8 DE OCTUBRE –JUEVES –
27ª – SEMANA DEL T. O. – A –
Hugo de Génova, Santo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los Gálatas (3,1-5):
¡Insensatos gálatas! ¿Quién os ha embrujado? ¡Y pensar que
ante vuestros ojos presentamos la figura de Jesucristo en la cruz! Contestadme
a una sola pregunta: ¿recibisteis el Espíritu por observar la ley o por haber
respondido a la fe? ¿Tan estúpidos sois? ¡Empezasteis por el espíritu para
terminar con la carne! ¡Tantas magníficas experiencias en vano! Si es que han
sido en vano. Vamos a ver: Cuando Dios os concede el Espíritu y obra prodigios
entre vosotros, ¿por qué lo hace? ¿Porque observáis la ley o porque respondéis
a la fe?
Palabra de Dios
Salmo: Lc 1,69-70.71-72.73-75
R/. Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado a su pueblo
Nos ha suscitado una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas. R/.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza y el juramento
que juró a nuestro padre Abrahán. R/.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días. R/.
Lectura del santo evangelio según san
Lucas (11,5-13):
En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos:
«Si alguno de vosotros tiene un
amigo, y viene durante la medianoche para decirle: “Amigo, préstame tres panes,
pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle.” Y,
desde dentro, el otro le responde: “No me molestes; la puerta está cerrada; mis
niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos.” Si el otro
insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo,
al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.
Pues así os digo a vosotros: Pedid y
se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide
recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre. - ¿Qué padre entre vosotros,
cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? - ¿O si le pide un pez, le dará
una serpiente? - ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si vosotros, pues, que sois malos,
sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial
dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?»
Palabra del Señor
1. A continuación de la
oración del "Padre nuestro", Lucas coloca la enseñanza de Jesús sobre
la oración de petición. Al explicar este asunto, Jesús
pone como ejemplo la petición que hace un
pobre. Tenía que ser un pobre de solemnidad aquel hombre que no
tenía ni un pan para ofrecer al amigo que llega a horas intempestivas. Con lo
cual Jesús está diciendo que la oración es eficaz cuando lo que se pide es
necesario de verdad. Lógicamente, Jesús no compromete la
generosidad del Padre para algo que no sea enteramente necesario, en cualquier
caso. - ¿Qué puede ser eso?
2. Jesús promete con seguridad que la oración es indefectible solamente cuando al Padre le pedimos que nos dé el Espíritu Santo. Solo tenemos garantizado el don del Espíritu. Pero, como bien sabemos, eso es lo que a mucha gente no le interesa, ni le preocupa, ni probablemente le viene bien. Porque es claro que hay personas, que, si tuvieran algo del Espíritu de Dios, no desearían lo que desean, no buscarían lo que buscan y, en definitiva, no serían como son.
3. En resumen, lo que
Jesús nos enseña es que el Espíritu Santo es lo que tiene que centrar y
orientar nuestros deseos, nuestras aspiraciones y nuestras
esperanzas. Sobre todo, nuestros deseos. Porque el deseo
es la fuerza que determina nuestras vidas. Cada cual es lo que desea. Por eso,
el último mandamiento del Decálogo no prohíbe una "acción"
(matar, mentir, robar), sino el "deseo" de todo cuanto nos
deshumaniza o de todo cuanto deshumaniza a los demás. Sobre todo, el deseo
de los bienes del prójimo (Ex 20, 17).
Porque ahí y en eso está la raíz de
la violencia (René Girard).
Hugo
de Génova, Santo
En Génova, de
la provincia de Liguria, Italia, san Hugo, religioso, que, después de haber
luchado largo tiempo en Tierra Santa, fue designado para regir la Encomienda de
la Orden de San Juan de Jerusalén en esta ciudad, y se distinguió por su bondad
y su caridad hacia los pobres (c. 1233).
Breve Biografía
Hugo Canefri es
uno de los más destacados miembros de la Orden de Malta, a la que pertenecía, y
particularmente venerado en Génova. Vino al mundo en Castellazzo Bormida,
Alessandría, Italia. No existe unanimidad en la fecha; algunos la sitúan en
1148 y otros en 1168. Ésta última quizá sea la más verosímil toda vez que
existe constancia de que ese año su ilustre familia participó en la fundación
de Alessandría iniciada entonces. Su padre era Arnoldo Canefri. Su madre
Valentina Fieschi era hija del conde Hugo di Lavagna, y hermana de Sinibaldo di
Fieschi (pontífice Inocencio IV). El peso de su apellido era de gran
envergadura. Su abuelo paterno había donado importantes sumas a la iglesia de
S. Andrea di Gamondio. Además, tenía entre los suyos personas destacadas en los
estamentos sociales, muy reputadas por su valía y alta responsabilidad tanto a
nivel eclesiástico como civil, nada menos que condes, reyes, fundadores y
santos... Aparte de ello, no se proporciona información sobre su infancia y
adolescencia.
