9 DE AGOSTO - JUEVES –
18ª – SEMANA DEL T. O. – B –
(Sor Teresa Benedicta de la Cruz)
Lectura del libro de Jeremías. 31, 31-34
Llegarán
los días –oráculo del Señor– en que estableceré una nueva Alianza con la casa
de Israel y la casa de Judá. No será como la Alianza que establecí con sus
padres el día en que los tomé de la mano para hacerlos salir del país de
Egipto, mi Alianza que ellos rompieron, aunque yo era su dueño–oráculo del
Señor–.
Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel,
después de aquellos días –oráculo del Señor–: pondré mi Ley dentro de ellos, y
la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo. Y ya no
tendrán que enseñarse mutuamente, diciéndose el uno al otro:
“Conozcan al Señor”.
Porque todos me conocerán, del más pequeño al más grande
–oráculo del Señor–. Porque yo habré perdonado su iniquidad y no me acordaré
más de su pecado.
Palabra de Dios.
Sal 50, 12-15. 18-19
R. ¡Dios mío, crea en mí un corazón puro!
Crea en
mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu. No me
arrojes lejos de tu presencia ni retires de mí tu santo espíritu. R.
Devuélveme
la alegría de tu salvación, que tu espíritu generoso me sostenga: yo enseñaré
tu camino a los impíos y los pecadores volverán a ti. R.
Los
sacrificios no te satisfacen; si ofrezco un holocausto, no lo aceptas: mi
sacrificio es un espíritu contrito, tú no desprecias el corazón contrito y
humillado. R.
Lectura del santo evangelio según san Mateo16, 13-23
En aquel tiempo llegó Jesús a la región de
Cesarea de Felipe y preguntaba a sus discípulos:
"¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?"
Ellos contestaron:
"Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que
Jeremías o uno de los profetas".
Él les preguntó:
"Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
"Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".
Jesús le respondió:
"¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha
revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré
mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.
Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la
tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado
en el cielo".
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era
el Mesías.
Desde entonces empezó Jesús a explicar a
sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de
los senadores, sumos sacerdotes y letrados, y tenía que ser ejecutado y
resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo:
"¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte':
Jesús se volvió y dijo a Pedro:
"Quítate de mí vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas
como los hombres, no como Dios'.
1. Este
relato, tal como aquí aparece, se encuentra en los evangelios de Mateo y de
Marcos. Y, en ambos casos, se une la
narración de la confesión de Pedro con el enfrentamiento que tuvo el mismo
Pedro con Jesús.
El episodio de la confesión de Pedro, como se
sabe, ha sido ampliamente utilizado, por la teología y por el Derecho
eclesiástico, para argumentar y justificar el poder de Pedro y de sus sucesores
(los papas) en el gobierno de la Iglesia y hasta en el poder político del
papado. Más aún, como dejó escrito Y. Congar, "la propia Roma, y esto a
partir, tal vez, del s. II" montó las cosas de forma que "ella"
(Roma) ve en Mt16, 19 su propia institución. Para Roma, los poderes no pasan de
Pedro a la "ecclesía" (la comunidad de los fieles), sino de Pedro a
la Sede Romana". Lo que, en definitiva -si es que esto fuera cierto-, la
Iglesia tendría su fundamento, no en Jesús, sino en Pedro, en su poder y en su autoridad".
O sea, una Iglesia de poder que somete, no una comunidad de misericordia que humaniza.
2. Esta
idea es la que explica cómo y por qué hay ahora obispos y cardenales que no
dudan en enfrentarse al papa
Francisco. Porque ven, en este papa, una
forma de gobernar la Iglesia que pone el centro en el Evangelio y en el ejemplo
de vida que nos dejó Jesús.
Mientras que esos obispos y cardenales (los que
sean y quienes sean) pretenden que el centro tiene que estar en la Curia
Vaticana, en los poderes de la Curia y en las decisiones que la Curia toma.
Aquí está el nudo que urge desatar. Para que la
Iglesia tenga su centro en Jesús y no en ningún poder humano, por muy religioso
y sagrado que sea.
