3 de JUNIO – LUNES –
7ª – SEMANA DE PASCUA – C –
Lectura
del libro de los Hechos de los apóstoles (19,1-8):
MIENTRAS Apolo estaba en
Corinto, Pablo atravesó la meseta y llegó a Éfeso. Allí encontró unos discípulos
y les preguntó:
«¿Recibisteis
el Espíritu Santo al aceptar la fe?».
Contestaron:
«Ni
siquiera hemos oído hablar de un Espíritu Santo».
Él
les dijo:
«Entonces,
¿qué bautismo habéis recibido?».
Respondieron:
«El
bautismo de Juan».
Pablo
les dijo:
«Juan
bautizó con un bautismo de conversión, diciendo al pueblo que creyesen en el
que iba a venir después de él, es decir, en Jesús».
Al
oír esto, se bautizaron en el nombre del Señor Jesús; cuando Pablo les impuso
las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo, y se pusieron a hablar en
lenguas extrañas y a profetizar. Eran en total unos doce hombres.
Pablo
fue a la sinagoga y durante tres meses hablaba con toda libertad del reino de
Dios, dialogando con ellos y tratando de persuadirlos.
Palabra
de Dios
Salmo:
67,2-3.4-5ac.6-7ab
R/.
Reyes de la tierra, cantad a Dios
Se levanta Dios, y se
dispersan sus enemigos,
huyen de su presencia
los que lo odian;
como el humo se disipa,
se disipan ellos;
cómo se derrite la cera
ante el fuego,
así perecen los impíos
ante Dios. R/.
En cambio, los justos se
alegran,
gozan en la presencia de
Dios,
rebosando de alegría.
Cantad a Dios, tocad a
su nombre;
su nombre es el Señor. R/.
Padre de huérfanos,
protector de viudas,
Dios vive en su santa
morada.
Dios prepara casa a los
desvalidos,
libera a los cautivos y
los enriquece. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Juan (16,29-33):
EN aquel tiempo, aquel
tiempo, los discípulos dijeron a Jesús:
«Ahora
sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no
necesitas que te pregunten; por ello creemos que has salido de Dios».
Les
contestó Jesús:
«¿Ahora
creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os
disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo,
porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz
en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo».
Palabra
del Señor
1.
El autoengaño inconsciente, o sea vivir engañado sin tener conciencia de
ello, es uno de los peligros más fuertes que
tenemos las personas creyentes o
religiosas. Por la sencilla razón de que las
creencias y las experiencias religiosas
son siempre sentimientos íntimos y subjetivos.
Y, sobre todo, porque la religiosidad es siempre una experiencia cuya verdad y
objetividad no se puede jamás verificar.
En cuanto que el término de tal
experiencia es Dios, al que no conocemos y con el que no podemos hablar
directamente. Si en la vida corriente, cualquiera se puede engañar a sí mismo,
¡cuánto más en este tipo de experiencias,
que siempre entrañan su buena dosis de
misterio o de posible alucinación!
2.
Esto justamente es lo que les ocurrió a los discípulos de Jesús en el
relato que aquí se nos presenta. Cuando
aquellos discípulos aseguraban que Jesús
hablaba claro y se sentían seguros en su
compañía, entonces exactamente es
cuando Jesús les dice: "ha llegado la
hora en que todos me vais a dejar solo".
O sea, cuando los discípulos se
sentían más seguros, es cuando Jesús les dice
que todos van a ser unos cobardes ante el
peligro que les puede amenazar.
3.
Los discípulos vivían engañados porque no les había llegado el momento
de la prueba.
Seguramente, hasta entonces no se habían sentido amenazados, no se habían visto en peligro.
Pero, en cuanto llega el peligro y les amenaza el miedo, abandonan a
Jesús.
Es fácil pensar que se sigue a Jesús
mientras el presunto seguimiento da
seguridad, vida en paz, reconocimiento y buen nombre. La verdad del discipulado se comprueba en el
peligro, cuando se siente amenazado, cuando puede perder su imagen, su
seguridad, su vida en
paz y sosiego.
Es fácil sentirse bien en las instituciones religiosas cuando la
institución proporciona seguridad económica y
prestigio personal.
Seguir creyendo y en la lucha, cuando
todo eso se pierde, eso ya es otro asunto. Y muy duro, por cierto. Seguir a
Jesús en la inseguridad económica, social, familiar,
profesional, etc. es cosa dura.
Seguramente lo más duro que hay en la
vida.
San Carlos Lwanga y compañeros
Memoria
de los santos Carlos Lwanga y doce compañeros, todos ellos de edades
comprendidas entre los catorce y los treinta años, que perteneciendo a la corte
de jóvenes nobles o al cuerpo de guardia del rey Mwanga, y siendo neófitos o
seguidores de la fe católica, por no ceder a los deseos impuros del monarca
murieron en la colina Namugongo, degollados o quemados vivos.
