4 DE AGOSTO -
SÁBADO
17ª - SEMANA DEL T.
O. – B –
Lectura de la profecía de Jeremías (26,11-16.24):
En
aquellos días, los sacerdotes y los profetas dijeron a los príncipes y al
pueblo:
«Este hombre es reo de muerte, porque ha profetizado contra esta
ciudad, como lo habéis oído con vuestros oídos.»
Jeremías respondió a los príncipes y al pueblo:
«El Señor me envió a profetizar contra este templo y esta ciudad
las palabras que habéis oído. Pero, ahora, enmendad vuestra conducta y vuestras
acciones, escuchad la voz del Señor, vuestro Dios; y el Señor se arrepentirá de
la amenaza que pronunció contra vosotros.
Yo, por mi parte, estoy en vuestras manos: haced de mí lo que
mejor os parezca. Pero, sabedlo bien: si vosotros me matáis, echáis sangre
inocente sobre vosotros, sobre esta ciudad y sus habitantes. Porque ciertamente
me ha enviado el Señor a vosotros, a predicar a vuestros oídos estas palabras.»
Los príncipes del pueblo dijeron a los sacerdotes y profetas:
«Este hombre no es reo de muerte, porque nos ha hablado en
nombre del Señor, nuestro Dios.»
Entonces Ajicán, hijo de Safán, se hizo cargo de Jeremías, para
que no lo entregaran al pueblo para matarlo.
Palabra de Dios
Salmo: 68
R/. Escúchame, Señor, el día de tu favor
Arráncame
del cieno, que no me hunda;
líbrame
de los que me aborrecen,
y de las
aguas sin fondo.
Que no me
arrastre la corriente,
que no me
trague el torbellino,
que no se
cierre la poza sobre mí. R/.
Yo soy un
pobre malherido;
Dios mío,
tu salvación me levante.
Alabaré
el nombre de Dios con cantos,
proclamaré
su grandeza con acción de gracias. R/.
Miradlo,
los humildes, y alegraos,
buscad al
Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el
Señor escucha a sus pobres,
no
desprecia a sus cautivos. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (14,1-12):
En aquel
tiempo oyó el virrey Herodes lo que se contaba de Jesús, y dijo a sus
ayudantes:
«Ese es Juan Bautista que ha resucitado de entre los muertos, y
por eso los Poderes actúan en él.»
Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en
la cárcel encadenado por motivo de Herodías, mujer de su hermano Felipe, porque
Juan le decía que no le estaba permitido vivir con ella. Quería mandarlo matar,
pero tuvo miedo de la gente, que lo tenía por profeta.
El día del cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó
delante de todos, y le gustó tanto a Herodes, que juró darle lo que pidiera.
Ella, instigada por su madre, le dijo: «Dame ahora mismo en una bandeja la
cabeza de Juan Bautista.»
El rey lo sintió; pero, por el juramento y los invitados, ordenó
que se la dieran; y mandó decapitar a Juan en la cárcel. Trajeron la cabeza en
una bandeja, se la entregaron a la joven, y ella se la llevó a su madre. Sus
discípulos recogieron el cadáver, lo enterraron y fueron a contárselo a Jesús.
Palabra del Señor
1. El
relato de la muerte violenta de Juan Bautista es un paradigma de lo que estamos
viendo y sufriendo a diario. Aquí quedan patentes las cualidades patéticas del
"poder político-religioso", ya que lo político y lo religioso se
apoyan mutuamente y van siempre unidos.
Ese poder está asociado a:
1)
La
muerte asesina.
2)
La
corrupción moral.
3)
El
miedo.
Un individuo corrupto, que puede matar a quien
le conviene y que toma sus decisiones por intereses pasionales o por miedos
irracionales, es el mayor peligro que puede amenazar a un pueblo, a una nación,
a todos y cada uno de los ciudadanos.
2.
Frente a tanta desvergüenza y a semejante violencia la figura honorable
de Juan Bautista, que:
1) No se calla ante la corrupción del poder.
2) Paga
con su vida la libertad del que denuncia el
despotismo.
