8 DE ABRIL –
MIÉRCOLES SANTO – A –
Lectura
del libro de IsaIas (50,4-9a):
Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber
decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para
que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído; yo no resistí ni me
eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que
mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me
ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como
pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. Tengo cerca a mi defensor,
¿quién pleiteará contra mí? Comparezcamos juntos.
¿Quién tiene algo contra mí? Que se me acerque. Mirad, el Señor me ayuda,
¿quién me condenará?
Palabra de Dios
Salmo:
68,8-10.21-22.31.33-34
R/.
Señor, que me escuche tu gran bondad el día de tu favor
Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.
Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi
madre;
porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen
sobre mí. R/.
La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay;
consoladores, y no los encuentro.
En mi comida me echaron hiel,
para mi sed me dieron vinagre. R/.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de
gracias.
Miradlo, los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro
corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos. R/.
Lectura
del santo evangelio segun san Mateo (26,14-25):
En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas
Iscariote, a los sumos sacerdotes y les propuso: «¿Qué estáis dispuestos a
darme, si os lo entrego?»
Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba
buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le
preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?»
Él contestó:
«ld a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: "El Maestro dice: Mi
momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis
discípulos."»
Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la
Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce.
Mientras comían dijo:
«Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.»
Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro:
«¿Soy yo acaso, Señor?»
Él respondió:
«El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo
del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al
Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido.»
Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
«¿Soy yo acaso, Maestro?»
Él respondió:
«Tú lo has dicho.»
Palabra del Señor
1. Es evidente que este relato, en vísperas del
Jueves Santo, centra la atención de los cristianos en la figura de Judas. Sobre
este personaje se ha discutido mucho: - ¿quién era? - ¿Por qué lo eligió Jesús
como uno de los Doce? - ¿Cómo lo trató Jesús? - ¿Por qué traicionó a Jesús?
-¿Por qué los evangelios destacan tanto a este extraño personaje?
Las ideas de los
antiguos padres de la Iglesia, de la teología protestante y de la teología
católica son muy diferentes (cf. Ulrich Luz).
2. Si nos atenemos solo a aclarar estas
preguntas, lo más seguro es que no lleguemos al fondo del problema que plantean
a la Iglesia y a cada cristiano en concreto.
¿En qué consiste
ese problema?
Lo más claro que
hay en el "caso Judas", es el hecho de que, entre los elegidos de
Jesús y sus más cercanos amigos (Jn, 15, 14-16), entre los que habitualmente
están con él (Mc 3, 13) y los que figuran investidos de "autoridad"
(Mc 3, 15; Mt 10, 1), destinados a representar la totalidad de los escogidos de
Dios (Mt 19, 28 par), ahí, en ese núcleo de los más representativos, hay
cobardes (caso de Pedro) y hay traidores (caso de Judas). Esto —por lo menos
esto— es lo que la Iglesia primitiva tuvo muy claro y muy clavado en el alma.
3. En realidad, lo que allí ocurrió es que
Pedro, al negar su relación con Jesús, lo que hizo fue negar su fe, su amistad,
su cercanía a Jesús. Y Judas fue sencillamente un ladrón codicioso, un falso
amigo, un hipócrita, un hombre falso y del que nadie se podría fiar.
Por diversos
motivos, lo mismo para Judas que para Pedro, el propio interés se antepuso a la
fidelidad y al seguimiento de Jesús. Esto es algo que la Iglesia ha de tener
siempre presente. Porque, desde sus orígenes, lo consideró muy
preocupante. Y preocupante ha sido y lo
es hasta el día de hoy.
La pregunta
"¿Acaso soy yo, Señor?" debería estar clavada en el alma de cada
creyente. Y de forma muy intensa y especial en quienes ocupan cargos de
gobierno en la Iglesia.
SAN DIONISIO
San
Dionisio, Obispo Año 265
Entre los
muchos santos que han llevado el nombre de Dionisio, el santo de hoy fue
llamado "El Grande", o Dionisio Magno. San Atanasio lo llamó
"Maestro de la Iglesia Católica", por su gran sabiduría y el notable
ascendiente que tuvo entre los católicos de su tiempo.
Nació y vivió
en Alejandría, Egipto. Al principio era pagano, pero después de haber tenido
una visión, y al dedicarse a estudiar la S. Biblia se dio cuenta de que la
verdadera religión es la católica y se convirtió.
En aquellos
tiempos la escuela de teología más famosa que tenía nuestra Santa Iglesia era
la de Alejandría. Allá iban a enseñar o a aprender los más destacados
intelectuales del clero y Dionisio brilló allí como un alumno especialmente
dotado de gran inteligencia y de prodigiosa memoria, y poco después de graduarse
fue nombrado como director de tan famosa escuela, cargo que ejerció durante 15
años con aplauso de todos.
