14 de AGOSTO – MIÉRCOLES – 19ª – SEMANA DEL T. O. – C –
San Maximiliano María Kolbe
Lectura
del libro del Deuteronomio 34, 1-12
En aquellos días, Moisés subió de la estepa de Moab al monte
Nebo, a la cima del Pisgá, frente a Jericó; y el Señor le mostró toda la
tierra: Galaad hasta Dan, todo Neftalí, el territorio de Efraín y de Manasés, y
todo el territorio de Judá hasta el mar occidental, el Negueb y la comarca del
valle de Jericó (la ciudad de las palmeras)
hasta Soar; y le dijo:
«Esta
es la tierra que prometí con juramento a Abrahán, a Isaac y a Jacob,
diciéndoles:
“Se
la daré a tu descendencia.” Te la he hecho ver con tus propios ojos, pero no
entrarás en ella».
Y
allí murió Moisés, siervo del Señor, en Moab, como había dispuesto el Señor.
Lo
enterraron en el valle de Moab, frente a Bet Fegor; y hasta el día de hoy nadie
ha conocido
el lugar de su tumba.
Moisés
murió a la edad de ciento veinte años; no había perdido vista ni había decaído
su vigor.
Los
hijos de Israel lloraron a Moisés en la estepa de Moab durante treinta días,
hasta que terminó el tiempo del duelo por Moisés.
Josué,
hijo de Nun, estaba lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés le había
impuesto las manos, los hijos de Israel lo obedecieron e hicieron como el Señor
había mandado a Moisés.
No
surgió en Israel otro profeta como Moisés, con quien el Señor trataba cara a
cara; ni semejante a él en los signos y prodigios que el Señor le envió a hacer
en Egipto contra el faraón, su corte y su país; ni en la mano poderosa, en los terribles
portentos que obró Moisés en presencia de todo Israel.
Palabra de Dios
Salmo: Sal 65, 1-3a. 5 y 8.
16-17
Bendito sea Dios, que me ha devuelto la vida.
Aclamad al Señor, tierra
entera;
tocad en honor de su nombre,
cantad himnos a su gloria.
Decid a Dios: «¡Qué temibles
son tus obras!». R.
Venid a ver las obras de Dios,
sus temibles proezas en
favor de los hombres.
Los que teméis a Dios,
venid a escuchar,
os contaré lo que ha
hecho conmigo: a él gritó mi boca
y lo ensalzó mi lengua. R.
Lectura
del santo Evangelio según san Mateo 18, 15-20
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si
tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso,
has salvado a tu hermano.
Si
no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede
confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad,
y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un
publicano.
En
verdad os digo que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y
todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en los cielos.
Os
digo, además que, si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para
pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los cielos. Porque donde dos o tres
están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».
Palabra de Dios
1.
El problema que plantea aquí Jesús no se refiere a la corrección fraterna,
sino al perdón mutuo. Es decir, no se trata de ir por la vida
"reprendiendo a la gente", sino de "perdonarse siempre unos a
otros".
El texto griego más seguro no dice:
"si tu hermano peca", sino que indica: "si peca contra ti"
(eís sé).
Jesús, por tanto, no plantea el caso
de una acción mala, un pecado en la intimidad solitaria. Jesús se refiere aquí
a una ofensa que otro me hace o que alguien hace contra otra persona.
- ¿Cómo se perdona ese pecado?
2.
Hay que buscar, por todos los medios posibles, el perdón mutuo y la mutua
reconciliación. Para obtenerla, Jesús señala tres pasos progresivos:
1) Reconciliarse entre los dos a
solas.
2) Si el primer paso no da resultado,
se ha de volver a intentar la reconciliación con ayuda de personas que pueden
facilitar el mutuo reencuentro.
3) Si eso tampoco da resultado,
entonces se reúne la comunidad para resolver el conflicto. Y si es que ni esto
es suficiente para obtener el perdón y la reconciliación, entonces se le
excluye de la asamblea.
La idea, pues, de Mateo es que la Iglesia
tiene que ser una comunidad sana, unida, en armonía, en la que no se tolera que
haya personas enfrentadas y divididas.
3.
Lo determinante, en todo este asunto, es que el perdón mutuo, que nos
concedemos los seres humanos, es el perdón que
Dios concede. En otras palabras, de la
misma manera que el pecado consiste en la ofensa que le hacemos a alguien, el
perdón del pecado se obtiene mediante el perdón entre los que se han
ofendido. En cualquier caso, lo que no
tiene sentido es que una persona ofenda a su vecino/a, a su esposo/a, y luego
vaya a pedirle perdón al sacerdote. Dos
personas que se ofenden, lo que tienen que hacer es perdonarse
entre sí. Y ese perdón mutuo es el perdón de
Dios. En ese perdón se manifiesta el perdón de Dios.
