18 DE OCTUBRE – DOMINGO –
29ª – SEMANA DEL T. O. – A –
San LUCAS, evangelista
Lectura del libro de Isaías (45,1.4-6):
Así dice el
Señor a su Ungido, a Ciro, a quien lleva de la mano:
«Doblegaré ante él las naciones,
desceñiré las cinturas de los reyes, abriré ante él las puertas, los batientes
no se le cerrarán. Por mi siervo Jacob, por mi escogido Israel, te llamé por tu
nombre, te di un título, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro;
fuera de mí, no hay dios. Te pongo la insignia, aunque no me conoces, para que
sepan de Oriente a Occidente que no hay otro fuera de mí. Yo soy el Señor, y no
hay otro.»
Palabra de Dios
Salmo: 95,1.3.4-5.7-8.9-10a.10e
R/. Aclamad la gloria y el poder del Señor
Cantad al
Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones. R/.
Porque es
grande el Señor,
y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.
Pues los dioses de los gentiles son apariencia,
mientras que el Señor ha hecho el cielo. R/.
Familias de
los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor,
entrad en sus atrios trayéndole ofrendas. R/.
Postraos ante
el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda;
decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él gobierna a los pueblos rectamente.» R/.
Lectura de la primera carta del apóstol san
Pablo a los Tesalonicenses (1,1-5b):
Pablo, Silvano
y Timoteo a la Iglesia de los tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor
Jesucristo. A vosotros, gracia y paz.
Siempre damos gracias a Dios por todos
vosotros y os tenemos presentes en nuestras oraciones. Ante Dios, nuestro
Padre, recordarnos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro
amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo, nuestro Señor. Bien
sabemos, hermanos amados de Dios, que él os ha elegido y que, cuando se
proclamó el Evangelio entre vosotros, no hubo sólo palabras, sino además fuerza
del Espíritu Santo y convicción profunda.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Mateo
(22,15-21):
En aquel
tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a
Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de
Herodes, y le dijeron:
«Maestro, sabemos que eres sincero y que
enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie,
porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es licito pagar
impuesto al César o no?»
Comprendiendo su mala voluntad, les dijo
Jesús:
«Hipócritas, ¿por qué me tentáis?
Enseñadme la moneda del impuesto.»
Le presentaron un denario.
Él les preguntó:
«¿De quién son esta cara y esta
inscripción?»
Le respondieron:
«Del César.»
Entonces les replicó:
«Pues pagadle al César lo que es del
César y a Dios lo que es de Dios.»
Palabra del Señor.
A Dios lo que es de Dios
y la carta más antigua
Dos posturas ante el tributo al César
Seguimos en la explanada del templo de Jerusalén, en medio de los
enfrentamientos de diversos grupos con Jesús. Esta vez, fariseos y herodianos
lo van a poner en un serio compromiso preguntándole sobre la licitud del
tributo al emperador romano. Por entonces, además de los impuestos que se
pagaban a través de peajes, aduanas, tasas de sucesión y de ventas, los judíos
debían pagar el tributo al César, que era la señal por excelencia de
sometimiento a él.
Fariseos y herodianos no tenían dudas sobre este tema; ambos grupos eran
partidarios de pagarlo. Los fariseos, porque no querían conflictos con los
romanos mientras les permitieran observar sus prácticas religiosas. Los
herodianos, porque mantenían buenas relaciones con Roma.
Como a nadie le gusta pagar, los rabinos discutían si se podía eludir el
tributo. Y algunos adoptaban la postura pragmática que refleja el tratado Pesajim 112b:
«... no trates de eludir el
tributo, no sea que te descubran y te quiten todo lo que tienes» (consejo aplicable
a otras actividades económicas, que no tuvieron presente muchos jefes de Caja
Madrid).
