22 de Junio – SÁBADO –
11ª – SEMANA DEL T. O. – C –
Lectura
de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (12,1-10):
Toca presumir. Ya sé que no está bien, pero paso a las visiones y
revelaciones del Señor. Yo sé de un cristiano que hace catorce años fue
arrebatado hasta el tercer cielo, con el cuerpo o sin cuerpo, ¿qué sé yo? Dios
lo sabe. Lo cierto es que ese hombre fue arrebatado al paraíso y oyó palabras
arcanas, que un hombre no es capaz de repetir.
De
uno como ése podría presumir; lo que es yo, sólo presumiré de mis debilidades.
Y eso que, si quisiera presumir, no diría disparates, diría la pura verdad;
pero lo dejo, para que se hagan una idea de mí sólo por lo que ven y oyen. Por
la grandeza de estas revelaciones, para que no tenga soberbia, me han metido
una espina en la carne: un ángel de Satanás que me apalea, para que no sea
soberbio.
Tres
veces he pedido al Señor verme libre de él; y me ha respondido:
«Te
basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad.»
Por
eso, muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la
fuerza de Cristo. Por eso, vivo contento en medio de mis debilidades, de los
insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por
Cristo. Porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte.
Palabra
de Dios
Salmo:
33,8-9.10-11.12-13
R/.
Gustad y ved qué bueno es el Señor
El ángel del Señor acampa
en torno a sus fieles y
los protege.
Gustad y ved qué bueno
es el Señor,
dichoso el que se acoge
a él. R/.
Todos sus santos, temed al Señor,
porque nada les falta a
los que le temen;
los ricos empobrecen y
pasan hambre,
los que buscan al Señor
no carecen de nada. R/.
Venid, hijos, escuchadme:
os instruiré en el temor
del Señor;
¿hay alguien que ame la
vida
y desee días de
prosperidad? R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (6,24-34):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Nadie
puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro;
o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo.
No
podéis servir a Dios y al dinero.
Por
eso os digo: No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer o
beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir.
- ¿No
vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido?
Mirad
a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro
Padre celestial los alimenta.
- ¿No
valéis vosotros más que ellos?
- ¿Quién
de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?
- ¿Por
qué os agobiáis por el vestido?
Fijaos
cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni
Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues, si a la
hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste
así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe?
No
andéis agobiados, pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os
vais a vestir. Los gentiles se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del
cielo que tenéis necesidad de todo eso.
Sobre
todo, buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura.
Por
tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio.
A cada día le bastan sus disgustos.»
Palabra
del Señor
1.
El principio ético que, de entrada, plantea aquí Jesús es tajante:
"No podéis
vivir como esclavos de dos amos".
El texto, en efecto, establece la relación
entre el "amo" (kyrios) y el "esclavo" (doúlos) (Mt 6, 24
a). Y afirma, sin restricción alguna, que no es posible que un mismo esclavo
esté al servicio de dos amos.
Conviene recordar que, en el judaísmo
del tiempo de Jesús, existía la esclavitud. Era más mitigada que en otros
pueblos, concretamente era obligatoria solo durante seis años (Ex 21, 2; Deut 15, 12; cf.
Jn 8, 35) (J. Jeremias).
Y el trato que se daba a los esclavos
judíos debía ser humanitario (cf. Mt 10, 24-25; Jn 13, 16; 15, 20).
2.
En todo caso, el esclavo se compraba en el mercado y era propiedad del
amo. De ahí la fuerza de la frase de
Jesús: "No podéis servir como esclavos
(deouleúein) a Dios y al dinero".
El texto no se refiere a que la
relación con Dios pueda ser una relación de esclavitud, ya que el Dios de Jesús
es siempre Padre.
La fuerza de esta sentencia evangélica
está en que quien centra su vida en el
dinero, lo que hace es constituir al dinero en
amo, al tiempo que él mismo se vende
como esclavo a semejante dueño. Así, el codicioso, creyendo que es
libre, en realidad es un hombre que ha perdido su libertad. Y vive a merced de
lo que mande el mercado y sus turbias maniobras.
3.
La larga exhortación de Jesús a no vivir angustiados por la comida y el
vestido debe interpretarse como una liberación
del agobio, pero jamás como
un abandono de la propia responsabilidad.