No hay que esforzarse demasiado para darse
cuenta de que Juan Bautista es también paradigma de los miles y millones de
criaturas inocentes que sufren las consecuencias del despotismo del poder.
3. Los
abusos del poder ocurrían antiguamente y siguen ocurriendo en nuestros días. En
la antigüedad, el poder corrupto y criminal estaba concentrado en el soberano de cada país, que ejercía su
despotismo sobre sus propios súbditos.
En la actualidad, debido a la economía global,
al comercio global, al poder de veto que las grandes potencias tienen sobre la ONU, y al poder
que ejercen los organismos internacionales (Banco Mundial, Fondo Monetario
Internacional, Organización
Internacional del Comercio, etc.), controlados por
los
grandes de la política y del capital, el poder corrupto de la muerte y el miedo
dirigen y gestionan un mundo en el que cada día mueren de hambre y miseria casi
cien mil personas) y sabemos que este poder sigue matando a
los
profetas que denuncian.
Según el Informe 2008 de Amnistía
Internacional,
en
2006, al menos 1.544 personas fueron ejecutadas en 25 países distintos.
El martirio de Juan Bautista sigue presente
ante nosotros. Y lo peor de todo es que el genocidio sigue adelante porque quienes vivimos bien nos
callamos,
nos
cruzamos de brazos, y pensamos que nada se puede hacer. Lo cual es
mentira. Podemos gritar y protestar.
Podemos ser más honrados. Y debemos ser siempre buenas personas.
San Juan María Vianney, Cura
de Ars
Martirologio Romano: Memoria de san Juan María Vianney, presbítero,
que durante más de cuarenta años se entregó de una manera admirable al servicio
de la parroquia que le fue encomendada en la aldea de Ars, cerca de Belley, en
Francia, con una intensa predicación, oración y ejemplos de penitencia.
Diariamente catequizaba a niños y adultos, reconciliaba a los arrepentidos y
con su ardiente caridad, alimentada en la fuente de la Eucaristía, brilló de
tal modo, que difundió sus consejos a lo largo y a lo ancho de toda Europa y con
su sabiduría llevó a Dios a muchísimas almas (†1859).
Breve Biografía
Uno de los santos más populares en los últimos tiempos ha sido San
Juan Vianney, llamado el santo Cura de Ars. En él se ha cumplido lo que dijo
San Pablo: "Dios ha escogido lo que no vale a los ojos del mundo, para
confundir a los grandes".
Era un campesino de mente rústica, nacido en Dardilly, Francia, el 8
de mayo de 1786. Durante su infancia estalló la Revolución Francesa que
persiguió ferozmente a la religión católica. Así que él y su familia, para
poder asistir a misa tenían que hacerlo en celebraciones hechas a escondidas,
donde los agentes del gobierno no se dieran cuenta, porque había pena de muerte
para los que se atrevieran a practicar en público sulreligión. La primera comunión
la hizo Juan María a los 13 años, en una celebración nocturna, a escondidas, en
un pajar, a donde los campesinos llegaban con bultos de pasto, simulando que
iban a alimentar sus ganados, pero el objeto de su viaje era asistir a la Santa
Misa que celebraba un sacerdote, con grave peligro de muerte, si los
sorprendían las autoridades.
Juan María deseaba ser sacerdote, pero a su padre no le interesaba
perder este buen obrero que le cuidaba sus ovejas y le trabajaba en el campo.
Además no era fácil conseguir seminarios en esos tiempos tan difíciles. Y como
estaban en guerra, Napoléon mandó reclutar todos los muchachos mayores de 17
años y llevarlos al ejército. Y uno de los reclutados fue nuestro biografiado.
Se lo llevaron para el cuartel, pero por el camino, por entrar a una iglesia a
rezar, se perdió del grupo. Volvió a presentarse, pero en el viaje se enfermó y
lo llevaron una noche al hospital y cuando al día siguiente se repuso ya los
demás se habían ido. Las autoridades le ordenaron que se fuera por su cuenta a
alcanzar a los otros, pero se encontró con un hombre que le dijo. "Sígame,
que yo lo llevaré a donde debe ir". Lo siguió y después de mucho caminar
se dio cuenta de que el otro era un desertor que huía del ejército, y que se
encontraban totalmente lejos del batallón.
