20 DE OCTUBRE – MARTES –
29ª – SEMANA DEL T. O. – A –
SAN CORNELIO, CENTURION
Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los Efesios (2,12-22):
Antes no teníais un Mesías, erais extranjeros a la
ciudadanía de Israel y ajenos a las instituciones portadoras de la promesa. En
el mundo no teníais ni esperanza ni Dios. Ahora, en cambio, estáis en Cristo Jesús.
Ahora, por la sangre de Cristo, estáis cerca los que antes estabais lejos.
Él es nuestra paz. Él ha hecho de los
dos pueblos una sola cosa, derribando con su carne el muro que los separaba: el
odio. Él ha abolido la Ley con sus mandamientos y reglas, haciendo las paces,
para crear con los dos, en él, un solo hombre nuevo. Reconcilió con Dios a los
dos pueblos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte, en
él, al odio. Vino y trajo la noticia de la paz: paz a vosotros, los de lejos; paz
también a los de cerca.
Así, unos y otros, podemos acercarnos
al Padre con un mismo Espíritu. Por lo tanto, ya no sois extranjeros ni
forasteros, sino que sois ciudadanos de los santos y miembros de la familia de
Dios. Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el
mismo Cristo. Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio queda
ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por
él también vosotros os vais integrando en la construcción, para ser morada de
Dios, por el Espíritu.
Palabra de Dios
Salmo: 84,9ab-10.11-12.13-14
R/. Dios anuncia la paz a su pueblo
Voy a escuchar lo que dice el Señor:
«Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.»
La salvación está ya cerca de sus fieles,
y la gloria habitará en nuestra tierra. R/.
La misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo. R/.
El Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él,
la salvación seguirá sus pasos. R/.
Lectura del santo evangelio según san
Lucas (12,35-38):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Tened ceñida la cintura y encendidas
las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la
boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el
señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará
sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada
y los encuentra así, dichosos ellos.»
Palabra del Señor
1. Esta llamada a la
vigilancia quizá tenga su explicación en el hecho de que, como es sabido (1 Tes
4, 13-18 - 5, 1-11), en la Iglesia naciente se tuvo la convicción de que el fin
del mundo y la venida del Señor eran inminentes.
Seguramente, las palabras originales
de Jesús, referidas a la fidelidad al Evangelio, se transformaron, al
redactarlas, en esta recomendación apremiante en vista de la próxima venida del
Señor.
2. Es buena y recomendable,
por supuesto, la vigilancia, ya que, cuando menos lo pensemos se nos puede
venir encima el final de nuestros días. Pero también es cierto que ni es bueno
vivir en esa constante tensión, ni sobre todo es recomendable organizar la
propia vida en función del premio que nos pueden dar después de la
muerte. Semejante conducta es mezquina.
Si somos buenas personas y queremos a
los demás, eso nos debe nacer del respeto y del cariño que merecen los otros,
no de los premios que yo pueda conseguir.
3. Conviene caer en la
cuenta de la insistencia del Evangelio, una vez más, en el tema del banquete de
boda, el "simposio" o la mesa compartida, que es el gozo y la alegría
de verse sentado en una mesa bien preparada y servida nada menos que por el
"señor".
Jesús insiste en lo que más felices
nos hace a los humanos. Si esa fuera también nuestra insistencia...
SAN CORNELIO, CENTURION
Conmemoración de san Cornelio, centurión, que en la ciudad de Cesarea de Palestina fue bautizado por el apóstol san Pedro, como primicia de la Iglesia de los gentiles.
Había en Cesarea un hombre, llamado Cornelio, centurión de la cohorte
Itálica, piadoso y temeroso de Dios. Como toda su familia, daba muchas limosnas
al pueblo y continuamente oraba a Dios.
Vio claramente en visión, hacia la hora nona
del día, que el Ángel de Dios entraba en su casa y le decía:
-«Cornelio»
Él le miró fijamente y lleno de espanto
dijo:
-«¿Qué pasa, señor?»
Le respondió:
-«Tus oraciones y tus limosnas han subido
como memorial ante la presencia de Dios. Ahora envía hombres a Joppe y haz
venir a un tal Simón, a quien llaman Pedro. Este se hospeda en casa de un tal
Simón, curtidor, que tiene la casa junto al mar.»
Apenas se fue el ángel que le hablaba, llamó
a dos criados y a un soldado piadoso, de entre sus asistentes, les contó todo y
los envió a Joppe.
Al día siguiente, mientras ellos iban de camino y se acercaban a la ciudad,
subió Pedro al terrado, sobre la hora sexta, para hacer oración. Sintió hambre
y quiso comer. Mientras se lo preparaban le sobrevino un éxtasis, y vio los
cielos abiertos y que bajaba hacia la tierra una cosa así como un gran lienzo,
atado por las cuatro puntas. Dentro de él había toda suerte de cuadrúpedos,
reptiles de la tierra y aves del cielo. Y una voz le dijo:
-«Levántate, Pedro, sacrifica y come.»
