13 de JUNIO – JUEVES –
10ª – SEMANA DEL T. O. – C –
Jesucristo, sumo y eterno sacerdote
Lectura
del libro de Jeremías (31, 31-34):
Ya llegan días – oráculo
del Señor – en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza
nueva. No será una alianza como la que hice con sus padres, cuando los tomé de
la mano para sacarlos de Egipto, pues quebrantaron mi alianza, aunque yo era su
Señor – oráculo del Señor -.
Esta
será la alianza que haré con ellos después de aquellos días – oráculo del Señor
–. Pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones; yo seré su
Dios y ellos serán mi pueblo. Y no tendrán que enseñarse unos a otros diciendo:
«Conoced
al Señor», pues todos me conocerán, desde el más pequeño al mayor – oráculo del
Señor -, cuando perdone su culpa y no recuerde ya sus pecados.
Palabra
de Dios
Salmo:
Sal 109, 1bcde. 2.3
R.
Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
Oráculo del Señor a mi
Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies». R.
Desde Sion extenderá el
Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a
tus enemigos. R.
«Eres príncipe desde el
día de tu nacimiento
entre esplendores
sagrados:
yo mismo te engendré,
desde el seno,
antes de la aurora». R/.
Lectura
del santo Evangelio según san Marcos (14, 12a. 22-25):
El primer día de los
Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, mientras comían, Jesús tomó
pan, y pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo:
«Tomad,
esto es mi cuerpo».
Después
tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron. Y
les dijo:
«Esta
es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad os digo que
no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en
el reino de Dios».
Palabra de Dios
1. El Señor lo ha jurado y no se
arrepiente: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec (Salmo
109,4).
La Epístola a los Hebreos define con
exactitud al sacerdote cuando dice que es un hombre escogido entre los hombres,
y está constituido en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios, para
ofrecer dones y sacrificios por los pecados (Hebreos 5,1). Por eso, el
sacerdote, mediador entre Dios y los hombres, está íntimamente ligado al
Sacrificio que ofrece, pues éste es el principal acto de culto en el que se
expresa la adoración que la criatura tributa a su Creador.
En el Antiguo Testamento, los
sacrificios eran ofrendas que se hacían a Dios en reconocimiento de su soberanía
y en agradecimiento por los dones recibidos, mediante la destrucción total o
parcial de la víctima sobre un altar. Eran símbolo e imagen del auténtico
sacrificio que Jesucristo, llegada la plenitud de los tiempos, habría de
ofrecer en el Calvario.
Allí, constituido Sumo Sacerdote para
siempre, Jesús se ofreció a Sí mismo como Víctima gratísima a Dios, de valor
infinito: quiso ser al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar. En el Calvario,
Jesús, Sumo Sacerdote, hizo la ofrenda de alabanza y acción de gracias más
grata a Dios que puede concebirse. Fue tan perfecto este Sacrificio de Cristo
que no puede pensarse otro mayor.
A la vez, fue una ofrenda de carácter
expiatorio y propiciatorio por nuestros pecados. Una gota de la Sangre
derramada por Cristo hubiera bastado para redimir todos los pecados de la
humanidad de todos los tiempos. En la Cruz, la petición de Cristo por sus
hermanos los hombres, fue escuchada con sumo agrado por el Padre, y ahora
continúa en el Cielo siempre vivo para interceder por nosotros (Hebreos 7,25).
"Jesucristo en verdad es
sacerdote, pero sacerdote para nosotros, no para sí, al ofrecer al Eterno Padre
los deseos y sentimientos religiosos en nombre del género humano. Igualmente,
Él es víctima, pero para nosotros, al ofrecerse a sí mismo en vez del hombre
sujeto a la culpa. Pues bien, aquello del apóstol: tened en vuestros corazones
los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en el suyo, exige a todos los
cristianos que reproduzcan en sí, en cuanto al hombre es posible, aquel
sentimiento que tenía el divino Redentor cuando se ofrecía en sacrificio, es
decir, que imiten su humildad y eleven a la Suma Majestad de Dios la adoración,
el honor, la alabanza y la acción de gracias. Exige, además, que de alguna
manera adopten la condición de víctima, abnegándose a sí mismos según los
preceptos del Evangelio, entregándose voluntaria y gustosamente a la
penitencia, detestando y confesando cada uno sus propios pecados (...)"
(Pío XII. Mediator Dei). Éste es hoy nuestro propósito.
