18 de AGOSTO – DOMINGO –
20ª – SEMANA DEL T. O. – C –
Lectura
del libro de Jeremías (38,4-6.8-10):
EN aquellos días, los dignatarios dijeron al rey:
«Hay
que condenar a muerte a ese Jeremías, pues, con semejantes discursos, está
desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad y al resto de la gente.
Ese
hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia».
Respondió
el rey Sedecías:
«Ahí lo
tenéis, en vuestras manos. Nada puedo hacer yo contra vosotros».
Ellos
se apoderaron de Jeremías y lo metieron en el aljibe de Malquías, príncipe
real, en el patio de la guardia, descolgándolo con sogas. Jeremías se hundió en
el lodo del fondo, pues el aljibe no tenía agua.
Ebedmélec
abandonó el palacio, fue al rey y le dijo:
«Mi rey
y señor, esos hombres han tratado injustamente al profeta Jeremías al arrojarlo
al aljibe, donde sin duda morirá de hambre, pues no queda pan en la ciudad».
Entonces
el rey ordenó a Ebedmélec el cusita:
«Toma
tres hombres a tu mando y sacad al profeta Jeremías del aljibe antes de que
muera».
Palabra
de Dios
Salmo:
39,2.3;4.18
R/.
Señor, date prisa en socorrerme.
V/.
Yo esperaba con ansia al Señor;
él se inclinó y escuchó mi
grito. R/.
V/.
Me levantó de la fosa fatal,
de la charca fangosa;
afianzó mis pies sobre roca,
y aseguró mis pasos. R/.
V/.
Me puso en la boca un cántico nuevo,
un himno a nuestro Dios.
Muchos, al verlo, quedaron
sobrecogidos
y confiaron en el Señor. R/.
V/.
Yo soy pobre y desgraciado,
pero el Señor se cuida de
mí;
tú eres mi auxilio y mi
liberación:
Dios mío, no tardes. R/.
Lectura
de la carta a los Hebreos (12,1-4):
Hermanos:
Teniendo
una nube tan ingente de testigos, corramos, con constancia, en la carrera que
nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia,
fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar
del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está
sentado a la derecha del trono de Dios.
Recordad
al que soportó tal oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el
ánimo.
Todavía no habéis llegado a
la sangre en vuestra pelea contra el pecado.
Palabra
de Dios
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (12,49-53):
En aquel tiempo, dijo Jesús
a sus discípulos:
«He
venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!
Con un
bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!
¿Pensáis
que he venido a traer paz a la tierra?
No,
sino división.
Desde
ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres;
estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre
contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera
contra la suegra».
Palabra
del Señor
“Este hombre no busca el bien del pueblo, sino su
desgracia”.
"He venido a
prender fuego al mundo..."
El título
está tomado de la primera lectura. Es lo que dicen de Jeremías las autoridades
de Jerusalén. Estamos en el año 587 a.C. La ciudad lleva un año asediada por el
ejército de Babilonia, la gente muere de hambre y el profeta anima a rendirse.
En opinión de los patriotas nacionalistas, está desanimando al pueblo, busca su
desgracia.
Eso mismo
pensarían muchos escuchando lo que dice Jesús en el evangelio.
Después de
las enseñanzas de los domingos anteriores sobre la oración, la riqueza, la vigilancia,
centradas en lo que nosotros debemos hacer, en el evangelio de este domingo
Jesús habla de sí mismo: de su misión y su destino. Lo hace con un lenguaje tan
enigmático que los comentaristas discuten desde los primeros siglos el sentido
de estas palabras.
Para entender
este evangelio es preciso tener en cuenta la mentalidad apocalíptica, de la que
Jesús participa en cierto modo. Según ella, el mundo malo presente tiene que
desaparecer para dar paso al mundo bueno futuro: el Reinado de Dios.
Lucas
introduce algunos cambios importantes en esta mentalidad, reuniendo tres frases
pronunciadas por Jesús en diversos momentos:
La primera
y la tercera hablan de la misión de Jesús (prender fuego y traer división).
La segunda,
de su destino (pasar por un bautismo).
Esta forma de
organizar el material (misión – destino – misión) es típica de los autores
bíblicos.
La misión:
prender fuego
He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!
Lo primero
que viene a la mente es un bosque ardiendo, o el fenómeno frecuente en la
guerra del incendio de campos, frutales, casas, ciudades… Esta idea encaja bien
en la mentalidad apocalíptica: hay que poner fin al mundo presente para que
surja el Reino de Dios.
Esta
interpretación me parece más correcta que relacionar el fuego con el Espíritu
Santo.
