2 DE ABRIL – JUEVES –
5 – SEMANA DE CUARESMA – A –
San Francisco de Paula
Lectura
del libro del Génesis (17,3-9):
EN aquellos días, Abrán cayó rostro en tierra y Dios le
habló así:
«Por mi parte, esta es mi alianza contigo: serás padre de muchedumbre de
pueblos.
Ya no te llamarás Abrán, sino Abrahán,
porque te hago padre de muchedumbre de pueblos. Te haré fecundo sobremanera:
sacaré pueblos de ti, y reyes nacerán de ti.
Mantendré mi alianza contigo y con tu descendencia en futuras generaciones,
como alianza perpetua. Seré tu Dios y el de tus descendientes futuros. Os daré
a ti y a tu descendencia futura la tierra en que peregrinas, la tierra de
Canaán, como posesión perpetua, y seré su Dios».
El Señor añadió a Abrahán:
«Por tu parte, guarda mi alianza, tú y tus descendientes en sucesivas
generaciones».
Palabra de Dios
Salmo:
104,4-5.6-7.8-9
R/.
El Señor se acuerda de su alianza eternamente
V/. Recurrid al Señor y a su poder,
buscad continuamente su rostro.
Recordad las maravillas que hizo,
sus prodigios, las sentencias de su
boca. R/.
V/. ¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra. R/.
V/. Se acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil
generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Juan (8,51-59):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
«En verdad, en verdad os digo: quien guarda mi palabra no verá la muerte
para siempre».
Los judíos le dijeron:
«Ahora vemos claro que estás endemoniado; Abrahán murió, los profetas
también, ¿y tú dices: “Quien guarde mi palabra no gustará la muerte para
siempre”? ¿Eres tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? También los
profetas murieron, ¿por quién te tienes?».
Jesús contestó:
«Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. El que me
glorifica es mi Padre, de quien vosotros decís: “Es nuestro Dios”, aunque no lo
conocéis. Yo sí lo conozco, y si dijera “No lo conozco” sería, como vosotros,
un embustero; pero yo lo conozco y guardo su palabra. Abrahán, vuestro padre,
saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría».
Los judíos le dijeron:
«No tienes todavía cincuenta años, ¿y has visto a Abrahán?».
Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: antes de que Abrahán existiera, yo soy».
Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió
del templo.
Palabra del Señor
1. Lo que, en último término, se viene a decir
en este pasaje del IV evangelio es que Dios es la plenitud de la vida. Era vida
antes de que existiera Abrahán. Y será vida sin término para todo el que guarde
la palabra de Jesús, es decir, el que asuma lo que dijo Jesús de forma que eso
sea la norma de su conducta.
La plenitud de vida
—vida sin limitación alguna— es lo que Dios transmite y comunica al que se
adhiere a Él por medio de Jesús.
2. Esto quiere decir que la fe en Jesús y, por
medio de esta fe, la fe en Dios no es otra cosa que el anhelo y el empeño por
una vida plena. Vida para uno mismo y para los demás. Para todos los seres
humanos. Y, por tanto, anhelo de todo lo que está asociado a la vida plena: la
salud, la seguridad, la felicidad, las mejores ilusiones, el amor que se da y
el amor que se recibe, la belleza, la alegría, la plenitud de lo que nos hace
sentirnos dichosos de haber venido a la vida.
Eso, que por
desgracia es un bien tan escaso, eso es la fe. A eso nos tiene que llevar la
fe, si es que hablamos de la fe verdadera.
3. Pero en estas
palabras de Jesús se nos dice algo mucho más profundo.
En el cristianismo
naciente hubo dos personajes destacados sobre todos los demás. Estos dos personajes son Jesús y Pablo. Es
evidente que no son ni comparables, ni equiparables. Pero hay en ellos un tema
culminante y decisivo. El Dios de Pablo y el Dios de Jesús no son el mismo
Dios.
Pablo, incluso
después de su experiencia en el camino de Damasco, siguió creyendo (como buen
judío que era) en el Dios de Abrahán (Ga13, 16-21; Rm 4,2-20) (U. Schnelle).
Jesús, sin embargo,
afirma que el Dios que él anuncia existía "antes de que naciera
Abrahán".
El Dios de Jesús
existe antes de que los judíos se lo representaran como lo vio y lo experimentó
Abrahán. Por eso Jesús les echa en cara que "a Dios, no lo conocéis".
Y esto es lo que los dirigentes del judaísmo no soportaron. Se les hundía toda
su religión, su forma de vida, su identidad como pueblo elegido, etc.
Y es que el Dios de
Abrahán era un Dios de sacrificio y muerte (Gen 22). Mientras que el Dios de
Jesús era el Padre de la misericordia (Lc 15).
