16 DE OCTUBRE – VIERNES –
28ª – SEMANA DEL T. O. – A –
Santa Eduvigis
Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los Efesios (1,11-14):
Por medio de Cristo hemos heredado también nosotros, los
israelitas. A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su
voluntad. Y así, nosotros, los que ya esperábamos en Cristo, seremos alabanza
de su gloria. Y también vosotros, que habéis escuchado la palabra de verdad, el
Evangelio de vuestra salvación, en que creísteis, habéis sido marcados por
Cristo con el Espíritu Santo prometido, el cual es prenda de nuestra herencia,
para liberación de su propiedad, para alabanza de su gloria.
Palabra de Dios
Salmo: 32,1-2.4-5.12-13
R/. Dichoso el pueblo que el Señor se
escogió como heredad
Aclamad, justos, al Señor,
que merece la
alabanza de los buenos.
Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas. R/.
Que la palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R/.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.
El Señor mira desde el cielo,
se fija en todos los hombres. R/.
Lectura del santo evangelio según san
Lucas (12,1-7):
En aquel tiempo, miles y miles de personas se agolpaban
hasta pisarse unos a otros. Jesús empezó a hablar, dirigiéndose primero a sus
discípulos:
«Cuidado con la levadura de los
fariseos, o sea, con su hipocresía. Nada hay cubierto que no llegue a
descubrirse, nada hay escondido que no llegue a saberse.
Por eso, lo que digáis de noche se
repetirá a pleno día, y lo que digáis al oído en el sótano se pregonará desde
la azotea.
A vosotros os digo, amigos míos: no
tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden hacer más. Os voy a
decir a quién tenéis que temer: temed al que tiene poder para matar y después
echar al infierno. A éste tenéis que temer, os lo digo yo.
¿No se venden cinco gorriones por dos
cuartos? Pues ni de uno solo se olvida Dios. Hasta los pelos de vuestra cabeza
están contados. Por lo tanto, no tengáis miedo: no hay comparación entre
vosotros y los gorriones.»
Palabra del Señor
1. Jesús les advierte a
sus discípulos que es peligrosa "la levadura" de los fariseos.
La "levadura" es un término
bíblico importante. El poquito de masa ya fermentada que, incorporada a la masa
nueva, hace que fermente el pan era considerado como un elemento
"impuro". De forma que los panes sin levadura eran los
únicos que se podían ofrecer a Dios en sacrificio (F. Bovon).
Pues bien, la "levadura" de
los hombres más religiosos es la "hipocresía que es lo mismo que
"teatralidad", o sea representar lo que se es (H. Giesen). muy
frecuente entre los hombres de la religión en tiempos de Jesús.
2. En esta vida estamos
tantos hipócritas, o sea tantos fariseos, que será muy raro el que se escapa de
esta forma de vivir. Todos anteponemos nuestra imagen pública a la
realidad de nuestra vida. Nadie quiere mostrase externamente como realmente es.
Seguramente, cuanto más se baja más en la escala social y religiosa, menos
sitio tiene la hipocresía. En el mendigo o la prostituta, la imagen pública no
tiene más remedio que coincidir con la realidad. Porque viven de la
imagen pública. En los altos cargos, en las familias, en los buenos religiosos
o religiosas, no hay más salida que esconder cosas que no puedan aparecer ante
la opinión pública.
Todos estos viven una imagen que,
menos en casos extraordinarios, no puede coincidir con la realidad de vidas
que, a veces, dejan mucho que desear.
3. Jesús insiste en que no
tengamos que ocultar nada en la vida. Que se sepa todo. Nada de disimular
sentimientos turbios que fomentamos y disfrazados celosamente.
Jesús es tan machacón en este asunto
porque, seguramente las instituciones y organizaciones religiosas son de tal
naturaleza y funcionan de tal manera que no tienen más remedio que vivir
ocultando, disfrazando y disimulando. Lo cual, en buena medida, es
comprensible. Porque se trata de seres humanos, con sus consiguientes
limitaciones y miserias humanas, al mismo tiempo, tienen que aparecer ante la
gente como profesionales con ejemplaridad.
En grupos humanos así, la hipocresía
es la gran tapadera oculta lo que quizá no imaginamos. Por eso
la religión es tan despreciada y hasta tan odiada.
Santa Eduvigis
Nació en 1647 en la diócesis de Autun
(Francia). Entró a formar parte de las monjas de la Visitación de
Paray-le-Monial; llevó una vida de constante perfección espiritual y tuvo una
serie de revelaciones místicas, referentes sobre todo a la devoción al Corazón
de Jesús, cuyo culto se esforzó desde entonces por introducir en la Iglesia.
Murió el día 17 de octubre del año 1690.
Hacia el año 1174
nació en Baviera la niña Eduviges, hija del conde Bertoldo de Andechs. Sus
padres la confiaron a las religiosas del monasterio de Kintzingen, en
Franconia. Gertrudis, hermana de Eduviges, fue madre Santa Isabel de Hungría.
A los doce
años, Eduviges contrajo matrimonio con el duque Enrique de Silesia, quien sólo
tenía dieciocho años. Dios los bendijo con siete hijos. El esposo de Eduviges
heredó el ducado a la muerte de su padre, en 1202. Inmediatamente, a instancia
de su esposa, fundó el gran monasterio de religiosas cistercienses de Trebnitz,
a cinco kilómetros de Breslau. Se cuenta que todos los malhechores de Silesia
fueron ordenados a trabajar en la construcción del monasterio, que fue el
primer convento de religiosas en Silesia. El duque y su mujer fundaron además
otros muchos monasterios, con lo cual no sólo propagaron en sus territorios la
vida religiosa, sino también la cultura germánica. Entre los monasterios
fundados por los duques, los había de cistercienses, de canónigos de San
Agustín, de dominicos y de franciscanos. Enrique fundó el Hospital de la Santa
Cruz en Breslau, y Santa Eduviges, un hospital para leprosas en Neumarkt donde
solía asistir personalmente a las enfermas.
