25 de AGOSTO – DOMINGO –
21ª – SEMANA DEL T. O. – C –
Lectura
del libro de Isaías (66,18-21):
Esto dice el Señor:
«Yo,
conociendo sus obras y sus pensamientos, vendré para reunir las naciones de
toda lengua; vendrán para ver mi gloria.
Les
daré una señal, y de entre ellos enviaré supervivientes a las naciones: a
Tarsis, Libia y Lidia (tiradores de arco), Túbal y Grecia, a las costas lejanas
que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria.
Ellos
anunciarán mi gloria a las naciones. Y de todas las naciones, como ofrenda al
Señor, traerán a todos vuestros hermanos, a caballo y en carros y en literas, en
mulos y dromedarios, hasta mi santa montaña de Jerusalén
—dice el Señor—, así como
los hijos de Israel traen ofrendas,
en vasos purificados, al
templo del Señor.
También
de entre ellos escogeré sacerdotes y levitas —dice el Señor—».
Palabra
de Dios
Salmo:
116,1.2
R/.
Id al mundo entero y proclamad el Evangelio
V/.
Alabad al Señor todas las naciones,
aclamadlo todos los pueblos.
R/.
V/.
Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por
siempre. R/.
Lectura
de la carta a los Hebreos (12,5-7.11-13):
Hermanos:
Habéis
olvidado la exhortación paternal que os dieron:
«Hijo
mío, no rechaces la corrección del Señor, ni te desanimes por su reprensión;
porque el Señor reprende a
los que ama y castiga a sus hijos preferidos».
Soportáis
la prueba para vuestra corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues ¿qué
padre no corrige a sus hijos?
Ninguna
corrección resulta agradable, en el momento, sino que duele; pero luego produce
fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella.
Por
eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y
caminad por una senda llana: así el pie cojo, no se retuerce, sino que se cura.
Palabra
de Dios
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (13,22-30):
En Jesús pasaba por ciudades y aldeas enseñando y se encaminaba hacia
Jerusalén.
Uno le
preguntó:
«Señor,
¿son pocos los que se salvan?».
Él les
dijo:
«Esforzaos
en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y
no podrán.
Cuando
el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis
a la puerta diciendo:
Señor,
ábrenos; pero él os dirá:
“No sé
quiénes sois”.
Entonces
comenzaréis a decir:
“Hemos
comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”.
Pero él
os dirá:
“No sé
de dónde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad”.
Allí
será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac y a
Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis
arrojados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se
sentarán a la mesa en el reino de Dios.
Mirad:
hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos».
Palabra
del Señor
Cuántos,
cómo y quiénes se salvan.
Durante
siglos, a los israelitas no les preocupó el tema de la salvación o condena en
la otra vida. Después de la muerte, todos, buenos y malos, ricos y pobres,
opresores y oprimidos, descendían al mundo subterráneo, el Sheol,
donde sobrevivían sin pena ni gloria, como sombras. Quienes se planteaban el
problema de la justicia divina, del premio de los buenos y castigo de los
malvados, respondían que eso tenía lugar en este mundo. Sin embargo, la
experiencia demostraba lo contrario, y así lo denuncia el autor del libro de
Job: en este mundo, los ladrones y asesinos suelen vivir felizmente, mientras
los pobres mueren en la miseria.
Con el
tiempo, para salvar la justicia divina, algunos grupos religiosos, como los
fariseos y los esenios, trasladan el premio y el castigo a la otra vida. Dentro
de los evangelios, la parábola del rico y Lázaro refleja muy bien esta idea: el
rico lo pasa muy bien en este mundo, pero su comportamiento injusto y egoísta
con Lázaro lo condena a ser torturado en la otra vida; en cambio, Lázaro, que
nada tuvo en la tierra, participa de la felicidad eterna.
Entre los
judíos que creen en la resurrección cabe otra postura, importante para
comprender el comienzo del evangelio de hoy: sólo los buenos resucitan para una
vida feliz, los malvados no consiguen ese premio, pero tampoco son condenados.
Una pregunta
absurda: cuántos
Jesús, de camino hacia Jerusalén,
recorría ciudades y aldeas enseñando.
Uno le preguntó:
‒ Señor, ¿serán pocos los que se salven?
Bastantes
cristianos actuales habrían formulado la pregunta de manera distinta: ¿serán muchos
los que se condenen? Sin embargo, el personaje del que habla Lucas parece
formar parte de ese grupo que sólo cree en la salvación. Jesús podría haber
respondido con otra pregunta: ¿qué entiendes por “pocos”? ¿Cuatro mil? ¿Veinte
millones? ¿Ciento cuarenta y cuatro mil, como afirman los Testigos de Jehová?
La pregunta sobre pocos o muchos es absurda, aunque hay gente que sigue
afirmando con absoluta certeza que se condena la mayoría o que se salvan todos.
Una
enseñanza: cómo
Jesús no entra
en el juego. Ni siquiera responde al que pregunta, sino que aprovecha la
ocasión para ofrecer una enseñanza general.
Jesús les dijo:
‒ Esforzaos en entrar por la puerta
estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán.
La imagen, tal como la presenta Lucas,
no resulta muy feliz. Quienes no pueden entrar por una puerta estrecha son las
personas muy gordas, y eso no es lo que está en juego. El evangelio de Mateo
ofrece una versión más completa y clara: “Entrad por la puerta estrecha;
porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son
muchos los que entran por ella.
¡Qué estrecha es
la puerta, qué angosto el camino que lleva a la vida, y son pocos los que dan
con ella!” (Mateo 7,13-14).
