miércoles, 14 de octubre de 2020

Párate un momento: El Evangelio del dia 16 DE OCTUBRE – VIERNES – 28ª – SEMANA DEL T. O. – A – Santa Eduvigis

 

 


16 DE OCTUBRE – VIERNES –

28ª – SEMANA DEL T. O. – A –

Santa Eduvigis

 

 Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (1,11-14):

Por medio de Cristo hemos heredado también nosotros, los israelitas. A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su voluntad. Y así, nosotros, los que ya esperábamos en Cristo, seremos alabanza de su gloria. Y también vosotros, que habéis escuchado la palabra de verdad, el Evangelio de vuestra salvación, en que creísteis, habéis sido marcados por Cristo con el Espíritu Santo prometido, el cual es prenda de nuestra herencia, para liberación de su propiedad, para alabanza de su gloria.

Palabra de Dios

 

Salmo: 32,1-2.4-5.12-13

R/. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad

Aclamad, justos, al Señor,                                                                 que merece la alabanza de los buenos.

Dad gracias al Señor con la cítara,

tocad en su honor el arpa de diez cuerdas. R/.

Que la palabra del Señor es sincera,

y todas sus acciones son leales;

él ama la justicia y el derecho,

y su misericordia llena la tierra. R/.

Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,

el pueblo que él se escogió como heredad.

El Señor mira desde el cielo,

se fija en todos los hombres. R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (12,1-7):

En aquel tiempo, miles y miles de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros. Jesús empezó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos:

«Cuidado con la levadura de los fariseos, o sea, con su hipocresía. Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, nada hay escondido que no llegue a saberse.

Por eso, lo que digáis de noche se repetirá a pleno día, y lo que digáis al oído en el sótano se pregonará desde la azotea.

A vosotros os digo, amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden hacer más. Os voy a decir a quién tenéis que temer: temed al que tiene poder para matar y después echar al infierno. A éste tenéis que temer, os lo digo yo.

¿No se venden cinco gorriones por dos cuartos? Pues ni de uno solo se olvida Dios. Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados. Por lo tanto, no tengáis miedo: no hay comparación entre vosotros y los gorriones.»

 

Palabra del Señor  

 

1.  Jesús les advierte a sus discípulos que es peligrosa "la levadura" de los fariseos.

La "levadura" es un término bíblico importante. El poquito de masa ya fermentada que, incorporada a la masa nueva, hace que fermente el pan era considerado como un elemento "impuro".  De forma que los panes sin levadura eran los únicos que se podían ofrecer a Dios en sacrificio (F. Bovon).

Pues bien, la "levadura" de los hombres más religiosos es la "hipocresía que es lo mismo que "teatralidad", o sea representar lo que se es (H. Giesen). muy frecuente entre los hombres de la religión en tiempos de Jesús.

 

2.  En esta vida estamos tantos hipócritas, o sea tantos fariseos, que será muy raro el que se escapa de esta forma de vivir.  Todos anteponemos nuestra imagen pública a la realidad de nuestra vida. Nadie quiere mostrase externamente como realmente es. Seguramente, cuanto más se baja más en la escala social y religiosa, menos sitio tiene la hipocresía. En el mendigo o la prostituta, la imagen pública no tiene más remedio que coincidir con la realidad.  Porque viven de la imagen pública. En los altos cargos, en las familias, en los buenos religiosos o religiosas, no hay más salida que esconder cosas que no puedan aparecer ante la opinión pública.

Todos estos viven una imagen que, menos en casos extraordinarios, no puede coincidir con la realidad de vidas que, a veces, dejan mucho que desear.

 

3.  Jesús insiste en que no tengamos que ocultar nada en la vida. Que se sepa todo. Nada de disimular sentimientos turbios que fomentamos y disfrazados celosamente.  

Jesús es tan machacón en este asunto porque, seguramente las instituciones y organizaciones religiosas son de tal naturaleza y funcionan de tal manera que no tienen más remedio que vivir ocultando, disfrazando y disimulando.  Lo cual, en buena medida, es comprensible. Porque se trata de seres humanos, con sus consiguientes limitaciones y miserias humanas, al mismo tiempo, tienen que aparecer ante la gente como profesionales con ejemplaridad. 

En grupos humanos así, la hipocresía es la gran tapadera oculta lo que quizá no imaginamos.   Por eso la religión es tan despreciada y hasta tan odiada.

 

Santa Eduvigis

 


Nació en 1647 en la diócesis de Autun (Francia). Entró a formar parte de las monjas de la Visitación de Paray-le-Monial; llevó una vida de constante perfección espiritual y tuvo una serie de revelaciones místicas, referentes sobre todo a la devoción al Corazón de Jesús, cuyo culto se esforzó desde entonces por introducir en la Iglesia. Murió el día 17 de octubre del año 1690.

 

Hacia el año 1174 nació en Baviera la niña Eduviges, hija del conde Bertoldo de Andechs. Sus padres la confiaron a las religiosas del monasterio de Kintzingen, en Franconia. Gertrudis, hermana de Eduviges, fue madre Santa Isabel de Hungría.

A los doce años, Eduviges contrajo matrimonio con el duque Enrique de Silesia, quien sólo tenía dieciocho años. Dios los bendijo con siete hijos. El esposo de Eduviges heredó el ducado a la muerte de su padre, en 1202. Inmediatamente, a instancia de su esposa, fundó el gran monasterio de religiosas cistercienses de Trebnitz, a cinco kilómetros de Breslau. Se cuenta que todos los malhechores de Silesia fueron ordenados a trabajar en la construcción del monasterio, que fue el primer convento de religiosas en Silesia. El duque y su mujer fundaron además otros muchos monasterios, con lo cual no sólo propagaron en sus territorios la vida religiosa, sino también la cultura germánica. Entre los monasterios fundados por los duques, los había de cistercienses, de canónigos de San Agustín, de dominicos y de franciscanos. Enrique fundó el Hospital de la Santa Cruz en Breslau, y Santa Eduviges, un hospital para leprosas en Neumarkt donde solía asistir personalmente a las enfermas.

