6 DE OCTUBRE –MARTES –
27ª – SEMANA DEL T. O. – A –
San Bruno de Colonia
Lectura de la carta del apóstol Pablo a los
Gálatas (1,13-24):
Habéis oído
hablar de mi conducta pasada en el judaísmo: con qué saña perseguía a la
Iglesia de Dios y la asolaba, y me señalaba en el judaísmo más que muchos de mi
edad y de mi raza, como partidario fanático de las tradiciones de mis
antepasados. Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me
llamó por su gracia se dignó revelar a su Hijo en mí, para que yo lo anunciara
a los gentiles, en seguida, sin consultar con hombres, sin subir a Jerusalén a
ver a los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, y después volví a
Damasco. Más tarde, pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Pedro, y
me quedé quince días con él. Pero no vi a ningún otro apóstol, excepto a
Santiago, el pariente del Señor. Dios es testigo de que no miento en lo que os
escribo. Fui después a Siria y a Cilicia.
Las Iglesias cristianas de Judea no me
conocían personalmente; sólo habían oído decir que el antiguo perseguidor
predicaba ahora la fe que antes intentaba destruir, y alababan a Dios por causa
mía.
Palabra de Dios
Salmo: 138
R/. Guíame, Señor, por el camino eterno
Señor, tú me
sondeas y me conoces;
me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares. R/.
Tú has creado
mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias,
porque me has escogido portentosamente,
porque son admirables tus obras. R/.
Conocías hasta
el fondo de mi alma,
no desconocías mis huesos.
Cuando, en lo oculto, me iba formando,
y entretejiendo en lo profundo de la tierra. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas
(10, 38-42):
En aquel
tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su
casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor,
escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio;
hasta que se paró y dijo:
«Señor, ¿no te importa que mi hermana me
haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.»
Pero el Señor le contestó:
«Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa
con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no
se la quitarán.»
Palabra del Señor
1. Lo que menos interesa de
este relato es precisar si Marta y María son las mismas dos hermanas, que,
junto a Lázaro, aparecen en el IV evangelio (Jn 1 1-46).
Lo que importa es lo que nos enseña este
relato, no quiénes fueron si protagonistas. Tampoco es de mucha actualidad el
tema que ha planteado la literatura ascética y la teología de la Vida
Religiosa, al explicar lo de Marta María como símbolo de las dos formas de Vida
Religiosa, que la espiritualidad cristiana ha planteado: la vida activa (Marta)
y la vida contemplativa (María)
Un tema que ha interesado a monjas y
monjes, pero que ahora interesa cadi día menos. - ¿A qué viene
calentarse tanto la cabeza discutiendo si es más perfecta la vida activa o la
contemplativa? - ¿Qué más da lo uno o lo otro?
2. En todo caso -y tenga el
interés que tenga la identidad de estas dos hermanas- no parece que el
evangelio de Lucas nos recuerde lo de Marta y María
para pronunciarse en favor de la acción o de la contemplación. Lo que
ocurre en la casa de aquellas dos hermanas, y la respuesta de Jesús, se
refieren, sin duda, a algo que interesa a todo el mundo. Es importante la
ayuda, pero más importante la escucha. Es importante el ser para, pero es más
importan el estar con.
Por supuesto, hay situaciones en la vida
en las que lo más urgente es la ayuda. Pero, en el conjunto de la vida, lo que
más necesitamos es que nos escuche, que alguien nos dedique su tiempo, su
interés, su atención. Es decir, que haya personas que, con su actitud profunda,
nos hacen ver y palpar que les podemos aportar algo, que les podemos enseñar
algo, que por eso
somos importantes y necesarios para el que nos escucha.
Marta es la persona que quiere ayudar.
María es la persona que quiere.
3. En la vida es importante
la "ayuda". Pero es indeciblemente más necesario el
"cariño". Porque el cariño llega más al fondo de lo que somos y
necesitamos.
Y porque el cariño es más englobante, abarca la vida entera y llena toda
nuestra vida.
San Bruno de Colonia
San Bruno, presbítero, que, oriundo de
Colonia, en Lotaringia, enseñó ciencias eclesiásticas en la Galia, pero
deseando llevar vida solitaria, con algunos discípulos se instaló en el
apartado valle de Cartuja, en los Alpes, dando origen a una Orden que conjuga
la soledad de los eremitas con la vida común de los cenobitas. Llamado por el
papa Urbano II a Roma, para que le ayudase en las necesidades de la Iglesia,
pasó los últimos años de su vida como eremita en el cenobio de La Torre, en
Calabria.
