4 DE OCTUBRE –DOMINGO –
27ª – SEMANA DEL T. O. – A –
Lectura del libro de Isaías (5,1-7):
Voy a cantar en
nombre de mi amigo un canto de amor a su viña. Mi amigo tenía una viña en
fértil collado. La entrecavó, la descantó, y plantó buenas cepas; construyó en
medio una atalaya y cavó un lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio agrazones.
Pues ahora, habitantes de Jerusalén, hombres
de Judá, por favor, sed jueces entre mí y mi viña. ¿Qué más cabía hacer por mi
viña que yo no lo haya hecho? ¿Por qué, esperando que diera uvas, dio
agrazones?
Pues ahora os diré a vosotros lo que voy a
hacer con mi viña: quitar su valla para que sirva de pasto, derruir su tapia
para que la pisoteen. La dejaré arrasada: no la podarán ni la escardarán,
crecerán zarzas y cardos; prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella.
La viña del Señor de los ejércitos es la
casa de Israel; son los hombres de Judá su plantel preferido. Esperó de ellos
derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos.
Salmo:79,9.12.13-14.15-16.19-20
R/. La viña del Señor es la casa de
Israel
Sacaste una vid de
Egipto,
expulsaste a los gentiles, y la trasplantaste.
Extendió sus sarmientos hasta el mar,
y sus brotes hasta el Gran Río. R/.
¿Por qué has
derribado su cerca
para que la saqueen los viandantes,
la pisoteen los jabalíes
y se la coman las alimañas? R/.
Dios de los ejércitos,
vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña,
la cepa que tu diestra plantó
y que tú hiciste vigorosa. R/.
No nos alejaremos
de ti:
danos vida, para que invoquemos tu nombre.
Señor, Dios de los ejércitos,
restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. R/.
Lectura de la carta del apóstol san
Pablo a los Filipenses (4,6-9):
Nada os preocupe;
sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias,
vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa
todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo
Jesús.
Finalmente, hermanos, todo lo que es
verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o
mérito, tenedlo en cuenta. Y lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis, visteis
en mí, ponedlo por obra. Y el Dios de la paz estará con vosotros.
Lectura del santo evangelio según san
Mateo (21,33-43):
En aquel tiempo,
dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
«Escuchad otra parábola: Había un
propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar,
construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de
viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores,
para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a
los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de
nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por
último, les mandó a su hijo, diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo."
Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: "Éste es el heredero,
venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia." Y, agarrándolo, lo
empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la
viña, ¿qué hará con aquellos labradores?»
Le contestaron:
«Hará morir de mala muerte a esos malvados y
arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus
tiempos.»
Y Jesús les dice:
«¿No habéis leído nunca en la Escritura:
"La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es
el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente?"
Por eso os digo que se os quitará a vosotros
el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.»
Palabra del Señor.
De canción de amor a canción de muerte.
Acto I: Explanada del templo de Jerusalén. Hacia 735 a.C.
El
murmullo se apaga lentamente. Cuando se hace silencio, Isaías se dirige a la
gente congregada: «Voy a cantar una canción de amor. Del amor de mi amigo
a su viña». El público sonríe incrédulo. No imagina al profeta cantando una
canción de amor. Lo más frecuente en él son denuncias y elegías.
La
canción habla del trabajo entusiasta que dedica su amigo a una hermosa viña:
entrecava el terreno, lo descanta, plata buenas cepas, construye una atalaya y,
esperando una magnífica cosecha, cava un lagar. Pero, al cabo del tiempo, la viña,
en vez de dar uvas hermosas y dulces, da ácidos agrazones.
Isaías
aparta la cítara y mira fijamente al público: «Ahora os toca a vosotros
hacer de jueces entre mi amigo y su viña. ¿Podía hacer por ella más de lo que
hizo»?
La gente
guarda silencio e Isaías continúa: «Voy a deciros lo que hará mi amigo:
derribará su valla para que sirva de pasto a ovejas y cabras, para que la
pisoteen mulos y toros; la arrasará para que crezcan en ella zarzas y cardos, y
prohibirá a las nubes que lluevan sobre ella».