Sin embargo, otros judíos adoptaban una postura de oposición radical,
basada en motivos religiosos. Dado que el pago del tributo era signo de
sometimiento al César, algunos lo interpretaban como un pecado de idolatría, ya
que se reconocía a un señor distinto de Dios. Este era el punto de vista de los
sicarios, grupo que comienza con Judas el Galileo, cuando el censo de Quirino,
a comienzos del siglo I de nuestra era. Al narrar los comienzos del movimiento
cuenta Flavio Josefo: «Durante el mandato del procurador Coponio, un hombre
galileo, llamado Judas, indujo a los campesinos a rebelarse, insultándolos si
consentían pagar tributo a los romanos y toleraban, junto a Dios, señores mortales»
(Guerra de los Judíos II, 118). Más adelante repite afirmaciones
muy parecidas: «Judas, llamado el galileo..., en tiempos de Quirino había
atacado a los judíos por someterse a los romanos al mismo tiempo que a Dios» (Guerra
de los Judíos II, 433).
La trampa de la pregunta
Con
este presupuesto, se advierte que la pregunta que le hacen a Jesús sobre si es
lícito pagar el tributo podía comprometerlo gravemente ante las autoridades
romanas (si decía que no), o ante los sectores más progresistas y politizados
del país (si decía que sí). Además, la pregunta es especialmente insidiosa,
porque no se mueve a nivel de hechos, sino a nivel principios, de licitud o
ilicitud.
En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para
comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos
partidarios de Herodes, y le dijeron:
̶ Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios
conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente
sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?
La respuesta de Jesús
Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús:
̶ Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del
impuesto.
Le presentaron un denario. Él les preguntó:
̶ ¿De quién son esta cara y esta inscripción?
Le respondieron:
̶ Del César.
Entonces les replicó:
̶ Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de
Dios.
Jesús, que advierte
enseguida la mala intención, ataca desde el comienzo:
«¿Por qué me tentáis, hipócritas?»
Pide la moneda del tributo, devuelve la pregunta y saca la conclusión.
Jesús, como sus contemporáneos, acepta que el ámbito de dominio de un rey es
aquel en el que vale su moneda. Si en Judá se usa el denario, con la imagen del
César, significa que quien manda allí es el César, y hay que darle lo que es
suyo.
Estas palabras de Jesús, tan breves, han sido de enorme trascendencia al
elaborar la teoría de las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Y se han
prestado también a interpretaciones muy distintas.
Las cosas de Dios
Si analizamos el texto, las palabras: «Dad al César lo que es del César, y a
Dios lo que es de Dios», no constituyen una evasiva, como algunos piensan. Van
al núcleo del problema. Los fariseos y herodianos han preguntado si es lícito
pagar tributo desde un punto de vista religioso, si ofende a Dios el que se
pague. La respuesta contundente de Jesús es que a Dios le interesan otras cosas
más importantes, y ésas no se las quieren dar. Teniendo presente el conjunto
del evangelio, «las cosas de Dios», lo que le interesa, es que se escuche a
Jesús, su enviado, que se acepte el mensaje del Reino, que se adopte una
actitud de conversión, que se ponga término al raquitismo espiritual y
religioso, que se sepa acoger a los débiles, a los menesterosos, a los
marginados. Eso no interesa ni preocupa a fariseos y herodianos, pero es la
cuestión principal. Si el evangelio no fuese tan escueto, podría haber
parafraseado la respuesta de Jesús de esta manera: -¿Es lícito poner el sábado
por encima del hombre? -¿Es lícito cargar fardos pesados sobre las espaldas de
los hombres y no empujar ni con un dedo?
- ¿Es lícito llamar la
atención de la gente para que os hagan reverencias y os llamen maestros? -¿Es
lícito impedir a la gente el acceso al Reino de Dios? -¿Es lícito hacer
estúpidas disquisiciones sobre los votos y juramentos? -¿Es lícito dejar morir
de hambre al padre o a la madre por cumplir un voto? -¿Es lícito pagar los
diezmos de la menta y del comino, y olvidar la honradez, la compasión y la
sinceridad? En todo esto es donde están en juego «las cosas de Dios», no en el
pago del tributo al César.
Naturalmente, la comunidad cristiana pudo sacar de aquí consecuencias
prácticas. Frente a la postura intransigente de los sicarios, defender que no
era pecado pagar tributo al César. Y, con una perspectiva más amplia,
fundamentar una teoría sobre la convivencia del cristiano en la sociedad
civil, sin necesidad de buscar por todas partes enfrentamientos inútiles.
Siempre, incluso en las peores circunstancias políticas, nadie podrá
arrebatarle a la iglesia y al cristiano la posibilidad de dar a Dios lo que es
de Dios.
