domingo, 5 de abril de 2020

Párate un momento: el Evangelio del dia 6 DE ABRIL – LUNES SANTO – A – SAN IRENEO, de Sirmio, obispo y mártir






6 DE ABRIL – LUNES SANTO – A –
SAN IRENEO, de Sirmio, obispo y mártir

Lectura del libro de Isaías (42,1-7):

Así dice el Señor:
«Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará. Manifestará la justicia con verdad. No vacilará ni se quebrará, hasta implantar la justicia en el país. En su ley esperan las islas.
Esto dice el Señor, Dios, que crea y despliega los cielos, consolidó la tierra con su vegetación, da el respiro al pueblo que la habita y el aliento a quienes caminan por ella:
«Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia, te cogí de la mano, te he formé e hice de ti alianza de un pueblo y luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas».

Palabra de Dios

Salmo: 26,1.2.3.13-14

R/. El Señor es mi luz y mi salvación

El Señor es la defensa de mí vida,
¿quién me hará temblar? R.

Cuando me asaltan los malvados
para devorar mi carne, ellos, enemigos y adversarios, tropiezan y caen. R.

Si un ejército acampa contra mí,
mi corazón no tiembla;
si me declaran la guerra,
me siento tranquilo. R.

Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor. R.

Lectura del santo evangelio según san Juan (12,1-11):

Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume.
Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice:
«¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?».
Esto lo dijo, no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa, se llevaba de lo que iban echando.
Jesús dijo:
- «Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis».
Una muchedumbre de judíos se enteró de que estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos.
Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús.

Palabra del Señor

1.  Hay dos maneras de relacionarse con la religión y, en general, con las experiencias religiosas:

1) Para expresar, mediante gestos simbólicos y poéticos, los sentimientos más hondos y más nobles del ser humano.

2) Para utilizar la religión (y las experiencias que conlleva) en provecho propio.

La primera manera manifiesta la belleza de lo más noble que hay en nosotros. La segunda pone en evidencia lo más detestable que tenemos (y ocultamos) los mortales.

2.  María, perfumando los pies de Jesús con esencia de nardo, del bueno y del caro, expresaba el amor más bello y más noble, el sentimiento más sublime, del que se habla en la Biblia: los encantos del esposo y de la esposa (Cant 1, 12. 14; 5, 1. 5).
Judas, invocando la ayuda a los pobres, para disimular su ambición por el dinero, pone al descubierto la bajeza vergonzosa del que se sirve del sufrimiento humano para enriquecerse sin pudor.

3.  Da pena pensar cómo y hasta qué punto estas dos maneras de relacionarse con la religión siguen teniendo actualidad.
La primera, la más noble y la más hermosa, la hemos mezclado y hasta la hemos confundido con la relación puramente erótica. Y hemos olvidado, no solo el Cantar de los Cantares y la espléndida experiencia mística que en él se dibuja, sino hasta lo que ya intuyeron los griegos cuando, en las Bacanales de Eurípides, el coro entona un himno al dios Dioniso en el que "la felicidad de la bacanal" conduce a "poner las almas en común" (M. Daraki).
La belleza y el goce nos unen a los humanos.  Por el contrario, la seducción del dinero se disfraza de ideas sociales (saqueando, por ejemplo, a cualquier ONG) o atesorando joyas y vanidades en la ornamentación de sagrarios, altares y capillas, por poner otro ejemplo.
¡Qué peligrosa es la religión!
El Evangelio, sin embargo, hace brotar en nosotros los sentimientos de mayor humanidad.  Lo que, entre otras cosas, representa que el Evangelio hecho vida nos humaniza. Nos hace profundamente humanos.

SAN IRENEO, de Sirmio, obispo y mártir



Elogio: En la región de Sirmio, en Panonia, pasión de san Ireneo, obispo y mártir, que en tiempo del emperador Maximiano, y bajo el prefecto Probo, fue primero atormentado, después encarcelado y finalmente decapitado.
Un relato de los sufrimientos y la muerte de san Ireneo, obispo de Sirmio, se encuentra en las actas de su martirio, que, aunque, no son dignas de confianza en los detalles, parecen estar basadas sin duda, en algunos auténticos hechos históricos. Sirmio, en aquel entonces la capital de Panonia, se levantaba en el lugar de la actual Mitrovica, a unos 65 kilómetros al oeste de Belgrado. San Irineo debió haber sido un hombre de elevada posición en aquel lugar, aun prescindiendo de su puesto como cabeza de esa cristiandad. Durante la persecución de Diocleciano, el santo fue encarcelado como cristiano y llevado ante Probo, gobernalor de Panonia. Cuando se le ordenó que ofreciera sacrificios a los dioses, él se rehusó diciendo: «Aquel que ofrezca sacrificios a los dioses será arrojado al fuego del infierno». El magistrado le replicó: «Los edictos del más clemente de los emperadores exigen que todos ofrezcan sacrificios a los dioses o sufran el rigor de la ley». Se dice que el santo contestó: «la ley de mi Dios me ordena sufrir todos los tormentos antes que sacrificar a los dioses». Fue llevado al patio y, mientras era torturado, se le urgió de nuevo a sacrificar, pero él permaneció firme en su resolución. Todos los parientes y amigos del obispo estaban grandemente afligidos. Su madre, su esposa y sus hijos lo rodeaban. Su esposa, bañada en lágrimas, se abrazó a su cuello y le suplicó que salvara su vida por ella misma y por sus inocentes hijos. Estos gritaban: «¡Padre, querido padre, ten piedad de nosotros y de ti mismo!», mientras su madre sollozaba y los sirvientes, vecinos y amigos llenaban la sala de la corte con sus lamentos.
El mártir se hizo insensible a estas súplicas, por temor a que pareciera que no ofrecía a Dios su integridad y su fidelidad. Repitió aquellas palabras dichas por Nuestro Señor: «Al que me negare ante los hombres, yo le negaré ante mi Padre que está en los cielos», y evitó dar una respuesta directa a las súplicas de sus amigos. Fue de nuevo confinado a la prisión, donde se le tuvo por largo tiempo, sufriendo todavía más penalidades y tormentos corporales que pretendían quebrantar su constancia. Un segundo juicio público no produjo más efectos que el primero y, en la sentencia final se hizo saber que, por desobediencia al edicto imperial, el reo sufriría la pena de ser ahogado en el río. Se dice que Ireneo protestó de que tal muerte era indigna de la causa por la que él sufría. Suplicó que se le diera una oportunidad para probar que un cristiano, fortalecido con la fe en el único y verdadero Dios, podía enfrentarse sin desmayar a los más crueles tormentos del perseguidor. Se le concedió que fuera primero decapitado y que después, su cuerpo fuera lanzado desde el puente al río. La narración de la muerte del mártir, hecha originalmente en griego, ha sido incluida por Ruinart en su colección de «Acta Sincera».


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