Ahora, más que nunca, hay que
urgir esa responsabilidad, no para atesorar,
sino para producir. La producción es la
mejor puesta en práctica de la caridad. La profesión implica "la idea de
una misión impuesta por Dios" (M. Weber).
Santo Tomás Moro
Santo Tomás Moro, mártir, que,
por no aceptar el matrimonio del rey Enrique VIII y mantenerse fiel al primado
del Romano Pontífice, fue encarcelado en la Torre de Londres. Padre de familia,
de vida integrista, presidente del consejo real, por mantenerse fiel a la
Iglesia Católica murió el día 6 de julio, uniéndose así al martirio del obispo
San Juan Fisher.
Vida de Santo Tomás Moro
Caballero, Lord Canciller de Inglaterra, escritor y mártir,
nacido en Londres el 7 de febrero de 1477-78; ejecutado en Tower Hill, el 6 de
julio de 1535.
Tomás fue el único superviviente de sir Juan Moro, abogado y
luego juez, y de Agnes (Inés), su primera esposa, hija de Tomás Graunger.
Siendo aún niño, Tomás ingresó al colegio de San Antonio en Threadneedle
Street, el cual era conducido por Nicolás Holt, y a los trece años de edad fue
colocado en la casa del cardenal Morton, Arzobispo de Canterbury, y Lord
Canciller. Aquí, su carácter alegre e inteligencia atrajeron la atención del
Arzobispo, que lo envió a Oxford, ingresando aproximadamente en el año 1492 a
Canterbury Hall (luego absorbida por la Iglesia de Cristo). Su padre le entregó
una cantidad de dinero apenas suficiente para vivir, y, por ello, no tuvo
oportunidad de perder el tiempo en "vanos o perjudiciales
entretenimientos" en detrimento de sus estudios. En Oxford se hizo amigo
de Guillermo Grocyn y Tomás Linacre, éste último se convirtió en su primer
profesor de griego. Sin ser nunca un riguroso estudiante, dominó el griego
"gracias a su instinto de genio", como lo atestigua Pace (De fructu
qui ex doctrina percipitur, 1517), quién agrega que "su elocuencia era
incomparable y por doble partida, pues hablaba latín con la misma facilidad con
el que lo hacía en su propio idioma". Además de los clásicos, estudió
francés, historia y matemática, aprendiendo también a tocar la flauta y la
viola. Después de dos años de residencia en Oxford, Moro fue convocado a
Londres, ingresando a New Inn como estudiante de derecho, aproximadamente en
1494. En febrero de 1496 fue admitido como estudiante en Lincoln Inn, y tal
como se esperaba, fue convocado a formar parte del tribunal externo, siendo
luego nombrado juez de la corte. Sus grandes dotes empezaron a llamar
positivamente la atención, por lo que los directores de Lincoln Inn lo
nombraron "lector" o conferenciante de derecho en Furnival´s Inn,
siendo sus conferencias tan bien estimadas que su nombramiento fue renovado
durante tres años consecutivos.
Sin embargo, queda claro que las leyes no absorbían todas las
energías de Moro, pues mucho de su tiempo lo dedicó a las letras. Escribió
poesías, tanto en latín como en inglés, una considerable cantidad de estas se
ha conservado y son de muy buena calidad, aunque no especialmente notables.
También se consagró de una manera especial a las obras de Pico de la Mirándola,
cuya biografía publicó unos años después en inglés. Cultivó también el
conocimiento de estudiosos y de hombres sabios y, a través de sus antiguos
tutores, Grocyn y Linacre, quienes ahora vivían en Londres, hizo amistad con
Colet, deán de San Pablo, y Guillermo Lilly, siendo ambos renombrados
estudiosos. Colet se convirtió en el confesor de Moro, y Lilly rivalizaba con
él en la traducción de epigramas de la Antología Griega al latín, luego
reunidas y publicadas en 1518 (Progymnasnata T. More et Gul. Liliisodalium). En
1497 Moro conoció a Erasmo, probablemente en la casa de lord Mountjoy, alumno
del gran estudioso y benefactor suyo. Esta amistad rápidamente se convirtió en
íntima, y, durante su vida, Erasmo le hizo en varias ocasiones largas visita a
Moro en su casa en Chelsea, y mantuvieron correspondencia de manera regular
hasta que la muerte los separó. Además de leyes y de los Clásicos, Moro leyó
con mucha atención a los Padres, dando en la Iglesia de San Laurencio Jewry,
una serie de conferencias sobre la obra De civitate Dei de San Agustín, a las
cuales asistieron muchos estudiosos, entre ellos Grocyn, el rector de la iglesia
es mencionado de manera expresa. Para estar a la altura de dicha asamblea,
estas conferencias deben de haber sido preparadas con gran cuidado, pero, para
nuestra mala suerte, ni siquiera un fragmento de estas ha llegado hasta
nosotros. Estas conferencias fueron pronunciadas en algún momento entre 1499 y
1503, época en la que la mente de Moro estaba casi totalmente ocupada con la
religión y la duda acerca de su propia vocación hacia el sacerdocio.