Los datos que se
poseen se deben al arzobispo de Génova, Ottone Ghilini, paisano y contemporáneo
suyo, que había pasado por las sedes de Alessandría y de Bobbio. Fue el papa
Gregorio IX quien lo trasladó a Génova y al instruir el proceso canónico de
Hugo, sintetizó por escrito su virtuosa vida, dando cuenta de sus milagros. Lo
que se puede decir de él con más certeza arranca de la época en la que fue
elegido caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén (Orden de Malta), aunque
en esa época sus miembros eran conocidos como hospitalarios y sanjuanistas.
Todo parece indicar que Hugo no debió ser ordenado sacerdote, pero sí vistió el
conocido hábito que en su tiempo se distinguía por su color negro con una cruz
blanca de ocho puntas en alusión a las ocho bienaventuranzas; el hábito cambió
de color algunos años después de su fallecimiento.
Las cruzadas
contra los infieles se hallaban entonces en su apogeo. Eran muchos los que se
integraban en los ejércitos que partían para liberar Tierra Santa del dominio
de los enemigos de la fe cristiana. Después de la conquista de Jerusalén por
Godofredo de Bouillón en 1099, el hospicio (hubo varios y de distintas
nacionalidades) construido junto al Santo Sepulcro para la atención de los
peregrinos, que había sido dedicado a san Juan, fue donado por el califa de
Egipto, Husyafer, al beato Gerardo de Tenque, fundador de la Orden de Malta.
Tras esta primera Cruzada se convirtió no solo en el lugar donde iban a sanar
sus heridas los caballeros cruzados que lucharon en combate, sino que fue el
origen del nacimiento de la Orden puesta bajo el amparo del pontífice Pascual
II, a petición de fray Gerardo. Cuando Hugo nació, el papa Calixto II ya le
había concedido nuevos privilegios, y el Gran Maestre Gilbert d'Assailly, el
quinto, gozaba de gran prestigio. Esta Orden de caballería estaba integrada por
seculares y también por los caballeros que habían emitido votos y tenían como
objetivo la tuitio fidei et obsequium pauperum (la defensa de la fe y la ayuda
a los pobres, a los que sufren), dedicándose a las tareas de enfermería.
Además, los capellanes, que eran «una tercera clase», se ocupaban del servicio
divino.
Pues bien, Hugo
fue uno de los ilustres combatientes en Tierra Santa. Participó en la tercera
Cruzada junto a Conrado di Monferrato y al cónsul de Vercelli, Guala Bicchieri.
Y al regresar de estas campañas, fue designado capellán de la Encomienda del
hospital de san Giovanni di Pré, en Génova. Desde ese momento, la vida del
santo, alejado de las armas, se centró en la oración y en el ejercicio de la
caridad con los enfermos y marginados que acudían al hospital, además de los
peregrinos que iban y venían de Tierra Santa. A los enfermos los asistió
procurándoles consuelo humano, espiritual y económico. Cuando fallecían, les
daba sepultura con sus propias manos. Pero uno de los rasgos representativos y
más loados de su espiritualidad, junto a su amabilidad, modestia y piedad, fue
su fe. Con ella era capaz, como dice el evangelio, de trasladar montañas.
Entre otros
milagros que se le atribuyen se halla el acaecido un día de intensísimo calor.
Hubo un problema con el suministro del agua, y las lavanderas del hospital se
veían obligadas a recorrer un intrincado camino para proveerse de ella. Sus
lamentos fueron escuchados por Hugo, quien se apresuró a atenderlas. Entonces
le rogaron que pidiese a Dios un milagro, y él les recomendó que rezasen. Pero
a las mujeres les faltaba fe, y pronto su lamento se tornó en exigencia: él era
el único que podía arrebatar esa gracia; ellas estaban cansadas de tanto
trabajo en medio del sofocante calor. No le agradó a Hugo su propuesta, pero en
aras de la caridad hizo lo que le pedían, y después de orar y de realizar la
señal de la cruz obtuvo de Dios el bien que solicitaban. También se le atribuye
el rescate de una nave que se hallaba a punto de naufragar, logrado con su
oración, y la mutación del agua en vino, que se produjo en un banquete, al modo
que hizo Cristo en las bodas de Caná. Otros fenómenos místicos que se producían
a veces mientras oraba o se hallaba en misa, momentos en los que podía entrar
en éxtasis, fueron visibles para otras personas, entre ellas el arzobispo de
Génova, Otto Fusco.
Hugo fue un
penitente de vida austera (su lecho era una tabla situada en el sótano del
centro hospitalario), que vivió entregado a la mortificación y al ayuno. Su
muerte se produjo en Génova hacia el año 1233, un 8 de octubre. Sus restos
fueron enterrados en la primitiva iglesia en la
primitiva iglesia en la que residía, sobre la que se erigió la de San Giovanni
di Pré donde hoy día continúan venerándose.
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