En el año 247
Dionisio fue elegido obispo de Alejandría, pero luego empezaron las
persecuciones. Al principio eran los sacerdotes paganos que incitaban al
populacho contra los seguidores de Cristo. Luego estalló la terrible
persecución de Decio, y lo primero que hizo el gobernador de Alejandría fue
mandar llevar preso a Dionisio. Los perseguidores lo buscaron por todas partes,
menos en su casa, pues se imaginaban que había salido huyendo. Pero él no se
había movido de su habitación.
A los
cuatro días Dionisio dispuso huir con todos sus ayudantes pero la policía los
atrapó y se los llevó presos a todos, menos a uno de los empleados que logró
huir a contar la noticia. El fugitivo se encontró con un enorme grupo de
personas que se dirigían a celebrar unas bodas y les narró lo sucedido.
Aquellas gentes se llenaron de indignación y con palos y piedras atacaron a la
policía y les quitaron a los prisioneros. Dionisio se oponía a esto, y se
entristecía de que ya no podía ser mártir. Pero aquellos hombres no le hicieron
caso a sus ruegos, sino que lo subieron sobre una mula y lo mandaron al
desierto, para que allá quedara libre de los perseguidores. En el desierto
estuvo varios años hasta que terminó la persecución.
Al volver a
Alejandría se encontró con que algunos teólogos se oponían al Pontífice de Roma
y le pedían a él que los apoyara en esta oposición. Dionisio escribió a
Novaciano, que era jefe de los rebeldes: "Es necesario estar resuelto a
sufrir cualquier otro daño, antes que destruir la unidad de la Iglesia. Hay que
estar tan dispuesto a morir a favor de la unidad de la Iglesia, como estaría
uno dispuesto a morir por defender la fe". Y siguió siendo fiel al Papa de
Roma.
El hereje
Novaciano decía que a los que cometen faltas muy graves no se les debe perdonar
nunca. San Dionisio, apoyando lo que enseñaba el Papa San Cornelio, escribió
varias cartas recomendando tener una gran misericordia con los pecadores, y
narraba cómo cuando un pobre que había sido muy pecador en la vida, estando
moribundo pedía el perdón y la comunión, no teniendo más con quién enviarle la
eucaristía, le mandaron la comunión con un niñito, y el pobre pecador al
comulgar exclamó: "Ya he quedado libre de mis pecados. Puedo partir
tranquilo para la eternidad". Y cuenta el santo que aquel hombre pecador
Dios le conservó milagrosamente la vida hasta que llegó el que llevaba la
Sagrada Eucaristía.
Dionisio que
había estudiado y enseñado por 15 años lo referente a la S. Biblia, empleó con
gran maestría una serie de frases muy especiales de la Sagrada Escritura para
combatir a los herejes. Estas respuestas de tan notable sabio sirvieron mucho
en los siglos siguientes para enfrentarse a los que negaban verdades de nuestra
santa religión.
En el año 257
estalló la persecución de Valeriano. El gobernador de Egipto llamó a Dionisio y
a sus sacerdotes y les exigió que adoraran a los ídolos del imperio. El santo
obispo respondió: "Nosotros los seguidores de Cristo no adoramos sino al
único Dios que existe, que es el Creador de cielos y tierra. Rezamos por
Valeriano y los demás gobernantes, pero en cuanto a la religión sólo obedecemos
a nuestra Santa Iglesia. Ofrecemos oraciones y sacrificios por la paz, el
bienestar y la prosperidad de la patria, pero en cuestiones religiosas
dependemos solamente de Nuestro Señor Jesucristo". Por más que el
gobernador trató de convencerlos para que adoraran a sus ídolos, ellos no
aceptaron, y fueron desterrados al terrible desierto de Libia.
Pero a los
dos años el emperador perseguidor fue hecho prisionero y esclavo por sus
enemigos, y Dionisio y sus sacerdotes pudieron volver a Alejandría. Más allá se
encontraron que por falta de enseñanzas religiosas las gentes se habían vuelto
violentísimas y peleaban y se mataban por cualquier cosa (la mayor parte de
esas gentes eran paganas). No se podía ya ni salir a la calle sin peligro de
ser asesinados. El santo obispo escribía: "Es más peligroso andar tres
cuadras por esta ciudad, que viajar 300 kilómetros por el resto de la
nación". Les faltaba el espíritu cristiano, que es caridad, perdón y paz
con todos.
Y para colmo de penas llegaron la
peste de tifo negro y la disentería. Las gentes morían por centenares, pero
entonces brilló la caridad cristiana. Mientras los paganos echaban los
cadáveres a las calles y desterraban de sus casas a los enfermos, los
cristianos dirigidos por su obispo, sepultaban caritativamente a los muertos y
asistían con gran caridad a los infectados. Esto les atrajo muchas simpatías en
la gran ciudad.
Después de haber sido obispo de
Alejandría por 17 años dando muestra de gran prudencia y santidad y ganándose
la simpatía y la admiración de creyentes e incrédulos, San Dionisio murió en el
año 265.
San Epifanio
cuenta que por muchos años las gentes lo recordaban como un verdadero padre y
maestro, y dedicaron un templo en su honor. Sus virtudes y sus sabios escritos
le dieron fama universal.
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