Después del
nacimiento de su último hijo, en 1209, Eduviges y su marido de mutuo acuerdo
hicieron voto de continencia perpetua. Según se cuenta, en sus restantes
treinta años de vida, Enrique no volvió a llevar oro, plata o púrpura.
Los hijos de
Enrique y Eduviges les hicieron sufrir mucho. En 1212, el duque repartió sus
posesiones entre Enrique y Conrado, sus hijos varones, pero ninguno de los dos
quedó contento con su parte. A pesar de que Santa Eduviges hizo cuanto pudo por
reconciliarlos, los dos hermanos y sus partidarios trabaron batalla, y Enrique derrotó
a su hermano Conrado. Esa pena ayudó a Santa Eduviges a deplorar la vanidad de
las cosas del mundo y a despegarse más y más de ellas. De los siete hijos solo
Gertrudis sobrevivió a sus padres y fue abadesa de Trebnitz.
A partir de
1209, la santa fijó su principal residencia en el monasterio de Trebnitz, a
donde solía retirarse con frecuencia. Durante sus retiros, dormía en la sala
común con las otras religiosas y observaba exactamente la distribución. No
usaba más que una túnica y un manto, lo mismo en invierno que en verano y
llevaba, sobre sus carnes una camisa de pelo con mangas de seda para que nadie
lo sospechase. Como acostumbraba a caminar hasta la Iglesia con los pies
desnudos sobre la nieve los tenía destrozados, pero llevaba siempre en la mano
un par de zapatos para ponérselos si encontraba a alguien por el camino. Un
abad le regaló en cierta ocasión un par de zapatos nuevos y le arrancó la
promesa de que los usaría. Algún tiempo después, el abad volvió a ver a la
santa descalza y le preguntó dónde estaban los zapatos. Eduviges los sacó de
entre los pliegues de su manto, diciendo: “Siempre los llevo aquí”
En 1227, los
duques Enrique de Silesia y Ladislao de Sadomir se reunieron para organizar la
defensa contra el ataque del “svatopluk” de Pomerania. Pero el svatopluk se
enteró y cayó sobre ellos, precisamente durante la reunión y Enrique, que
estaba en el baño, apenas logró escapar con vida. Santa Eduviges acudió lo más
pronto posible a cuidar a su marido, pero éste había partido ya con Conrado de
Masovia para defender los territorios de Ladislao, quien había perecido a manos
del svatopluk. La victoria favoreció a Enrique, el cual se estableció en
Cracovia. Pero al poco tiempo fue nuevamente atacado por sorpresa en Mass, y
Conrado de Plock le tomó prisionero. La fiel Eduviges intervino y consiguió que
ambos duques llegasen a un acuerdo, mediante el matrimonio de las dos nietas de
Enrique con los dos hijos de Conrado. Así se evitó el encuentro entre ellos con
gran regocijo de Santa Eduviges, quien siempre hacía cuanto estaba de su mano
para evitar el derramamiento de sangre.
En 1238, murió el
marido de Santa Eduviges y fue sucedido por su hijo Enrique, apodado el
“Bueno”. Cuando la noticia de la muerte del duque llegó al monasterio de
Trebnitz, las religiosas lloraron mucho; Eduviges fue la única que permaneció
serena y reconfortó a las demás: ¿Por qué os quejáis de la voluntad de Dios?
Nuestras vidas están en sus manos, y todo lo que Él hace está bien hecho, lo
mismo si se trata de nuestra propia muerte que de la muerte de los seres
amados”. La santa tomó entonces el hábito religioso de Trebnitz, pero no hizo
los votos para poder seguir administrando sus bienes en favor de los pobres. En
cierta ocasión, Santa Eduviges encontró a una pobre mujer que no sabía el
Padrenuestro y comenzó a enseñárselo; como la infeliz aldeana no consiguiese
aprenderlo, la santa la llevó a dormir a su propio cuarto para aprovechar todos
los momentos libres y repetirle la oración hasta que la mujer consiguió
aprenderla de memoria y entender lo que decía.
En 1240, los
tártaros invadieron Ucrania y Polonia. El duque Enrique II les presentó la
batalla cerca de Wahlstadt. Se dice que los tártaros emplearon entonces gases
venenosos: “un humo espeso y nauseabundo brotaba en forma de serpiente de unos
tubos de cobre y embrutecía a los soldados polacos.” Enrique pereció en la
batalla. Santa Eduviges tuvo una revelación sobre la muerte de su hijo tres
días antes de que llegase la noticia y dijo a su amiga Dermudis: “He perdido a
mi hijo; se me ha escapado de las manos como un pajarito y jamás volveré a
verle.” Cuando el mensajero trajo la triste noticia, Santa Eduviges consoló a
su propia hija Gertrudis y a Ana, la esposa de Enrique.
Dios premió la fe
de su sierva con el don de milagros. Una religiosa ciega recobró la vista
cuando la santa trazó sobre ella la señal de la cruz. El biógrafo de Eduviges
relata varias otras curaciones milagrosas obradas por ella y menciona diversas
profecías de la santa, entre las que se contaba la de su propia muerte. Durante
su última enfermedad, aunque todos la creían fuera de peligro, santa Eduviges
pidió la extremaunción. Murió en octubre de 1243 y fue sepultada en Trebnitz.
Su canonización se llevó a cabo en 1267. En 1706, la fiesta de Santa Eduviges
fue incluida en el calendario universal de la Iglesia de occidente.
Fuente: Vidas de Santos Tomo IV; Butler.
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