3. De
ahí, la importancia del segundo relato: el del enfrentamiento de Jesús con
Pedro. Cuando este discípulo, el más
importante de todos, se enteró del
fracaso
y de la muerte, que le esperaba a Jesús, al que él había confesado como Mesías
(el Salvador), se enfrentó
directamente a semejante fracaso y a una muerte causada por los sumos
sacerdotes, por los máximos
representantes del "poder religioso".
Ahora bien, a Pedro -y a quien piensa como
pensaba Pedro-, Jesús les dice que son un "escándalo" y los
"increpa" como se rechaza al mismísimo "Satanás".
El Evangelio de Jesús no es poder que somete,
sino solidaridad que sufre con el que sufre, con bondad, misericordia y amor a
todos.
Santa Edith Stein
(Sor Teresa Benedicta de la
Cruz)
Judía de nacimiento, abraza la fe católica ya siendo profesora de
universidad y reconocida filósofa. Entra en las Carmelitas descalzas y muere
víctima de los nazis en Aushwitz. Canonizada por Juan Pablo II el 11 de
Octubre, 1998
Consideró su conversión a la fe católica como una conversión también
hacia una más profunda identificación con su identidad judía.
Su testimonio ilustra dos temas inseparables: La unidad entre el
judaísmo y la fe católica y el valor del sufrimiento.
"Sta. Edith Stein vio en el holocausto un aspecto del sufrimiento
expiatorio... un valor redentivo para todo el mundo (y) un vínculo específico
entre su sacrificio y la gracia especial necesaria para propiciar la conversión
de los judíos" Salvation is from the Jews, de Roy Schoeman. La santa murió con un grupo compuesto casi
enteramente de judíos bautizados.
Teresa
Benedicta de la Cruz,
(Edith
Stein)- Biografía
Nació el 12 de octubre de 1891, en la entonces ciudad alemana de
Breslau (hoy Wroclaw-capital de la Silesia, que pasó a pertenecer a Polonia
después de la Segunda Guerra Mundial).
Ella era la menor de los 11 hijos que tuvo el matrimonio Stein. Sus
padres, Sigfred y Auguste, dedicados al comercio, eran judíos. Él murió antes
de que Edith cumpliera los dos años, y su madre hubo de cargar con la dirección
del comercio y la educación de sus hijos.
Edith escribió de sí misma que de niña era muy sensible, dinámica,
nerviosa e irascible, pero que a los siete años ya empezó en ella a madurar un
temperamento reflexivo. Pronto se destacaría por su inteligencia y por su
capacidad de estar abierta a los problemas que la rodean.
En plena adolescencia deja la escuela y la religión porque no
encuentra en ellas sentido para la vida. Surgen sus grandes dudas existenciales
sobre el sentido de la vida del hombre en general, y se percata de la
discriminación que sufre la mujer. Desde ahí inicia su búsqueda, motivada por
un sólo principio: "estamos en el mundo para servir a la humanidad".
Fue una brillante estudiante de fenomenología, en la Universidad de
Gottiengen. Husserl la escoge antes que a Martín Heidegger (uno de los
filósofos más importantes del siglo XX) para ser su asistente de cátedra. Como
mujer, en la época de 1916 esto era un logro impresionante. Partiendo de una
personalidad marcada fuertemente por la determinación, la tenacidad, terquedad
y seguridad en sí misma, recibió el título de Filosofía de la Universidad de
Friburgo.
Siendo una mujer con una personalidad de alta tensión y fuertemente
pasional, así como totalmente racionalista y atea, en el fondo mismo de su
corazón, la semilla de la generosidad y servicio a la humanidad causaba un
profundo cuestionamiento existencial. Fue así como decidió enlistarse en la
Cruz Roja como enfermera durante la primera Guerra mundial. Sus palabras fueron:
"ahora mi vida no me pertenece. Todas mis energías están al servicio del
gran acontecimiento. Cuando termine la Guerra, si es que vivo todavía, podré
pensar de nuevo en mis asuntos personales. Si los que están en las trincheras
tienen que sufrir calamidades, porqué he de ser yo una privilegiada?"