Esta época de su vida ha dado pie a muchos malentendidos entre
sus varios biógrafos. Se sabe con certeza que vivió cerca de la Cartuja de
Londres, y que, a menudo, se unía a los monjes en sus ejercicios espirituales.
Usó un "cilicio, el cual nunca abandonó" (Cresacre Moro), y se dedicó
a una vida de oración y penitencia. Su mente osciló durante un tiempo entre el
unirse a los cartujos o a los franciscanos de la estricta observancia, órdenes
que observaban la vida religiosa con gran exactitud y fervor. Finalmente,
aparentemente con la aprobación de Colet, abandonó la idea de hacerse sacerdote
o religioso, llegando a esta decisión debido a su desconfianza acerca de su
perseverancia. Erasmo, su íntimo amigo y confidente, escribe acerca de esto lo
siguiente (Epp. 447):
Entretanto, se aplicó por entero a los ejercicios de piedad con
vistas a y considerando el sacerdocio, por medio de vigilias, ayunos, oraciones
y austeridades similares. En estas materias demostró ser más prudente que la
mayoría de los candidatos, que corren imprudentemente hacia esta difícil
profesión sin probar antes sus capacidades. Lo único que le impidió entregarse
a este tipo de vida fue el no poder sacarse de encima el deseo de la vida
matrimonial. Por consiguiente, eligió ser un casto marido en vez de un
sacerdote impuro.
La última frase de este pasaje
ha dado pie para que algunos escritores, especialmente a Seebohm y a lord
Campbell, para explayarse acerca de la supuesta corrupción de las órdenes
religiosas en aquella época, diciendo que Moro, hastiado de esta corrupción,
abandonó su deseo de entrar en religión. El padre Bridgett trata este tema con
considerable longitud (Life and Writtings of Sir Thomas More, pp. 23-36), pero
baste con decir que esta idea ha sido ahora dejada de lado, incluso por
escritores no-católicos, como lo podemos ver en W.H. Hutton:
Es absurdo afirmar que Moro estaba hastiado de la corrupción
monacal, y que 'consideraba a los monjes como una desgracia para la Iglesia'.
Él fue durante toda su vida amigo cercano de las órdenes religiosas, y un gran
admirador del ideal monástico. Él condenaba los vicios de los individuos; dijo,
como su bisnieto declara, 'en esta época los religiosos en Inglaterra se han
relajado un poco en la exacta observancia y fervor de espíritu'; pero no existe
señal alguna de que su decisión para no optar por la vida monacal se debiera a
una ligera desconfianza a esta forma de vida, o a una aversión hacia la
teología de la Iglesia.
