viernes, 9 de agosto de 2019

Párate un momento: El Evangelio del dia 10 de AGOSTO – SÁBADO – 18ª – SEMANA DEL T. O. – C – San Lorenzo







10 de AGOSTO – SÁBADO –
18ª – SEMANA DEL T. O. – C –
San Lorenzo

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (9,6-10):

El que siembra tacañamente, tacañamente cosechará; el que siembra generosamente, generosamente cosechará. Cada uno dé como haya decidido su conciencia: no a disgusto ni por compromiso; porque al que da de buena gana lo ama Dios.
Tiene Dios poder para colmaros de toda clase de favores, de modo que, teniendo siempre lo suficiente, os sobre para obras buenas.
Como dice la Escritura:
«Reparte limosna a los pobres, su justicia es constante, sin falta.»
El que proporciona semilla para sembrar y pan para comer os proporcionará y aumentará la semilla, y multiplicará la cosecha de vuestra justicia.

Palabra de Dios

Salmo: 111,1-2.5-6.7-8.9

R/. Dichoso el que se apiada y presta

Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita. R/.
Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos.
El justo jamás vacilará,
su recuerdo será perpetuo. R/.
No temerá las malas noticias,
su corazón está firme en el Señor.
Su corazón está seguro, sin temor,
hasta que vea derrotados a sus enemigos. R/.
Reparte limosna a los pobres;
su caridad es constante, sin falta,
y alzará la frente con dignidad. R/.

Lectura del santo evangelio según san Juan (12,24-26):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Os aseguro que, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto.
El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna.
El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará.»

Palabra del Señor

1.  En el NT hay dos formas distintas de entender y vivir la fe.
En los escritos de Pablo, la fe es la aceptación de unas ideas.
En los evangelios, la fe consiste en
fiarse de Jesús. Para el Evangelio, por tanto, la fe es la confianza y la seguridad
en Jesús.
Es creyente el que se fía de Jesús, cree que él es fuente de vida, que da vida, cura nuestros males, alivia nuestras penas, nos saca de los peligros que nos acechan   y acosan.
Jesús elogia como "creyentes" a quienes tienen esta profunda y misteriosa convicción.  De ahí, la frase que Jesús repite: "Tu fe te ha salvado" (Mc 5, 34; Mt 9, 22; Lc 8, 48; Cf. Mc 10, 52; Mt 8, 10. 13; 9, 30; 15, 28; Lc 7, 9; 17, 19; 18, 42) (J. Alfaro).

2.  Por el contrario, en el caso de este niño epiléptico, Jesús llama "gente sin
fe" a quienes no son capaces de expulsar las fuerzas de sufrimiento y muerte (la epilepsia grave) que atormentaba al niño.
La fe, por tanto, a juicio de Jesús, no consiste en aceptar como ciertas una serie de verdades o dogmas sobre Dios y la religión. Esta manera de entender la fe se elaboró más tarde.
En los evangelios, la fe es la convicción de que Jesús está siempre a favor de la vida y de la felicidad de las personas.
La cultura occidental, en la que se ha estructurado en gran medida la teología, ha sobrevalorado lo intelectual, en detrimento de otras dimensiones de la vida humana, como por ejemplo la
confianza, la sinceridad o sobre todo la afectividad. De ahí, que la teología se ha convertido, con frecuencia, en pura especulación, al tiempo que se han marginado no pocos valores evangélicos, que son mucho más básicos en la existencia de los seres humanos.

3.  Pero hay, en este evangelio, un   dato que no debe pasar inadvertido. Se
trata de la fe tan escasa, tan deficiente, tan limitada, que tenían los apóstoles y discípulos de Jesús. Parece increíble. Pero así lo presentan los evangelios.
Estos discípulos, los más cercanos a Jesús, son los más censurados por Jesús a causa de su falta de fe. De ellos se llega a decir sencillamente que no tenían fe (Mc 4, 40), o que eran increyentes (Mt 17, 17), ya que tenían una fe tan exigua que era como un grano de mostaza, o sea, prácticamente casi nada (Mt 17, 20). En otros casos, lo que se dice es que no creían (Lc 24, 11. 30) o que eran "lentos para creer" (Lc 24, 25).
Pero en lo que más se insiste es en que tenían una fe escasísima (Mt 8, 26; 14, 31; 16, 8; Lc 12, 28). Esto da que pensar. Porque viene a decir que bien puede suceder que quienes más cerca viven de Jesús sean los que menos se fían de él. Pueden ser funcionarios de la religión, pero no seguidores del Evangelio.

San Lorenzo










Fiesta de san Lorenzo, diácono y mártir, qu e deseó ardientemente acompañar al papa Sixto II en su martirio. Según cuenta san León Magno, recibió del tirano la orden de entregar los tesoros de la Iglesia, y él, burlándose, le presentó a los pobres en cuyo sustento y abrigo había gastado abundantes riquezas. Por la fe de Cristo, tres días más tarde superó el tormento del fuego, y el instrumento de su tortura se convirtió en distintivo de su triunfo, siendo enterrado su cuerpo en el cementerio de Campo Verano, que desde entonces fue llamado con su nombre.


