9 DE ABRIL –
JUEVES SANTO – A –
Lectura del libro del Éxodo
(12.1-8.11-14):
En
aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto:
«Este mes será para vosotros el principal de
los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea
de Israel: "El diez de este mes cada uno procurará un animal para su
familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que
se junte con el vecino de casa, hasta completar el número de personas; y cada
uno comerá su parte hasta terminarlo.
Será un animal sin defecto, macho, de un
año, cordero o cabrito. Lo guardaréis hasta el día catorce del mes, y toda la
asamblea de Israel lo matará al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las
dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayáis comido. Esa noche comeréis la
carne, asada a fuego, comeréis panes sin fermentar y verduras amargas. Y lo
comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la
mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el paso del Señor.
Esta noche pasaré por todo el país de
Egipto, dando muerte a todos sus primogénitos, de hombres y de animales; y haré
justicia de todos los dioses de Egipto. Yo soy el Señor.
La sangre será vuestra señal en las casas
donde estéis: cuando vea la sangre, pasaré de largo; no os tocará la plaga
exterminadora, cuando yo pase hiriendo a Egipto. Este día será para vosotros
memorable, en él celebraréis la fiesta al Señor, ley perpetua para todas las
generaciones."»
Salmo:115,12-13.15-16bc.17-18
R/. El cáliz de la bendición es comunión
con la sangre de Cristo
¿Cómo
pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre. R/.
Mucho
le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
hijo de tu esclava;
rompiste mis cadenas. R/.
Te
ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo. R/.
Lectura de la primera carta del apóstol
san Pablo a los Corintios (11,23-26):
Yo he
recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido:
Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y,
pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se
entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.» Lo mismo hizo con el cáliz,
después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi
sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.» Por eso, cada vez
que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor,
hasta que vuelva.
Lectura del santo evangelio según san
Juan (13,1-15)
Antes
de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de
este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los
amó hasta el extremo.
Estaban cenando, ya el diablo le había
metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y Jesús,
sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a
Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se
la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los
discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo:
«Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?»
Jesús le replicó:
«Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora,
pero lo comprenderás más tarde.»
Pedro le dijo:
«No me lavarás los pies jamás.»
Jesús le contestó:
«Si no te lavo, no tienes nada que ver
conmigo.»
Simón Pedro le dijo:
«Señor, no sólo los pies, sino también las
manos y la cabeza.»
Jesús le dijo:
«Uno que se ha bañado no necesita lavarse
más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios,
aunque no todos.»
Porque sabía quién lo iba a entregar, por
eso dijo: «No todos estáis limpios.»
Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el
manto, se lo puso otra vez y les dijo:
«¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?
Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís
bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies,
también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para
que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.»
1. El relato del lavatorio de los pies no
es solamente un ejemplo de humildad y servicialidad que nos dejó Jesús. Además
de eso, y mucho más que eso, es la lección más elocuente y más tajante, que hay
en los evangelios, en cuanto se refiere a cómo debe gestionarse la Iglesia, la
comunidad cristiana, e incluso la convivencia en
la sociedad.
Para comprender lo que esto representa, se ha de tener en cuenta
que este evangelio fue el último que se redactó. Y fue hacia el final del siglo
primero. Para entonces, las "iglesias" que había organizado
Pablo llevaban cerca de cincuenta años funcionando. Eran
"iglesias" en las que había esclavos (Col 3, 22-4, 1; Filem; cf. 1 Pe
2, 18-20; 3, 9. 14-17; 4, 16).
Y se sabe que uno de los deberes más frecuentes de los
esclavos era lavar los pies a sus amos y señores. A sabiendas de que
el esclavo era alguien "sin capacidad de decir
"no" (Séneca, De benef. 3, 19) (J. D. G. Dunn).
2. Así las cosas, es importante fijarse en
que todo el relato empieza con la grandiosidad de la misión
que Jesús había recibido de Dios. Y el mismo relato termina diciendo que el ser
humano más grandioso, que Dios ha enviado a este mundo, ese ser humano ha
venido para dar ejemplo a los humanos, no de poder, sino de esclavitud. Es
decir, vino a dar ejemplo "de alguien que pertenece a otro, no a sí
mismo" (Aristóteles, Po/it. I, 125a).