Vida de San Bruno de Colonia
Confesor, autor
eclesiástico y fundador de la Orden de la Cartuja. Nació en Colonia hacia el
año 1030; murió el 6 de octubre de 1101. Se le representa habitualmente con una
calavera en las manos, un libro y una cruz, o coronado con siete estrellas; o
con un pergamino que porta la divisa O Bonitas. Su fiesta se celebra el 6 de
Octubre. Según la tradición, San Bruno pertenecía a la familia de Hartenfaust,
o Hardebüst, una de las principales familias de la ciudad, y en recuerdo de
este origen diferentes miembros de la familia de Hartenfaust han recibido de
los Cartujos o bien oraciones especiales por los muertos, como en el caso de
Peter Bruno Hartenfaust en 1714, y Louis Alexander Hartenfaust, barón de Laach,
en 1740; o una relación personal con la orden, como con Louis Bruno de
Hardevüst, barón de Laach y burgomaestre de la ciudad de Bergues-S. Winnoc, en
la diócesis de Cambrai, con el que se extinguió la línea masculina de la
familia Hardevüst el 22 de Marzo de 1784.
Tenemos poca
información sobre la infancia y juventud de San Bruno. Nacido en Colonia,
habría estudiado en el colegio de la ciudad, o colegiata de San Cuniberto.
Mientras era aún bastante joven (a pueris) fue a completar su educación a
Reims, atraído por la reputación de la escuela episcopal y de su director,
Heriman. Allí acabó sus estudios clásicos y se perfeccionó en las ciencias
sagradas que en esa época consistían principalmente en el estudio de las
Sagradas Escrituras y de los Padres. Allí se hizo, según el testimonio de sus
contemporáneos, instruido tanto en la ciencia humana como divina. Completada su
educación, San Bruno volvió a Colonia, donde fue provisto de una canonjía en
San Cuniberto, y según la opinión más probable, elevado a la dignidad
sacerdotal. Esto fue hacia el año 1055. En 1056, el obispo Gervais le llamó a
Reims, para ayudar a su antiguo maestro Heriman en la dirección de la escuela.
Este último estaba ya dirigiendo su atención hacia una forma de vida más
perfecta, y cuando al final dejó el mundo para ingresar en la vida religiosa,
en 1057, San Bruno se encontró como director de la escuela episcopal, o
ecólatra, un puesto tan difícil como elevado, pues entonces incluía la
dirección de las escuelas públicas y la supervisión de todos los
establecimientos educativos de la diócesis. Durante casi veinte años, de 1057 a
1075, mantuvo el prestigio que la escuela de Reims había alcanzado bajo sus
antiguos directores, Remi de Auxerre, Hucbald de St. Amand, Gerberto y
últimamente Heriman. De la excelencia de su enseñanza tenemos una prueba en los
títulos funerarios compuestos en su honor, que celebran su elocuencia, sus
talentos poético, filosófico y por encima de todos exegético y teológico; y
también en los méritos de sus discípulos, entre los cuales estaban Eudes de
Châtillon, después Urbano II, Rangier, cardenal y obispo de Reggio, Robert,
obispo de Langres y un gran número de prelados y abades.
En 1075 San Bruno
fue nombrado canciller de la iglesia de Reims, y tuvo entonces que dedicarse
especialmente a la administración de la diócesis. Mientras tanto, el piadoso
obispo Gervais, amigo de San Bruno, había sido sucedido por Manasés de Gournai,
que rápidamente se hizo odioso por su impiedad y violencia. El canciller y
otros dos canónigos fueron encargados de llevar al legado papal, Hugo de Die,
las quejas del indignado clero, y en el concilio de Autun, 1077, obtuvieron la
suspensión del indigno prelado. La respuesta de este último fue arrasar las
casas de sus acusadores, confiscar sus bienes, vender sus beneficios y apelar
al Papa. Entonces Bruno se ausentó por un tiempo de Reims, y fue probablemente
a Roma a defender la justicia de su causa. Sólo en 1080 una sentencia clara,
confirmada por un alzamiento del pueblo, obligó a Manasés a retirarse y
refugiarse con el emperador Enrique IV. Libre entonces de elegir otro obispo,
el clero estaba a punto de unir sus votos en el canciller. Él, sin embargo,
tenía designios muy diferentes en perspectiva. Según una tradición conservada
en la Orden de la Cartuja, Bruno se persuadió de abandonar el mundo por la
contemplación de un célebre prodigio, popularizado por el pincel de Lesueur –
la triple resurrección del médico parisino, Raymond Diocres. A esta tradición
se opone el silencio de los contemporáneos y de los primeros biógrafos del
santo; el silencio del propio San Bruno en su carta a Raoul le Vert, preboste
de Reims; y la imposibilidad de probar que estuviera nunca en París. No había
necesidad de argumento tan extraordinario para hacerle dejar el mundo. Algún
tiempo antes, cuando estaba en conversación con dos de sus amigos, Raúl y
Fulco, canónigos como él de Reims, se habían inflamado tanto en el amor de Dios
y el deseo de los bienes eternos que habían hecho voto de abandonar el mundo y
abrazar la vida religiosa. Este voto, pronunciado en 1077, no pudo ponerse en
obra hasta 1080, debido a diversas circunstancias.