Y al llegar a un pueblo, Juan María se fue a donde el alcalde a
contarle su caso. La ley ordenaba pena de muerte a quien desertara del
ejército. Pero el alcalde que era muy bondadoso escondió al joven en su casa, y
lo puso a dormir en un pajar, y así estuvo trabajando escondido por bastante
tiempo, cambiándose de nombre, y escondiéndose muy hondo entre el pasto seco,
cada vez que pasaban por allí grupos del ejército. Al fin en 1810, cuando Juan
llevaba 14 meses de desertor el emperador Napoleón dio un decreto perdonando la
culpa a todos los que se habían fugado del ejército, y Vianney pudo volver otra
vez a su hogar.
Trató de ir a estudiar al seminario pero su intelecto era romo y
duro, y no lograba aprender nada. Los profesores exclamaban: "Es muy buena
persona, pero no sirve para estudiante No se le queda nada". Y lo echaron.
Se fue en peregrinación de muchos días hasta la tumba de San
Francisco Regis, viajando de limosna, para pedirle a ese santo su ayuda para
poder estudiar. Con la peregrinación no logró volverse más inteligente, pero
adquirió valor para no dejarse desanimar por las dificultades. El año
siguiente, recibió el sacramento de la confirmación, que le confirió todavía
mayor fuerza para la lucha; en él tomó Juan María el nombre de Bautista.
El Padre Balley había fundado por su cuenta un pequeño seminario y
allí recibió a Vianney. Al principio el sacerdote se desanimaba al ver que a
este pobre muchacho no se le quedaba nada de lo que él le enseñaba, Pero su
conducta era tan excelente, y su criterio y su buena voluntad tan admirables
que el buen Padre Balley dispuso hacer lo posible y lo imposible por hacerlo
llegar al sacerdocio.
Después de prepararlo por tres años, dándole clases todos los días,
el Padre Balley lo presentó a exámenes en el seminario. Fracaso total. No fue
capaz de responder a las preguntas que esos profesores tan sabios le iban
haciendo. Resultado: negativa total a que fuera ordenado de sacerdote.
Su gran benefactor, el Padre Balley, lo siguió instruyendo y lo llevó
a donde sacerdotes santos y les pidió que examinaran si este joven estaba
preparado para ser un buen sacerdote. Ellos se dieron cuenta de que tenía buen
criterio, que sabía resolver problemas de conciencia, y que era seguro en sus
apreciaciones en lo moral, y varios de ellos se fueron a recomendarlo al Sr.
Obispo. El prelado al oír todas estas cosas les preguntó: ¿El joven Vianney es
de buena conducta? - Ellos le respondieron: "Es excelente persona. Es un
modelo de comportamiento. Es el seminarista menos sabio, pero el más
santo" "Pues si así es - añadió el prelado - que sea ordenado de
sacerdote, pues aunque le falte ciencia, con tal de que tenga santidad, Dios
suplirá lo demás".
Y así el 12 de agosto de 1815, fue ordenado sacerdote, este joven que
parecía tener menos inteligencia de la necesaria para este oficio, y que luego
llegó a ser el más famoso párroco de su siglo (4 días después de su ordenación,
nació San Juan Bosco). Los primeros tres años los pasó como vicepárroco del
Padre Balley, su gran amigo y admirador.
Unos curitas muy sabios habían dicho por burla: "El Sr. Obispo
lo ordenó de sacerdote, pero ahora se va a encartar con él, porque ¿a dónde lo
va a enviar, que haga un buen papel?".
Y el 9 de febrero de 1818 fue enviado a la parroquia más pobre e
infeliz. Se llamaba Ars. Tenía 370 habitantes. A misa los domingos no asistían
sino un hombre y algunas mujeres. Su antecesor dejó escrito: "Las gentes
de esta parroquia en lo único en que se diferencian de los ancianos, es en que
... están bautizadas". El pueblucho estaba lleno de cantinas y de
bailaderos. Allí estará Juan Vianney de párroco durante 41 años, hasta su
muerte, y lo transformará todo.