Moro, luego de haber decidido no
entrar en la vida religiosa, se dedicó a su trabajo en la corte, consiguiendo
un éxito inmediato. En 1501 fue eligido miembro del Parlamento, pero no
conocemos su distrito electoral. En el abogó y se opuso a los crecidos e
injustos impuestos que exigía el rey Enrique VII a sus súbditos por medio de
sus agentes Empson y Dudley, siendo este último, Portavoz de la Cámara de los
Comunes. A este Parlamento Enrique le exigió un impuesto de tres-quinceavos,
aproximadamente 113,000 libras, pero, gracias a las protestas de Moro, los
Comunes redujeron la suma a 30,000. Algunos años más tarde, Dudley dijo a Moro
que su intrepidez le pudo haber costado la cabeza, pero, se salvó gracias a no
haber agredido a la persona del rey. Pero, incluso así, Enrique se enfadó tanto
con él que "tramó una pequeña causa en contra de su padre, encerrándolo en
la Torre, hasta que pagó cien libras de fianza" (Roper). Entretanto, Moro
había hecho amistad con un tal "Maister Juan Colte, un caballero" de
Newhall, Essex, cuya hija mayor, Juana, se casó con él en 1505. Roper escribe
estas líneas acerca de su opción: "si bien su mente se dirigía hacia la segunda
hija, pues la consideraba más agraciada y hermosa, consideró que eso causaría
un gran pesar y algo de vergüenza a la mayor, al ver que su hermana menor era
preferida como esposa antes que ella, por lo que, con gran pesar, empezó a
dirigir su mente hacia ella", es decir, hacia la mayor de las tres
hermanas. Este matrimonio resultó ser sumamente feliz; tuvieron tres hijas,
Margarita, Isabel, y Cecilia, y un hijo, Juan; pero, en 1511, Juana Moro murió,
siendo casi una niña. En el epitafio que el mismo Moro compuso veinte años
después, la llama "uxorcula Mori", y en una carta de Erasmo, podemos
encontrar casi todos los dones que conocemos de su mansa y agraciada
personalidad.
Acerca de Moro, Erasmo nos ha dejado un maravilloso retrato en su
famosa carta a Ulrich von Hutten, fechada el 23 de julio de 1519 (Epp. 447). La
descripción es demasiado larga para darle en su totalidad, pero algunos
extractos deben ser colocados aquí.
Voy a comenzar por lo que menos conoces, no es alto de estatura,
aunque tampoco chato. Sus extremidades están formadas con tan perfecta
simetría, que no deja lugar a desear otra cosa. Su cutis es blanco, su cara es
un poco pálida, pero nada rubicunda, un rubor débil de color rosa aparece bajo
la blancura de su piel. Su pelo es color castaño oscuro o negro parduzco. Sus
ojos son de un azul grisáceo, con algunas manchas, las cuales presagian un
talento singular, y que entre los ingleses es considerado atractivo, aunque el
alemán generalmente prefiere el negro. Se dice que nadie está tan libre de los
vicios como él. Su semblante está en armonía con su carácter, siempre expresa
una amable alegría, e incluso una risa incipiente y, para hablar con franqueza,
está mejor condicionado para la alegría que para la gravedad o dignidad, aunque
sin caer en la tontería o en bufonadas. Su hombro derecho es un poco más alto
que el izquierdo, sobre todo cuando camina. Este no es un defecto de
nacimiento, sino el resultado de un hábito, como los que solemos a menudo
contraer. El resto de su persona no tiene nada que ofenda. Parece haber nacido
e ideado para la amistad, y es un amigo muy fiel y paciente. Cuando encuentra
alguien sincero y según su corazón, se complace tanto en su compañía y
conversación que pone en él todo el encanto de la vida. En una palabra, si
quieres un perfecto modelo de amistad, no lo encontrarás en nadie mejor que en
Moro. En asuntos humanos no hay nada de lo que él no saque algo divertido,
incluso de cosas que son serias. Si conversa con los sabios y juiciosos, se
deleita en su talento, si con el ignorante y tonto, se deleita de su estupidez.
Ni siquiera se ofende con los bromistas profesionales. Con una destreza
maravillosa se acomoda a cada situación. Incluso con su propia esposa, como
regla hablando con mujeres, habla con muchos chistes y bromas. Nadie es menos
llevado por las opiniones de la muchedumbre, sin embargo, se aleja menos que
nadie del sentido común. (véase Life, escrita por el padre Bridgett, pág.,
56-60, para leer toda la carta).
Moro se casó nuevamente poco
después la muerte de su primera esposa, optando esta vez por Alicia Middleton,
una viuda. Ella era mayor que él por siete años, un alma buena, algo simple,
sin belleza y educación; pero una buena ama de casa y se consagró al cuidado de
los niños. En general, este matrimonio parece haber sido bastante
satisfactorio, aunque la señora Moro normalmente no entendía los chistes de su
marido.