Vida de San Carlos Lwanga y compañeros
La sociedad de los Misioneros de
Africa, conocida como los Padres Blancos, formaron parte de la evangelización
de África en el siglo XIX. Después de seis años en Uganda ya tenían una
comunidad de conversos cuya fe sería un testimonio para toda la Iglesia. Los
primeros conversos se dieron a la misión de instruir y guiar a los más nuevos y
la comunidad creció rápidamente. La vida ejemplar de los cristianos
inicialmente ganó el favor del rey Mtesa pero más tarde este comprendió que los
cristianos no favorecían su negocio de venta de esclavos.
Mwanga sucedió a su padre en el
trono. Al principio la situación de los cristianos mejoró y varios tuvieron
posiciones importantes en su corte. Pero el rey, influenciado por el Islam,
cayó en la tendencia homosexual. La situación de los cristianos, por no ceder a
sus demandas, se hizo muy difícil.
El líder de la comunidad
católica, que para entonces tenía unos 200 miembros, era un joven de 25 años
llamado José Mkasa (Mukasa) que ejercía como principal mayordomo de la corte de
Mwanga. Cuando Mwanga asesinó a un misionero protestante y a sus compañeros,
José Mkasa confrontó al rey por su crimen. El rey Mwanga había sido amigo de
José por mucho tiempo, pero cuando este exhortó a Mwanga a renunciar al mal, la
reacción fue violenta. El rey mandó a que mataran a José. Cuando los verdugos trataron
de amarrar las manos de José, él les dijo: "Un Cristiano que entrega su
vida por Dios no tiene miedo de morir". Perdonó a Mwanga con todo su
corazón e hizo una petición final por su arrepentimiento antes de que le
cortaran la cabeza y lo quemaran el 15 de Noviembre de 1885.
Carlos Lwanga, el favorito del
rey remplazó a José en la instrucción y liderato de la comunidad cristiana en
la corte. También el hizo lo posible por evangelizar y proteger a los varones
de los deseos lujuriosos del rey. Las oraciones de José lograron que la
persecución del rey amainara por seis meses. Pero en mayo del 1886 el rey llamó
a uno de sus pajes llamado Mwafu y le preguntó porque estaba distante del rey.
Cuando el paje respondió que había estado recibiendo instrucción religiosa de
Daniel Sebuggwawo, el rey se montó en ira. Llamó a Daniel y lo mató el mismo
atravesándole el cuello con una lanza.
Entonces ordenó que el complejo
real sea sellado para que nadie pueda escapar y llamó a sus verdugos.
Comprendiendo lo que venía, Carlos Lwanga bautizó a cuatro catecúmenos esa
noche, incluyendo a un joven de 13 años llamado Kizito. En la mañana, Mwanga
reunió a toda su corte y separó a los cristianos del resto diciendo:
"Aquellos que no rezan párense junto a mí, los que rezan párense
allá" El preguntó a los 15 niños y jóvenes, todos menores de 25 años, si
eran cristianos y tenían la intención de seguir siendo cristianos. Ellos
respondieron "SI" con fuerza y valentía. Mwanga los condenó a muerte.
EL rey mandó que al grupo lo
llevasen a matar a Namugongo, lo cual representa una caminata de 37 millas. Uno
de los jóvenes llamado Mabaga era hijo del jefe de los verdugos. Este le rogó
que escapara y se escondiera, pero Mbaga no quiso. Los prisioneros atados
pasaron la casa de los Padres Blancos en su camino. El Padre Lourdel más tarde
relató sobre el jóven Kizito de 13 años, que sonreía y animaba al resto. Invitó
a todos a cogerse de manos, para así ir unidos y ayudarse a mantener el ánimo.
Lourdel estaba asombrado del valor y el gozo de estos nuevos cristianos camino
al martirio. Tres de ellos fueron martirizados en el camino.
Un soldado cristiano llamado
Santiago Buzabaliawo fue llevado ante el rey. Cuando Mwanga ordenó que lo
matasen junto a los otros, Santiago dijo: "Entonces, adiós. Voy al cielo y
rezaré a Dios por ti". Cuando el Padre Lourdel, lleno de dolor, levantó su
brazo para absolver a Santiago que pasaba ante él, Santiago levantó sus propias
manos atadas y apuntó hacia arriba para manifestar que él sabía que iba al
cielo y se encontraría allí con el Padre Lourdel. Con una sonrisa le dijo al P.