La primera idea de
San Bruno al dejar Reims parece haber sido ponerse él y sus compañeros bajo la
dirección de un eminente solitario, San Roberto, que recientemente (1075) se
había establecido en Molesme, en la diócesis de Langres, junto con un grupo de
otros solitarios que iban más tarde (1098) a constituir la Orden Cisterciense.
Pero pronto vio que esta no era su vocación, y después de una corta estancia en
Sèche-Fontaine cerca de Molesme, dejó a dos de sus compañeros, Pedro y
Lamberto, y se dirigió con otros seis a Hugo de Châteauneuf, obispo de
Grenoble, y, según algunos autores, uno de sus discípulos. El obispo, a quien
Dios había mostrado a estos hombres en un sueño, bajo la imagen de siete
estrellas, les condujo e instaló él mismo (1084) en un lugar agreste de los
Alpes del Delfinado llamado Chartreuse, a unas cuatro leguas de Grenoble, en
medio de rocas escarpadas y montañas casi siempre cubiertas de nieve. Con San
Bruno estaban Landuino, los dos Esteban, de Bourg y de Die, canónigos de San
Rufo, y Hugo el Capellán, “todos ellos los hombres más sabios de su tiempo”, y
dos laicos, Andrés y Guerin, que después se convirtieron en los primeros
hermanos legos. Construyeron un pequeño monasterio donde vivieron en profundo
retiro y pobreza, completamente ocupados en la oración y el estudio, y honrados
frecuentemente con las visitas de San Hugo, que se volvió como uno de ellos. Su
modo de vida ha sido recogido por un contemporáneo, Guibert de Nogent, que les
visitó en su soledad. (De Vitâ suâ, I, ii). Mientras tanto, otro discípulo de
San Bruno, Eudes de Châtillon, se había convertido en Papa con el nombre de
Urbano II (1088). Resuelto a continuar la obra de reforma comenzada por
Gregorio VII, y estando obligado a luchar contra el antipapa, Guiberto de
Ravena, y el emperador Enrique IV, buscó rodearse de aliados devotos y llamó a
su antiguo maestro ad Sedis Apostolicae servitium. Así el solitario se vio
obligado a dejar el lugar donde había pasado más de seis años de retiro,
seguido por una parte de su comunidad que no podía mentalizarse a vivir
separada de él (1090). Es difícil indicar el lugar que ocupó entonces en la
corte pontificia, o su influencia en los acontecimientos contemporáneos, que
fue totalmente oculta y confidencial. Alojado en el palacio del propio Papa y
admitido a sus consejos, y encargado, además, con otros colaboradores, de
preparar asuntos para los numerosos concilios de este periodo, debemos
concederle algún crédito por sus resultados. Pero él tuvo siempre cuidado de
mantenerse en segundo plano, y aunque parece haber asistido al Concilio de
Benevento (Marzo de 1091), no encontramos evidencia de que hubiera estado
presente en los concilios de Troja (Marzo de 1093), de Piacenza (Marzo de 1095)
o de Clermont (Noviembre de 1095). Su papel en la historia está borroso. Todo
lo que podemos decir con seguridad es que apoyó con todas sus fuerzas al
Soberano Pontífice en sus esfuerzos para la reforma del clero, esfuerzos
inaugurados en el Concilio de Melfi (1089) y continuados en el de Benevento.