La fama de Moro como abogado era, en esta época, muy grande. En
1510 fue nombrado alguacil menor de Londres, y cuatro años después, el cardenal
Wolsey lo escogió para realizar una embajada a Flandes, para velar por los
intereses de los comerciantes ingleses. Por este motivo, en 1515, estuvo fuera
de Inglaterra durante más de seis meses. Durante este periodo realizó el primer
boceto de su Utopía, obra famosa que fue publicada al año siguiente. Tanto el
rey como Wolsey estaban deseosos por afianzar los servicios de Moro en la
Corte. En 1516 se le concedió una pensión vitalicia de 100 libras, al año
siguiente fue miembro de la embajada a Calais, y, más o menos por esa fecha, se
convirtió en miembro del Consejo secreto. En 1519 renunció a su cargo de
alguacil menor y se dedicó por completo a la Corte. En junio de 1520 ya
pertenecía al séquito de Enrique en el "Campo de la Tela de Oro", en
1521 fue investido como caballero y el rey lo nombró tesorero subalterno.
Cuando, al año siguiente, el emperador Carlos V visitó Londres, Moro fue
elegido para darle unas palabras de bienvenida en latín; recibió tierras en
Oxford y tres años después en Kent, siendo esto una prueba del gran favor que
Enrique le tenía. En 1523 por recomendación de Wolsey, fue elegido Portavoz de
la Cámara de los Comunes; en 1525 fue nombrado Administrador Mayor de la
Universidad de Cambridge; y ese mismo año fue nombrado Canciller del Ducado de
Lancaster, además de los cargos que ya tenía y ejercía. En 1523 Moro compró un
trozo de tierra en Chelsea, en donde se construyó una mansión, aproximadamente
a unos noventa metros del banco norte del Támesis, con un gran jardín que iba a
lo largo del río. En ocasiones el rey se aparecía a cenar en esta casa sin ser
esperado, o caminaba por el jardín rodeando con su brazo el cuello de Moro,
disfrutando de su conversación. Pero Moro no se hacía ilusiones acerca del
favor real del cual disfrutaba. "Si con mi cabeza consigue un castillo en
Francia" -le dijo en 1525 a Roper, su yerno- "lo haría". En esta
época la controversia luterana se había extendido a lo largo de Europa y, con
algo de desgano, Moro se vio arrastrado en él. Sus escritos en defensa de la fe
son mencionados en la lista de sus trabajos que damos a continuación, por lo
que baste con decir que, si bien escribe con bastante más refinamiento que la
mayoría de los escritores apologéticos de la época, en ellos hay cierto sabor
desagradable para los lectores modernos. Al principio escribió en latín, pero
cuando los libros de Tindal y otros reformadores ingleses empezaron a ser
leídos por gente de todas las clases, adoptó el inglés como más útil a sus
propósitos, haciéndolo así, dio no poca ayuda al desarrollo de la prosa
inglesa.
En octubre de 1529, Moro sucedió a Wolsey como Canciller de
Inglaterra, un cargo que nunca había sido ejercido por un seglar. En materias
políticas no continuó con la línea de Wolsey, y su tenencia de la cancillería fue
memorable por su justicia sin igual. Su diligencia era tal, que el suministro
de causas quedaba realmente exhausto, hecho conmemorado en la famosa rima,
When
More some time had Chancellor been No more suits did remain. The like will
never more be seen, Till More be there again.
(Cuando Moro por un tiempo fue
Canciller No quedaron juicios pendientes. Algo así jamás será visto otra vez,
hasta que Moro esté nuevamente ahí).
Como canciller, su deber era velar por el cumplimiento de las
leyes en contra de los herejes y por ello, se granjeó los ataques de escritores
protestantes, tanto de su época como de tiempos posteriores. No hay necesidad
de tratar este punto aquí, pero la actitud de Moro es clara. Él estuvo de
acuerdo con los principios de las leyes en contra de los herejes, y no tenía
dudas en hacer que se cumplieran. Como él mismo escribió en su
"Apología" (cap. 49), eran los vicios de los herejes lo que él odiaba,
y no a ellos como persona; y nunca llegó a extremos, antes de haber hecho todos
los esfuerzos para lograr que fueran llevados ante él, para que se retractasen.