El destino:
la muerte
Tengo que
pasar por un bautismo.
También esta imagen es enigmática, porque “bautizar” significa normalmente
“lavar”; por ejemplo, los platos se “bautizan”, es decir, se lavan. Esa idea la
aplica Juan Bautista (y otros muchos judíos desde el profeta Ezequiel) al
pecado: en el bautismo, cuando la persona se sumerge en el río Jordán, se lavan
sus pecados; simbólicamente, la persona que entra en el agua muere ahogada y
sale una persona nueva. El bautismo equivale a morir para nacer a una nueva
vida. Así aparece en el evangelio de Marcos, cuando Jesús dice a Juan y
Santiago: ¿Sois capaces de beber la copa que yo he
de beber o bautizaros con el bautismo que yo voy a recibir? (Mc 10,38).
Jesús ve que su destino es la muerte para resucitar a una nueva vida.
La misión:
dividir
¿Pensáis
que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos
contra tres; estarán divididos: el padre contra el hijo, y el hijo contra el
padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera
y la nuera contra la suegra.
Estas
palabras se podrían interpretar como simple consecuencia de la actividad de Jesús: su persona, su enseñanza
y sus obras provocan división entre la gente, como ya había anunciado Simeón a
María: este niño “será una bandera discutida”.
Pero Jesús habla de una división muy concreta, dentro de la familia, y eso
favorece otra interpretación: Jesús viene a crear un caos tan tremendo
(simbolizado por el caos familiar), que Dios tendrá que venir a destruir este
mundo y dar paso al mundo nuevo. Parece una interpretación absurda, pero
conviene recordar lo que dice el final del libro de Malaquías: “Yo os enviaré
al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible:
reconciliará a padres con hijos, a hijos con padres, y así no vendré yo a
exterminar la tierra” (Mal 3,23-24). De acuerdo con estas palabras, Dios ha
pensado exterminar la tierra en un día grande y terrible. Para no tener que
hacerlo, decide enviar al profeta Elías, que restablecerá las buenas relaciones
en la familia (padres con hijos, hijos con padres), como símbolo de las buenas
relaciones en la sociedad: la situación mejora y Dios no se ve obligado a
exterminar la tierra.
Jesús dice lo contrario: hace falta acabar con este mundo, y por ello él ha
venido a traer división en el seno de la familia.
La unión de
las tres frases
¿Qué quiere decirnos Lucas uniendo estas tres frases?
Que Jesús anhela y provoca la desaparición de este mundo presente para dar
paso al Reinado de Dios, pero que ese cambio está estrechamente
relacionado con su muerte.
La comunidad de Lucas, cuando escuchara estas palabras, vería también
reflejada en ellas su propia situación. La conversión de algunos de sus
miembros había supuesto división en la familia, enfrentamiento de hijos y
padres, de hijas y madres. Los miembros no cristianos podrían decir de Jesús lo
que se había dicho de Jeremías: «Este hombre no busca el bien del pueblo,
sino su desgracia».
¿Tiene
sentido todo esto para nosotros?
Este mensaje apocalíptico resulta lejano al hombre de hoy. De hecho, Lucas
lo matiza y modifica en el libro de los Hechos de los Apóstoles: los cristianos
no debemos estar esperando el fin del mundo, aunque pidamos todos los días que
“venga a nosotros tu reino”; nuestra misión ahora es extender el evangelio por
todo el mundo, como hicieron los apóstoles. Y la idea de la segunda venida de
Jesús cede el puesto a una distinta: el triunfo de Jesús, glorificado a la
derecha de Dios.
Sin embargo, incluso en una sociedad que presume de tolerante, como la
nuestra, Jesús puede seguir siendo causa de división. El ejemplo de las
primeras comunidades cristianas, que creyeron en él a pesar de todas las
dificultades, debe seguir animándonos.
Lectura de la
carta a los Hebreos 12, 1-4
Por una feliz
casualidad, la segunda lectura ofrece cierta relación con el evangelio: el
destino de Jesús sirve de ejemplo a los cristianos. La imagen de partida ya la
uso Pablo: un estadio lleno de espectadores que contemplan el espectáculo.
Jesús, como
cualquier atleta, se entrena duramente, en medio de grandes renuncias y
sacrificios; sabe, además, que competirá en un ambiente adverso, hostigado y
abucheado por los espectadores. Pero no se arredra: renuncia a pasarlo bien,
aguanta, soporta, y termina triunfando.
Ahora nos
toca a nosotros coger el relevo. Hay que despojarse de todo lo que estorba,
correr la carrera sin cansarse ni perder el ánimo.
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