Después del nacimiento de su último hijo, en 1209, Eduviges y su marido de mutuo acuerdo hicieron voto de continencia perpetua. Según se cuenta, en sus restantes treinta años de vida, Enrique no volvió a llevar oro, plata o púrpura.

Los hijos de Enrique y Eduviges les hicieron sufrir mucho. En 1212, el duque repartió sus posesiones entre Enrique y Conrado, sus hijos varones, pero ninguno de los dos quedó contento con su parte. A pesar de que Santa Eduviges hizo cuanto pudo por reconciliarlos, los dos hermanos y sus partidarios trabaron batalla, y Enrique derrotó a su hermano Conrado. Esa pena ayudó a Santa Eduviges a deplorar la vanidad de las cosas del mundo y a despegarse más y más de ellas. De los siete hijos solo Gertrudis sobrevivió a sus padres y fue abadesa de Trebnitz.

A partir de 1209, la santa fijó su principal residencia en el monasterio de Trebnitz, a donde solía retirarse con frecuencia. Durante sus retiros, dormía en la sala común con las otras religiosas y observaba exactamente la distribución. No usaba más que una túnica y un manto, lo mismo en invierno que en verano y llevaba, sobre sus carnes una camisa de pelo con mangas de seda para que nadie lo sospechase. Como acostumbraba a caminar hasta la Iglesia con los pies desnudos sobre la nieve los tenía destrozados, pero llevaba siempre en la mano un par de zapatos para ponérselos si encontraba a alguien por el camino. Un abad le regaló en cierta ocasión un par de zapatos nuevos y le arrancó la promesa de que los usaría. Algún tiempo después, el abad volvió a ver a la santa descalza y le preguntó dónde estaban los zapatos. Eduviges los sacó de entre los pliegues de su manto, diciendo: “Siempre los llevo aquí”

En 1227, los duques Enrique de Silesia y Ladislao de Sadomir se reunieron para organizar la defensa contra el ataque del “svatopluk” de Pomerania. Pero el svatopluk se enteró y cayó sobre ellos, precisamente durante la reunión y Enrique, que estaba en el baño, apenas logró escapar con vida. Santa Eduviges acudió lo más pronto posible a cuidar a su marido, pero éste había partido ya con Conrado de Masovia para defender los territorios de Ladislao, quien había perecido a manos del svatopluk. La victoria favoreció a Enrique, el cual se estableció en Cracovia. Pero al poco tiempo fue nuevamente atacado por sorpresa en Mass, y Conrado de Plock le tomó prisionero. La fiel Eduviges intervino y consiguió que ambos duques llegasen a un acuerdo, mediante el matrimonio de las dos nietas de Enrique con los dos hijos de Conrado. Así se evitó el encuentro entre ellos con gran regocijo de Santa Eduviges, quien siempre hacía cuanto estaba de su mano para evitar el derramamiento de sangre.

En 1238, murió el marido de Santa Eduviges y fue sucedido por su hijo Enrique, apodado el “Bueno”. Cuando la noticia de la muerte del duque llegó al monasterio de Trebnitz, las religiosas lloraron mucho; Eduviges fue la única que permaneció serena y reconfortó a las demás: ¿Por qué os quejáis de la voluntad de Dios? Nuestras vidas están en sus manos, y todo lo que Él hace está bien hecho, lo mismo si se trata de nuestra propia muerte que de la muerte de los seres amados”. La santa tomó entonces el hábito religioso de Trebnitz, pero no hizo los votos para poder seguir administrando sus bienes en favor de los pobres. En cierta ocasión, Santa Eduviges encontró a una pobre mujer que no sabía el Padrenuestro y comenzó a enseñárselo; como la infeliz aldeana no consiguiese aprenderlo, la santa la llevó a dormir a su propio cuarto para aprovechar todos los momentos libres y repetirle la oración hasta que la mujer consiguió aprenderla de memoria y entender lo que decía.

En 1240, los tártaros invadieron Ucrania y Polonia. El duque Enrique II les presentó la batalla cerca de Wahlstadt. Se dice que los tártaros emplearon entonces gases venenosos: “un humo espeso y nauseabundo brotaba en forma de serpiente de unos tubos de cobre y embrutecía a los soldados polacos.” Enrique pereció en la batalla. Santa Eduviges tuvo una revelación sobre la muerte de su hijo tres días antes de que llegase la noticia y dijo a su amiga Dermudis: “He perdido a mi hijo; se me ha escapado de las manos como un pajarito y jamás volveré a verle.” Cuando el mensajero trajo la triste noticia, Santa Eduviges consoló a su propia hija Gertrudis y a Ana, la esposa de Enrique.

Dios premió la fe de su sierva con el don de milagros. Una religiosa ciega recobró la vista cuando la santa trazó sobre ella la señal de la cruz. El biógrafo de Eduviges relata varias otras curaciones milagrosas obradas por ella y menciona diversas profecías de la santa, entre las que se contaba la de su propia muerte. Durante su última enfermedad, aunque todos la creían fuera de peligro, santa Eduviges pidió la extremaunción. Murió en octubre de 1243 y fue sepultada en Trebnitz. Su canonización se llevó a cabo en 1267. En 1706, la fiesta de Santa Eduviges fue incluida en el calendario universal de la Iglesia de occidente.

 

Fuente: Vidas de Santos Tomo IV; Butler.

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario