5 de Abril
DOMINGO DE
RAMOS - A
Lectura del libro de Isaías
(50,4-7):
Mi Señor me
ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de
aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados.
El Señor me abrió el oído. Y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda
a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el
rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los
ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría
defraudado.
Palabra de Dios
Salmo
21,8-9.17-18a.19-20.23-24
R/. Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Al
verme, se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que lo ponga a
salvo;
que lo libre, si tanto lo
quiere.» R/.
Me
acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de
malhechores;
me taladran las manos y los
pies,
puedo contar mis huesos. R/.
Se
reparten mi ropa,
echan a suertes mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes
lejos;
fuerza mía, ven corriendo a
ayudarme. R/.
Contaré
tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te
alabaré.
Fieles del Señor, alabadlo;
linaje de Jacob, glorificadlo;
temedlo, linaje de Israel. R/.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses (2,6-11):
Cristo, a
pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al
contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por
uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta
someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó
sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre
de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda
lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Palabra de Dios
Pasión
de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo (26,14–27,66):
C. En
aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos
sacerdotes y les propuso:
S. «¿Qué estáis
dispuestos a darme, si os lo entrego?»
C. Ellos se
ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión
propicia para entregarlo.
C. El primer
día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
S. -«¿Dónde
quieres que te preparemos la cena de Pascua?»
C. Él contestó:
+ «Id a la
ciudad, a casa de Fulano, y decidle: "El Maestro dice: Mi momento está
cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos."»
C. Los
discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.
C. Al atardecer
se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:
+ «Os
aseguro que uno de vosotros me va a entregar.»
C. Ellos,
consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro:
S. «¿Soy yo
acaso, Señor?»
C. Él
respondió:
+ «El
que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del
hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo
del hombre!; más le valdría no haber nacido.»
C. Entonces
preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
S. «¿Soy yo
acaso, Maestro?»
C. Él
respondió:
+ «Tú lo
has dicho.»
C. Durante la
cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus
discípulos, diciendo:
+ «Tomad,
comed: esto es mi cuerpo.»
C.. Y,
cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias y se la dio diciendo:
+ «Bebed
todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por muchos
para el perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid,
hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre.»
C. Cantaron el
salmo y salieron para el monte de los Olivos.
C. Entonces
Jesús les dijo:
+ «Esta
noche vais a caer todos por mi causa, porque está escrito: "Heriré al
pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño." Pero cuando resucite, iré
antes que vosotros a Galilea.»
C. Pedro replicó:
S. «Aunque
todos caigan por tu causa, yo jamás caeré.»
C. Jesús le
dijo:
+ «Te
aseguro que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces.»
C. Pedro
le replicó:
S. «Aunque
tenga que morir contigo, no te negaré.»
C. Y lo mismo
decían los demás discípulos.
C. Entonces
Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y les dijo:
+ «Sentaos
aquí, mientras voy allá a orar.»
C. Y,
llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a
angustiarse. Entonces dijo:
+ «Me muero
de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo.»
C. Y,
adelantándose un poco, cayó rostro en tierra y oraba diciendo:
+ «Padre
mío, si es posible, que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que
yo quiero, sino lo que tú quieres.»
C. Y se acercó
a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro:
+ «¿No habéis
podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues
el espíritu es decidido, pero la carne es débil.»
C. De
nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:
+ «Padre
mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.»
C. Y,
viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque tenían los ojos cargados.
Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba, repitiendo las mismas palabras.
Luego se acercó a sus discípulos y les dijo:
+ «Ya
podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora, y el Hijo del hombre va a
ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el
que me entrega.»
C. Todavía
estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los Doce, acompañado de un
tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los
ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña:
S. «Al que yo
bese, ése es; detenedlo.»
C. Después se
acercó a Jesús y le dijo:
S. «¡Salve,
Maestro!»
C. Y lo besó.
Pero Jesús le contestó:
+ «Amigo,
¿a qué vienes?»
C. Entonces se
acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno de los que estaban con
él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del
sumo sacerdote. Jesús le dijo:
+ «Envaina
la espada; quien usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú que no puedo acudir a
mi Padre? Él me mandaría en seguida más de doce legiones de ángeles. Pero
entonces no se cumpliría la Escritura, que dice que esto tiene que pasar.»
C. Entonces
dijo Jesús a la gente:
+ «¿Habéis
salido a prenderme con espadas y palos, como a un bandido? A diario me sentaba
en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis.»
C. Todo esto
ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. En aquel momento
todos los discípulos lo abandonaron y huyeron. Los que detuvieron a Jesús lo
llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los
escribas y los ancianos. Pedro lo seguía de lejos, hasta el palacio del sumo
sacerdote, y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver en qué paraba
aquello. Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban un falso
testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar
de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos,
que dijeron:
S. «Éste ha
dicho: "Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres
días."»