El nuevo Cura Párroco de Ars se propuso un método triple para cambiar
a las gentes de su desarrapada parroquia. Rezar mucho. Sacrificarse lo más
posible, y hablar fuerte y duro. ¿Qué en Ars casi nadie iba a la Misa? Pues él
reemplazaba esa falta de asistencia, dedicando horas y más horas a la oración
ante el Santísimo Sacramento en el altar. ¿Qué el pueblo estaba lleno de
cantinas y bailaderos? Pues el párroco se dedicó a las más impresionantes
penitencias para convertirlos. Durante años solamente se alimentará cada día
con unas pocas papas cocinadas. Los lunes cocina una docena y media de papas,
que le duran hasta el jueves. Y en ese día hará otro cocinado igual con lo cual
se alimentará hasta el domingo. Es verdad que por las noches las cantinas y los
bailaderos están repletos de gentes de su parroquia, pero también es verdad que
él pasa muchas horas de cada noche rezando por ellos. ¿Y sus sermones? Ah, ahí
si que enfoca toda la artillería de sus palabras contra los vicios de sus
feligreses, y va demoliendo sin compasión todas las trampas con las que el
diablo quiere perderlos.
Cuando el Padre Vianney empieza a volverse famoso muchas gentes se
dedican a criticarlo. El Sr. Obispo envía un visitador a que oiga sus sermones,
y le diga que cualidades y defectos tiene este predicador. El enviado vuelve
trayendo noticias malas y buenas.
El prelado le pregunta: "¿Tienen algún defecto los sermones del
Padre Vianney? - Sí, Monseñor: Tiene tres defectos. Primero, son muy largos.
Segundo, son muy duros y fuertes. Tercero, siempre habla de los mismos temas:
los pecados, los vicios, la muerte, el juicio, el infierno y el cielo". -
¿Y tienen también alguna cualidad estos sermones? - pregunta Monseñor-.
"Si, tienen una cualidad, y es que los oyentes se conmueven, se convierten
y empiezan una vida más santa de la que llevaban antes".
El Obispo satisfecho y sonriente exclamó: "Por esa última
cualidad se le pueden perdonar al Párroco de Ars los otros tres defectos".
Los primeros años de su sacerdocio, duraba tres o más horas leyendo y
estudiando, para preparar su sermón del domingo. Luego escribía. Durante otras
tres o más horas paseaba por el campo recitándole su sermón a los árboles y al
ganado, para tratar de aprenderlo. Después se arrodillaba por horas y horas
ante el Santísimo Sacramento en el altar, encomendando al Señor lo que iba
decir al pueblo. Y sucedió muchas veces que al empezar a predicar se le
olvidaba todo lo que había preparado, pero lo que le decía al pueblo causaba
impresionantes conversiones. Es que se había preparado bien antes de predicar.
Pocos santos han tenido que entablar luchas tan tremendas contra el
demonio como San Juan Vianney. El diablo no podía ocultar su canalla rabia al
ver cuantas almas le quitaba este curita tan sencillo. Y lo atacaba sin
compasión. Lo derribaba de la cama. Y hasta trató de prenderle fuego a su habitación.
Lo despertaba con ruidos espantosos. Una vez le gritó: "Faldinegro odiado.
Agradézcale a esa que llaman Virgen María, y si no ya me lo habría llevado al
abismo".
Un día en una misión en un pueblo, varios sacerdotes jóvenes dijeron
que eso de las apariciones del demonio eran puros cuentos del Padre Vianney. El
párroco los invitó a que fueran a dormir en el dormitorio donde iba a pasar la
noche el famoso padrecito. Y cuando empezaron los tremendos ruidos y los
espantos diabólicos, salieron todos huyendo en pijama hacia el patio y no se
atrevieron a volver a entrar al dormitorio ni a volver a burlarse del santo
cura. Pero él lo tomaba con toda calma y con humor y decía: "Con el patas
hemos tenido ya tantos encuentros que ahora parecemos dos compinches".
Pero no dejaba de quitarle almas y más almas al maldito Satanás.