El
profeta se interrumpe y pregunta de nuevo: «¿Quién es mi amigo y cuál es
su viña?» Pero no da tiempo a que nadie intervenga: «La viña del Señor sois
vosotros, los hombres de Israel y de Judá. Dios ha hecho mucho por vosotros, y
esperó a cambio que practicarais el derecho y la justicia, que os portarais
bien con el prójimo. Pero sólo habéis producido asesinatos y provocado
lamentos».
El texto de la canción es la 1ª lectura de hoy:
Acto II: Explanada del templo de Jerusalén. Hacia año 29 de nuestra era.
Jesús
acaba de contar a los sacerdotes y senadores la parábola de los dos hermanos,
advirtiéndoles que las prostitutas y los publicanos les llevan la delantera en
el camino del reino de Dios. Inmediatamente, sin darles tiempo a reaccionar ni
responder, les dice:
― Escuchad otra parábola: Había un
propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar…
― Ésa ya la sabemos, comenta uno en voz
alta. Ésa no es tuya, es de Isaías.
Jesús no se inmuta. Y la parábola toma de repente un rumbo
imprevisible. A diferencia de la viña de Isaías, ésta sí da fruto. El problema
no radica en la viña, sino en los viñadores, que se niegan a entregar los
frutos a su legítimo propietario.
El drama
se desarrolla en tres etapas. En las dos primeras, el dueño envía unos criados,
y los viñadores los apalean, matan o apedrean. En la tercera, envía a su propio
hijo. Cuando lo matan, Jesús, igual que Isaías, se encara con los oyentes,
pidiéndoles su opinión: «¿Qué hará con aquellos labradores?»
A diferencia de lo que ocurre en Isaías, los oyentes intervienen, emitiendo una sentencia tremendamente dura: los viñadores merecen la muerte y la viña será entregada a otros más honrados.
Tres grandes enseñanzas
1.
La canción de la viña de Isaías insiste en una idea que a muchos cristianos
todavía les resulta extraña: el amor de Dios se paga con amor al
prójimo. Dios ha hecho mucho por los israelitas, pero lo que pide de ellos
no es actos de culto sino la práctica de la justicia y el derecho. Jesús dirá
que el segundo mandamiento (amar al prójimo) es tan importante como el primero
(amar a Dios). Y la 1ª carta de Juan afirma: «Si Dios nos ha amado tanto,
también nosotros debemos amar… a nuestros hermanos».
2. Para
Jesús, a diferencia de Isaías, el pueblo no es una viña mala e improductiva. Al
contrario, da frutos a su tiempo. El mal radica en las autoridades
religiosas, que consideran la viña propiedad privada y no reconocen a su
auténtico propietario. Por eso Mateo termina con un comentario
incomprensiblemente suprimido por la liturgia: «Al oír sus parábolas,
los sumos sacerdotes y los fariseos se dieron cuenta de que iban por
ellos» (v.45). Sería completamente equivocado utilizar la homilía
de este domingo para atacar al público presente, que bastante hace con
soportarnos. Quienes debemos sentirnos especialmente interpelados somos los que
tenemos una responsabilidad dentro de la comunidad cristiana.
3. En su versión final (véase “Una cuestión discutida”), la parábola subraya la importancia y triunfo de Jesús. Después de todos los profetas (los criados), él es “el hijo”, lo más valioso que Dios puede mandar. Y aunque las autoridades religiosas lo infravaloren y desprecien, él termina convertido en la piedra angular del nuevo edificio de la Iglesia.
Una cuestión discutida
Muchos
comentaristas piensan que la parábola primitiva contada por Jesús hablaba sólo
del envío de los criados, los profetas, a los que los viñadores apalean, matan
o apedrean. Y terminaría con las palabras: «Por eso os
digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que
produzca sus frutos.» Es pueblo eran los seguidores de Jesús.