Lourdel, "¿Por qué estas triste? Esto no es nada ante los gozos que tú nos
has enseñado a esperar".
Entre los condenados también
estaba Andrés Kaggwa, un jefe Kigowa que había convertido a su esposa y a
varios otros, y Matías Kalemba (o Murumba) un auxiliar de juez. El mayor
consejero estaba tan furioso contra Andrés que dijo que no comería hasta que
Andrés estuviese muerto. Cuando los verdugos titubearon, Andrés les dijo:
"No mantengan a vuestro consejero hambriento, mátenme". El mismo
consejero dijo en tono cínico refiriéndose a Matías: "Sin duda su dios los
rescatará". "Si," contestó Matías, "Dios me rescatará, pero
tú no verás como lo hace porque tomará mi alma y te dejará solo mi
cuerpo". A Matías lo hirieron mortalmente en el camino y lo dejaron allí
para morir lo cual tardo por lo menos tres días.
Cuando la caravana de reos y
verdugos llegó a Namugongo, los sobrevivientes fueron encerrados por siente
días. El 3 de junio los sacaron, los envolvieron en esteras de cañas y los
pusieron en una pira. Mbaga fue martirizado el primero. Su padre, el jefe de
los verdugos, había tratado en vano una última vez de convencerlo a desistir de
su fe. Le dieron entonces un golpe en la cabeza para que no sufriera al ser
quemado su cuerpo. El resto de los cristianos fueron quemados. Carlos Lwanga
tenía 21 años. Uno de los pajes, Mukasa Kiriwanu no había sido aun bautizado,
pero se unió a sus compañeros cuando se les preguntó si eran cristianos.
Recibió aquel día el bautismo de sangre. Murieron 13 católicos y 11
protestantes proclamando el nombre de Jesús y diciendo "Pueden quemar
nuestros cuerpos, pero no pueden dañar nuestras almas".
No sabemos cuántos mártires
produjo aquella persecución. Solo queda constancia de los que ocupaban un lugar
en la corte o tenían puestos de alguna importancia.
Cuando los Padres Blancos fueron
echados del país, los nuevos cristianos continuaron la obra misionera,
traduciendo e imprimiendo el catecismo a su lengua nativa e instruyendo en la
fe en secreto. No tenían sacerdotes, pero Dios les infundió a aquellos
cristianos de Uganda la gracia para vencer con gran valor a las difíciles
circunstancias. Cuando los Padres Blanco volvieron después de la muerte del rey
Mwanga, encontraron 500 cristianos y 1000 catecúmenos esperándolos.
Los mártires de Uganda fueron
beatificados por el Papa Benito XV el 6 de junio de 1920.
Benedicto XV escribió para la
beatificación de los siervos de Dios Carlos Lwanga, Mattías Murumba y sus
compañeros, conocidos con el nombre de los Mártires de Uganda:
"Quién fue el que primero
introdujo en África la fe cristiana se disputa aún; pero consta que ya antes de
la misma edad apostólica floreció allí la religión, y Tertuliano nos describe
de tal manera la vida pura que los cristianos africanos llevaban, que conmueve
el ánimo de sus lectores. Y en verdad que aquella región a ninguna parecía
ceder en varones ilustres y en abundancia de mártires. Entre éstos agrada
conmemorar los mártires scilitanos, que, en Cartago, siendo procónsul Publio
Vigellio Saturnino, derramaron su sangre por Cristo, de las preguntas escritas
para el juicio, que hoy felizmente se conservan, se deduce con qué constancia,
con qué generosa sencillez de ánimo respondieron al procónsul y profesaron su
fe. Justo es también recordar los Potamios, Perpetuas, Felicidades, Ciprianos y
"muchos hermanos mártires" que las Actas enumeran de manera general,
aparte de los mártires aticenses, conocidos también con el nombre de
"masas cándidas", o porque fueron quemados con cal viva, como narra
Aurelio Prudencio en su himno XIII, o por el fulgor de su causa, como parece
opinar Agustín. Pero poco después, primero los herejes, después los vándalos,
por último, los mahometanos, de tal manera devastaron y asolaron el África
cristiana que la que tantos ínclitos héroes ofreciera a Cristo, la que se
gloriaba de más de trescientas sedes episcopales y había congregado tantos
concilios para defender la fe y la disciplina, ella, perdido el sentido
cristiano, se viera privada gradualmente de casi toda su humanidad y volviera a
la barbarie."
Oración a San Carlos
Lwanga y compañeros
Mártires de Uganda,
rueguen para que nosotros, inspirado por vuestra fe, seamos capaces de
mantenernos fieles en medio de cualquier prueba y de entregar nuestras propias
vidas. Ayuden a aquellos que viven hoy bajo persecución. Amen.
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