17 de AGOSTO – SÁBADO –
19ª – SEMANA DEL T. O. – C –
San Eusebio papa
Lectura
del libro de Josué (24,14-29):
En aquellos días, Josué continuó hablando al pueblo:
«Pues
bien, temed al Señor, servidle con toda sinceridad; quitad de en medio los
dioses a los que sirvieron vuestros padres al otro lado del río y en Egipto; y
servid al Señor.
Si
no os parece bien servir al Señor, escoged hoy a quién queréis servir: a los
dioses que sirvieron vuestros padres al este del Éufrates o a los dioses de los
amorreos en cuyo país habitáis; yo y mi casa serviremos al Señor.»
El
pueblo respondió:
«¡Lejos
de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros! El Señor es
nuestro Dios; él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la esclavitud de
Egipto; él hizo a nuestra vista grandes signos, nos protegió en el camino que
recorrimos y entre todos los pueblos por donde cruzamos.
El
Señor expulsó ante nosotros a los pueblos amorreos que habitaban el país.
También nosotros serviremos al Señor: ¡es nuestro Dios!»
Josué
dijo al pueblo:
«No
podréis servir al Señor, porque es un Dios santo, un Dios celoso. No perdonará
vuestros delitos ni vuestros pecados. Si abandonáis al Señor y servís a dioses
extranjeros, se volverá contra vosotros y, después de haberos tratado bien, os
maltratará y os aniquilará.»
El
pueblo respondió:
«¡No!
Serviremos al Señor.»
Josué
insistió:
«Sois
testigos contra vosotros mismos de que habéis elegido servir al Señor.»
Respondieron:
«¡Somos
testigos!»
Josué
contestó:
«Pues
bien, quitad de en medio los dioses extranjeros que conserváis, y poneos de
parte del Señor, Dios de Israel.»
El
pueblo respondió: «Serviremos al Señor, nuestro Dios, y le obedeceremos.»
Aquel
día, Josué selló el pacto con el pueblo y les dio leyes y mandatos en Siquén.
Escribió
las cláusulas en el libro de la ley de Dios, cogió una gran piedra y la erigió
allí, bajo la encina del santuario del Señor, y dijo a todo el pueblo:
«Mirad
esta piedra, que será testigo contra vosotros, porque ha oído todo lo que el
Señor nos ha dicho. Será testigo contra vosotros, para que no podáis renegar de
vuestro Dios.»
Luego
despidió al pueblo, cada cual a su heredad.
Algún
tiempo después murió Josué, hijo de Nun, siervo del Señor, a la edad de ciento
diez años.
Palabra
de Dios
Salmo:
15,1-2a.5.7-8.11
R/. Tú,
Señor, eres el lote de mi heredad
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú
eres mi bien.»
El Señor es el lote de
mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu
mano. R/.
Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me
instruye internamente.
Tengo siempre presente
al Señor,
con él a mi derecha no
vacilaré. R/.
Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en
tu presencia,
de alegría perpetua a tu
derecha. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (19,13-15):
En aquel tiempo, le acercaron unos niños a Jesús para que les
impusiera las manos y rezara por ellos, pero los discípulos los regañaban.
Jesús
dijo:
«Dejadlos,
no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino
de los cielos.»
Les
impuso las manos y se marchó de allí.
Palabra
del Señor
1.
Se sabe que la situación legal de los niños, en la Antigüedad, era
cruel. Es
verdad que, en el judaísmo, se les trataba con
más cuidado y respeto. Pero, en la cultura del Imperio, el abandono de los
niños (sobre todo si eran niñas) era una costumbre frecuente y arraigada. También se veía como cosa normal el
hecho de vender a una niña como esclava o para
que fuera prostituta (Robert C. Knapp; Jane Rowlandson).
No era extraño encontrar niños pequeños en
basureros. En nuestro tiempo, la brutal crueldad del mundo actual contra la infancia es mayor. Porque
ahora hay más niños. Desde los millones de niños que están abocados a una
muerte inevitable, pasando por los que soportan condiciones familiares,
sanitarias y económicas de auténtica esclavitud, y acabando por los que,
como consecuencia de lo dicho, quedan marcados
para toda su vida con lacras vergonzosas.
Todo esto, traducido a cifras
concretas,
produce escalofrío. No es de extrañar el
elogio repetido de los evangelios en favor de los niños (Mt 18, 1-5; 19, 1-15;
21, 15 s).
Sin duda alguna, los niños
representaron el valor preferente de Jesús y de la Iglesia primitiva.
¿Por qué?
2.
La historia de la humanidad se ha
entendido siempre como "historia de
la dominación". Porque la "dominación" se asocia
con la "fortuna" (Polibio).
Influir en este mundo es dominar. De forma que, mediante la dominación, se
alcanza lo que siempre se ha visto como lo
mejor para los humanos, la fortuna, el éxito, el logro de todas las
aspiraciones.
Como es lógico, este discurso es el
que mejor cuadra y el que conviene a los vencedores, a los que dominan y
triunfan. Pero quienes dicen eso no
tienen en cuenta que, para que haya dominación, tiene que haber dominados. Es
decir, la dominación descansa sobre el sufrimiento y la humillación. Los niños
son los mejores representantes de quienes, a lo largo de la historia, vienen
soportando el sufrimiento y la humillación.
3.