Su éxito en esta empresa queda demostrado por el hecho de que sólo cuatro
personas fueron multadas por herejía durante todo el tiempo en el que ejerció
su cargo. La primera aparición pública de Moro como canciller fue en la
apertura del nuevo Parlamento, en noviembre de 1529. Los relatos del discurso
que pronunció en esta ocasión varían considerablemente, pero lo que sí queda
bastante claro, es que él no tenía conocimiento alguno acerca de la serie de
continuas intromisiones que este Parlamento haría en la Iglesia. Unos meses
después, se dio la proclama real decretando que el clero debía reconocer a
Enrique como "Cabeza Suprema" de la Iglesia "hasta donde la ley
de Dios lo permitiera". Según el testimonio de Chapuy, Moro renunció a la
cancillería en ese mismo instante, pero esta no fue aceptada. Su firme
oposición a los planes de Enrique con respecto al divorcio, a la supremacía
pontificia, y a las leyes en contra de los herejes, le hicieron perder con
rapidez el favor real, y, en mayo de 1532, renunció a su cargo de Lord
Canciller, después de ejercerlo durante menos de tres años. Esto significaba la
pérdida de todos sus ingresos, salvo las 100 libras por año, las rentas por
alguna propiedad que había comprado; pero él, con alegre indiferencia, redujo
su estilo de vida para que esté de acuerdo con sus ingresos. El epitafio que
escribió durante esta época para la tumba en la iglesia de Chelsea, dice que él
pensaba consagrar los últimos años de su vida a prepararse para la otra vida.
Durante los siguientes dieciocho meses, Moro vivió aislado,
dedicando bastante tiempo a los escritos apologéticos. Ansioso por evitar una
ruptura pública con Enrique, guardó su distancia en la coronación de Ana
Bolena, y cuando en 1533, Guillermo Rastell, su sobrino, escribió un folleto
apoyando al Papa, el cual le fue atribuido a Moro, éste escribió a una carta a
Cromwell, en la que negaba su participación y declaraba que conocía bastante
bien sus obligaciones para con su rey, como para criticar sus políticas. Esta
neutralidad, sin embargo, no satisfizo a Enrique, y el nombre de Moro fue
incluido en el Decreto de Condenación enviado a los lords, contra la Doncella
de Kent y sus amigos. Moro fue llevado ante cuatro miembros del Consejo, y se
le preguntó el porqué de su negativa para aprobar la acción en contra del Papa
de Enrique. Él contestó que ya había explicado esto al rey personalmente, y sin
incurrir en su disgusto. Luego de un tiempo, en vistas a la gran popularidad de
Moro, Enrique consideró que era conveniente borrar su nombre del Decreto de
Condenación. Este hecho le mostró lo que podía suceder, pero, el Duque de
Norfolk le advirtió personalmente del grave peligro en el que se encontraba,
agregando: "indignatio principis mors est". "Si eso es todo, mi
lord" -contestó Moro- "entonces, de buena fe, entre su gracia y yo,
hay sólo una diferencia, que yo moriré hoy, y usted mañana". En marzo de
1534, el Acta de Sucesión fue aprobado, la cual obligaba a todos a hacer un
juramento reconociendo a la prole de Enrique y Ana como herederos legítimos al
trono, y además, incluía una cláusula en la que se repudiaba "cualquier
autoridad extranjera, sea príncipe o potestad". El 14 de abril, Moro fue
convocado por Lambeth, para que realizara su juramento y, al negarse, fue dado
en custodia al Abad de Westminster. Cuatro días después, fue llevado a la
Torre, y en noviembre fue condenado a prisión, acusado de traición. Las tierras
que la corona le había entregado en 1523 y 1525 pasaron nuevamente a ser
propiedad de la misma. En prisión padeció bastante por "su ya antigua
enfermedad del pecho. por la grava, las piedras, y por las restricciones",
pero su alegría habitual permanecía, y bromeaba con su familia y amigos siempre
que le permitían verlos, mostrándose tan alegre como cuando estaba en Chelsea.
Cuando estaba solo, pasaba el tiempo rezando y haciendo penitencia; escribió el
"Diálogo sobre la consolación en la tribulación", tratado
(inconcluso) sobre la Pasión de Cristo, y muchas cartas a su familia y a otros.
En abril y mayo de 1535, Cromwell lo visitó para pedirle su opinión sobre los
nuevos estatutos que le conferían a Enrique el título de Cabeza Suprema de la
Iglesia. Moro se negó a dar cualquier respuesta más allá de declararse un
súbdito fiel del rey. En junio, Rich, el procurador general, tuvo una
conversación con Moro, y cuando presentó su informe de esta, declaró que Moro
había negado el poder del Parlamento para conferir la supremacía eclesiástica a
Enrique. Fue en esta época en que se descubrió que Moro y Fisher, el Obispo de
Rochester, habían intercambiado cartas mientras éste estaba en prisión, dando
como resultado el que se le privara de todos los libros y materiales de
escritura, pero él escribió a su esposa y a Margarita, su hija preferida, en
trozos de papel desechados, con un palo carbonizado o pedazo de carbón.
