19 DE ABRIL – DOMINGO –
2ª - SEMANA DE PASCUA – A –
DIVINA MISERICORDIA
Lectura
del libro de los Hechos de los apóstoles (2,42-47):
Los hermanos
perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción
del pan y en las oraciones.
Todo el
mundo estaba impresionado, y los apóstoles hacían muchos prodigios y signos.
Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y
bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno.
Con
perseverancia acudían a diario al templo con un mismo espíritu, partían el pan
en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón; alababan
a Dios y eran bien vistos de todo el pueblo; y día tras día el Señor iba
agregando a los que se iban salvando.
Salmo
117,2-4.13-15.22-24
R/. Dad
gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia
Diga la casa
de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia. R/.
Empujaban y
empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.
Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos. R/.
La piedra
que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día que hizo el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro
gozo. R/.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pedro (1,3-9):
Bendito sea
Dios, Padre de nuestro Señor, Jesucristo, que, por su gran misericordia,
mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado
para una esperanza viva; para una herencia incorruptible, intachable e
inmarcesible, reservada en el cielo a vosotros, que, mediante la fe, estáis
protegidos con la fuerza de Dios; para una salvación dispuesta a revelarse en
el momento final.
Por ello os
alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la
autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero,
se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de
Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en
él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de
vuestra fe: la salvación de vuestras almas.
Lectura
del santo evangelio según san Juan (20,19-31):
Al anochecer
de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con
las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en
medio y les dijo:
«Paz a
vosotros».
Y, diciendo
esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de
alegría al ver al Señor.
Jesús
repitió:
«Paz a
vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho
esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el
Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a
quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Tomás, uno
de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los
otros discípulos le decían:
«Hemos visto
al Señor».
Pero él les
contestó:
«Si no veo
en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los
clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
A los ocho
días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús,
estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
«Paz a
vosotros».
Luego dijo a
Tomás:
«Trae tu
dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas
incrédulo, sino creyente».
Contestó
Tomás:
«¡Señor mío
y Dios mío!».
Jesús le
dijo:
«¿Porque me
has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».
Muchos otros
signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los
discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el
Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
Una aparición muy peculiar.
Todas las apariciones de Jesús resucitado son peculiares. Incluso
cuando se cuenta la misma, los evangelistas difieren: mientras en Marcos son
tres las mujeres que van al sepulcro (María Magdalena, María la de Cleofás y
Salomé), y también tres en Lucas, pero distintas (María Magdalena, Juana y
María la de Santiago), en Mateo son dos (las dos Marías) y en Juan una (María
Magdalena, aunque luego habla en plural: «no sabemos dónde lo
han puesto»).
En Mc ven a un muchacho vestido de blanco sentado dentro del
sepulcro; en Mt, a un ángel de aspecto deslumbrante junto a la tumba; en Lc,
al cabo de un rato, se les aparecen dos hombres con vestidos refulgentes. En
Mt, a diferencia de Mc y Lc, se les aparece también Jesús. Podríamos indicar
otras muchas diferencias en los demás relatos. Como si los evangelistas
quisieran acentuarlas para que no nos quedemos en lo externo, lo anecdótico.
Uno de los relatos más interesantes y diverso de los otros es el de este
domingo (Juan 20,19-31).
Al
anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una
casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús,
se puso en medio y les dijo: –Paz a vosotros…. para que creáis que
Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su
nombre.
Las
peculiaridades de este relato de Juan
1. El miedo
de los discípulos. Es el único caso en el que se destaca
algo tan lógico, y se ofrece el detalle tan visivo de la puerta cerrada. Acaban
de matar a Jesús, lo han condenado por blasfemo y por rebelde contra Roma. Sus
partidarios corren el peligro de terminar igual. Además, casi todos son
galileos, mal vistos en Jerusalén. No será fácil encontrar alguien que los
defienda si salen a la calle.
2. El saludo
de Jesús: «paz a vosotros». Tras la referencia
inicial al miedo a los judíos, el saludo más lógico, con honda raigambre bíblica,
sería: «no temáis». Sin embargo, tres veces repite Jesús «paz a vosotros».