Cuando
lo mataron, los primeros cristianos pensaron que este era el mayor crimen, y se
habrían añadido las palabras referentes al envío y la muerte del hijo. En la
misma línea de subrayar la importancia de Jesús habría añadido las palabras del
Salmo 118,22: «La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro
patente».
Es un cambio fuerte de metáfora. Los viñadores se convierten en arquitectos, y el hijo en una piedra. Los constructores la desechan, porque no la consideran válida como piedra angular, la que soporta el peso de todo el arco. Sin embargo, Dios la coloca en un puesto de privilegio. Con este añadido, la parábola pierde en claridad, pero advierte a las autoridades religiosas que su crimen no ha servido de nada, y alegra a los cristianos con la certeza del triunfo de Jesús.
SAN FRANCISCO DE ASIS
(Giovanni di
Pietro Bernardone; Asís, actual Italia, 1182 - id., 1226) Religioso y místico
italiano, fundador de la orden franciscana. Casi sin proponérselo lideró San
Francisco un movimiento de renovación cristiana que, centrado en el amor a
Dios, la pobreza y la alegre fraternidad, tuvo un inmenso eco entre las clases
populares e hizo de él una veneradísima personalidad en la Edad Media. La
sencillez y humildad del pobrecito de Asís, sin embargo, acabó trascendiendo su
época para erigirse en un modelo atemporal, y su figura es valorada, más allá
incluso de las propias creencias, como una de las más altas manifestaciones de
la espiritualidad cristiana.
San Francisco de Asís
Hijo de un
rico mercader llamado Pietro di Bernardone, Francisco de Asís era un joven
mundano de cierto renombre en su ciudad. Había ayudado desde jovencito a su
padre en el comercio de paños y puso de manifiesto sus dotes sustanciales de
inteligencia y su afición a la elegancia y a la caballería. En 1202 fue
encarcelado a causa de su participación en un altercado entre las ciudades de
Asís y Perugia. Tras este lance, en la soledad del cautiverio y luego durante
la convalecencia de la enfermedad que sufrió una vez vuelto a su tierra, sintió
hondamente la insatisfacción respecto al tipo de vida que llevaba y se inició
su maduración espiritual.
Del lujo a la pobreza
Poco después,
en la primavera de 1206, tuvo San Francisco su primera visión. En el pequeño
templo de San Damián, medio abandonado y destruido, oyó ante una imagen
románica de Cristo una voz que le hablaba en el silencio de su muda y amorosa
contemplación: "Ve, Francisco, repara mi iglesia. Ya lo ves: está hecha
una ruina". El joven Francisco no vaciló: corrió a su casa paterna, tomó
unos cuantos rollos de paño del almacén y fue a venderlos a Feligno; luego
entregó el dinero así obtenido al sacerdote de San Damián para la restauración
del templo.
Esta acción
desató la ira de su padre; si antes había censurado en su hijo cierta tendencia
al lujo y a la pompa, Pietro di Bernardone vio ahora en aquel donativo una
ciega prodigalidad en perjuicio del patrimonio que tantos sudores le costaba.
Por ello llevó a su hijo ante el obispo de Asís a fin de que renunciara
formalmente a cualquier herencia. La respuesta de Francisco fue despojarse de
sus propias vestiduras y restituirlas a su progenitor, renunciando con ello,
por amor a Dios, a cualquier bien terrenal.
A los
veinticinco años, sin más bienes que su pobreza, abandonó su ciudad natal y se
dirigió a Gubbio, donde trabajó abnegadamente en un hospital de leprosos; luego
regresó a Asís y se dedicó a restaurar con sus propios brazos, pidiendo
materiales y ayuda a los transeúntes, las iglesias de San Damián, San Pietro In
Merullo y Santa María de los Ángeles en la Porciúncula. Pese a esta actividad,
aquellos años fueron de soledad y oración; sólo aparecía ante el mundo para
mendigar con los pobres y compartir su mesa.