El 1 de julio, Moro fue acusado de alta traición en Westminster
Hall, ante una comisión especial conformada por veinte personas. Moro negó los
cargos de la acusación, los cuales eran enormemente extensos, y denunció a
Rich, el procurador general y principal testigo, de perjuro. El jurado lo
declaró culpable y lo sentenció a ser colgado en Tyburn, pero, después de
algunos días, Enrique cambió la sentencia, decretando que muera decapitado en
Tower Hill. El relato de sus últimos días en la tierra, tal como lo narran
Roper y Cresacre Moro, son de una gran belleza y ternura, y debe de ser leído
en su totalidad; ciertamente, ningún mártir lo superó en fortaleza. Tal como
Addison escribió en The Spectator (No. 349) "su inocente alegría, la cual
siempre ha sobresalido durante su vida, no lo desamparó ni el último minuto. su
muerte fue tal cual fue su vida. No hubo nada nuevo, forzado ni afectado. Él no
veía su decapitación como una circunstancia que debía producirle algún cambio
en su disposición fundamental". La ejecución tuvo lugar en Tower Hill
"antes de las nueve en punto" del día 6 de julio, su cuerpo fue
enterrado la iglesia de San Pedro ad vincula. Su cabeza, luego de ser
sancochada, fue expuesta en el Puente de Londres durante un mes, hasta que
Margarita Roper sobornó al encargado de tirarlo al río, para que se la
entregara a ella. El último destino de esta reliquia es incierto, pero, en
1824, una caja de plomo fue hallada en la cripta de los Roper, en San Dunstan,
Canterbury, la cual, al ser abierta, contenía una cabeza, la cual, se presume,
pertenece a Moro. Los padres jesuitas en Stonyhurst, poseen una importante
colección de pequeñas reliquias, la mayoría de ellas pertenecían al padre Tomás
Moro S.J. (m. 1795), último heredero masculino del mártir. Éstos incluyen su
sombrero, su birrete, su crucifijo de oro, un sello de plata, "George",
y otros artículos. Su camisa de penitencia, la cual usó durante muchos años y
envió a Margarita Roper el día antes de su martirio, es conservada por los
canónigos agustinos de la Abadía de Leigh, en Devonshire, a quienes les fue
confiada por Margarita Clements, la hija adoptiva de Tomás Moro. Varias cartas
autógrafas se encuentran en el Museo británico. También existen varios
retratos, siendo el mejor, el que realizó Holbein, el cual se encuentra entre
las posesiones de E. Huth, Esq. Holbein también pintó a una gran cantidad de
los miembros de su familia, pero este cuadro ha desaparecido, aunque el boceto
original está en el Museo de Basilea, y una copia del siglo decimosexto se
encuentra en propiedad de Lord St. Oswald. Tomás Moro fue beatificado por el
Papa León XIII, en un Decreto emitido el 29 de diciembre de 1886. En 1935, fue
canonizado por el Papa Pío XI.
Fuente:
enciclopediacatolica.com
ORACIÓN DE
SANTO TOMÁS MORO
Dios Glorioso, dame gracia para enmendar mi vida y tener presente
mi fin sin eludir la muerte, pues para quienes mueren en Ti, buen Señor, la
muerte es la puerta a una vida de riqueza.
Y dame, buen Señor, una mente humilde, modesta, calma, pacífica,
paciente, caritativa, amable, tierna y compasiva en todas mis obras, en todas mis
palabras y en todos mis pensamientos, para tener el sabor de tu santo y bendito
espíritu.
Dame, buen Señor, una fe plena, una esperanza firme y una caridad
ferviente, un amor a Ti, muy por encima de mi amor por mí.
Dame, buen Señor, el deseo de estar contigo, de no evitar las
calamidades de este mundo, no tanto por alcanzar las alegrías del cielo como
simplemente por amor a Ti.
Y dame, buen Señor, Tu amor y Tu favor; que mi amor a TI, por
grande que pueda ser, no podría merecerlo si no fuera por tu gran bondad. Buen
Señor, dame Tu gracia para trabajar por estas cosas que te pido.
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