Algún listillo podría presumir: «Normal; los judíos saludan shalom
alekem, igual que los árabes saludan salam aleikun». Pero no es
tan fácil como piensa. Este saludo, «paz a vosotros» sólo se encuentra también
en la aparición a los discípulos en Lucas (24,36). Lo más frecuente es que
Jesús no salude: ni a los once cuando se les aparece en Galilea (Mc y Mt), ni a
los dos que marchan a Emaús (Lc 24), ni a los siete a los que se aparece en el
lago (Jn 21). Y a las mujeres las saluda en Mt con una fórmula distinta:
«alegraos». ¿Por qué repite tres veces «paz a vosotros» en este pasaje? Vienen
a la mente las palabras pronunciadas por Jesús en la última cena: «La paz os
dejo, os doy mi paz, y no como la da el mundo. No os turbéis ni os acobardéis»
(Jn 14,27). En estos momentos tan duros para los discípulos, el saludo de Jesús
les desea y comunica esa paz que él mantuvo durante toda su vida y
especialmente durante su pasión.
3. Las
manos, el costado, las pruebas y la fe. Los
relatos de apariciones pretenden demostrar la realidad física de Jesús
resucitado, y para ello usan recursos muy distintos. Las mujeres le abrazan los
pies (Mt), María Magdalena intenta abrazarlo (Jn); los de Emaús caminan,
charlan con él y lo ven partir el pan; según Lucas, cuando se aparece a los
discípulos les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de
palparlo para dejar claro que no es un fantasma, y come delante de ellos un
trozo de pescado. En la misma línea, aquí muestra las manos y el costado, y a
Tomás le dice que meta en ellos el dedo y la mano. Es el argumento supremo para
demostrar la realidad física de la resurrección. Curiosamente se encuentra en
el evangelio de Jn, que es el mayor enemigo de las pruebas física y de los
milagros para fundamentar la fe. Como si Juan se hubiera puesto al nivel de los
evangelios sinópticos para terminar diciendo: «Dichosos los que crean sin haber
visto».
4. La
alegría de los discípulos. Es
interesante el contraste con lo que cuenta Lucas: en este evangelio, cuando
Jesús se aparece, los discípulos «se asustaron y, despavoridos, pensaban que
era un fantasma»; más tarde, la alegría va acompañada de asombro. Son
reacciones muy lógicas. En cambio, Juan sólo habla de alegría. Así se cumple la
promesa de Jesús durante la última cena: «Vosotros ahora estáis tristes; pero
os volveré a visitar y os llenaréis de alegría, y nadie os la quitará» (Jn
16,22). Todos los otros sentimientos no cuentan.
5. La misión. Con diferentes fórmulas, todos los evangelios hablan de la misión
que Jesús resucitado encomienda a los discípulos. En este caso tiene una
connotación especial: «Como el Padre me ha enviado, así os envío yo». No se
trata simplemente de continuar la tarea. Lo que continúa es una cadena que se
remonta hasta el Padre.
6. El don de
Espíritu Santo y el perdón. Mc y Mt
no dicen nada de este don y Lucas lo reserva para el día de Pentecostés. El
cuarto evangelio lo sitúa en este momento, vinculándolo con el poder de
perdonar o retener los pecados. ¿Cómo debemos interpretar este poder? No parece
que se refiera a la confesión sacramental, que es una práctica posterior. En
todos los otros evangelios, la misión de los discípulos está estrechamente
relacionada con el bautismo. Parece que en Juan el perdonar o retener los
pecados tiene el sentido de admitir o no admitir al bautismo, dependiendo de la
preparación y disposición del que lo solicita.
Dos lecturas
contra Tomás
Las dos primeras lecturas le quitan la razón a Tomás cuando piensa
que para creer hace falta una demostración personal y científica. Las dos
hablan de personas que creen en Jesús resucitado y viven de acuerdo con esta fe
sin pruebas de ningún tipo. La primera, de Hechos, ofrece un cuadro espléndido,
quizá demasiado idílico, de la primitiva comunidad cristiana. Que en medio de
numerosas críticas y persecuciones un grupo de gente sencilla desee formarse en
la enseñanza de los apóstoles, comparta la oración, los sentimientos y los
bienes, es algo que supera todo expectativa. Estas personas creen, sin
necesidad de prueba alguna, que Jesús ha resucitado y las salva.
Los
hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida
común, en la fracción del pan y en las oraciones…
Los
creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y
bienes, y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno…
La segunda lectura ofrece en sus palabras finales, las que indico
en rojo, el mejor comentario a lo que dice Jesús a Tomas:
Bendito
sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por
la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo
para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera,
que os está reservada en el cielo….
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