a Andrés, los llamó también a ellos para que fuesen sus
Apóstoles. El propio Jesucristo les puso a Juan y a Santiago el sobrenombre de
Boanerges, o sea "hijos del trueno" (Lucas 9, 54), aunque no está
aclarado si lo hizo como una recomendación o bien a causa de la violencia de su
temperamento.
Se dice que San Juan era el más joven de los doce Apóstoles y que
sobrevivió a todos los demás. Es el único de los Apóstoles que no murió
martirizado.
En el Evangelio que escribió se refiere a sí mismo, como "el
discípulo a quien Jesús amaba", y es evidente que era de los más íntimos
de Jesús. El Señor quiso que estuviese, junto con Pedro y Santiago, en el
momento de Su transfiguración, así como durante su agonía en el Huerto de los
Olivos. En muchas otras ocasiones, Jesús demostró a Juan su predilección o su
afecto especial. Por consiguiente, nada tiene de extraño desde el punto de
vista humano, que la esposa de Zebedeo pidiese al Señor que sus dos hijos
llegasen a sentarse junto a Él, uno a la derecha y el otro a la izquierda, en
Su Reino.
Juan fue el elegido para acompañar a Pedro a la ciudad a fin de
preparar la cena de la última Pascua y, en el curso de aquella última cena,
Juan reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús y fue a Juan a quien el Maestro
indicó, no obstante que Pedro formuló la pregunta, el nombre del discípulo que
habría de traicionarle. Es creencia general la de que era Juan aquel "otro
discípulo" que entró con Jesús ante el tribunal de Caifás, mientras Pedro
se quedaba afuera. Juan fue el único de los Apóstoles que estuvo al pie de la
cruz con la Virgen María y las otras piadosas mujeres y fue él quien recibió el
sublime encargo de tomar bajo su cuidado a la Madre del Redentor. "Mujer,
he ahí a tu hijo", murmuró Jesús a su Madre desde la cruz. "He ahí a
tu madre", le dijo a Juan. Y desde aquel momento, el discípulo la tomó
como suya. El Señor nos llamó a todos hermanos y nos encomendó el amoroso cuidado
de Su propia Madre, pero entre todos los hijos adoptivos de la Virgen María,
San Juan fue el primero. Tan sólo a él le fue dado el privilegio de llevar
físicamente a María a su propia casa como una verdadera madre y honrarla,
servirla y cuidarla en persona.
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