La llamada a la predicación
El 24 de
febrero de 1209, en la pequeña iglesia de la Porciúncula y mientras escuchaba
la lectura del Evangelio, Francisco escuchó una llamada que le indicaba que
saliera al mundo a hacer el bien: el eremita se convirtió en apóstol y,
descalzo y sin más atavío que una túnica ceñida con una cuerda, pronto atrajo a
su alrededor a toda una corona de almas activas y devotas. Las primeras (abril
de 1209) fueron Bernardo de Quintavalle y Pedro Cattani, a los que se sumó,
tocado su corazón por la gracia, el sacerdote Silvestre; poco después llegó
Egidio.
San Francisco
de Asís predicaba la pobreza como un valor y proponía un modo de vida sencillo
basado en los ideales de los Evangelios. Hay que recordar que, en aquella
época, otros grupos que propugnaban una vuelta al cristianismo primitivo habían
sido declarados heréticos, razón por la que Francisco quiso contar con la
autorización pontificia. Hacia 1210, tras recibir a Francisco y a un grupo de
once compañeros suyos, el papa Inocencio III aprobó oralmente su modelo de vida
religiosa, le concedió permiso para predicar y lo ordenó diácono.
Con el tiempo,
el número de sus adeptos fue aumentando y Francisco comenzó a formar una orden
religiosa, llamada actualmente franciscana o de los franciscanos. Además, con
la colaboración de Santa Clara, fundó la rama femenina de la orden, las Damas
Pobres, más conocidas como las clarisas. Años después, en 1221, se crearía la
orden tercera con el fin de acoger a quienes no podían abandonar sus
obligaciones familiares. Hacia 1215, la congregación franciscana se había ya
extendido por Italia, Francia y España; ese mismo año el Concilio de Letrán
reconoció canónicamente la orden, llamada entonces de los Hermanos Menores.
Por esos años
trató San Francisco de llevar la evangelización más allá de las tierras
cristianas, pero diversas circunstancias frustraron sus viajes a Siria y
Marruecos; finalmente, entre 1219 y 1220, posiblemente tras un encuentro con
Santo Domingo de Guzmán, predicó en Siria y Egipto; aunque no logró su
conversión, el sultán Al-Kamil quedó tan impresionado que le permitió visitar
los Santos Lugares.
Últimos años
A su regreso, a petición del papa Honorio III, compiló por escrito la regla
franciscana, de la que redactó dos versiones (una en 1221 y otra más
esquemática en 1223, aprobada ese mismo año por el papa) y entregó la dirección
de la comunidad a Pedro Cattani. La dirección de la orden franciscana no tardó
en pasar a los miembros más prácticos, como el cardenal Ugolino (el futuro papa
Gregorio IX) y el hermano Elías, y San Francisco pudo dedicarse por entero a la
vida contemplativa.
Durante este
retiro, San Francisco de Asís recibió los estigmas (las heridas de Cristo en su
propio cuerpo); según testimonio del mismo santo, ello ocurrió en septiembre de
1224, tras un largo periodo de ayuno y oración, en un peñasco junto a los ríos
Tíber y Arno. Aquejado de ceguera y fuertes padecimientos, pasó sus dos últimos
años en Asís, rodeado del fervor de sus seguidores.
Sus
sufrimientos no afectaron su profundo amor a Dios y a la Creación: precisamente
entonces, hacia 1225, compuso el maravilloso poema Cántico de las criaturas o
Cántico del hermano sol, que influyó en buena parte de la poesía mística
española posterior. San Francisco de Asís falleció el 3 de octubre de 1226. En
1228, apenas dos años después, fue canonizado por el papa Gregorio IX, que
colocó la primera piedra de la iglesia de Asís dedicada al santo. La festividad
de San Francisco de Asís se celebra el 4 de octubre.
Obras de San Francisco de Asís
Privadas de
datos cronológicos, las obras de San Francisco de Asís documentan, no la vida
del santo, sino el espíritu y el ideal franciscanos. Gran parte de estos
escritos se ha perdido, entre ellos muchas epístolas y la primera de las tres
reglas de la orden franciscana (compuesta en 1209 o 1210), que recibió la
aprobación oral de Inocencio III.