C. El sumo
sacerdote se puso en pie y le dijo:
S. «¿No tienes
nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?»
C. Pero Jesús
callaba. Y el sumo sacerdote le dijo:
S. «Te conjuro
por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.»
C. Jesús le
respondió:
+ «Tú lo
has dicho. Más aún, yo os digo: Desde ahora veréis que el Hijo del hombre está
sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo.»
C. Entonces el
sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo:
S. «Ha
blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia.
¿Qué decidís?»
C. Y ellos
contestaron:
S. «Es reo de
muerte.»
C. Entonces le
escupieron a la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon, diciendo:
S. «Haz de
profeta, Mesías; ¿quién te ha pegado?»
C. Pedro estaba
sentado fuera en el patio, y se le acercó una criada y le dijo:
S. «También tú
andabas con Jesús el Galileo.»
C. Él lo negó
delante de todos, diciendo:
S. «No sé qué
quieres decir.»
C. Y, al salir
al portal, lo vio otra y dijo a los que estaban allí:
S. «Éste andaba
con Jesús el Nazareno.»
C. Otra vez
negó él con juramento:
S. «No conozco
a ese hombre.»
C. Poco después
se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro:
S. «Seguro; tú
también eres de ellos, te delata tu acento.»
C. Entonces él
se puso a echar maldiciones y a jurar, diciendo:
S. «No conozco
a ese hombre.»
C. Y en seguida
cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que
cante el gallo, me negarás tres veces.» Y, saliendo afuera, lloró amargamente.
Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se
reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y, atándolo, lo llevaron
y lo entregaron a Pilato, el gobernador. Entonces Judas, el traidor, al ver que
habían condenado a Jesús, sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas
de plata a los sumos sacerdotes y ancianos, diciendo:
S. «He pecado,
he entregado a la muerte a un inocente.»
C. Pero ellos
dijeron:
S. «¿A nosotros
qué? ¡Allá tú!»
C. Él,
arrojando las monedas en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sumos
sacerdotes, recogiendo las monedas, dijeron:
S. «No es
lícito echarlas en el arca de las ofrendas, porque son precio de sangre.»
C. Y, después
de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de
forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía «Campo de Sangre». Así se
cumplió lo escrito por Jeremías, el profeta: «Y tomaron las treinta monedas de
plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, y
pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor.»
Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:
S. «¿Eres tú el
rey de los judíos?»
C. Jesús
respondió:
+ «Tú lo
dices.»
C. Y, mientras
lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos, no contestaba nada. Entonces
Pilato le preguntó:
S. «¿No oyes
cuántos cargos presentan contra ti?»
C. Como no
contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la
fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Había entonces
un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, les dijo Pilato:
S. «¿A quién
queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?»
C. Pues sabía
que se lo habían entregado por envidia. Y, mientras estaba sentado en el tribunal,
su mujer le mandó a decir:
S. «No te metas
con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.»
C. Pero los
sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente que pidieran el indulto
de Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador preguntó:
S. «¿A cuál de
los dos queréis que os suelte?»
C. Ellos
dijeron:
S. «A
Barrabás.»
C. Pilato les
preguntó:
S. «¿Y qué hago
con Jesús, llamado el Mesías?»
C. Contestaron
todos:
S. «Que lo
crucifiquen.»
C. Pilato
insistió:
S. «Pues, ¿qué
mal ha hecho?»
C. Pero ellos
gritaban más fuerte:
S. «¡Que lo
crucifiquen!»
C. Al ver
Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto,
tomó agua y se lavó las manos en presencia de la multitud, diciendo:
S. «Soy
inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!»
C. Y el pueblo
entero contestó:
S. «¡Su
sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»
C. Entonces les
soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo
crucificaran. Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y
reunieron alrededor de él a toda la compañía; lo desnudaron y le pusieron un
manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la
cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla,
se burlaban de él, diciendo:
S. «¡Salve, rey
de los judíos!»
C. Luego le
escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada
la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que
llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir:
«La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no
quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa, echándola a
suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de su cabeza colocaron un
letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el rey de los judíos.» Crucificaron
con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban
lo injuriaban y decían, meneando la cabeza:
S. «Tú que
destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres
Hijo de Dios, baja de la cruz.»
C. Los sumos
sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también, diciendo:
S. «A otros ha
salvado, y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la
cruz, y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo
libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?»
C. Hasta los
bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban. Desde el mediodía hasta
la media tarde, vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde,
Jesús gritó:
+ «Elí,
Elí, lamá sabaktaní.»
C. (Es decir:
+ «Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»)
C. Al oírlo,
algunos de los que estaban por allí dijeron:
S. «A Elías
llama éste.»
C. Uno de ellos
fue corriendo; en seguida, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola
en una caña, le dio a beber. Los demás decían:
S. «Déjalo, a
ver si viene Elías a salvarlo.»
C. Jesús dio
otro grito fuerte y exhaló el espíritu.
Todos se arrodillan, y se hace una
pausa
C. Entonces, el
velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas
se rajaron. Las tumbas se abrieron, y muchos cuerpos de santos que habían
muerto resucitaron. Después que él resucitó, salieron de las tumbas, entraron
en la Ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus hombres, que
custodiaban a Jesús, el ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados:
S. «Realmente
éste era Hijo de Dios.»
C. Había allí
muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús
desde Galilea para atenderlo; entre ellas, María Magdalena y María, la madre de
Santiago y José, y la madre de los Zebedeos. Al anochecer, llegó un hombre rico
de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Éste acudió a
Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José,
tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el
sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la
entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron
allí, sentadas enfrente del sepulcro. A la mañana siguiente, pasado el día de la
Preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y
le dijeron:
S. «Señor, nos
hemos acordado que aquel impostor, estando en vida, anunció: "A los tres
días resucitaré." Por eso, da orden de que vigilen el sepulcro hasta el
tercer día, no sea que vayan sus discípulos, roben el cuerpo y digan al pueblo:
"Ha resucitado de entre los muertos." La última impostura sería peor
que la primera.»
C. Pilato
contestó:
S. «Ahí tenéis
la guardia. Id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis.»
C. Ellos
fueron, sellaron la piedra y con la guardia aseguraron la vigilancia del
sepulcro.
Palabra del Señor
Domingo
SIN ramos
El coronavirus ha conseguido
lo que no lograron guerras civiles o mundiales en algunos países católicos
desde hace tiempo: que no se celebre la procesión de los Ramos. Es el primer
acto de la liturgia de este domingo, que recuerda la entrada solemne (y
suicida) de Jesús en Jerusalén. Parafraseando a Geza Vermes, «el acto más
temerario en el momento más inadecuado».
La segunda parte de la
liturgia no tiene ese carácter alegre y festivo. Se centra en la lectura de la
Pasión según Mateo, precedida de dos textos que pretenden desvelar su sentido.
¿Qué sentido tiene el sufrimiento y muerte de Jesús? ¿Termina todo en el
fracaso?
Sufrir
para poder consolar (Isaías 50,4-7)
Un profeta anónimo, al que
los cristianos identificamos con Jesús, cuenta parte de su experiencia. Ha
recibido la misión de «transmitir al abatido una palabra de aliento». En
el momento que vivimos, al menos en España, todos necesitamos esa palabra que
nos anime en medio de tanta muerte, enfermedad y sufrimiento. Pero la
experiencia de este profeta es que, para poder animar al que sufre, él mismo
tiene que sufrir. Y acepta ese destino de inmediato: «Ofrecí la espalda a
los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el
rostro a insultos y salivazos».
Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado,
para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el
oído, para que escuche como los iniciados.
El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me
he rebelado ni me he echado atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la
mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos.
Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro
como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado.
Humillarse
para ser como cualquier otro (Filipenses 2,6-11)
Frente a la tentación tan frecuente
de presumir, de aparentar ser más de lo que somos, Jesús no hace alarde de su
categoría divina y se despoja de su rango. Dice Pablo que de ese
modo «pasó por uno de tantos». En realidad, se colocó en el escalón más
bajo, ya que se rebajó incluso a la muerte más vergonzosa que existía en el
imperio romano: la muerte en cruz.
Cristo,
a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al
contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por
uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta
someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
Por
eso Dios lo levantó, sobre todo, y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble —en el Cielo, en la
Tierra, en el Abismo—, y toda lengua proclame: «¡Jesucristo es Señor!», para
gloria de Dios Padre.
Sufrir
y humillarse para triunfar
Las dos primeras lecturas
terminan con la certeza del triunfo. «Mi Señor me ayudaba… sé que no
quedaré avergonzado», dice el poema de Isaías.
«Dios lo levantó sobre
todo» y hará que todos adoren y alaben a Jesús, termina Pablo. Con esta
certeza de la victoria debemos terminar la lectura de la Pasión y enfocar
nuestros propios sufrimientos.
La
Pasión según san Mateo
Como
ocurre en otros momentos de la vida pública, los evangelios no coinciden en
todos los detalles de la pasión. Teniendo especialmente en cuenta los episodios
que añade o modifica Mateo, podemos distinguir los siguientes aspectos en su
relato:
1. Enfoque
cristológico: Jesús es consciente de que va a la pasión, no le ocurre de
sorpresa, su muerte no es fruto de la imprudencia o la imprevisión.
2. Enfoque
jurídico: Mateo subraya la injusticia del proceso y la culpabilidad de las
autoridades judías.
3. Enfoque
eclesial. Los paganos son los que perciben mejor la inocencia y dignidad de
Jesús: la mujer de Pilato, el centurión en la cruz. Esta idea empalma con la
visita inicial de los Magos de Oriente a adorar a Jesús niño.
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