Todo esto revela la búsqueda de un alma buena, de un alma que en ese
momento no conocía a Dios pero que, sin embargo, ante el sufrimiento ajeno, se
hace solidaria. En 1915 recibe la “medalla al valor".
Otras características humanas de su carácter brillaron en ese
período: su amabilidad, paz, silencio, servicio y dominio de sí misma. Todo el
mundo la quería. Dios ya estaba preparando su alma para un día reinar en ella.
El Momento de la Conversión
En el año 1921, tras la muerte de un amigo muy cercano, Edith decide
acompañar a la viuda, Hedwig Conrad, que también es muy amiga suya. Edith
pensaba que se iba a encontrar con una mujer totalmente desconsolada ante la
pérdida de su esposo tan querido. La muerte le causaba siempre un impacto
interior muy grande, porque le hacía sentir la urgencia de dar respuesta a los
grandes interrogantes de la vida. En este momento de su vida, ya vivía
interiormente una cierta kenósis, pues había experimentado el vacío de las
aspiraciones de las ideas filosóficas. Éstas no eran capaces de llenar su alma,
ni de calmar su deseo de una verdad más profunda, más completa. Reconocía que
en ellas quedaban grandes vacíos y lagunas. Edith buscaba más.
Fue por tanto de gran impacto para ella, encontrar que su amiga, no
sólo no estaba desconsolada, sino que tenía una gran paz y gran fe en Dios.
Viéndola, Edith deseaba conocer la fuente de esta paz y de esta fe. Mientras
estaba en casa de la viuda Conrad, Edith tiene acceso a leer la biografía de
quien pasaría a ser su maestra de vida interior y su Madre Fundadora, Santa
Teresa de Jesús. Una vez que lo comienza, Edith no pudo soltar el libro, sino
que pasó toda la noche leyendo hasta terminarlo. Intelectual y lógica como era,
leía y analizaba cada página hasta que finalmente su raciocinio se sometió a la
gracia haciéndola pronunciar aquellas palabras desde su corazón femenino:
"ésta es la verdad".
La fenomenóloga brillante quiere rendirse a la gracia, pero atraviesa
crisis profundas. Crisis a las que su voluntad se resiste. Edith estudia
incansablemente "los fenómenos" que se van sucediendo en su alma, se
apasiona por "explicar" qué es lo que pasa sin lograrlo. Esto la
lleva a tener un cansancio crónico pero que finalmente le muestra lo que es el
poder de la gracia de Dios en el alma.
Ella misma escribe: "hay un estado de sosiego en Dios, de total
relajación de toda actividad espiritual, en el que no se hacen planes ningunos,
no se toman decisiones de ninguna clase y, sobre todo, no se actúa, sino que
todo el porvenir se deja a la voluntad de Dios, se abandona uno totalmente al
"destino". Edith ha descubierto la verdad y se entrega: Seré católica.
Unos pocos meses más tarde, sin más, Edith entra en una Iglesia
Católica, y después de la Santa Misa, busca al sacerdote en la sacristía y le
comunica su deseo de ser bautizada. Ante el asombro del Padre y cuestionamiento
de su preparación para recibir el sacramento y de ser iniciada en la Fe
Católica, Edith responde simplemente: ‘Haga la prueba.”
El día 1 de enero de 1922, Edith es bautizada Católica. Añade a su
nombre el de Hedwig, en honor a su amiga quien fue instrumento en su
conversión. Su bautismo es fuente de inmensas gracias. Ella reconoce,
admirablemente, que su inserción en el Cuerpo Místico de Cristo como católica,
lejos de robarle su identidad como Judía, más bien le da cumplimiento y un
sentido más profundo. Al ser católica se siente más Judía; encuentra en
Jesucristo el sentido de toda su fe y vida como Judía. Este doble aspecto, crea
en Edith un corazón auténticamente reconciliador entre las dos religiones.