Dos dioses. Dos
maneras de entender la vida. En este punto capital, estamos tocando la clave de
la crisis del cristianismo. ¿En qué Dios creemos?
San Francisco de Paula
En pleno Renacimiento, cuando Europa se viste con ropaje pagano,
un italiano hace que sople en el mundo occidental una refrescante brisa de
espiritualidad.
Sus padres fueron Santiago de Alessio y Viena. Ansiaban tener un
hijo que no acababa de llegar después de quince años de matrimonio. Por fin,
convencidos de que debían el favor a san Francisco de Asís, les nació el
vástago en un caserío de Paola, perteneciente al reino de Nápoles; lógicamente
le pusieron el nombre de su santo protector.
Una enfermedad estuvo a punto de costarle la vista; nuevamente
acudieron al de Asís y con trece años vemos a Francisco de Paula cumpliendo la
promesa como oblato en el convento de San Marco Argentano.
Peregrinó por los lugares franciscanos de la Umbría. Luego se le
ve como eremita en las cercanías de Paola, llevando una vida solitaria,
dedicado a la oración y a la penitencia; duerme en el suelo y toma una piedra
para apoyar la cabeza, bebe el agua del arroyo, y se alimenta de hierbas, de
raíces y poco más. Así vivió cinco años, hasta que comenzó a poblarse el monte
de compañeros tan pobres e incultos como él, que hicieron sus cabañas con ramas
secas y construyeron una pequeña capilla; fue el comienzo de los ermitaños de
san Francisco, quien, intentando su renovación individual, comenzó a dictar
normas y consejos, principio de una nueva «regla». Otras comunidades nuevas de
Paterno y Spezzano hicieron que se extendiera la fama del ermitaño de Paola.
Le llamaron desde Sicilia. Provisto de cayado y bordón emprendió
su viaje a pie camino del mar. Allí tuvo dificultad para pasar a la isla por no
tener dinero y no querer pasarle gratis el barquero. El peregrino tomó el manto
como nave y un pico le hizo de vela para transportarse a la otra orilla; no
pertenece el hecho a la leyenda; tuvo lugar ante testigos y a plena luz. Y
quizá por ello es nombrado patrón de los navegantes.
El carisma de los «Mínimos» –que así quiso se llamaran
humildemente sus hermanos– fue atender a las necesidades de la gente abandonada
a su suerte por los gobernantes, empobrecida por las guerras y diezmada por la
peste. Y lo supieron hacer con austeridad heroica, abundando en la oración,
siendo contemplativos y empleando el buen humor.
Francisco de Paula fue un gran taumaturgo, cualidad que el pueblo
se encargó de aumentar a su gusto y que ha pasado a las biografías con hechos
que luego la ciencia histórica se encarga de estudiar para recortar los
agigantados, suprimir los fantásticos y reconocer su incapacidad de explicar
los verdaderos.
El de Paola nunca fue sacerdote. Sí defensor de los pobres y de
los oprimidos. Habló claro, tajante, de modo intransigente y recio con los de
arriba, aunque fueran reyes, como pasó en la corte napolitana. El caso fue que
Fernando I el Bastardo quiso taparle la boca y frenar sus críticas públicas,
invitándolo a palacio; allí habló Francisco al modo de los antiguos profetas,
adoptando el lenguaje de los símbolos: tomó de una bandeja una moneda de oro,
la desmenuzó entre sus dedos como si fuera de mal barro, y brotaron unas gotas
de sangre que mancharon el manto real; entonces hizo saber con palabras al rey
que con sus injusticias se enriquecían tanto él como su palacio.
No poca fue su fama. Hasta de la corte francesa requirieron su
presencia para que devolviera la salud al fresco rey Luis XI; mediaron el rey
de Nápoles y el mismo papa Sixto IV para que hiciera el favor de desplazarse;
después de calmar una tempestad en el golfo de Lyon con un milagro, se encaminó
hacia Tours; no le devolvió al soberano la salud perdida, pero sí le ayudó a
poner orden en su conciencia y en el Estado de aquel rey insolente, y eso era
mayor milagro que el pedido.
Fue consejero de Carlos VIII y Luis XII en momentos decisivos
para la historia de Francia y de Italia y este contacto con la familia real le
dio oportunidad de dirigir y consolar a la hija no querida de Luis XI y esposa
despreciada de Luis XII, santa Juana de Valois.
Incluso en España intervino en la vida política y militar; mandó
recado por dos frailes mínimos al rey Fernando V, que luchaba contra el Islam
en las puertas de Málaga, al tiempo que él movilizaba a los fieles para que
rezaran a favor de las armas cristianas; también cedió al aragonés Bernardo
Boyl, uno de sus frailes, para que prestara atención espiritual en la primera
expedición de Colón.
Murió el 2 de abril de 1507 y lo canonizó León X en 1519.
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