1 DE MAYO – VIERNES – 3ª - SEMANA DE PASCUA – A –
San José Obrero
Lectura del libro de los Hechos de los
apóstoles (9,1-20):
En
aquellos días, Saulo, respirando todavía amenazas de muerte contra los
discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas para las
sinagogas de Damasco, autorizándolo a traerse encadenados a Jerusalén a los que
descubriese que pertenecían al Camino, hombres y mujeres.
Mientras caminaba, cuando ya estaba cerca de
Damasco, de repente una luz celestial lo envolvió con su resplandor. Cayó a
tierra y oyó una voz que le decía:
«Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?».
Dijo él:
«¿Quién eres, Señor?».
Respondió:
«Soy Jesús, a quien tú persigues. Pero
levántate, entra en la ciudad, y allí se te dirá lo que tienes que hacer».
Sus compañeros de viaje se quedaron mudos de
estupor, porque oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo,
y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Lo llevaron de la mano hasta
Damasco. Allí estuvo tres días ciego, sin comer ni beber.
Había en Damasco un discípulo, que se
llamaba Ananías. El Señor lo llamó en una visión:
«Ananías».
Respondió él:
«Aquí estoy, Señor».
El Señor le dijo:
«Levántate y ve a la calle llamada Recta, y
pregunta en casa de Judas por un tal Saulo de Tarso. Mira, está orando, y ha
visto en visión a un cierto Ananías que entra y le impone las manos para que
recobre la vista».
Ananías contestó:
«Señor, he oído a muchos hablar de ese
individuo y del daño que ha hecho a tus santos en Jerusalén, y que aquí tiene
autorización de los sumos sacerdotes para llevarse presos a todos los que
invocan tu nombre».
El Señor le dijo:
«Anda, ve; que ese hombre es un instrumento
elegido por mí para llevar mi nombre a pueblos y reyes, y a los hijos de
Israel. Yo le mostraré lo que tiene que sufrir por mi nombre».
Salió Ananías, entró en la casa, le impuso
las manos y dijo:
«Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te
apareció cuando venías por el camino, me ha enviado para que recobres la vista
y seas lleno de Espíritu Santo».
Inmediatamente se le cayeron de los ojos una
especie de escamas, y recobró la vista. Se levantó, y fue bautizado. Comió, y
recobró las fuerzas.
Se quedó unos días con los discípulos de
Damasco, y luego se puso a anunciar en las sinagogas que Jesús es el Hijo de
Dios.
Salmo:116,1.2
R/. Ir al mundo entero y proclamad el
Evangelio
Alabad
al Señor, todas las naciones,
aclamadlo, todos los pueblos. R/.
Firme
es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre. R/.
Lectura del santo evangelio según san
Juan (6,52-59):
En
aquel tiempo, disputaban los judíos entre sí:
«¿Cómo puede este darnos a comer su carne?».
Entonces Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: si no coméis
la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en
el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es
verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita
en mí y yo en él.
Como el Padre que vive me ha enviado, y yo
vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no
como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan
vivirá para siempre».
Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando
enseñaba en Cafarnaún.
1. Para entender correctamente
este texto, parece necesario tener en cuenta lo siguiente:
1) Lo más probable es que Jesús no dijo
estas cosas.
Así lo piensan los autores mejor
documentados sobre este punto (A. Sand).
Al unir "comer la carne" con
"beber la sangre", seguramente estamos ante una añadidura
del redactor final del IV evangelio, para
conectar el discurso de Jesús con la ceremonia eucarística que ya entonces
celebraban no pocas comunidades cristianas.
2) En esta forma de hablar, se expresa
(según parece) la postura que los cristianos más
ortodoxos adoptaron frente a los docetas, una de las muchas
sectas gnósticas de aquel tiempo, que mostraban un desprecio fuerte contra lo
carnal del ser humano.
2. En la eucaristía está
presente Jesús. Pero en la eucaristía no nos comemos el cuerpo histórico de
Jesús, el cuerpo que nació de María, el que recorrió los caminos de Palestina,
el que murió en la cruz.
No comemos ese cuerpo porque ese cuerpo ya
no existe. En la eucaristía recibimos al Cristo resucitado. Lo recibimos
realmente, de verdad. Pero eso se ha explicado en la Iglesia de distintas
maneras.
San Agustín decía que la eucaristía es
"una figura que nos manda comulgar con la pasión del Señor" (De
Doctr. Christ., III, 24).
Esta comunión la entendió la Iglesia de
forma simbólica durante más de diez siglos.
Comulgar no es recibir una
"cosa" santa y sagrada. Comulgar es unirse a Cristo de forma que la
persona y la vida de Jesús están presentes en la vida del que comulga.
San José, obrero Memoria libre
Fiesta instituida
por Pío XII el 1 de mayo de 1955, para que –como dijo el mismo Papa a los
obreros reunidos aquel día en la Plaza de San Pedro– «el humilde obrero de
Nazaret, además de encarnar delante de Dios y de la Iglesia la dignidad del
obrero manual, sea también vuestro próvido guardián y el de vuestras familias».
El
1 de mayo la Iglesia celebra la Fiesta de San José Obrero, patrono de los
trabajadores, fecha que coincide con el Día Mundial del Trabajo. Esta
celebración litúrgica fue instituida en 1955 por el Siervo de Dios, Papa Pío
XII, ante un grupo de obreros reunidos en la Plaza de San Pedro en el Vaticano.
El
Santo Padre pidió en esa oportunidad que “el humilde obrero de Nazaret, además
de encarnar delante de Dios y de la Iglesia la dignidad del obrero manual, sea
también el próvido guardián de vosotros y de vuestras familias”.
Pío
XII quiso que el Santo Custodio de la Sagrada Familia, “sea para todos los
obreros del mundo, especial protector ante Dios, y escudo para tutela y defensa
en las penalidades y en los riesgos del trabajo”.
Por
su parte, San Juan Pablo II en su encíclica a los trabajadores “Laborem
exercens” destacó que “mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la
naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí
mismo como hombre, es más, en un cierto sentido ‘se hace más hombre’”.
Posteriormente,
en el Jubileo de los Trabajadores en el 2000, el Papa de la Familia dijo:
“Queridos trabajadores, empresarios, cooperadores, agentes financieros y
comerciantes, unid vuestros brazos, vuestra mente y vuestro corazón para
contribuir a construir una sociedad que respete al hombre y su trabajo”.
“El
hombre vale más por lo que es que por lo que tiene. Cuanto se realiza al
servicio de una justicia mayor, de una fraternidad más vasta y de un orden más
humano en las relaciones sociales, cuenta más que cualquier tipo de progreso en
el campo técnico”, añadió”.
Se
cristianizó una fiesta que había sido hasta el momento la ocasión anual del
trabajador para manifestar sus reivindicaciones, su descontento y hasta sus
anhelos. Fácilmente en las grandes ciudades se observaba un paro general y con
no menos frecuencia se podían observar las consecuencias sociales que llevan
consigo la envidia, el odio y las bajas pasiones repetidamente soliviantadas
por los agitadores de turno. En nuestro occidente se aprovechaba también ese
momento para lanzar reiteradas calumnias contra la Iglesia que era presentada
como fuerza aliada con el capitalismo y consecuentemente como el enemigo de los
trabajadores.
Fue
después de la época de la industrialización cuando toma cuerpo la fiesta del
trabajo. Las grandes masas obreras han salido perjudicadas con el cambio y
aparecen extensas masas de proletarios. También hay otros elementos que ayudan
a echar leña al fuego del odio: la propaganda socialista-comunista de la lucha
de clases.
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