Después de su bautismo emergió en ella, como fruto directo, la
seguridad de su vocación a la vida religiosa. Ella misma escribía a su hermana
Rosa en una ocasión: "Un cuerpo, pero muchos miembros. Un Espíritu, pero
muchos dones. ¿Cuál es el lugar de cada uno? Ésta es la pregunta vocacional. La
misma no puede ser contestada sólo en base de auto-examen y de un análisis de
los posibles caminos. La solución debe ser pedida en la oración y en muchos
casos debe ser buscada a través de la obediencia".
Es difícil a una mujer tan acostumbrada a la vida independiente y con
la tenacidad de su carácter someterse a la obediencia. Pero en efecto, lo hizo.
Vida Apostólica
Edith deseaba entrar casi inmediatamente a la vida religiosa, pero el
Padre que en ese momento la aconsejaba espiritualmente, reconociendo los dones
extraordinarios que ella poseía, la disuade, considerando que aún tenía mucho
bien que hacer por medio de sus actividades “en el mundo”. Así, Edith empieza
un periodo de apostolado fecundo y de un alcance impresionante.
Empieza a trabajar como maestra en la escuela de formación de
maestras de las dominicas de Santa Magdalena. Aquí establece amistosas
relaciones con varias profesoras y alumnas, amistades que durarán toda su vida.
Además de sus clases, escribe, traduce, e imparte conferencias.
Durante estos años realizó, además de otros trabajos menores, dos obras
voluminosas: La traducción al alemán de las cartas y diarios del Cardenal
Newman, y la traducción, en dos tomos, de las Cuestiones sobre la verdad de
Santo Tomás de Aquino. Este se convertirá en base fundamental para sus obras
filosóficas, escritas luego en el Carmelo.
También durante esta época, da varias conferencias y programas
radiales dentro y fuera de Alemania, siendo reconocida notablemente por sus
colegas.
Aún en medio de tanta actividad apostólica, Edith busca siempre que
puede, sobre todo en Semana Santa, la soledad y la paz de la abadía benedictina
de Beuron. Su amor a la Liturgia de la Iglesia la lleva a pasar horas en la
capilla y a celebrar las diferentes horas de oración junto con los
benedictinos. Cuando más tarde debe escoger un nombre religioso, decide
agregarse el nombre de Benedicta, en reconocimiento de las muchas gracias que
recibió durante sus horas con la orden benedictina.
En 1933, las situaciones políticas en Alemania van empeorando. El 1
de abril de 1933, el nuevo Gobierno nazi ordena a los profesores no-arios que
abandonen “de forma espontánea”, sus profesiones. Aunque teme por la situación
cada vez más precaria para los judíos, Edith y su director espiritual reconocen
que, por esta eventualidad, no hay nada que ya le impida su entrada al Carmelo,
lo cual ha sido su sueño más constante durante los últimos 11 años. Y así, en
el momento más fecundo de su profesión, Edith decide escuchar y acceder a la
voz de su corazón, abrazando la vida religiosa. La famosa y brillante
conferencista católica renuncia al mundo y voluntariamente pasa a ser parte del
anonimato por tanto tiempo anhelado.
"¡Una verdadera locura!" ¿Cómo a alguien se le ocurre renunciar a
la fama y al éxito de esa manera especialmente después de tanta lucha? Ella,
que hubiera sido nombrada "Filósofa del siglo XX" si no se hubiese
retirado... Pero Stein desapareció de la vida pública y la Orden del Carmelo
abrió sus puertas a una de las grandes pensadoras de nuestra época.
Su Familia
En este momento, sería oportuno destacar lo que significa todo esto
para la familia de Edith y sobre todo para su mamá. Más que su profesión, y más
que su trabajo a favor de la mujer y sus derechos fue la incomprensión de su
mamá, lo que le causó un verdadero martirio interior a la santa. Para su madre,
los actos de Edith constituían una traición familiar que no aceptaría jamás. Su
madre, que nunca había comprendido su conversión al catolicismo, sufre un duro
golpe con la nueva decisión de su hija más querida de entrar en la vida
religiosa, y se niega a escuchar sus explicaciones. Edith abraza este profundo
sufrimiento que traspasó su corazón, por seguir la voluntad de Dios, costara lo
que costara.