2. De la misión redentora de Cristo
Sacerdote participa toda la Iglesia y todos los fieles laicos participan de
este sacerdocio de Cristo, aunque de un modo esencialmente diferente, y no sólo
de grado, que los presbíteros. Con alma verdaderamente sacerdotal, santifican
el mundo a través de sus tareas seculares, realizadas con perfección humana, y
buscan en todo la gloria de Dios: la madre de familia sacando adelante sus
tareas del hogar, el empresario haciendo progresar la empresa y viviendo la
justicia social... Todos, reparando por los pecados que cada día se cometen en
el mundo, ofreciendo en la Santa Misa sus vidas y sus trabajos diarios.
Los sacerdotes -Obispos y presbíteros-
han sido llamados expresamente por Dios, "no para estar separados ni del
pueblo mismo ni de hombre alguno, sino para consagrarse totalmente a la obra
para la que el Señor los llama. No podrían ser ministros de Cristo si no fueran
testigos y dispensadores de una vida distinta de la terrena, ni podrían servir
si permanecieran ajenos a la vida y condiciones de los mismos" (Concilio
Vaticano II).
El sacerdote ha sido entresacado de
entre los hombres para ser investido de una dignidad que causa asombro a los
mismos ángeles, y nuevamente devuelto a los hombres para servirles
especialmente en lo que mira a Dios, con una misión peculiar y única de
salvación. El sacerdote hace en muchas circunstancias las veces de Cristo en la
tierra: tiene los poderes de Cristo para perdonar los pecados, enseña el camino
del Cielo..., y sobre todo presta su voz y sus manos a Cristo en el momento
sublime de la Santa Misa: en el Sacrificio del Altar consagra in persona
Christi, haciendo las veces de Cristo.
Hoy es un día para agradecer a Jesús
un don tan grande. ¡Gracias, Señor, por las llamadas al sacerdocio que cada día
diriges a los hombres! Y hacemos el propósito de tratarlos con más amor, viendo
en ellos a Cristo que pasa, que nos trae los dones más preciados que un hombre
puede desear. Nos trae la vida eterna.
Hoy es un día en el que podemos pedir más
especialmente para que los sacerdotes estén siempre abiertos a todos y
desprendidos de sí mismos.
3. El
sacerdote es instrumento de unidad. El deseo del Señor es "que todos sean
uno" (Juan 17,21). Él mismo señaló que todo reino dividido contra sí será
desolado y que no hay ciudad ni hogar que subsista si se pierde la unidad. Los
sacerdotes deben ser solícitos en conservar la unidad.
El Papa Juan Pablo II, dirigiéndose a
todos los sacerdotes del mundo, les exhortaba con estas palabras: "Al
celebrar la Eucaristía en tantos altares del mundo, agradecemos al eterno
Sacerdote el don que nos ha dado en el sacramento del Sacerdocio. Y que en esta
acción de gracias se puedan escuchar las palabras puestas por el evangelista en
boca de María con ocasión de la visita a su prima Isabel: Ha hecho en mi favor
maravillas el Poderoso, Santo es su nombre (Lc 1, 49). Demos también gracias a
María por el inefable don del Sacerdocio por el cual podemos servir en la
Iglesia a cada hombre. ¡Que el agradecimiento despierte también nuestro celo
(...)
"Demos gracias incesantemente por
esto; con toda nuestra vida; con todo aquello de que somos capaces. Juntos
demos gracias a María, Madre de los sacerdotes.
San Antonio de Padua
San
Antonio de Padua, también venerado como San Antonio de Lisboa, de Coimbra o de
Portugal, teólogo, predicador, monje portugués, patrón de Lisboa, de Padua y de
otros lugares.
Vida de San Antonio de Padua
Nació en Lisboa el 15 de agosto
de 1195, con el nombre de Fernando de Bulhões, en el seno de una familia
pudiente descendiente del cruzado Godofredo de Bouillon, y murió en Padua el 13
de junio de 1231.