Vida de San Lorenzo


Los datos acerca de este santo los ha narrado San Ambrosio, San Agustín y el poeta Prudencio.
Lorenzo era uno de los siete diáconos de Roma, o sea uno de los siete hombres de confianza del Sumo Pontífice. Su oficio era de gran responsabilidad, pues estaba encargado de distribuir las ayudas a los pobres.
En el año 257 el emperador Valeriano publicó un decreto de persecución en el cual ordenaba que todo el que se declarara cristiano sería condenado a muerte. El 6 de agosto el Papa San Sixto estaba celebrando la santa Misa en un cementerio de Roma cuando fue asesinado junto con cuatro de sus diáconos por la policía del emperador. Cuatro días después fue martirizado su diácono San Lorenzo.
La antigua tradición dice que cuando Lorenzo vio que la Sumo Pontífice lo iban a matar le dijo: "Padre mío, ¿te vas sin llevarte a tu diácono?" y San Sixto le respondió: "Hijo mío, dentro de pocos días me seguirás". Lorenzo se alegró mucho al saber que pronto iría a gozar de la gloria de Dios.
Entonces Lorenzo viendo que el peligro llegaba, recogió todos los dineros y demás bienes que la Iglesia tenía en Roma y los repartió entre los pobres. Y vendió los cálices de oro, copones y candeleros valiosos, y el dinero lo dio a las gentes más necesitadas.
El alcalde de Roma, que era un pagano muy amigo de conseguir dinero, llamó a Lorenzo y le dijo: "Me han dicho que los cristianos emplean cálices y patenas de oro en sus sacrificios, y que en sus celebraciones tienen candeleros muy valiosos. Vaya, recoga todos los tesoros de la Iglesia y me los trae, porque el emperador necesita dinero para costear una guerra que va a empezar".
Lorenzo le pidió que le diera tres días de plazo para reunir todos los tesoros de la Iglesia, y en esos días fue invitando a todos los pobres, lisiados, mendigos, huérfanos, viudas, ancianos, mutilados, ciegos y leprosos que él ayudaba con sus limosnas. Y al tercer día los hizo formar en filas, y mandó llamar al alcalde diciéndole: "Ya tengo reunidos todos los tesoros de la iglesia. Le aseguro que son más valiosos que los que posee el emperador".
Llegó el alcalde muy contento pensando llenarse de oro y plata y al ver semejante colección de miseria y enfermedad se disgustó enormemente, pero Lorenzo le dijo: "¿por qué se disgusta? ¡Estos son los tesoros más apreciados de la iglesia de Cristo!"
El alcalde lleno de rabia le dijo: "Pues ahora te mando matar, pero no creas que vas a morir instantáneamente. Te haré morir poco a poco para que padezcas todo lo que nunca te habías imaginado. Ya que tienes tantos deseos de ser mártir, te martirizaré horriblemente".
Y encendieron una parrilla de hierro y ahí acostaron al diácono Lorenzo. San Agustín dice que el gran deseo que el mártir tenía de ir junto a Cristo le hacía no darle importancia a los dolores de esa tortura.
Los cristianos vieron el rostro del mártir rodeado de un esplendor hermosísimo y sintieron un aroma muy agradable mientras lo quemaban. Los paganos ni veían ni sentían nada de eso.
Después de un rato de estarse quemando en la parrilla ardiendo el mártir dijo al juez: "Ya estoy asado, por un lado. Ahora que me vuelvan hacia el otro lado para quedar asado por completo". El verdugo mandó que lo voltearan y así se quemó por completo. Cuando sintió que ya estaba completamente asado exclamó: "La carne ya está lista, pueden comer". Y con una tranquilidad que nadie había imaginado rezó por la conversión de Roma y la difusión de la religión de Cristo en todo el mundo, y exhaló su último suspiro. Era el 10 de agosto del año 258.
El poeta Prudencio dice que el martirio de San Lorenzo sirvió mucho para la conversión de Roma porque la vista del valor y constancia de este gran hombre convirtió a varios senadores y desde ese día la idolatría empezó a disminuir en la ciudad.
San Agustín afirma que Dios obró muchos milagros en Roma en favor de los que se encomendaban a San Lorenzo.
El santo padre mandó construirle una hermosa Basílica en Roma, siendo la Basílica de San Lorenzo la quinta en importancia en la Ciudad Eterna.


Oración a San Lorenzo

Señor Dios: Tú le concediste a este mártir un valor impresionante para soportar sufrimientos por tu amor, y una generosidad total en favor de los necesitados. Haz que esas dos cualidades las sigamos teniendo todos en tu Santa Iglesia: generosidad inmensa para repartir nuestros bienes entre los pobres, y constancia heroica para soportar los males y dolores que tú permites que nos lleguen.

(Fuente: churchforum.org)

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