Entrada al Convento de Colonia
El 15 de abril de 1934, toma el hábito carmelitano y cambia su nombre
a Teresa Benedicta de la Cruz. Son muchos quienes traducen su nombre como
Teresa “bendecida por la cruz”. Ella no ha tomado su nombre a la ligera; ha
entendido bien que abrazar la vida religiosa no tiene otro fin que la entrega
generosa del alma en la cruz, en unión con el Crucificado, para el bien de las
almas.
Ella escribe: “Mira hacia el Crucificado. Si estás unida a él, como
una novia en el fiel cumplimiento de tus santos votos, es tu sangre y Su sangre
preciosa las que se derraman. Unida a él, eres como el omnipresente. Con la
fuerza de la Cruz, puede estar en todos los lugares de aflicción.”
Y también: “Hay una vocación a sufrir con Cristo y por lo tanto a
colaborar en su obra de redención. Si estamos unidos al Señor, entonces somos
miembros del Cuerpo Místico de Cristo. Todo sufrimiento llevado en unión con el
Señor es un sufrimiento que da fruto porque forma parte de la gran obra de
redención.”
El 21 de abril de 1935, acabado el año de noviciado, hace su primera
profesión religiosa y el 21 de abril de 1938, su profesión solemne.
Es durante estos años que concluyó una de las más admirables y
profundas de sus obras, no ya para brillar, sino para obedecer. Se trata de la
gran obra titulada: Ser Finito y Eterno. En esta obra, Edith trata las
preguntas más existenciales del hombre; reconoce la sed infinita que posee el
hombre de conocer la verdad y de experimentar su fruto, entendido desde la
realidad de lo eterno y lo trascendental. Y así busca unir las dos fuentes que
conducen al hombre al conocimiento de sí mismo y de la verdad: la fe y la
filosofía.
Una vez más, la situación de los judíos y de los que los acogen o
apoyan empeora. Y ante la hostilidad creciente, sobre todo después de la famosa
noche de los “Cristales Rotos” (entre el 9 y 10 de noviembre de 1938), Edith
pide trasladarse del Carmelo de Colonia para evitar peligros a la comunidad. Es
trasladada, junto con su hermana Rosa, quien, después de la muerte de la mamá,
se había convertido al Catolicismo como Edith y era una hermana lega de la
comunidad- al Convento Carmelita de Holanda.
Es aquí donde Edith empieza a escribir, en 1941, su última y más ilustre
obra: La Ciencia de la Cruz. Hecha por obediencia a sus superiores, más que una
obra intelectual, es el fruto de su propio camino interior de inmolación y
victimazgo en imitación al Cordero Inmolado. Teresa Benedicta de la Cruz ha
deseado con todo su ser, dar respuesta a la vocación de la entrega total, hasta
la Cruz. Entrega su propia vida a favor de los pecadores, y por la liberación
de su pueblo, de la situación tan horrenda que viven bajo los nazis. El estar
detrás de las puertas del Carmelo no ha acallado las voces del sufrimiento de
su pueblo, ni del horror de la guerra. La Hermana Teresa está profundamente
preocupada por la situación del pueblo judío en general, y ve en su entrega
sacrificial la oportunidad de responder. Este deseo creciente del ofrecimiento
de sí misma como víctima por su pueblo, por la conversión de Alemania y por la
paz en el mundo, se hace cada vez más vivo. Su modo de apostolado se había
transformado en el apostolado del sufrimiento.
Ella escribe: “Yo hablaba (en una ocasión) con el Salvador y le decía
que sabía que era su Cruz la que ahora había sido puesta sobre el pueblo judío.
La mayoría no lo comprendían; más aquellos que lo sabían, deberían echarla de
buena gana sobre sí en nombre de todos. Al terminar el retiro, tenía la más
firme persuasión de que había sido oída por el Señor. Pero dónde había de
llevarme la Cruz, aún era desconocido para mí.”
El pueblo sufría y la Hermana Teresa, por amor, desea sufrir con él.