Poco tiempo
después de la llegada de San Bruno, el Papa se había visto obligado a abandonar
Roma ante las fuerzas victoriosas del emperador y el antipapa. Se retiró con
toda su corte al sur de Italia. Durante el viaje, el antiguo profesor de Reims
atrajo la atención del clero de Reggio en Calabria, que acababa de perder a su
arzobispo Arnulfo (1090), y le dieron sus votos. El Papa y el príncipe normando
Roger, Duque de Apulia, aprobaron firmemente la elección y presionaron a San
Bruno a aceptarla. En una coyuntura similar en Reims había escapado huyendo;
esta vez escapó haciendo que fuera elegido uno de sus antiguos discípulos,
Rangier, que afortunadamente estaba cerca en la abadía benedictina de La Cava,
cerca de Salerno. Pero temió que tales intentos se repitieran; además estaba
cansado de la agitada vida que le había sido impuesta, y la soledad le invitaba
siempre. Pidió, por tanto, y después de mucha dificultad, consiguió el permiso
del Papa para volver de nuevo a su vida solitaria. Su intención era reunirse
con sus hermanos en el Delfinado, como deja claro una carta dirigida a ellos.
Pero la voluntad de Urbano II le mantuvo en Italia, cerca de la corte papal, a
la que podía ser llamado en caso de necesidad. El lugar elegido para su nuevo
retiro por San Bruno y algunos seguidores estaba en la diócesis de Squillace,
en la vertiente oriental de la gran cadena que cruza Calabria de norte a sur, y
en un alto valle de tres millas de largo y dos de ancho, cubierto de
vegetación. Los nuevos solitarios construyeron una pequeña capilla de tablones
para sus reuniones piadosas y, en las profundidades de los bosques, cabañas con
techo de barro para sus moradas. Una leyenda dice que San Bruno mientras estaba
en oración fue descubierto por los sabuesos de Roger, Gran Conde de Sicilia y
Calabria y tío del Duque de Apulia, que estaba cazando entonces en la vecindad,
y que así aprendió a conocerlo y venerarlo; pero el Conde no tenía necesidad de
esperar esa ocasión para conocerle, pues fue probablemente por invitación suya
que los nuevos solitarios se establecieron en sus dominios. Ese mismo año
(1091) les visitó, les hizo cesión de las tierras que ocupaban, y una estrecha
amistad se creó entre ellos. Más de una vez San Bruno fue a Mileto a tomar
parte de las alegrías y las penas de la noble familia, para visitar al Conde
cuando enfermó (1098 y 1101), y para bautizar a su hijo, Roger, el futuro Rey
de Sicilia. Pero más a menudo fue Roger quien fue al desierto a visitar a sus
amigos, y cuando, por su generosidad, se construyó el monasterio de San
Esteban, en 1095, cerca de la ermita de Santa María, se erigió anexa a él una
pequeña casa de campo en la que le gustaba pasar el tiempo que le dejaba libre
el gobierno de su Estado.
Mientras tanto los
amigos de San Bruno murieron uno tras otro: Urbano II en 1099; Landuino, el
prior de la Gran Cartuja, su primer compañero, en 1100; el Conde Roger en 1101.
Su propio tiempo se acercaba. Antes de su muerte reunió por última vez a sus hermanos
a su alrededor e hizo en su presencia profesión de la Fe Católica, cuyos
términos se han conservado. Afirma con especial énfasis su fe en el misterio de
la Santísima Trinidad, y en la presencia real de Nuestro Salvador en la Sagrada
Eucaristía – una protesta contra las dos herejías que habían perturbado ese
siglo, el triteísmo de Roscelin, y la empanación de Berengario. Tras su muerte,
los Cartujos de Calabria, siguiendo una costumbre frecuente de la Edad Media
por medio de la cual el mundo cristiano se asociaba a la muerte de sus santos,
despacharon a un “portador de rollo”, un criado del convento cargado con un
largo rollo de pergamino, colgado de su cuello, que viajó por Italia, Francia,
Alemania e Inglaterra. Se detuvo en las principales iglesias y comunidades para
anunciar la muerte, y a cambio, las iglesias, comunidades o capítulos
inscribían en su rollo, en prosa o verso, la expresión de sus sentimientos, con
promesas de oraciones. Muchos de estos rollos se han conservado, pero pocos son
tan extensos o tan llenos de alabanzas como el de San Bruno. Mil setenta y ocho
testigos, de los que la mayoría había conocido al fallecido, celebraban la
extensión de su conocimiento y lo fructífero de su instrucción. Los que le eran
extraños estaban sobre todo impresionados por su conocimiento y talentos. Pero
sus discípulos alababan sus tres principales virtudes – su gran espíritu de
oración, una extrema mortificación y una filial devoción a la Santísima Virgen.
Las dos iglesias construidas por él en el desierto estaban dedicadas a la
Santísima Virgen: Nuestra Señora de Casalibus en el Delfinado, Nuestra Señora
della Torre en Calabria, y, fieles a su inspiración, los Estatutos Cartujos
proclaman a la Madre de Dios como la primera y principal patrona de todas las
casas de la orden, cualquiera que sea su patrón particular.