Jesús acoge a los niños. Los discípulos de Jesús les regañan. El contraste se prolonga hasta el día de hoy.
El papa Francisco se identifica con los más pequeños, con la gente sin
derechos, los marginados y los excluidos. Mientras
que en la Iglesia hay "funcionarios"
de "lo sagrado" que quieren hacer carrera y subir a rangos superiores.
Por no hablar de los abusos que se cometen contra menores precisamente en
colegios religiosos, parroquias, seminarios...
Delitos que se han ocultado
durante demasiado tiempo.
El Evangelio clama a cielo y pide
justicia, en nombre de las víctimas.
Martirologio
Romano: En Sicilia, muerte de san Eusebio, papa, valeroso testigo de Cristo,
que fue deportado por el emperador Majencio a esa isla, donde dejó la patria
terrena para merecer la patria celestial. Trasladado su cuerpo a Roma, fue
enterrado en el cementerio de Calixto (310).
Fue el
31º Papa de la Iglesia Católica, desde abril de 309 hasta agosto de 309.
Eusebio
nació en Grecia y era hijo de un médico. Fue elegido para suceder al Papa San
Marcelo; pero su pontificado duró apenas unos meses. El pontificado de San
Marcelo se había visto turbado por el problema del trato que debía darse a los
que habían apostatado durante la persecución de Diocleciano. Un tal Heraclio y
sus seguidores se opusieron al Pontífice; muy probablemente Heraclio era uno de
los que habían apostatado y quería ser admitido nuevamente en la comunión de la
Iglesia sin penitencia alguna. Una inscripción del Papa San Dámaso en la tumba
de San Eusebio, quien fue sepultado en el cementerio de Calixto, recuerda que la
disputa se prolongó hasta el pontificado de nuestro santo y produjo numerosos
desórdenes y pleitos en la Iglesia de Roma.
A lo
que parece, los "lapsos" o apóstatas intentaron introducirse por la
fuerza en las reuniones de los fieles. El tumulto fue tan grande, que el
emperador Majencio desterró a San Eusebio y a Heraclio de la ciudad. El
Pontífice se trasladó a Sicilia, donde murió poco después.
Como
el destierro fue una consecuencia de la firmeza con que exigió el cumplimiento
de los cánones, el pueblo cristiano le veneró como mártir en una época. San
Dámaso le da también el título de mártir.
Fue enterrado en la catacumba
de Calixto I en Roma.
Más tarde su cuerpo fue
trasladado en San Sebastián Extramuros.
Sucesor
del Papa San Marcelo I, su pontificado fue corto, en el año 309 ó 310. El
Catálogo Liberiano dice que duró sólo cuatro meses, del 18 de abril al 17 de
agosto de 309 ó 310.
Sabemos
algunos detalles de su carrera de un epitafio en su tumba, que fue mandado a
hacer por el Papa San Dámaso I. Este epitafio llegó a nosotros a través de
transcripciones antiguas. Unos pocos fragmentos del original, junto con una
copia en mármol del siglo VI hecha para sustituir el original después de su
destrucción, fueron hallados por De Rossi en la capilla papal, en las
catacumbas de San Calixto.
De este epitafio surge que las graves disensiones internas causadas
en la Iglesia Romana por la readmisión de los apóstatas (lapsi) durante la
persecución de Diocleciano, y que habían surgido ya bajo Marcelo, continuaron
durante el papado de Eusebio. Ese último mantenía la actitud de la Iglesia
Romana, adoptada después de la persecución de Decio (250-251), que los
apóstatas no debían ser excluidos por siempre de la comunión eclesiástica, si no
por otro lado, debían ser readmitidos sólo después de haber hecho una adecuada
penitencia (Eusebius miseros docuit sua crimina flere).
Una
facción de cristianos en Roma bajo el liderazgo de un tal Heraclio se oponía a
este punto de vista. No se ha determinado si Heraclio y sus seguidores
propugnaban una interpretación de la ley más rigurosa (novacianismo) o más
indulgente. Esta última, sin embargo, es por mucho más probable en la hipótesis
de que Heraclio era el jefe de un partido compuesto por apóstatas y sus
seguidores, que demandaban la inmediata restauración al cuerpo de la Iglesia.
Dámaso describe en términos muy fuertes el conflicto que sobrevino (seditcio,
cœdes, bellum, discordia, lites). Es probable que Heraclio y sus adeptos
buscaran por la fuerza su admisión al culto divino, lo cual resentían los
fieles reunidos en Roma alrededor de Eusebio. En consecuencia, ambos Eusebio y
Heraclio fueron desterrados por el emperador Maxentio. Eusebio, en particular,
fue exiliado a Sicilia, donde murió muy pronto.
El
Papa San Melquíades ascendió a la Silla Papal el 2 de julio de 311. El cuerpo
de su predecesor fue traído a Roma, probablemente en 311, y el 26 de septiembre
(según el "Depositio Episcoporum" en el cronógrafo de 354) fue
colocado en un cubículo separado de la catacumba de San Calixto.
Su firme defensa de la
disciplina eclesiástica y el destierro que sufrió por ello causaron que fuera
venerado como un mártir, y en su epitafio el Papa Dámaso honró a Eusebio con
dicho título.
Fuente: Kirsch, Johann Peter. "Pope
St. Eusebius." The Catholic Encyclopedia. Vol. 5. New York: Robert
Appleton Company, 1909. <newadvent.org>.
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