Por eso precisamente lo que hizo Jesús aquella noche
no era fácil de comprender. Y por eso también Pedro se
resistía con firmeza a que Jesús hiciera con él el oficio de esclavo.
3. En la primera carta de Pedro, se les
dice a los responsables (o dirigentes) de la Iglesia que "cuiden del
rebaño", "no por sacar dinero", en todo caso, jamás
"tiranizando" a los que os han sido confiados (5, 1-3).
Sin duda, había comunidades en las que ya no se
cumplía la severa advertencia de Jesús a los Doce de no querer
nunca los primeros puestos, ni gobernar con los jefes de las naciones y los
tiranos de este mundo (Mc 10, 42-45; Mt 20, 25-28; Lc 22, 24-27).
El Jueves Santo, "Día del amor fraterno", es
ante todo el día en el que la Iglesia recuerda que este mundo
y esta Iglesia se tienen que gobernar desde la posición del que se sitúa en la
vida como servidor y esclavo de los demás.
Quien cree en Jesús, está convencido de que tiene que
vivir como vivió Jesús. Y eso significa que el creyente está convencido de que
no puede estar jamás por encima de nadie.
–
JUEVES SANTO –
el
sentido litúrgico del día
Jueves
Santo es una fiesta cristiana, anual y tradicional, que se celebra el jueves
anterior al Domingo de Resurrección, dentro de la Semana Santa, y que abre el
Triduo Pascual. En este día la Iglesia católica conmemora la institución de la
Eucaristía en la Última Cena y el lavatorio de los pies realizado por Jesús.
Misa Crismal
En
Jueves Santo por la mañana, en
algunos lugares se adelanta al martes o miércoles santo, por razones
pastorales, se oficia la llamada Misa crismal, que es presidida
por el obispo diocesano y concelebrada por su presbiterio. En ella se consagra
el Santo Crisma y se bendicen los demás óleos, que se emplearán en la
administración de los principales sacramentos. Junto con ello, los sacerdotes
renuevan sus promesas realizadas el día de su ordenación. Es una manifestación
de la comunión existente entre el obispo y sus presbíteros en el sacerdocio y
ministerio de Cristo. Es recomendable litúrgicamente y es de práctica común
celebrarla en la catedral de cada diócesis.
Misa vespertina de la Cena del Señor
Introducción al Triduo Pascual.
Los
oficios de Semana Santa llegan el Jueves Santo a su máxima relevancia
litúrgica. En esta tarde se da comienzo al Triduo Pascual que culminará en la vigilia
que conmemora, en la noche del Sábado Santo al Domingo de Pascua, la
Resurrección de Jesucristo.
Los
Santos Oficios del Jueves Santo se celebran en una misa vespertina al caer la
tarde de dicho día, a partir de la hora nona (las tres de la tarde aproximadamente).
El Jueves Santo es tiempo de Cuaresma hasta la hora nona, es decir, toda la
mañana hasta las tres de la tarde. A partir de ahí comienza el Triduo Pascual,
que durará desde la tarde del Jueves Santo hasta el Domingo de Resurrección. En
la celebración participa, junto a los sacerdotes celebrantes, un seglar, que
será el que nos irá informando de lo que se va a ir celebrando a lo largo de
estos oficios.
Al
comienzo de la celebración, el sagrario debe presentarse vacío con la puerta
abierta. El altar mayor, donde se celebrará la Santa Misa, se adorna con
cirios, manteles y sin flores hasta la Resurrección.
Se
inicia con la entrada procesional, encabezada por los acólitos, seguida por los
ministros sagrados (diáconos, concelebrantes si los hay) y finalizada por el
celebrante principal, un Sacerdote u Obispo. Mientras tanto, el coro acompaña
con cantos, pues ya ha terminado la Cuaresma y se va a celebrar uno de los
momentos más importantes del año litúrgico, la Institución de la Eucaristía y
el mandamiento del amor. Los cantos de esta celebración están enfocados a la
celebración de la institución de la Eucaristía. El color de esta celebración es
el blanco eucarístico, sustituyendo al morado cuaresmal.
En
esta celebración se canta de nuevo el "Gloria" a la vez que se tocan
las campanas, y cuando éste termina, las campanas dejan de sonar y no volverán
a hacerlo hasta la Vigilia Pascual en la Noche Santa.
