6 DE ABRIL – LUNES SANTO – A –
SAN IRENEO, de Sirmio, obispo y mártir
Lectura
del libro de Isaías (42,1-7):
Así dice el Señor:
«Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He
puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones. No
gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará,
la mecha vacilante no la apagará. Manifestará la justicia con verdad. No
vacilará ni se quebrará, hasta implantar la justicia en el país. En su ley
esperan las islas.
Esto dice el Señor, Dios, que crea y despliega los cielos, consolidó la
tierra con su vegetación, da el respiro al pueblo que la habita y el aliento a
quienes caminan por ella:
«Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia, te cogí de la mano, te he
formé e hice de ti alianza de un pueblo y luz de las naciones, para que abras
los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los
que habitan en tinieblas».
Palabra de Dios
Salmo:
26,1.2.3.13-14
R/.
El Señor es mi luz y mi salvación
El Señor es la defensa de mí vida,
¿quién me hará temblar? R.
Cuando me asaltan los malvados
para devorar mi carne, ellos, enemigos y
adversarios, tropiezan y caen. R.
Si un ejército acampa contra mí,
mi corazón no tiembla;
si me declaran la guerra,
me siento tranquilo. R.
Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor. R.
Lectura
del santo evangelio según san Juan (12,1-11):
Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania,
donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le
ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a
la mesa. María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le
ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de
la fragancia del perfume.
Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice:
«¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para
dárselos a los pobres?».
Esto lo dijo, no porque le importasen los pobres, sino porque era un
ladrón; y como tenía la bolsa, se llevaba de lo que iban echando.
Jesús dijo:
- «Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los
pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis».
Una muchedumbre de judíos se enteró de que estaba allí y fueron, no sólo
por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los
muertos.
Los sumos sacerdotes decidieron matar
también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en
Jesús.
Palabra del Señor
1.
Hay dos maneras de relacionarse con la religión y, en general, con las
experiencias religiosas:
1)
Para expresar, mediante gestos simbólicos y poéticos, los sentimientos más
hondos y más nobles del ser humano.
2)
Para utilizar la religión (y las experiencias que conlleva) en provecho propio.
La primera manera manifiesta la
belleza de lo más noble que hay en nosotros. La segunda pone en evidencia lo
más detestable que tenemos (y ocultamos) los mortales.
2.
María, perfumando los pies de Jesús con esencia de nardo, del bueno y
del caro, expresaba el amor más bello y más noble, el sentimiento más sublime,
del que se habla en la Biblia: los encantos del esposo y de la esposa (Cant 1,
12. 14; 5, 1. 5).
Judas, invocando la ayuda a los
pobres, para disimular su ambición por el dinero, pone al descubierto la bajeza
vergonzosa del que se sirve del sufrimiento humano para enriquecerse sin pudor.
3.
Da pena pensar cómo y hasta qué punto estas dos maneras de relacionarse
con la religión siguen teniendo actualidad.
La primera, la más noble y la más
hermosa, la hemos mezclado y hasta la hemos confundido con la relación
puramente erótica. Y hemos olvidado, no solo el Cantar de los Cantares y la
espléndida experiencia mística que en él se dibuja, sino hasta lo que ya
intuyeron los griegos cuando, en las Bacanales de Eurípides, el coro entona un
himno al dios Dioniso en el que "la felicidad de la bacanal" conduce
a "poner las almas en común" (M. Daraki).
La belleza y el goce nos unen a los
humanos. Por el contrario, la seducción
del dinero se disfraza de ideas sociales (saqueando, por ejemplo, a cualquier
ONG) o atesorando joyas y vanidades en la ornamentación de sagrarios, altares y
capillas, por poner otro ejemplo.
¡Qué peligrosa es la religión!
El Evangelio, sin embargo, hace brotar
en nosotros los sentimientos de mayor humanidad. Lo que, entre otras cosas, representa que el
Evangelio hecho vida nos humaniza. Nos hace profundamente humanos.
SAN IRENEO,
de Sirmio, obispo y mártir
Elogio: En la
región de Sirmio, en Panonia, pasión de san Ireneo, obispo y mártir, que en
tiempo del emperador Maximiano, y bajo el prefecto Probo, fue primero
atormentado, después encarcelado y finalmente decapitado.
Un relato de
los sufrimientos y la muerte de san Ireneo, obispo de Sirmio, se encuentra en
las actas de su martirio, que, aunque, no son dignas de confianza en los
detalles, parecen estar basadas sin duda, en algunos auténticos hechos
históricos. Sirmio, en aquel entonces la capital de Panonia, se levantaba en el
lugar de la actual Mitrovica, a unos 65 kilómetros al oeste de Belgrado. San
Irineo debió haber sido un hombre de elevada posición en aquel lugar, aun
prescindiendo de su puesto como cabeza de esa cristiandad. Durante la
persecución de Diocleciano, el santo fue encarcelado como cristiano y llevado
ante Probo, gobernalor de Panonia. Cuando se le ordenó que ofreciera
sacrificios a los dioses, él se rehusó diciendo: «Aquel que ofrezca sacrificios
a los dioses será arrojado al fuego del infierno». El magistrado le replicó:
«Los edictos del más clemente de los emperadores exigen que todos ofrezcan
sacrificios a los dioses o sufran el rigor de la ley». Se dice que el santo
contestó: «la ley de mi Dios me ordena sufrir todos los tormentos antes que
sacrificar a los dioses». Fue llevado al patio y, mientras era torturado, se le
urgió de nuevo a sacrificar, pero él permaneció firme en su resolución. Todos
los parientes y amigos del obispo estaban grandemente afligidos. Su madre, su
esposa y sus hijos lo rodeaban. Su esposa, bañada en lágrimas, se abrazó a su
cuello y le suplicó que salvara su vida por ella misma y por sus inocentes
hijos. Estos gritaban: «¡Padre, querido padre, ten piedad de nosotros y de ti mismo!»,
mientras su madre sollozaba y los sirvientes, vecinos y amigos llenaban la sala
de la corte con sus lamentos.
El mártir se
hizo insensible a estas súplicas, por temor a que pareciera que no ofrecía a
Dios su integridad y su fidelidad. Repitió aquellas palabras dichas por Nuestro
Señor: «Al que me negare ante los hombres, yo le negaré ante mi Padre que está
en los cielos», y evitó dar una respuesta directa a las súplicas de sus amigos.
Fue de nuevo confinado a la prisión, donde se le tuvo por largo tiempo,
sufriendo todavía más penalidades y tormentos corporales que pretendían
quebrantar su constancia. Un segundo juicio público no produjo más efectos que
el primero y, en la sentencia final se hizo saber que, por desobediencia al
edicto imperial, el reo sufriría la pena de ser ahogado en el río. Se dice que
Ireneo protestó de que tal muerte era indigna de la causa por la que él sufría.
Suplicó que se le diera una oportunidad para probar que un cristiano,
fortalecido con la fe en el único y verdadero Dios, podía enfrentarse sin
desmayar a los más crueles tormentos del perseguidor. Se le concedió que fuera
primero decapitado y que después, su cuerpo fuera lanzado desde el puente al
río. La narración de la muerte del mártir, hecha originalmente en griego, ha
sido incluida por Ruinart en su colección de «Acta Sincera».
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