17 DE ABRIL – VIERNES DE
LA OCTAVA DE PASCUA – A –
San Aniceto
Lectura del libro de los Hechos de los
apóstoles (4,1-12):
En
aquellos días, mientras Pedro y Juan hablaban al pueblo, después de que el
paralítico fuese sanado, se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la
guardia del templo y los saduceos, indignados de que enseñaran al pueblo y
anunciaran en Jesús la resurrección de los muertos. Los apresaron y los
metieron en la cárcel hasta el día siguiente, pues ya era tarde. Muchos de los
que habían oído el discurso creyeron; eran unos cinco mil hombres.
Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén
los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas, junto con el sumo sacerdote
Más, y con Caifás y Alejandro, y los demás que eran familia de sumos
sacerdotes, Hicieron comparecer en medio de ellos a Pedro y a Juan y se
pusieron a interrogarlos:
«¿Con qué poder o en nombre de quién habéis
hecho eso vosotros?».
Entonces Pedro, lleno de Espíritu Santo, les
dijo:
«Jefes del pueblo y ancianos: Porque le
hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder
ha curado a ese hombre; quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que
ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y
a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este
sano ante vosotros.
Él es “la piedra que desechasteis vosotros,
los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular”; no hay salvación en
ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el
que debamos salvarnos».
Salmo:117,1-2.4.22-24.25-27a
R/. La piedra que desecharon los
arquitectos
es ahora la piedra angular
Dad
gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia. R/.
La
piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día que hizo el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo. R/.
Señor,
danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios, él nos ilumina. R/.
Secuencia (Opcional)
Ofrezcan
los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero
sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.
Lucharon
vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.
«¿Qué
has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid
a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»
Primicia
de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey
vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.
Lectura del santo evangelio según san
Juan (21,1-14):
En
aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de
Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado
el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos
discípulos suyos.
Simón Pedro les dice:
«Me voy a pescar».
Ellos contestan:
«Vamos también nosotros contigo».
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no
cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla;
pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice:
«Muchachos, ¿tenéis pescado?».
Ellos contestaron:
«No».
Él les dice:
«Echad la red a la derecha de la barca y
encontraréis».
La echaron, y no podían sacarla, por la
multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro:
«Es el Señor».
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que
estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se
acercaron en la barca, porque rio distaban de tierra más que unos doscientos
codos, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con
un pescado puesto encima y pan.
Jesús les dice:
«Traed de los peces que acabáis de coger».
Simón Pedro subió a la barca y arrastró
hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y
aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice:
«Vamos, almorzad».
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle
quién era, porque sabían bien que era el Señor.
Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y
lo mismo el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús se
apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.
1. Jesús murió y fracasó a la
vista de todos. Pero Jesús no resucitó a la vista de todos. Ni se apareció a
todos los que lo habían visto fracasar y morir.
A veces, pensamos que hubiera sido de una
eficacia contundente si se hubiera producido una aparición solemne y
gloriosa de Jesús en la explanada del Templo,
ante el pueblo y, sobre todo, ante los sumos sacerdotes y autoridades en
general. Así habría quedado patente que Jesús había resucitado y los había derrotado a quienes lo habían asesinado. Es decir, que
Dios estaba de parte de Jesús y en contra de los que lo persiguieron, lo
rechazaron y lo asesinaron.
2. Pero los caminos de
Dios no son los caminos de los hombres. No hay más posibilidad de
encuentro con Dios que la fe. Y solo por la fe es posible el acceso al
Resucitado. De hecho, Jesús no se apareció nada más que a sus discípulos, es
decir, a quienes creían en él.
Lo cual no quiere decir que aquellos
primeros discípulos lo tuvieran claro. Nada de eso. A ellos les pasaba lo que
nos pasa a nosotros. No se lo creían. Y cuando se les aparecía les costaba
trabajo reconocerlo.
La resurrección es siempre, para nosotros,
un problema cargado de preguntas, de oscuridades y de inseguridad.
3. El encuentro con el
Resucitado se produce, como en este relato, en una situación humana, un
desayuno, una comida, una cena. Cuando en Jesús se hizo más patente la divinidad,
entonces fue cuando se le vio más humano, más entrañable, más cerca de
nosotros.