San Bruno fue
enterrado en el pequeño cementerio de la ermita de Santa María, y muchos
milagros se obraron en su tumba. Nunca ha sido canonizado formalmente. Su
culto, autorizado para la Orden Cartuja por León X en 1514, se extendió a toda
la Iglesia por Gregorio XV, el 17 de Febrero de 1623, como fiesta semi-doble, y
elevada a la clase de doble por Clemente X el 14 de Marzo de 1674. San Bruno es
el santo popular de Calabria; todos los años una gran multitud acude a la
Cartuja de San Esteban, el lunes y martes de Pentecostés, en que sus reliquias
son llevadas en procesión a la ermita de Santa María, donde vivió, y la gente
visita los lugares santificados por su presencia. Una cantidad inmensa de medallas
se acuña en su honor y se distribuye entre la muchedumbre, y se bendicen los
pequeños hábitos cartujos, que tantos niños de la vecindad llevan. Se le invoca
especialmente, y con éxito, para la liberación de los posesos.
Como escritor y
fundador de una orden, San Bruno ocupa un puesto importante en la historia del
Siglo XI. Compuso comentarios sobre los Salmos y las Epístolas de San Pablo,
los primeros escritos probablemente durante su época de profesor en Reims, los
segundos durante su estancia en la Gran Cartuja si podemos creer a un viejo
manuscrito visto por Mabillon-- "Explicit glosarius Brunonis heremitae
super Epistolas B. Pauli".
Dos cartas suyas
aún se conservan, también su profesión de fe, y una corta elegía de desprecio
del mundo que muestra que cultivó la poesía. Los “Comentarios” nos descubren a
un hombre ilustrado; sabe un poco de hebreo y griego y lo usa para explicar, o
si es necesario, para rectificar la Vulgata; está familiarizado con los Padres,
especialmente San Agustín y San Ambrosio, sus favoritos. “Su estilo”, dice Dom
Rivet, “es conciso, claro, nervioso y simple, y su latín tan bueno como podría
esperarse de ese siglo: sería difícil encontrar una composición de esta clase
más sólida y más luminosa, más concisa y más clara”. Sus escritos se han
publicado varias veces: en París, 1509-24; Colonia, 1611-40; Migne, Patrología
Latina, CLII, CLIII, Montreuil-sur-Mer, 1891. La edición de París de 1524 y las
de Colonia incluyen también algunos sermones y homilías que pueden ser más
justamente atribuidos a San Bruno, obispo de Segni. El Prefacio de la Santísima
Virgen le ha sido también erróneamente atribuido; es muy anterior, aunque puede
haber contribuido a introducirlo en la liturgia. Lo distintivo de San Bruno
como fundador de una orden fue que introdujo en la vida religiosa la forma
mixta, o unión de los modos eremítico y cenobita del monasticismo, un estado
intermedio entre la regla de la Camáldula y la de San Benito. No escribió
regla, pero dejó tras sí dos instituciones que tenían poca relación una con la
otra – la del Delfinado y la de Calabria. La fundación de Calabria, en cierto
modo parecida a la de la Camáldula, comprendía dos clases de religiosos:
ermitaños, que tenían la dirección de la orden, y cenobitas que no se sentían
llamados a la vida solitaria; sólo duró un siglo, no erigió más que cinco
casas, y finalmente, en 1191, se unió con la Orden Cisterciense. La fundación
de Grenoble, más similar a la regla de San Benito, comprendía sólo una clase de
religiosos, sujetos a una disciplina uniforme, y la mayor parte de cuya vida se
pasaba en soledad, sin la completa exclusión, sin embargo, de la vida
conventual. Esta vida se extendió por toda Europa, contó con 250 monasterios, y
pese a muchas pruebas continua hasta ahora.
La gran figura de
San Bruno ha sido representada a menudo por los artistas y ha inspirado más de
una obra maestra: en escultura, por ejemplo, la gran estatua de Houdon, en
Santa María de los Ángeles en Roma, “que hablaría si su regla no le obligara al
silencio”; en pintura, el bello retrato de Zurbarán, en el Museo de Sevilla,
que representa a Urbano II y San Bruno en conversación; la Aparición de la
Santísima Virgen a San Bruno, de Guercino, en Bolonia; y por encima de todas
las veintidós pinturas que forman la galería de San Bruno en el Museo del
Louvre, “una obra maestra de Le Sueur y de la escuela francesa”.
(Fuente: Enciclopedia Católica en
aciprensa.com)
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