El emperador no siempre es enemigo (1ª
lectura)
En Israel, desde los primeros siglos, hubo gente fanática y enemiga de
conceder el poder político a un hombre mortal. El único rey debía ser Dios,
aunque no quedaba claro cómo ejercía en la práctica esa realeza. Otros grupos,
sin negarle la autoridad suprema a Dios, aceptaban el gobierno de un rey
humano. Pero siempre debía tratarse de un israelita, no de un extranjero. La
novedad del texto de Isaías, una auténtica revolución teológica para la época
es que Dios, aunque afirma su suprema autoridad («Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí, no hay
dios»), él mismo escoge al rey persa Ciro, lo lleva de la mano, le pone la
insignia y le concede la victoria. Porque Ciro, al cabo de pocos años, será
quien conquiste Babilonia y libere a los judíos, permitiéndoles volver a su
tierra.
Este proceso de
esclavitud – liberación – vuelta a la tierra recuerda a lo ocurrido siglos
antes, cuando el pueblo salió de Egipto. La gran novedad, escandalosa para
muchos judíos, es que ahora el salvador humano no es un nuevo Moisés sino un
emperador pagano.
El texto ha sido
elegido para confirmar con un ejemplo histórico que se puede respetar al
emperador, pagar tributo, sin por ello ofender a Dios.
Así dice el Señor a su Ungido, a Ciro, a
quien lleva de la mano:
«Doblegaré ante él las naciones,
desceñiré las cinturas de los reyes, abriré ante él las puertas, los batientes
no se le cerrarán. Por mi siervo Jacob, por mi escogido Israel, te llamé
por tu nombre, te di un título, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y
no hay otro; fuera de mí, no hay dios. Te pongo la insignia, aunque no me
conoces, para que sepan de Oriente a Occidente que no hay otro fuera de
mí. Yo soy el Señor, y no hay otro.
El escrito más antiguo del Nuevo Testamento (2ª
lectura)
Desde
este domingo hasta el 33 inclusive la segunda lectura se toma de la 1ª carta de
Pablo a los tesalonicenses, escrita en Corinto hacia el año 49/50.
Tesalónica, ciudad fundada
por Alejandro Magno, es la segunda en territorio europeo que pisan Pablo y sus
compañeros, después de Filipos. Aunque el libro de los Hechos sugiere que su
estancia duró unos quince días, las cartas a los Tesalonicenses y las
relaciones que se establecieron en los misioneros y la comunidad hacen pensar
en varios meses. A estos cristianos dirige Pablo su primera carta, que es
también el documento más antiguo del Nuevo Testamento.
La carta comienza con una
larga acción de gracias, recordando la forma en que los apóstoles transmitieron
el evangelio y la acogida que tuvieron por parte de los tesalonicenses
(1,2-2-16). Tras una sección sobre los acontecimientos
posteriores (2,17-3,13) insiste en cómo debe ser la vida cristiana en lo
que respecta a la castidad, el amor fraterno y el trabajo (4,1-12). La
parte final se centra en dos cuestiones muy relacionadas: la suerte de los
difuntos (4,13-18) y el tiempo y las circunstancias de la venida del Señor
(5,1-11).
La finalidad de la carta se
ha prestado a bastante debate, existiendo tres teorías:
a) Pablo escribe para
responder a una carta que le han enviado los tesalonicenses. b) Pablo escribe
para exhortar, animar, robustecer en la fe, dadas las serias dificultades en
que vive la comunidad y las persecuciones de todo tipo, especialmente de los
judíos. c) Pablo pretende, sobre todo en el c.2, una apología de su persona y
de su actividad apostólica frente a sus enemigos.
El breve
fragmento elegido por la liturgia de hoy solo contiene el exordio, con
los elementos típicos (remitentes, destinatarios, saludo) y el comienzo de
la acción de gracias, donde Pablo recuerda las tres grandes virtudes de los
tesalonicenses (fe, amor, esperanza) y el don de la elección. Adviértase el
tono tan cordial con que escribe Pablo.