4.
- ¿No tendríamos que repensar el tema que se refiere a la necesidad y
finalidad de la confesión oral de los pecados al confesor?
- ¿Qué justificación puede tener que
uno ofenda a su mujer o a su marido, pero luego vaya a pedirle perdón a un sacerdote?
No es "de fe divina y
católica" que la confesión de los pecados tenga que hacerse así. Eso lo
introdujeron los monjes irlandeses en el continente europeo, en el s. VII. Para
ello echaron mano de la llamada "penitencia tarifada", que se inventó
en ese tiempo.
- ¿No es ya hora de que la Iglesia se
plantee si todo esto se tiene que seguir prolongando?
Pidamos que el Espíritu del Señor
ilumine a su Iglesia. Y nos ilumine a todos.
San Maximiliano María
Kolbe
Sacerdote franciscano polaco que fue asesinado por los Nazis en un campo de
concentración, tras entregar voluntariamente su vida a cambio de la de un padre
de familia.
San Maximiliano María Kolbe nació en Polonia el 8 de enero de 1894 en la
ciudad de Zdunska Wola (Pabiance), que en ese entonces se hallaba ocupada por
Rusia. Fue bautizado con el nombre de Raimundo en la iglesia parroquial. A los
13 años ingresó en el Seminario de los padres franciscanos en la ciudad polaca
de Lvov, la cual a su vez estaba ocupada por Austria, y estando en el seminario
adoptó el nombre de Maximiliano. Finaliza sus estudios en Roma y en 1918 es
ordenado sacerdote.
Devoto de la Inmaculada Concepción, pensaba que la Iglesia debía ser
militante en su colaboración con la Gracia Divina para el avance de la Fe
Católica. Movido por esta devoción y convicción, funda en 1917 un movimiento
llamado "La Milicia de la Inmaculada" cuyos miembros se consagrarían
a la bienaventurada Virgen María y tendrían el objetivo de luchar mediante
todos los medios moralmente válidos, por la construcción del Reino de Dios en
todo el mundo.
Verdadero apóstol moderno, inicia la publicación de la revista mensual
"Caballero de la Inmaculada", orientada a promover el conocimiento,
el amor y el servicio a la Virgen María en la tarea de convertir almas para
Cristo. Con un Tiraje de 500 ejemplares en 1922, para 1939 alcanzaría cerca del
millón de ejemplares.
En 1929 funda la primera "Ciudad de la Inmaculada" en el convento
franciscano de Niepokalanów a 40 kilómetros de Varsovia, que al paso del tiempo
se convertiría en una ciudad consagrada a la Virgen.
En 1931, luego de que el Papa solicitara misioneros, se ofrece como
voluntario. En 1936 regresa a Polonia como director espiritual de Niepokalanów,
y 3 años más tarde, en plena II Guerra Mundial, es apresado junto con otros
frailes y enviado a campos de concentración en Alemania y Polonia. Es liberado
poco tiempo después, precisamente el día consagrado a la Inmaculada Concepción.
Es hecho prisionero nuevamente en febrero de 1941 y enviado a la prisión de
Pawiak, para ser después transferido al campo de concentración de Auschwitz, en
donde a pesar de las terribles condiciones de vida prosiguió su ministerio.
En Auschwitz, el régimen nazi buscaba despojar a los prisioneros de toda
huella de personalidad tratándolos de manera inhumana e impersonal: como un
número; a San Max le asignaron el 16670. A pesar de todo, durante su estadía en
el campo nunca le abandonaron su generosidad y su preocupación por los demás,
así como su deseo de mantener la dignidad de sus compañeros.
La noche del 3 de agosto de 1941, un prisionero de la misma sección a la que
estaba asignado San Max escapa; en represalia, el comandante del campo ordena
escoger a 10 prisioneros al azar para ser ejecutados. Entre los hombres
escogidos estaba el sargento Franciszek Gajowniczek, polaco como San Max,
casado y con hijos. San Max, que no se encontraba dentro de los 10 prisioneros
escogidos, se ofrece a morir en su lugar. El comandante del campo acepta el cambio,
y San Max es condenado a morir de hambre junto con los otros nueve prisioneros.
Diez días después de su condena y al encontrarlo todavía vivo, los nazis le
administran una inyección letal el 14 de agosto de 1941
En 1973 Paulo VI lo beatifica y en 1982 Juan Pablo Segundo lo canoniza como
Mártir de la Caridad.
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