domingo, 11 de octubre de 2020

Párate un momento: El Evangelio de dia 13 DE OCTUBRE – MARTES – 28ª – SEMANA DEL T. O. – A – San Eduardo III el confesor

 


13 DE OCTUBRE – MARTES –

28ª – SEMANA DEL T. O. – A –

San Eduardo III el confesor

 

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas (5,1-6):

Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado. Por tanto, manteneos firmes, y no os sometáis de nuevo al yugo de la esclavitud. Mirad lo que os digo yo, Pablo: si os circuncidáis, Cristo no os servirá de nada. Lo afirmo de nuevo: el que se circuncida tiene el deber de observar la ley entera. Los que buscáis la justificación por la ley habéis roto con Cristo, habéis caído fuera del ámbito de la gracia. Para nosotros, la esperanza de la justificación que aguardamos es obra del Espíritu, por medio de la fe, pues, en Cristo Jesús, da lo mismo estar circuncidado o no estarlo; lo único que cuenta es una fe activa en la práctica del amor.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 118,41.43.44.45.47.48

R/. Señor, que me alcance tu favor

 

Señor, que me alcance tu favor,

tu salvación según tu promesa. R/.

No quites de mi boca las palabras sinceras,

porque yo espero en tus mandamientos. R/.

Cumpliré sin cesar tu voluntad,

por siempre jamás. R/.

Andaré por un camino ancho,

buscando tus decretos. R/.

Serán mi delicia tus mandatos,

que tanto amo. R/.

Levantaré mis manos hacia ti

recitando tus mandatos. R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,37-41):

 

En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar, un fariseo lo invitó a comer a su casa. Él entró y se puso a la mesa.

Como el fariseo se sorprendió al ver que no se lavaba las manos antes de comer, el Señor le dijo:

«Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y maldades. ¡Necios! El que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro? Dad limosna de lo de dentro, y lo tendréis limpio todo.»

 

Palabra del Señor

 

1.  Estas invectivas de Jesús contra los fariseos son paralelas a las que recoge Mt 23, pero ordenadas de forma distinta. Aquí, por tanto, se plantean las mismas preguntas que en el capítulo 23 de Mt. Sea cual sea la respuesta que se dé a esas cuestiones de tipo histórico y de redacción, lo que interesa es el mensaje religioso que, en este y en los textos siguientes, nos presenta el Evangelio.

 

2.  Lo primero que está claro, en este relato, es que Jesús no observaba los rituales religiosos de purificación que tan celosamente observaban los fariseos.

Se sabe que Jesús no estaba de acuerdo en bastantes cosas con lo que hacían y decían los fariseos. Pero eso no le impide ir a casa de uno de ellos y sentarse a la mesa con él.

Al fariseo, lo que le interesa es la observancia de los

rituales religiosos. A Jesús, lo único que le interesa es la comensalía ("simposio", que se denominaba en las culturas antiguas) la mesa compartida, que es símbolo universal de la vida compartida.

Jesús salta por encima de todas las diferencias ideológicas y éticas. Sobre todo, Jesús se desentendió de los ritos que imponía la religión y buscó, ante todo, lo que puede unir a las personas.

 

3.  Jesús desplazó el centro de la religión. Para Jesús, ese centro no estaba en los ritos y normas, sino en una forma de vida en la que lo importante es, no lo exterior, la apariencia, es decir, la imagen externa, lo que ve la gente.

Lo importante, para Jesús, el ser. Y, más que el "ser", lo decisivo en el Evangelio es el "acontecer": las "obras" que el ser humano realiza. O los "frutos" que produce su vida.

San Eduardo III el confesor

 


 

Presentar como excusa para nuestra vida mediocre aquello de que los tiempos no son buenos o que las circunstancias presentan su cara adversa y así no es posible buscar y conseguir la santidad hoy y ahora, no deja de ser un recurso vulgar tras el cual se esconde la pereza para vivir las virtudes cristianas o la falta de confianza en Dios que lleva al desaliento.

De hecho, ni los tiempos en sus usos y costumbres, ni las circunstancias personales facilitaban lo más mínimo la fidelidad cristiana de Eduardo. Nace en Inglaterra en el año 1004, casi con el siglo XI, cuando las incursiones navales de los piratas daneses o escandinavos son causa de numerosos atropellos sangrientos y de represalias aún más crueles. El pueblo sufre desde hace tiempo violencia; está en vilo soportando la ignorancia y pobreza. Los palacios de los nobles están preñados de envidia, ambición y deseos de poder; en el lujo de sus banquetes se sirve la traición.

El mismo Papado en lo externo es en este tiempo más un signo de miseria que un motivo de emulación. Con las basílicas en ruinas, en la elección del Pontífice intervienen los intereses políticos y militares a los que se paga a su tiempo la cuota de dependencia. Hace falta una reforma que por más evidente no llega. Incluso el cisma de Oriente está a punto de producirse y lastimosamente se consuma. Nunca faltó la ayuda del Espíritu Santo a su Iglesia indefectible, pero hacía falta fe teologal para aceptar el Primado, sí, una fe a prueba de cismas y antipapas.

Con diez años tiene que huir Eduardo de Inglaterra, pasando el Canal, a la Bretaña o Normandía donde vivirá con sus tíos —hermanos de su madre— los Duques de Bretaña, en la región por aquel entonces más civilizada de Europa. Allí, al tiempo que crece en su destierro, va recibiendo noticias de la ocupación, saqueo y tiranía del rey Swein de Dinamarca. También de la muerte de su padre, el rey Etelberto, y de su hermano Edmundo que era el príncipe heredero. ¡Claro que su madre Emma llora estos sucesos! Pero un buen día lo abandona, partiendo misteriosamente; se ha marchado para hacerse la esposa de Knut, el nuevo usurpador danés. Tiene Eduardo 15 años y sigue escuchando los consejos de los monjes en Normandía; ya es un regio doncel exilado que se inclina en la oración al buen Dios. A la muerte de Knut, los ingleses le proponen la corona de Inglaterra, pero cuando está a punto de disfrutar del cariño de sus súbditos, le traiciona su madre que quiere el trono para el hijo nacido de Knut; él no quiere un reino ganado con sangre y regresa a Normandía. Los leales súbditos piden una vez más su vuelta y la de su hermano Alfredo; pero es una trampa, Alfredo es asesinado.

Llega a ser rey a los cuarenta años, después de una larga, fecunda y sufrida existencia. Es la hora del heroísmo. No alimenta odio. Está lleno de nobleza y generosidad. Contrae matrimonio con Edith, hija del pernicioso, intrigante y hábil duque de Kent. Relega al olvido el pasado, perdona y no castiga. Se dedica a gobernar. A su madre la recluye en un monasterio. Se entrega a buscar el bien de sus súbditos. De Normandía importa arte y cultura. Como su vida es austera, la Corona se enriquece y pueden limitarse los impuestos. Su dinero es el erario de los pobres. Dotó a iglesias y monasterios de los que Westminster es emblema.

Hoy, a la distancia de casi diez siglos, aún Inglaterra llama a su Corona "de San Eduardo". Fue patrón de Inglaterra hasta ser sustituido por San Jorge.

 

(Fuente: archimadrid.es)

 

 

 

 

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