En cualquier caso, la exhortación de Jesús resulta tremendamente vaga: ¿en
qué consiste entrar por la puerta estrecha? En otros momentos lo deja más
claro.
Al joven rico, angustiado por cómo conseguir la vida eterna, le responde:
“No matarás, no
cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honrarás a tu
padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Son los mandamientos de la segunda tabla del decálogo, los que regulan las
relaciones con el prójimo. Curiosamente (y a muchos judíos les resultaría
blasfemo) para conseguir la vida eterna no es preciso observar el sábado.
En el evangelio de Mateo, la parábola del Juicio Final indica los criterios
que tendrá en cuenta Jesús a la hora de salvar y condenar:
“porque tuve
hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era emigrante y
me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, estaba enfermo y me visitasteis,
estaba encarcelado y acudisteis”.
Vivir esto equivale a pasar por una puerta estrecha, pero al alcance de
todos.
Un final
sorprendente y polémico: quiénes
La pregunta
sobre el número de los que se salvan ha provocado una respuesta sobre cómo salvarse; pero Jesús añade algo
más, sobre quiénes se salvarán.
El libro de
Isaías contiene estas palabras dirigidas por Dios a los israelitas:
“En tu pueblo todos serán justos y poseerán por siempre la
tierra” (Is 60,21).
Basándose en
esta promesa, algunos rabinos defendían que todo Israel participaría en el
mundo futuro; es decir, que todos se salvarían (Tratado Sanedrín 10,1).
¿Y los paganos? También ellos podían obtener la salvación si aceptaban la fe
judía.
Sin embargo,
las palabras que pone Lucas en boca de Jesús afirman algo muy distinto.
Empalmando con la idea de que muchos intentarán entrar y no podrán,
nos sorprende con la siguiente descripción:
Cuando el amo de la casa se levante y
cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: “Señor,
ábrenos”. Y él os replicará: “No sé quiénes sois”. Entonces comenzaréis a
decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”.
Pero él os replicará: “No sé quiénes sois.
Alejaos de mí, malvados.” Entonces será
el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a
todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y
vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en
el reino de Dios.
El
amo de la casa es Jesús, y quienes llaman a la puerta son los judíos
contemporáneos suyos, que han comido y bebido con él, y en cuyas plazas ha
enseñado. No podrán participar del banquete del reino junto con los verdaderos
israelitas, representados por los tres patriarcas y los profetas. En cambio,
muchos extranjeros, procedentes de los cuatro puntos cardinales, se sentarán a
la mesa.
La conversión
de los paganos ya había sido anunciada por algunos profetas, como demuestra la
primera lectura (Is 66,18-21) que copio más abajo. Pero el evangelio es
hiriente y polémico: no se trata de que los paganos se unen a los judíos, sino de
que los paganos sustituyen a los judíos en el banquete del Reino de Dios. Estas
palabras recuerdan el gran misterio que supuso para la iglesia primitiva ver
cómo gran parte del pueblo judío no aceptaba a Jesús como Mesías, mientras que
muchos paganos lo acogían favorablemente. Él es la puerta estrecha, por la que
muchos contemporáneos se han negado a entrar.
Moraleja y
matización
Lucas termina
con una de esas frases breves y enigmáticas que tanto le gustaban a Jesús (de
hecho, el evangelio de Mateo la coloca en otro contexto muy distinto).
Mirad: hay últimos que serán primeros, y
primeros que serán últimos.
En la
interpretación de Lucas, los últimos son los paganos, los primeros los judíos.
El orden se invierte. Pero los primeros, los judíos como totalidad, no quedan
fuera del banquete, también son invitados a él. El mismo Lucas, cuando escriba
el libro de los Hechos de los Apóstoles, presentará a Pablo dirigiéndose en
primer lugar a los judíos, aunque en generalmente sin mucho éxito.
Primera
lectura: Isaías 66, 18-21
Así dice el Señor:
Yo vendré para reunir a las naciones de
toda lengua: vendrán para ver mi gloria, les daré una señal, y de entre ellos
despacharé supervivientes a las naciones: a Tarsis, Etiopía, Libia, Masac,
Tubal y Grecia, a las costas lejanas que nunca oyeron mi fama ni vieron mi
gloria; y anunciarán mi gloria a las naciones.
Y de todos los países, como ofrenda al
Señor, traerán a todos vuestros hermanos a caballo y en carros y en literas, en
mulos y dromedarios, hasta mi monte santo de Jerusalén ‒dice el Señor‒, como los israelitas, en vasijas puras,
traen ofrendas al templo del Señor. De entre ellos escogeré sacerdotes y levitas ‒dice el Señor‒.
El primer
párrafo es el que está en relación con el evangelio: habla de la conversión de
los paganos desde Tarsis (a menudo localizada en la zona de Cádiz-Huelva) hasta
Turquía (Masac y Tubal), y con dos importantes regiones de África (Libia y
Etiopía). El punto de vista es distinto al del evangelio: aquí sólo se habla de
conversión, no de salvación en la otra vida (tema que queda fuera de la
perspectiva del profeta).
Segunda
lectura: cuando Dios nos mete por la puerta estrecha (Heb 12,5-7.11-13)
Este breve
fragmento de la carta a los hebreos no tiene nada que ver con el evangelio.
Pero es una hermosa exhortación que lo complementa. En el evangelio se nos
anima a «entrar por la puerta estrecha». Muchas veces es la vida la que se
estrecha en torno a nosotros, como si Dios nos pusiera a prueba. El autor de la
carta enfoca esos momentos difíciles como una reprensión o corrección del
Señor. Pero es la corrección de un Padre que deseo lo mejor para su hijo, idea
que debe consolarnos y fortalecernos.
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