19 DE AGOSTO – DOMINGO –
20ª – Semana del T. O. –
B
Lectura del libro de los Proverbios (9,1-6):
La Sabiduría se ha construido su casa plantando siete columnas, ha
preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa; ha despachado a sus
criados para que lo anuncien en los puntos que dominan la ciudad: «Los
inexpertos que vengan aquí, quiero hablar a los faltos de juicio:
"Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado;
dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la prudencia."»
Palabra de Dios
Salmo: 33,2-3.10-11.12-13.14-15
R/. Gustad y ved qué bueno es el Señor
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza
está siempre en mi boca;
mi alma se
gloría en el Señor:
que los
humildes lo escuchen y se alegren. R/.
Todos sus santos, temed al Señor,
porque nada
les falta a los que le temen;
los ricos
empobrecen y pasan hambre,
los que
buscan al Señor no carecen de nada. R/.
Venid, hijos, escuchadme:
os instruiré
en el temor del Señor.
¿Hay alguien
que ame la vida
y desee días
de prosperidad? R/.
Guarda tu lengua del mal,
tus labios de
la falsedad;
apártate del
mal, obra el bien,
busca la paz
y corre tras ella. R/.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios
(5,15-20):
Fijaos bien cómo andáis; no seáis insensatos, sino sensatos,
aprovechando la ocasión, porque vienen días malos. Por eso, no estéis
aturdidos, daos cuenta de lo que el Señor quiere. No os emborrachéis con vino,
que lleva al libertinaje, sino dejaos llenar del Espíritu. Recitad, alternando,
salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y tocad con toda el alma para el
Señor. Dad siempre gracias a Dios Padre por todo, en nombre de nuestro Señor
Jesucristo.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,51-58):
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan
vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí:
«¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo:
«Os aseguro que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no
bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo
resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es
verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en
él.
El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo
modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no
como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan
vivirá para siempre.»
Palabra del Señor
Al
misterio de la Eucaristía nos acercamos por la fe.
1.- Hoy
Jesús, el Pan que ha bajado del cielo, nos dice: Mi carne es verdadera comida y
mi sangre es verdadera bebida. Así, el Señor va ahondando en su enseñanza.
Frente a la experiencia del maná en el desierto, al que habían apelado los
interlocutores de Jesús, él les habla de un alimento que no es para un momento,
sino que transforma totalmente la vida.
En el siglo II, san Justino señalaba que,
así como Cristo se encarnó y “tuvo carne y sangre a causa de nuestra salvación,
de la misma manera hemos aprendido que el alimento sobre el que fue recitada la
acción de gracias que contiene las palabras de Jesús, y con que se alimenta y
transforma nuestra sangre y nuestra carne, es precisamente la carne y la sangre
de aquel mismo Jesús que se encarnó”.
La realidad de la Eucaristía no deja de
causar perplejidades. Lo vemos en el evangelio de hoy: ¿Cómo puede este darnos
a comer su carne? Sin embargo, Jesús no matiza su enseñanza, sino que señala lo
se nos concede por la participación eucarística: la vida eterna, la resurrección
en el último día y el ser habitados por Cristo y habitar en Cristo.
2.- Al misterio de la Eucaristía nos acercamos por la fe. Tenemos
una invitación a reconocer cuál es el verdadero alimento que necesitamos. El mundo
ofrece munchas alternativas, pero sólo Cristo nos da lo que satisface
plenamente el alma. La primera lectura, que figuradamente habla del banquete eucarístico,
nos invita a acercarnos a la Eucaristía porque allí se encuentra la verdadera sabiduría.
Igualmente, san Pablo nos exhorta: “No os emborrachéis con vino, que lleva al
libertinaje, sino dejaos llenar del Espíritu.”
Nos conviene aprender a gustar el
alimento que Jesús nos ofrece. La
Iglesia ha insistido en que la comunión debe recibirse con las debidas
disposiciones para que obtengamos provecho. Cuando acudimos así a Jesús, él nos
alimenta verdaderamente, aunque el fruto no sea siempre igual. Señalaba Balduino
de Cantorbery: “Únicamente él puede colmar todos los anhelos del hombre… y se
adapta de manera diferente a unos y a otros, según sus tendencias, sus deseos y
apetitos”.
3.- La
relación con Cristo en la Eucaristía es persona y hay que irse habituando a ese
“habitar” del Señor en nosotros y de nosotros en él. Señalaba el papa
Francisco, hablando de los mártires de Abitinia: “Estos cristianos del norte de
África fueron asesinados porque celebraban la Eucaristía. Han dejado el
testimonio de que se puede renunciar a la vida terrena por la Eucaristía,
porque esta nos da la vida eterna, haciéndonos participes de la victoria de
Cristo sobre la muerte”.
Por la Eucaristía vamos siendo
transformados por Cristo. Recibimos su amor y la fuerza para vivir según su
amor. De esa manera, por las obras de caridad empezamos a experimentar la victoria
sobre la muerte que se nos garantiza en la resurrección futura. Jesús vive en
nosotros y quiere realizar su obra salvadora también a través de nosotros. Ahí
aprendemos el verdadero amor que después podemos ver realizado en nuestra
entrega a los que nos rodean y nos necesitan.
Igual que Jesús da su carne por la vida
del mundo, también nosotros, con nuestra carne vivificada por la Eucaristía,
podemos contribuir a la obra redentora del Señor. En la Eucaristía aprendemos a
realizar las obras impensadas, las del amor, porque la vida de Jesús nos es
dada. Acerquémonos con fe a recibirlo y dejemos que su amor nos arrastre.
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