Las
lecturas de este día son muy especiales, la primera es del libro del Éxodo
(Prescripciones sobre la cena pascual), la segunda lectura es de la primera
carta del apóstol San Pablo a los Corintios (Cada vez que coméis de este pan y
bebéis de este vino, proclamáis la muerte del Señor) y el salmo responsorial El
Cáliz que bendecimos, es la comunión con la sangre de Cristo. El Evangelio es
el momento del lavatorio de pies a los discípulos, que adquiere un destacado
simbolismo dentro de los oficios del día, ya que posteriormente se realiza por
el sacerdote lavando los pies a doce varones a modo de los doce apóstoles y en
el que recuerda el gesto que realizara Jesús antes de la Última Cena con sus
discípulos, efectuándose en esta ocasión entre la Homilía y el Ofertorio,
omitiendo el Credo. Durante el lavatorio de los pies se entona un cántico
relacionado con el Mandamiento Nuevo del Amor entregado por Jesucristo en esta
noche santa, destacando frases del texto del discurso de Jesús en la última
cena, recogido por el Evangelio de San Juan.
La
celebración se realiza en un ambiente festivo, pero sobrio y con una gran
solemnidad, en la que se mezclan sentimientos de gozo por el sacramento de la
Eucaristía y de tristeza por lo que ocurrirá a partir de esa misma tarde de
Jueves Santo, con el encarcelamiento y juicio de Jesús.
En
el momento de la Plegaria Eucarística, se prefiere la recitación del Canon
Romano o Plegaria I, pues el texto prevé algunos párrafos directamente
relacionados con lo que se celebra en este día (Communicantes, Memento y relato
de la institución ["en esta noche..."]).
Una
vez se ha repartido la Comunión como de costumbre, el Santísimo Sacramento se
traslada desde el Altar donde se ha celebrado la Misa en procesión por el
interior de la iglesia, al llamado "Altar de la reserva" o
"Monumento", un altar efímero que se coloca ex-profeso para esta
celebración, que debe estar fuera del presbiterio y de la nave central, debido
a que en la celebración del Viernes Santo no se celebra la Eucaristía. Si el
Sagrario no se encuentra en el presbiterio, se puede usar para esto el sagrario
habitual ubicado en una capilla lateral. Llegada la procesión al lugar del
Monumento, mientras se entona algún himno eucarístico como el Pange Lingua, el
sacerdote deposita el copón con el Santísimo, debidamente cubierto por el
conopeo, dentro del sagrario de la reserva, y puesto de rodillas, lo inciensa.
No da la bendición con el Santísimo ni reza las alabanzas, sino más bien se
queda unos instantes orando en silencio. Antes de retirarse, cierra la puerta
del sagrario de reserva, hace genuflexión y se retira a la sacristía en
silencio acompañado de acólitos y ministros.
Automáticamente,
una vez se ha reservado al Santísimo, los oficios finalizan de un modo tajante,
ya que el sacerdote no imparte la bendición, pues la celebración continuará al
día siguiente y es el seglar el que nos informa que la celebración ha terminado
y se nos invita a conmemorar al día siguiente la muerte del Señor.
En
algunas iglesias se celebra a continuación un sencillo acto de demudación de
los altares, en el que los sacerdotes y ministros revestidos exclusivamente con
la estola morada, retiran candeleros y manteles de todos los altares de la
iglesia, y en algunos casos los lavan estrujando racimos de uva.
Durante
la noche se mantiene la adoración del Santísimo en el "Monumento",
celebrándose la llamada "Hora Santa" en torno a la medianoche,
quedando el Santísimo allí hasta la celebración del Viernes Santo. Esta reserva
recuerda la agonía y oración en Getsemaní y el encarcelamiento de Jesús, y por
eso los sacerdotes celebrantes de los oficios piden que velen y oren con Él,
como Jesús pidió a sus apóstoles en el huerto de Getsemaní. Una vez han
terminado los oficios, se rememora la oración y agonía de Jesús en el huerto de
los olivos, la traición de Judas y el prendimiento de Jesús, que se suele
celebrar con procesiones en la tarde-noche del Jueves Santo.
En
algunos lugares, existe la tradición de visitar siete monumentos en distintos
Templos de una misma ciudad, para recordar a modo de "estaciones",
los distintos momentos de la agonía de Jesús en el Huerto y su posterior
arresto.
Desde
hace unos años, la Iglesia Católica celebra el Jueves Santo, el llamado Día del
Amor Fraterno.
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