“El amor desea estar con el amado.” Decidida en su vocación a la Cruz a favor
de su pueblo y de los pecadores, la Hermana Teresa hace una petición por
escrito a su Priora, pidiendo permiso para ofrecerse como víctima:
“Querida Madre, permítame Vuestra Reverencia, el ofrecerme en
holocausto al Corazón de Jesús para pedir la verdadera paz: que la potencia del
Anticristo desaparezca sin necesidad de una nueva guerra mundial y que pueda
ser instaurado un orden nuevo. Yo quiero hacerlo hoy porque ya es medianoche.
Sé que no soy nada, pero Jesús lo quiere, y Él llamará aún a muchos más en
estos días.”
Como Católica, la Hermana Teresa, vive su realidad judía en plenitud.
Es llamada a responder como respondió la Reina Ester a favor de su pueblo. Su
función consiste en interceder con toda el alma y con una disposición total para
conseguir lo que pide, incluso contando con la posible pérdida de la vida. Pero
lo hace en total unión con el ofrecimiento del Divino Mesías. Quiere colaborar
en lo que falta a la Pasión de Cristo.
Ella escribe: “Y es por eso que el Señor ha tomado mi vida por todos.
Tengo que pensar continuamente en la Reina Ester que fue arrancada de su pueblo
para interceder ante el rey por su pueblo. Yo soy una pobre e impotente pequeña
Ester, pero el rey que me ha escogido es infinitamente grande y misericordioso.
Esto es un gran consuelo.”
En 1942 empiezan las deportaciones de judíos. Luteranos, calvinistas
y católicos acuerdan leer el mismo día un texto conjunto de protesta en sus
servicios religiosos. La Gestapo amenaza a todas las autoridades cristianas de
Holanda con extender la orden de deportación a los judíos conversos a sus
credos. Los calvinistas y los luteranos dan marcha atrás, pero Pío XII se
mantiene firme. El texto de condena se lee en todas las iglesias católicas de
Holanda. La venganza se cumple unos días más tarde. Las SS invaden el convento
del Carmelo de Echt y se llevan a dos monjas judías conversas: Edith y Rosa
Stein.
No era la primera vez que la Iglesia protestaba y sufría. Ya el día
de la Pascua de 1939, la encíclica de Pío XI condenando duramente el nazismo,
se había leído desde todos los púlpitos de Alemania. Muchos sacerdotes y
católicos comprometidos habían sufrido graves consecuencias.
Esta condenaba ocurrió antes que Francia e Inglaterra se decidieran
contra Hitler.
Esta vez las fuerzas Nazi de Ocupación, en retaliación por las
declaraciones de los obispos católicos de Holanda en contra de las
deportaciones de los judíos, declaran a todos los católicos-judíos “apartidas”.
A la vista de los graves peligros que corren en Holanda, la comunidad del
Carmelo comienza los trámites para que Edith y Rosa puedan emigrar a Suiza,
pero los intentos no dan resultado. El 2 de agosto del año 1942, miembros de la
SS se presentan en el convento y apresan a la Hermana Teresa Benedicta de la
Cruz y a su hermana Rosa para conducirlas al campo de concentración de
Auschwitz. Al salir del convento, la Hermana Teresa cogió tranquilamente a su
hermana de la mano y le dijo: “¡Ven, hagámoslo por nuestro pueblo!” Estas palabras eran eco de unas que había
escrito mucho antes, pero con la misma dedicación y determinación:
“Yo sólo deseo que la muerte me encuentre en un lugar apartado, lejos
de todo trato con los hombres, sin hermanos de hábito a quienes dirigir; sin
alegrías que me consuelen, y atormentada de toda clase de penas y dolores. He
querido que Dios me pruebe como a sierva, después de que Él ha probado en el
trabajo la tenacidad de mi carácter; he querido que me visite en la enfermedad,
como me ha tentado en la salud y la fuerza; he querido que me tentase en el
oprobio, como lo ha hecho con el buen nombre que he tenido ante mis enemigos.
Dígnate, Señor, coronar con el martirio la cabeza de tu indigna sierva.”
