5 de JUNIO – MIÉRCOLES –
7ª – SEMANA DE PASCUA – C –
Lectura
del libro de los Hechos de los apóstoles (20,28-38):
En aquellos días, decía
Pablo a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso:
«Tened
cuidado de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar,
como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con su propia sangre. Ya
sé que, cuando os deje, se meterán entre vosotros lobos feroces, que no tendrán
piedad del rebaño. Incluso algunos de vosotros deformarán la doctrina y
arrastrarán a los discípulos. Por eso, estad alerta: acordaos que, durante tres
años, de día y de noche, no he cesado de aconsejar con lágrimas en los ojos a
cada uno en particular. Ahora os dejo en manos de Dios y de su palabra de
gracia, que tiene poder para construiros y daros parte en la herencia de los
santos. A nadie le he pedido dinero, oro ni ropa. Bien sabéis que estas manos
han ganado lo necesario para mí y mis compañeros. Siempre os he enseñado que es
nuestro deber trabajar para socorrer a los necesitados, acordándonos de las
palabras del Señor Jesús: “Hay más dicha en dar que en recibir.”»
Cuando
terminó de hablar, se pusieron todos de rodillas, y rezó. Se echaron a llorar
y, abrazando a Pablo, lo besaban; lo que más pena les daba era lo que había
dicho, que no volverían a verlo. Y lo acompañaron hasta el barco.
Palabra
de Dios
Salmo:
67,29-30.33-35a.35b.36c
R/.
Reyes de la tierra, cantad a Dios
Oh, Dios, despliega tu
poder,
tu poder, oh Dios, que
actúa en favor nuestro.
A tu templo de Jerusalén
traigan los reyes su
tributo. R/.
Reyes de la tierra,
cantad a Dios,
tocad para el Señor,
que avanza por los
cielos,
los cielos antiquísimos,
que lanza su voz, su voz
poderosa:
«Reconoced el poder de
Dios.» R/.
Sobre Israel resplandece
su majestad,
y su poder, sobre las
nubes.
¡Dios sea bendito! R/.
Lectura
del santo evangelio según san Juan (17,11b-19):
En aquel tiempo, Jesús,
levantando los ojos al cielo, oró, diciendo:
«Padre
santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como
nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste,
y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que
se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que
ellos mismos tengan mi alegría cumplida. Yo les he dado tu palabra, y el mundo
los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
No
ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del
mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad; tu palabra es
verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por
ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad.»
Palabra
del Señor
1.
Jesús está pronunciando su oración final de despedida. Y en ella pide para sus discípulos cuatro
cosas:
1) Que se mantengan unidos.
2) Que tengan alegría, es decir, que
sean felices.
3)
Que jamás cedan al mal en el mundo.
4) Que se santifiquen en la verdad.
Por tanto, para Jesús, lo más
importante en la vida es que vivamos unidos, que seamos felices, que nunca le
hagamos mal a nadie, que seamos veraces siempre.
Es notable que, en esta oración final,
Jesús no menciona nada que tenga que ver con
"lo religioso", "lo sagrado", "lo
trascendente".
Ni la teología, ni los cristianos,
hemos asimilado lo que el gran teólogo que fue
K. Rahner denominó el existencial sobrenatural: todo "lo
humano", que vivimos en nuestra existencia, nos lleva a Dios y nos une a
Dios.
2.
Ser piadoso, ser devoto, ser observante de ciertos rituales o costumbres,
todo eso, es relativamente fácil. Lo difícil en la vida es la honradez
transparente, la bondad sin fisuras, la honestidad, el respeto, la tolerancia,
todo eso que hace a una persona buena de verdad.
Eso es lo que, ante todo, quería Jesús
para los suyos.
3.
En definitiva, Jesús presenta aquí un ideal de vida que no está al
alcance de lo que da de sí la condición humana.
Esta ejemplaridad es el signo de la presencia del Evangelio en el mundo.
El signo, por tanto, de que lo de Jesús es verdad. Y que el Evangelio es la
fuerza que puede transformar este mundo
tan roto y causante de tanto sufrimiento.
Beato Fernando de Portugal
Hijo de Juan I de Portugal, empleaba desde muy joven
sus rentas personales en el rescate de cautivos cristianos de las manos
sarracenas.
Vida de Beato Fernando de Portugal
Parte en 1434, con su hermano
Enrique el Navegante a una expedición contra Marruecos, entonces en manos de
una dinastía de piratas. ¿Acaso sería una premonición sobre la situación
actual? Nada nuevo hay bajo el sol. Lo cierto es que la expedición fue un fracaso
y la armada lusitana hubo de rendirse y dejar a Fernando como garantía del pago
de enormes cantidades de dinero.
Las Cortes de Portugal, después
de nueve años de negociaciones, dejaron morir de disentería y en manos del
enemigo a su príncipe. Fernando vivió como esclavo, encadenado y obligado a los
más sucios trabajos. Soportó su desdicha con dignidad y puso su esperanza en
Dios con enorme entereza, sin renunciar a la fe ni a unos compatriotas tan
olvidadizos de su terrible suerte.
Las fuentes históricas musulmanas
hablan de su vida edificante u de la veneración que suscitaba en los más
piadosos habitantes de Fez. Fernando optó por la pobreza, castidad y
obediencia, en radical fidelidad a su propia conciencia. Su cadáver
descuartizado se pudrió colgado en las torres de las murallas.
Debiera ser patrono de los
millones de esclavos que todavía quedan en el mundo; o de los héroes olvidados
por los suyos, o bien de los que son víctimas de los vaivenes políticos. Cuando
el sacerdote don Pedro Calderón de la Barca llegó al cielo, le recibió Fernando
agradecido por esa maravilla de drama llamada El Príncipe constante.
(Fuente: archimadrid.es)
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