Pedro contestó:
-«De ninguna manera, Señor; jamás he comido
nada profano e impuro.»
La voz le dijo por segunda vez:
-«Lo que Dios ha purificado no lo llames tú
profano.»
Esto se repitió tres veces, e inmediatamente
la cosa aquella fue elevada hacia el cielo.
Estaba Pedro perplejo pensando qué podría significar la visión que había
visto, cuando los hombres enviados por Cornelio, después de preguntar por la
casa de Simón, se presentaron en la puerta; llamaron y preguntaron si se
hospedaba allí Simón, llamado Pedro. Estando Pedro pensando en la visión, le
dijo el Espíritu:
-«Ahí tienes unos hombres que te buscan. Baja,
pues, al momento y vete con ellos sin vacilar, pues yo los he enviado.»
Pedro bajó donde ellos y les dijo:
-«Yo soy el que buscáis; ¿por qué motivo
habéis venido?»
Ellos respondieron:
-«El centurión Cornelio, hombre justo y
temeroso de Dios, reconocido como tal por el testimonio de toda la nación
judía, ha recibido de un ángel santo el aviso de hacerte venir a su casa y de
escuchar lo que tú digas.»
Entonces les invitó a entrar y les dio hospedaje.
Al día siguiente se levantó y se fue con ellos; le acompañaron algunos hermanos
de Joppe.
Al siguiente día entró en Cesarea. Cornelio los estaba esperando. Había
reunido a sus parientes y a los amigos íntimos. Cuando Pedro entraba salió
Cornelio a su encuentro y cayó postrado a sus pies. Pedro le levantó
diciéndole:
-«Levántate, que también yo soy un hombre.»
Y conversando con él entró y encontró a
muchos reunidos. Y les dijo:
-«Vosotros sabéis que no le está permitido a
un judío juntarse con un extranjero ni entrar en su casa; pero a mí me ha
mostrado Dios que no hay que llamar profano o impuro a ningún hombre. Por eso
al ser llamado he venido sin dudar. Os pregunto, pues, por qué motivo me habéis
enviado a llamar.»
Cornelio contestó:
-«Hace cuatro días, a esta misma hora,
estaba yo haciendo la oración de nona en mi casa, y de pronto se presentó
delante de mí un varón con vestidos resplandecientes, y me dijo: 'Cornelio, tu
oración ha sido oída y se han recordado tus limosnas ante Dios; envía, pues, a
Joppe y haz llamar a Simón, llamado Pedro, que se hospeda en casa de Simón el
curtidor, junto al mar'. Al instante mandé enviados donde ti, y tú has hecho
bien en venir. Ahora, pues, todos nosotros, en la presencia de Dios, estamos
dispuestos para escuchar todo lo que te ha sido ordenado por el Señor.»
Entonces Pedro tomó la palabra y dijo:
-«Verdaderamente comprendo que Dios no hace
acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le teme y practica la
justicia le es grato. Él ha enviado su Palabra a los hijos de Israel,
anunciándoles la Buena Nueva de la paz por medio de Jesucristo que es el Señor
de todos. Vosotros sabéis lo sucedido en toda Judea, comenzando por Galilea,
después que Juan predicó el bautismo; cómo Dios a Jesús de Nazaret le ungió con
el Espíritu Santo y con poder, y cómo él pasó haciendo el bien y curando a
todos los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con él; y nosotros somos
testigos de todo lo que hizo en la región de los judíos y en Jerusalén; a quien
llegaron a matar colgándole de un madero; a éste, Dios le resucitó al tercer
día y le concedió la gracia de aparecerse, no a todo el pueblo, sino a los
testigos que Dios había escogido de antemano, a nosotros que comimos y bebimos
con él después que resucitó de entre los muertos. Y nos mandó que predicásemos
al Pueblo, y que diésemos testimonio de que él está constituido por Dios juez
de vivos y muertos. De éste todos los profetas dan testimonio de que todo el
que cree en él alcanza, por su nombre, el perdón de los pecados.»
Estaba Pedro diciendo estas cosas cuando el Espíritu Santo cayó sobre todos
los que escuchaban la Palabra. Y los fieles circuncisos que habían venido con
Pedro quedaron atónitos al ver que el don del Espíritu Santo había sido
derramado también sobre los gentiles, pues les oían hablar en lenguas y
glorificar a Dios. Entonces Pedro dijo:
-«¿Acaso puede alguno negar el agua del
bautismo a éstos que han recibido el Espíritu Santo como nosotros?»
Y mandó que fueran bautizados en el nombre
de Jesucristo. Entonces le pidieron que se quedase algunos días.
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