22 DE ABRIL – MIÉRCOLES –
2ª - SEMANA DE PASCUA – A –
San Sotero y San Cayo papas
Lectura del libro de los Hechos de los
apóstoles (5,17-26):
En
aquellos días, el sumo sacerdote y todos los suyos, que integran la secta de
los saduceos, en un arrebato de celo, prendieron a los apóstoles y los metieron
en la cárcel pública. Pero, por la noche, el ángel del Señor les abrió las
puertas de la cárcel y los sacó fuera, diciéndoles:
«Marchaos y, cuando lleguéis al templo,
explicad al pueblo todas estas palabras de vida».
Entonces ellos, al oírlo, entraron en el
templo al amanecer y se pusieron a enseñar. Llegó entre tanto el sumo sacerdote
con todos los suyos, convocaron el Sanedrín y el pleno de los ancianos de los
hijos de Israel, y mandaron a la prisión para que los trajesen. Fueron los
guardias, no los encontraron en la cárcel, y volvieron a informar, diciendo:
«Hemos encontrado la prisión cerrada con
toda seguridad, y a los centinelas en pie a las puertas; pero, al abrir, no
encontramos a nadie dentro».
Al oír estas palabras, ni el jefe de la
guardia del templo ni los sumos sacerdotes atinaban a explicarse qué había
pasado.
Uno se presentó, avisando:
«Mirad, los hombres que metisteis en la
cárcel están en el templo, enseñando al pueblo».
Entonces el jefe salió con los guardias y se
los trajo, sin emplear la fuerza, por miedo a que el pueblo los apedrease.
Salmo: 33,2-3.4-5.6-7.8-9
R/. Si el afligido invoca al Señor, él
lo escucha
Bendigo
al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se
alegren. R/.
Proclamad
conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R/.
Contempladlo,
y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
El afligido invocó al Señor,
él lo escuchó y lo salvó de sus
angustias. R/.
El
ángel del Señor acampa en torno a sus fieles
y los protege.
Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él. R/.
Lectura del santo evangelio según san
Juan (3,16-21):
Tanto
amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él
no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para
juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no
cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.
Este es el juicio: que la luz vino al mundo,
y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas.
Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no
verse acusado por sus obras.
En cambio, el que obra la verdad se acerca a
la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
1. Jesús desmonta la teoría jurídica de la
satisfacción, aplicada a la salvación. Dios no mandó a su Hijo al mundo
porque estuviera ofendido e irritado por nuestros pecados. Dios nos dio a su
Hijo porque nos quiere tanto, que no quiere que se pierda ninguno de los que
creen en Jesús.
2. - ¿Significa esto que quienes no creen
en Jesús no tienen salvación?
Jesús no habla ni de creencias religiosas ni de
observancias o prácticas de piedad.
Jesús se refiere al comportamiento de cada uno.
El que es honrado, respetuoso, tolerante, buena
persona, de forma que de él se puede decir que vive en la luz, ese está en
camino de salvación.
El que se comporta perversamente, ese está en camino
de perdición.
3. Por tanto, el problema de la salvación,
tal como lo presenta aquí Jesús, no es cuestión de religión, sino de ética. Se
trata de vivir en la luz y en la verdad.
El que vive de tal forma que su vida es transparente y
hace el bien que está a su alcance, ese es el que" hace sus obras según
Dios". La religión, con sus creencias y sus
prácticas, es importante en la medida en que motiva a cada persona y le da la
fortaleza necesaria para vivir en la luz y en la verdad.
San Sotero y San Cayo
Papas - (†175 y †296)
Tiempos nada fáciles los que le tocaron vivir a San Sotero. Fue el sucesor
en el pontificado del Papa Aniceto muerto el año 165. Había nacido en la
Campania italiana, en Fondi y su padre se llamaba Concordio.
Durante su pontificado se extendió la Iglesia ya que él mismo ordenó a
bastantes diáconos, sacerdotes y obispos. En el terreno disciplinar dictó leyes
sobre el lugar de las mujeres en la Iglesia y, sobre todo, atajó con gran
valentía las herejías que se cernían sobre la Iglesia en aquellos tiempos iniciales
del cristianismo.
En su tiempo se extendió la herejía de Montano que propugnaba un exagerado
rigorismo de costumbres. La penitencia más rigurosa y la vida más perfecta
debían practicarla todos los cristianos para no caer en pecado, sobre todo si
se trataba de pecados muy graves, ya que no se les podían perdonar porque la
Iglesia carecía de poder para ello. Esta doctrina que después defenderían
Tertualiano y, sobre todo, Novaciano, fue condenada por la Iglesia en tiempos
del Papa San Sotero. Él defendió la doctrina que siempre se había predicado y
defendido en la Iglesia desde Jesucristo, que para el pecador arrepentido no
hay pecado alguno, por grande que éste sea, que no se le pueda conceder el
perdón. Así desaparecía el clima de rigorismo y pesimismo que atormentaba a los
cristianos tan en contradicción con la doctrina del Evangelio que es de amor,
perdón, alegría y esperanza...
Otra característica de San Sotero fue su ardiente caridad para con los
necesitados. Él era todo para todos y quería que se viviera de acuerdo con lo
que los Hechos de los Apóstoles expresan de los primeros cristianos, que «todo
era común entre ellos» y que «todos eran un solo corazón y una sola alma»...
San Sotero pedía limosnas a las Iglesias más ricas para distribuirlas entre las
más pobres y se esforzaba «por tratar a todos con palabras y obras como un
padre trata a sus hijos». Durante su pontificado el emperador Marco Aurelio
(161-180), persiguió sañudamente a la Iglesia y durante este tiempo hubo
abundantes mártires, entre ellos el mismo Papa que parece murió mártir el 22 de
Abril del 175.
San Cayo vivió un siglo más tarde y a pesar de ello en la tradición
cristiana han caminado siempre unidos ambos Santos aunque nada tengan en común
a no ser el haber muerto por Cristo y el haber sido Obispos de Roma. Su vida va
entretejida de bastantes leyendas y datos poco dignos de fiar pero sabemos
cierto que sucedió en el Pontificado al Papa San Eutiquiano el año 283. La
última persecución más violenta fue la de Valeriano. Después casi todo el siglo
II fue tiempo de paz y durante él la Iglesia quedó robustecida fuertemente. San
Cayo se aprovechó de esta paz y patrocinó, sobre todo las dos escuelas célebres
de Oriente: Alejandrina y Antioquena que tantos y tan ilustres hijos produjeron.
A pesar de esta paz relativa también hubo algunos conatos de persecución y de
hecho el mismo papa San Cayo pasó temporadas oculto en las Catacumbas de San
Calixto y desde allí alentaba a los cristianos. Él, valiente, animaba a que
fueran fieles a su fe en Jesucristo y que por nada del mundo renegaran de ella.
Si no estaban dispuestos a morir por Jesucristo – les decía – que por lo menos
perseveraran ocultos entregados a la oración y buenas obras.
El año 283 empezó una nueva persecución contra los cristianos decretada por
Caro que, aunque no tan sangrienta como otras anteriores, causó graves daños a
la Iglesia, siendo muchos los hombres y mujeres que derramaron generosamente su
sangre por confesar a Jesucristo.
No son claras las noticias sobre el martirio de San Cayo. Hay historiadores
que afirman que murió mártir, otros que a causa de las persecuciones y también
quienes niegan que fuera mártir. Desde el siglo IV se celebra este día. Murió
el 296.
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