Cuando concedieron el permiso para que lo ordenaran sacerdote,
escribieron: "Que sea sacerdote, pero que no lo pongan a confesar, porque
no tiene ciencia para ese oficio". Pues bien: ese fue su oficio durante
toda la vida, y lo hizo mejor que los que sí tenían mucha ciencia e
inteligencia. Porque en esto lo que vale son las iluminaciones del Espíritu
Santo, y no nuestra vana ciencia que nos infla y nos llena de tonto orgullo.
Tenía que pasar 12 horas diarias en el confesionario durante el
invierno y 16 durante el verano. Para confesarse con él había que apartar turno
con tres días de anticipación. Y en el confesionario conseguía conversiones
impresionantes.
Desde 1830 hasta 1845 llegaron 300 personas cada día a Ars, de
distintas regiones de Francia a confesarse con el humilde sacerdote Vianney. El
último año de su vida los peregrinos que llegaron a Ars fueron 100 mil. Junto a
la casa cural había varios hoteles donde se hospedaban los que iban a
confesarse.
A las 12 de la noche se levantaba el santo sacerdote. Luego hacía
sonar la campana de la torre, abría la iglesia y empezaba a confesar. A esa
hora ya la fila de penitentes era de más de una cuadra de larga. Confesaba
hombres hasta las seis de la mañana. Poco después de las seis empezaba a rezar
los salmos de su devocionario y a prepararse a la Santa Misa. A las siete
celebraba el santo oficio. En los últimos años el Obispo logró que a las ocho
de la mañana se tomara una taza de leche.
De ocho a once confesaba mujeres. A las 11 daba una clase de
catecismo para todas las personas que estuvieran ahí en el templo. Eran
palabras muy sencillas que le hacían inmenso bien a los oyentes.
A las doce iba a tomarse un ligerísimo almuerzo. Se bañaba, se
afeitaba, y se iba a visitar un instituto para jóvenes pobres que él costeaba
con las limosnas que la gente había traído. Por la calle la gente lo rodeaba
con gran veneración y le hacían consultas.
De una y media hasta las seis seguía confesando. Sus consejos en la
confesión eran muy breves. Pero a muchos les leía los pecados en su pensamiento
y les decía los pecados que se les habían quedado sin decir. Era fuerte en
combatir la borrachera y otros vicios.
En el confesionario sufría mareos y a ratos le parecía que se iba a
congelar de frío en el invierno y en verano sudaba copiosamente. Pero seguía
confesando como si nada estuviera sufriendo. Decía: "El confesionario es
el ataúd donde me han sepultado estando todavía vivo". Pero ahí era donde
conseguía sus grandes triunfos en favor de las almas.
Por la noche leía un rato, y a las ocho se acostaba, para de nuevo
levantarse a las doce de la noche y seguir confesando.
Cuando llegó a Ars solamente iba un hombre a misa. Cuando murió
solamente había un hombre en Ars que no iba a misa. Se cerraron muchas cantinas
y bailaderos.
En Ars todos se sentían santamente orgullosos de tener un párroco tan
santo. Cuando él llegó a esa parroquia la gente trabajaba en domingo y
cosechaba poco. Logró poco a poco que nadie trabajara en los campos los
domingos y las cosechas se volvieron mucho mejores.
Siempre se creía un miserable pecador. Jamás hablaba de sus obras o
éxitos obtenidos. A un hombre que lo insultó en la calle le escribió una carta
humildísima pidiéndole perdón por todo, como si él hubiera sido quién hubiera
ofendido al otro. El obispo le envió un distintivo elegante de canónigo y nunca
se lo quiso poner. El gobierno nacional le concedió una condecoración y él no
se la quiso colocar. Decía con humor: "Es el colmo: el gobierno
condecorando a un cobarde que desertó del ejército". Y Dios premió su
humildad con admirables milagros.
El 4 de agosto de 1859 pasó a recibir su premio en la eternidad.
Fue beatificado el 8 de enero de 1905 por el Papa San Pío X, y
canonizado por S.S. Pío XI el 31 de mayo de 1925.
Fuente: EWTN.com
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