San Aniceto
Las
noticias que tenemos sobre su vida son pocas. Es el duodécimo sucesor de san
Pedro; fue papa entre san Pío I y san Sotero; rigió a la Iglesia por el tiempo
que duran once años –desde el 155 al 166– y era originario de Emesa, en Siria.
Las
circunstancias en las que trabajó vienen dadas por la situación social,
política, económica y cultural de la época. En el siglo II se utilizaba el
griego como lengua cultual; los papas suelen ser provenientes de familias
humildes del pueblo; ser elegido para ese servicio era elección para el
martirio (hasta el siglo IV, todos los papas dieron su vida por la fe).
El
cuidado o servicio a los hermanos tenía que ser intenso, sacrificado, valiente,
generoso y muy exigente pero lleno de bondad. Los discípulos de Jesús que
aumentaban cada día llevaban aún una existencia precaria aun en los períodos de
paz. Incluso con los Antoninos, la muerte para el cristiano podía estar detrás
de cualquier acusación o acontecimiento; hasta el estoico Marco Aurelio pensó
que la paciencia de los mártires cristianos era fanatismo.
Había
que esforzarse en llevar a los paganos el misterio, porque el Reino era también
para darlo a ellos. Fue preciso contrarrestar a los pensantes paganos listos
que, con sarcasmo, ironía y calumnia, ridiculizaban el espíritu y vida de los
cristianos. Por eso la fe se hizo, además, apología.
A los
cuidados hacia fuera hay que añadir la atención primaria de la grey con los
problemas que surgen desde dentro. Ya pululaban por doquier versiones
cristianas de fe que no coincidían con el genuino modelo y era preciso mantener
a cualquier precio la pureza de la fe recibida. Esa era la situación del
complejo sistema que luego se llamó gnosticismo –se tienen por cristianos y
enseñan el secreto conocimiento de lo divino, reciben influencias platónicas y
de religiones dualistas persas, forman grupos cerrados, niegan la muerte
expiatoria de Jesús y rechazan la resurrección del cuerpo terrenal–. Marción
era gnóstico, vivió en Roma y en tiempo del papa Aniceto; decía que había dos
principios: el bueno era Dios y el espíritu maléfico creó el mundo, la materia
y el cuerpo; se hizo rico con negocios navieros; hacía estrago entre los cristianos
sembrando confusión y negando el valor del cuerpo con su rigorismo extremo.
En
estos cuidados discurrió la vida de Aniceto.
Hubo
un asunto peculiar que merece comentario. Policarpo viene a Roma para tratar
con el papa un tema serio. Él fue en su tiempo discípulo directo de san Juan,
el apóstol joven, y ahora es el obispo de Esmirna. Con sus ochenta y cinco años
quiere dejar acordada la fecha de la principal fiesta cristiana. Los de Oriente
siguen la tradición joánica, mientras que los de Occidente siguen la tradición
de Pedro. No llegaron a ponerse de acuerdo. Es una cuestión –la de la Pascua–
que tardará en resolverse hasta el concilio de Nicea. Pero se despiden en
comunión sin romper la unidad ni quebrantar la caridad. ¡Todo un ejemplo!
No
hay datos explícitos y concluyentes sobre el lugar y modo de su tránsito. El
Liber Pontificalis –aunque empleando una expresión extraña por lo inusual– lo
coloca entre los mártires; luego, la tradición constante de los martirologios
habla de martirio y señala la fecha del 17 de abril, aunque no es unánime. En
lo referente al lugar de su enterramiento, se señala en el cementerio de San
Calixto, donde con frecuencia se enterró a los papas.
La
reliquia de su cabeza fue entregada al arzobispo de Munich, Minucio, en el año
1590, y se venera en la iglesia que rigen los jesuitas en la ciudad. Los restos
reposan en el sarcófago que soporta el altar mayor –el que consagró el cardenal
Merry del Val en 1910– de la capilla del Pontificio Colegio Español de Roma;
fueron trasladados al que entonces era palacio renacentista de los duques de
Altemps, en el año 1604. Por eso, en la bóveda está pintada, entre guirnaldas
barrocas y múltiples amorcillos, la apoteosis de san Aniceto, con capa
desplegada y ascendiendo al cielo.
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