martes, 21 de abril de 2020

Párate un momento: El Evangelio del dia 22 DE ABRIL – MIÉRCOLES – 2ª - SEMANA DE PASCUA – A – San Sotero y San Cayo papas




22 DE ABRIL – MIÉRCOLES –
2ª - SEMANA DE PASCUA – A –
San Sotero y San Cayo papas

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (5,17-26):
En aquellos días, el sumo sacerdote y todos los suyos, que integran la secta de los saduceos, en un arrebato de celo, prendieron a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública. Pero, por la noche, el ángel del Señor les abrió las puertas de la cárcel y los sacó fuera, diciéndoles:
«Marchaos y, cuando lleguéis al templo, explicad al pueblo todas estas palabras de vida».
Entonces ellos, al oírlo, entraron en el templo al amanecer y se pusieron a enseñar. Llegó entre tanto el sumo sacerdote con todos los suyos, convocaron el Sanedrín y el pleno de los ancianos de los hijos de Israel, y mandaron a la prisión para que los trajesen. Fueron los guardias, no los encontraron en la cárcel, y volvieron a informar, diciendo:
«Hemos encontrado la prisión cerrada con toda seguridad, y a los centinelas en pie a las puertas; pero, al abrir, no encontramos a nadie dentro».
Al oír estas palabras, ni el jefe de la guardia del templo ni los sumos sacerdotes atinaban a explicarse qué había pasado.
Uno se presentó, avisando:
«Mirad, los hombres que metisteis en la cárcel están en el templo, enseñando al pueblo».
Entonces el jefe salió con los guardias y se los trajo, sin emplear la fuerza, por miedo a que el pueblo los apedrease.

Salmo: 33,2-3.4-5.6-7.8-9

R/. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.
Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R/.
Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
El afligido invocó al Señor,
él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. R/.
El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles
y los protege.
Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él. R/.

Lectura del santo evangelio según san Juan (3,16-21):
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.
Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.
En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.

1.  Jesús desmonta la teoría jurídica de la satisfacción, aplicada a la salvación. Dios no mandó a su Hijo al mundo porque estuviera ofendido e irritado por nuestros pecados. Dios nos dio a su Hijo porque nos quiere tanto, que no quiere que se pierda ninguno de los que creen en Jesús.

2.  - ¿Significa esto que quienes no creen en Jesús no tienen salvación? 
Jesús no habla ni de creencias religiosas ni de observancias o prácticas de piedad.
Jesús se refiere al comportamiento de cada uno.
El que es honrado, respetuoso, tolerante, buena persona, de forma que de él se puede decir que vive en la luz, ese está en camino de salvación.
El que se comporta perversamente, ese está en camino de perdición.

3.  Por tanto, el problema de la salvación, tal como lo presenta aquí Jesús, no es cuestión de religión, sino de ética. Se trata de vivir en la luz y en la verdad.
El que vive de tal forma que su vida es transparente y hace el bien que está a su alcance, ese es el que" hace sus obras según Dios".  La religión, con sus creencias y sus prácticas, es importante en la medida en que motiva a cada persona y le da la fortaleza necesaria para vivir en la luz y en la verdad.



San Sotero y San Cayo
Papas - (†175 y †296)

Tiempos nada fáciles los que le tocaron vivir a San Sotero. Fue el sucesor en el pontificado del Papa Aniceto muerto el año 165. Había nacido en la Campania italiana, en Fondi y su padre se llamaba Concordio.

Durante su pontificado se extendió la Iglesia ya que él mismo ordenó a bastantes diáconos, sacerdotes y obispos. En el terreno disciplinar dictó leyes sobre el lugar de las mujeres en la Iglesia y, sobre todo, atajó con gran valentía las herejías que se cernían sobre la Iglesia en aquellos tiempos iniciales del cristianismo.

En su tiempo se extendió la herejía de Montano que propugnaba un exagerado rigorismo de costumbres. La penitencia más rigurosa y la vida más perfecta debían practicarla todos los cristianos para no caer en pecado, sobre todo si se trataba de pecados muy graves, ya que no se les podían perdonar porque la Iglesia carecía de poder para ello. Esta doctrina que después defenderían Tertualiano y, sobre todo, Novaciano, fue condenada por la Iglesia en tiempos del Papa San Sotero. Él defendió la doctrina que siempre se había predicado y defendido en la Iglesia desde Jesucristo, que para el pecador arrepentido no hay pecado alguno, por grande que éste sea, que no se le pueda conceder el perdón. Así desaparecía el clima de rigorismo y pesimismo que atormentaba a los cristianos tan en contradicción con la doctrina del Evangelio que es de amor, perdón, alegría y esperanza...

Otra característica de San Sotero fue su ardiente caridad para con los necesitados. Él era todo para todos y quería que se viviera de acuerdo con lo que los Hechos de los Apóstoles expresan de los primeros cristianos, que «todo era común entre ellos» y que «todos eran un solo corazón y una sola alma»... San Sotero pedía limosnas a las Iglesias más ricas para distribuirlas entre las más pobres y se esforzaba «por tratar a todos con palabras y obras como un padre trata a sus hijos». Durante su pontificado el emperador Marco Aurelio (161-180), persiguió sañudamente a la Iglesia y durante este tiempo hubo abundantes mártires, entre ellos el mismo Papa que parece murió mártir el 22 de Abril del 175.

San Cayo vivió un siglo más tarde y a pesar de ello en la tradición cristiana han caminado siempre unidos ambos Santos aunque nada tengan en común a no ser el haber muerto por Cristo y el haber sido Obispos de Roma. Su vida va entretejida de bastantes leyendas y datos poco dignos de fiar pero sabemos cierto que sucedió en el Pontificado al Papa San Eutiquiano el año 283. La última persecución más violenta fue la de Valeriano. Después casi todo el siglo II fue tiempo de paz y durante él la Iglesia quedó robustecida fuertemente. San Cayo se aprovechó de esta paz y patrocinó, sobre todo las dos escuelas célebres de Oriente: Alejandrina y Antioquena que tantos y tan ilustres hijos produjeron. A pesar de esta paz relativa también hubo algunos conatos de persecución y de hecho el mismo papa San Cayo pasó temporadas oculto en las Catacumbas de San Calixto y desde allí alentaba a los cristianos. Él, valiente, animaba a que fueran fieles a su fe en Jesucristo y que por nada del mundo renegaran de ella. Si no estaban dispuestos a morir por Jesucristo – les decía – que por lo menos perseveraran ocultos entregados a la oración y buenas obras.

El año 283 empezó una nueva persecución contra los cristianos decretada por Caro que, aunque no tan sangrienta como otras anteriores, causó graves daños a la Iglesia, siendo muchos los hombres y mujeres que derramaron generosamente su sangre por confesar a Jesucristo.

No son claras las noticias sobre el martirio de San Cayo. Hay historiadores que afirman que murió mártir, otros que a causa de las persecuciones y también quienes niegan que fuera mártir. Desde el siglo IV se celebra este día. Murió el 296.




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