Pablo, Silvano y Timoteo, a la Iglesia de los
tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor Jesucristo. A vosotros, gracia y
paz. Siempre damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en
nuestras oraciones. Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad
de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en
Jesucristo nuestro Señor. Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que él os ha
elegido y que cuando se proclamó el Evangelio entre vosotros no hubo sólo palabras,
sino, además, fuerza del Espíritu Santo y convicción profunda, como muy bien
sabéis.
San LUCAS, evangelista
(San Lucas Evangelista; siglo I)
Autor del tercer Evangelio y de los
Hechos de los Apóstoles. Se ignoran los detalles de su biografía, si bien la
tradición indica que nació en Siria y que fue discípulo de San Pablo, quien se
refiere a él como su ayudante e iluminador. De sus obras se infiere que
acompañó a San Pablo a lo largo de toda su vida, que dedicó a la enseñanza y a
la predicación. Se le atribuye la autoría del tercer Evangelio y de los Hechos
de los Apóstoles, obras que en realidad conforman un mismo libro.
La prosa de San Lucas, muy rica, denota una alta formación académica y es,
sin duda alguna, la más literaria de los autores del Nuevo Testamento. Escrito
en griego, su evangelio relata la predicación y los hechos de Jesús, aunque
afirma que no fue testigo de sus obras; por ello, y también por el estilo y
vocabulario utilizado, la crítica suele fechar sus escritos alrededor del año
70 d.C. Patrón de pintores y de médicos, puesto que la tradición lo describe
como amigo de artistas y con conocimientos de medicina, la Iglesia Católica lo
venera el 18 de octubre.
Biografía
Son escasos
los datos que se conocen acerca de San Lucas. Contra la tradición, que lo
supone oriundo de Antioquía (Siria), parece haber nacido en la ciudad de
Filipos, o al menos en Macedonia; los pasajes donde habla en primera persona se
refieren, precisamente, a acontecimientos de estos lugares, por él mejor
conocidos que los restantes. El nombre de Lucas, seguramente abreviación de
Lucano o Lucio, puede ser el de un liberto entregado al estudio.
Las primeras
referencias a su persona están contenidas en las epístolas de San Pablo, en las
que se le cita como «colaborador» y como «querido médico». En los Hechos de los
Apóstoles, San Lucas habla de sí mismo usando el plural «nosotros». En ese
mismo libro aparece acompañando a San Pablo en su segunda misión, en el viaje
que éste hizo de Troas a Filipos. Después de permanecer en aquella ciudad por
espacio de unos seis años, volvió a acompañar a San Pablo en un viaje a
Jerusalén, y nuevamente cuando aquél fue conducido prisionero a Roma. En la
víspera de su martirio, San Pablo recordó que «sólo Lucas está conmigo» (II
Timoteo 4:11).
La tradición
lo considera médico de profesión, así como dotado para la pintura;
probablemente, sin embargo, tal noticia no es sino la transposición al campo
pictórico del arte con que Lucas supo describir a los personajes en sus textos.
Su símbolo como evangelista es el toro. Son diversas las versiones sobre su
muerte: unas tradiciones lo hacen sufrir martirio en Patrás; otras, en Roma;
otras, en fin, en Tebas de Beocia.
El propio San
Lucas se excluye a sí mismo de las personas que fueron testigos directos de
Cristo. Interesado por la verdad histórica, San Lucas reprodujo en su Evangelio
aquello que había oído directamente a los apóstoles y discípulos de Jesús: «...
según nos lo transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares
y luego servidores de la palabra, también yo, después de haber investigado con
exactitud todos esos sucesos desde su origen, me he determinado a escribírtelos
ordenadamente...» (Lucas 1:2-2).
El Evangelio
de San Lucas es el más extenso de los cuatro y también es el de expresión y
composición literaria más culta y elegante, debido a la preparación cultural de
su autor, aunque éste huye del lenguaje clásico para hacerlo más comprensible
al pueblo, acomodándose al lenguaje común. Aunque no fue testigo de todos los
acontecimientos, su relato es exacto y está lleno de afecto y sentimiento.
Después de una breve introducción, Lucas inicia su relato con el nacimiento y
los primeros años de la vida de Jesús, y lo finaliza con la ascensión de Cristo
a los cielos, enlazándolo de esta forma con el versículo inicial de los Hechos
de los Apóstoles.
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