Al ser bautizado recibió el
nombre de Fernando. Su familia le procuró una sólida educación en la escuela
catedralicia local. Contrario a los deseos de su familia, Fernando ingresó en
la Abadía Agustina de San Vicente en las afueras de Lisboa. Los monjes de la
orden de San Agustín, de la cual él era miembro, eran famosos por su dedicación
a los estudios. Fernando estudió las Sagradas Escrituras, a San Jerónimo, a San
Agustín, a San Gregorio el Magno y a San Bernardo. También estudió los clásicos
latinos como Ovidio y Séneca. Sin embargo, Fernando recibía constantemente la
visita de amigos y familiares que le traían regalos de los cuales se
avergonzaba y noticias de su entorno social que le molestaban. Su dedicación al
estudio se veía importunada y no lograba encontrar paz donde se encontraba. Por
tal razón convenció a sus superiores para que le trasladaran a la Abadía
Agustina de la Santa Cruz en Coimbra, la entonces capital de Portugal y así
continuar sus estudios. En el verano de 1220 recibió el hábito franciscano y
comenzó a estudiar las enseñanzas de su fundador, Francisco de Asís. Adoptó el
nombre de Antonio en honor de Antonio el Magno a quien estaba dedicada la
ermita franciscana en la que él residía. En la fiesta de Pentecostés de 1221
miles de frailes se congregaron en Asís, episodio que ha pasado a la historia
como el Capítulo de las Esteras ya que muchos de los frailes ahí reunidos
tuvieron que dormir en esteras. Este Capítulo General tuvo por tema un
versículo del Salmo 143: “Bendito sea el Señor mi Dios que adiestra mis manos
para la batalla” y estuvo presidido por el cardenal Raniero Capocci en ausencia
del patrón de la orden, el cardenal Ugolino dei Conti di Segni quien sería el
futuro Gregorio IX, el papa que canonizará a San Francisco. Una vez concluida
la reunión, el provincial de Bolonia, Fraile Graziano lo envió a una pequeña
ermita en las montañas del pueblo de Montepaolo para que sirviera como
sacerdote. Este fue uno de los períodos más felices de la vida de Antonio de
Padua quien por fin había pasado a vivir en la sencillez absoluta. A finales
del verano de 1222 la comunidad franciscana descendió al valle para asistir a
las ordenaciones sacerdotales en la catedral de Forlí. Antonio se vio obligado
a predicar cuando el predicador no pudo llegar y todos quedaron maravillados
con su sermón. A partir de entonces, viajó por todo el norte de Italia y el sur
de Francia predicando especialmente en zonas donde la herejía primaba.
Se dice que era un predicador
elocuente con una voz clara y fuerte, una atractiva sonrisa y una maravillosa
memoria. Llamado "Doctor Evangélico". Escribió sermones para todas
las fiestas del año. Con el celo de un apóstol emprendió la tarea de reformar
la moralidad de su tiempo combatiendo de forma especial la lujuria, la avaricia
y la tiranía. Su obra escrita son los Sermones en latín.
San Antonio de Padua posee el
récord de la canonización más rápida de la historia. Fue declarado santo 352
días después de su deceso, el 30 de mayo de 1232, fiesta de Pentecostés. Su
muerte acaeció un 13 de junio, día de celebraciones populares en Lisboa. San
Antonio es el patrón de Lisboa, de Padua, donde permanecen sus restos, y
numerosas otras ciudades, como Concordia (Entre Ríos), en Argentina.
Por los numerosos milagros que se
le atribuyen es aclamado en todo el mundo. Los habitantes de Padua construyeron
en su memoria una magnífica basílica a donde fueron transferidos sus restos en
1263. Cuando la bóveda en la que por treinta años permaneció su cuerpo fue
abierta, se encontró que las carnes del mismo se habían reducido a polvo, pero
su lengua, que le había servido para las predicaciones, se mantenía intacta con
un vívido color rojo. Buenaventura tomó con afecto la lengua en sus manos y la
besó exclamando: “Oh bendita lengua que siempre alabaste al Señor e hiciste que
otros lo alabaran, haces evidente ahora tus méritos ante el señor.
La fama de los milagros de San
Antonio nunca ha disminuido, e incluso en la actualidad es reconocido como el
más grande milagrero de todos los tiempos. Como renombrado orador atrajo a las
multitudes dondequiera que fue hablando en múltiples lenguas y según la leyenda
hasta los peces del Brenta se extasiaban con su prédica.
Uno de los santos más venerados,
sus estampitas y esculturas se encuentran por doquier. Fue proclamado Doctor de
la Iglesia el 16 de enero de 1946 y es llamado el “Doctor Evangélico” en muchas
ocasiones. Se le invoca especialmente a la hora de encontrar objetos perdidos.
También se le invoca para contrarrestar la hambruna y la escasez. Patrono de
los amputados, los animales, los remeros, el Brasil, de la diócesis de
Beaumont, de los animales domésticos, de los ancianos, de las embarazadas, de
la fe en el Sagrado Sacramento, de Ferrazano, de los pescadores, de las cosechas,
de los caballos, de Lisboa, de los animales pequeños, del correo, de los
marinos, de los oprimidos, de los pobres, de Padua, de Portugal, de los
navegantes, de los estériles, de los criadores de cerdos, de los indios tiguas,
de las aeromozas, de los viajeros y de los aguadores.
En Portugal, Brasil y algunas
partes de América Latina es reconocido como el santo de los matrimonios y el
día de su fiesta (el 13 de junio) las muchachas solteras pueden comprar una
pequeña imagen de San Antonio y colocarla al revés como castigo hasta que hayan
encontrado un buen marido. Esta curiosa devoción ha sido retratada muchas veces
en la cultura popular portuguesa y latinoamericana.
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