En la Cima de la Cruz
Al ser tomadas del Convento de Holanda, primero son trasladadas la
Hermana Teresa y Rosa, al campo de concentración de Mersforrt. A empujones y
golpes de culata las metieron en barracones llenos de suciedad. Tenían que
dormir sobre somieres de hierro sin colchón; a los servicios tenían que ir en
grupo y las vigilaban mientras los utilizaban. Los hombres del SS se divertían
colocando a las monjas contra la pared y apuntando hacia ellas los fusiles sin
el seguro. En aquella horrible situación, una gran paz emanaba de Edith Stein.
En la noche del 4 de agosto, obligaron de nuevo a los prisioneros a
subir a los medios de transporte, llevándoles hacia el norte del país. Durante
este traslado, eran muchos los que morían por las asfixia y otros se volvían
locos por la desesperación. La caravana se detuvo en un lugar descampado, y
entre bosques y prados, obligaron a las 1200 personas que llevaban a ir hacia
el campo de Westerbork.
Durante toda esta trayectoria horrenda, los prisioneros quedaban
admirados ante la serenidad de Edith. Algunos de los sobrevivientes dan
testimonio de la paz interior de la santa:
“Las lamentaciones en el campamento, y el nerviosismo en los recién
llegados, eran indescriptibles. Edith Stein iba de una parte a otra, entre las
mujeres, consolando, ayudando, tranquilizando como un ángel. Muchas madres, a
punto de enloquecer, no se habían ocupado de sus hijos durante días. Edith se
ocupaba inmediatamente de los pequeños, los lavaba, peinaba y les buscaba
alimento.”
Otro dice:
“Había una monja que me llamó inmediatamente la atención y a la que
jamás he podido olvidar, a pesar de los muchos episodios repugnantes de los que
fui testigo allí. Aquella mujer, con una sonrisa que no era una simple máscara,
iluminaba y daba calor. Yo tuve la certeza de que me hallaba ante una persona
verdaderamente grande. En una conversación dijo ella: “El mundo está hecho de
contradicciones; en último término nada quedará de estas contradicciones. Sólo
el gran amor permanecerá. ¿Cómo podría ser de otra manera?”
Y finalmente otro:
“Tengo la impresión de que ella pensaba en el sufrimiento que preveía,
no en su propio sufrimiento, por eso estaba bastante tranquila, demasiado
tranquila, diría yo, sino en el sufrimiento que aguardaba a los demás. Cuando
yo quiero imaginármela mentalmente sentada en el barracón, todo su porte
externo despierta en mí la idea de una Pietá sin Cristo.”
Después de varios tormentos y humillaciones indescriptibles, el 7 de
agosto, apenas salido el sol, Edith y su hermana, junto con unos mil judíos,
son trasladados una vez más. Su destino es Auschwitz. Llegan al campo de
concentración el mismo 9 de agosto y los prisioneros son conducidos
inmediatamente a la cámara de gas. Es ahí donde Edith encuentra la culminación
de su ofrecimiento como Esposa de Cristo. Muere como mártir, ofreciéndose como
holocausto para la salvación de las almas, por la liberación de su pueblo y por
la conversión de Alemania. Con la oración de un Padrenuestro en los labios,
Edith da el sentido más pleno a su vida, entregándose por todos, por amor...
Sin duda podemos declarar que la vida de Teresa fue bendecida por la
Cruz. Con su vida, la Hermana Teresa repite las palabras de su gran madre
espiritual, Sta Teresa de Ávila: “No me arrepiento de haberme entregado al Amor.”
Edith Stein fue canonizada como mártir en 1998 por el Papa Juan Pablo
II, quien le dio el título de “mártir de amor”. En octubre de 1999, fue
declarada co-patrona de Europa.
Su último testamento:
El telegrama que Edith había enviado a la Priora de Echt antes de ser
llevada a Auschwitz, contenía esta declaración: "No se puede adquirir la
ciencia de la Cruz más que sufriendo verdaderamente el peso de la cruz. Desde
el primer instante he tenido la convicción íntima de ello y me he dicho desde
el fondo de mi corazón: Salve, OH Cruz, mi única esperanza".
Sta. Teresa Benedicta de la Cruz... Ruega por nosotros!
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