Sí que se
conserva la llamada Regla I (en realidad segunda), compuesta en 1221 con la
colaboración, por lo que hace referencia a los textos bíblicos, de Fray Cesario
de Spira. Esta regla (llamada no sellada porque no fue aprobada con el sello
papal) consta de veintitrés capítulos, de los cuales el último es una plegaria
de acción de gracias y de súplica al Señor, y reúne las normas, amonestaciones
y exhortaciones que San Francisco dirigía a sus cofrades, las más veces en
ocasión de los capítulos de la orden.
La Regla II,
en realidad tercera (y llamada sellada, puesto que recibió la aprobación
pontificia el 29 de noviembre de 1223), consta de sólo doce capítulos y no es
más que una repetición más concisa y ordenada de la precedente, respecto a la
cual no presenta (como algunos investigadores han querido afirmar) novedades
sustanciales. Es la que continúa en vigor en la orden franciscana. En el
Testamento, escrito en vísperas de su muerte e impuesto como parte integrante
de la regla, San Francisco lega a sus compañeros de orden, como el mayor tesoro
espiritual, a madonna Pobreza.
En la primera
edición completa de las obras de San Francisco de Asís (la de Wadding), fueron diecisiete
las epístolas reputadas auténticas, pero su número se vio muy disminuido en las
ediciones críticas posteriores. La exhortación a la penitencia y a la virtud,
la importancia de la pobreza y del amor a Dios y los preceptos de la orden son
algunos de los temas recurrentes de su epistolario. Se conservan asimismo unas
pocas poesías religiosas en latín.
Otras obras
destacadas son las Admonitiones, que contienen indicaciones de San Francisco
para la recta interpretación de la regla, y De religiosa habitatione in eremo,
dirigida a los frailes deseosos de llevar una vida eremítica. Las Admonitiones
muestran sus ideas morales en advertencias prácticas dadas a sus hermanos,
fruto de un continuo análisis de la propia vida interior. Fundada en los
evangelios y las Epístolas de San Pablo, esta moral se halla centrada por
completo en el primer precepto, el del amor a Dios por sí mismo y como único
bien, del que todos los demás proceden y que se sitúa por encima de todas las
cosas: quien ama al Señor de esta forma lo posee ya interiormente en la medida
en que comprende que, sin Él, la razón de nuestra vida se hundiría en las
tinieblas y la nada.
El Cántico de las criaturas
A estas
obras, todas ellas de alta significación espiritual, debe sumarse una que
reviste además una gran importancia literaria: el Cántico de las criaturas
(llamado también Laudes creaturarum o Cántico del hermano Sol), redactado
probablemente un año antes de su muerte. Según refiere la leyenda, la escritura
de este poema fue un don y el remedio para su avanzada ceguera. Se trata de una
plegaria a Dios, escrita en dialecto umbrío y compuesta de 33 versos que no
tienen un metro regular. La rima repite el mismo modelo estilístico de la prosa
latina medieval y de la poesía bíblica, sobre todo el del Cantar de los
cantares.
La plegaria,
cuyo ritmo lento recuerda los rezos matutinos, es de una extraordinaria
belleza. Comienza elogiando la grandeza de Dios y continúa con la belleza y la
bondad del sol y los astros, a los que alaba como hermanos; para la humildad
del hombre reclama el perdón y la dignidad de la muerte. La maestría poética
con que quedó expresado en esta composición el ideal franciscano tuvo
importantes consecuencias literarias y religiosas. No hay que olvidar que su
movimiento espiritual estaba formado en su mayor parte por gente del pueblo que
utilizaba la lengua vulgar; los cantos de esta multitud de seguidores que
recorrían campos y villas se llamaron laudes, y luego fueron recogidos en los
laudarios o libros de rezos de las cofradías de devotos. La influencia del
poema de San Francisco y de su literatura derivada se haría visible en la
poesía ascética y mística del Renacimiento.
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